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Santiago Navajas

Transhumanismo: el amanecer de la era cyborg

La propuesta transhumanista no consiste en apuntarse al gimnasio y hacer uso del carnet de biblioteca sino que es algo mucho más radical y extremo.

escena de Blade Runner | Archivo

Nick Bostrom, el líder filosófico del transhumanismo en este siglo XXI, caracteriza el transhumanismo como "el movimiento intelectual y cultural que afirma la posibilidad y el deseo de mejorar, en modo fundamental, la condición humana a través de la razón aplicada, especialmente por medio del desarrollo y la larga puesta a disposición de tecnologías para eliminar el envejecimiento y potenciar grandemente las capacidades humanas intelectuales, físicas y psicológicas". Ojo a ese fundamental que he puesto en cursiva, porque la propuesta transhumanista no consiste en apuntarse al gimnasio y hacer uso del carnet de biblioteca sino que es algo mucho más radical y extremo. Pretende nada menos que realizar una mutación tecnológica en el mismo núcleo biológico y cultural de la especie humana.

En la Grecia clásica todo el pensamiento giraba alrededor del concepto "Mundo". "Más tarde, con el triunfo del cristianismo en el Imperio Romano, la filosofía se convirtió en teología y Dios fue el centro a partir del cual se explicaba el cielo y la tierra". Pero llegaron Descartes y Hobbes para apartar a Dios, no para retornar al mundo, sino para situar el núcleo de la reflexión y la existencia en el "Yo". Dios quedó reducido a una idea de monsieur Descartes, que tuvo que huir por la persecución religiosa (a pesar de que él mismo era muy católico y devoto).

Desde entonces, y durante cuatro siglos, hemos estado dominados por el subjetivismo, ya fuese trascendental (Kant), empirista (Hume), idealista (Hegel), vitalista (Nietzsche), fenomenológico (Husserl), existencialista (Heidegger), cientificista (Carnap) o lingüístico (Wittgenstein). Hasta que un cambio de paradigma se fraguó cuando el Mundo, Dios y el Yo empezaron a ser sustituidos por un fenómeno nuevo, avasallador, dominante y, actualmente, hegemónico: la Tecnología. De lo que se trata es de cómo pensar al ser humano, al mundo y a la sociedad dentro del reinado de la metáfora de la Máquina y el hecho de la Inteligencia Artificial. El primero en darse cuenta del giro tecnológico de la humanidad fue, sin angustia y sin ilusiones, Ernst Jünger, en el ambiente postbélico tras la Primera Gran Guerra Tecnológica que entre 1914-1917 acabó para siempre con la idea de las batallas militares como una continuación del deporte. Desde entonces, la guerra ya no ha sido contemplada más como una de las bellas artes, sino como una espantosa carnicería en la que los seres humanos están al servicio de tanques, aviones y submarinos. Jünger lo denominó "la era de los titanes". Su hermano mayor, Friedrich George, había pronosticado un futuro sombrío en el que la perfección de la técnica implicaría la progresiva devaluación de lo humano.

Algunos, como Heidegger y Ortega y Gasset, plantearon el peligro de la tecnología para el mantenimiento de la esencia humana. La tecnología y el capitalismo, al fin y al cabo una tecnología económica, serían dos fuerzas deshumanizadoras que tentarían a la especie humana para vender su espíritu inasible por los muy tangibles tesoros materiales de los artefactos y el dinero.

Otros, sin embargo, plantean que es un deber antropológico la superación de la especie, transformando su esencia con la tecnología. Peter Sloterdijk (Normas para un parque humano) plantea que el superhombre anunciado por Nietzsche sería un transhumano o un metahumano: la superación del hombre por el hombre gracias a la tecnología. Estaríamos, por tanto, entrando en la época del transhumanismo. Del homo sapiens al homo cyborg.

El transhumanismo fue anunciado por Dante Alighieri cuando llegó al Paraíso buscando a su amor más allá de la muerte, Beatriz. Mientras Beatriz contempla a Dios, Dante contempla a Beatriz. Entonces confiesa el poeta

Trashumanar, significar per verba,/ es imposible; que al ejemplo baste./ Al que tal experiencia Dios reserva.

El transhumanar es para Dante la sensación física y mental de pretender superar la condición humana. Pero para Dante en el siglo XIV tal deseo es imposible si no es con la ayuda de Dios y en el marco de su creación. Ahora bien, con la prometeica Modernidad y el rebelde Romanticismo, dicha aspiración pasa a ser horizonte no en un paraíso ultraterreno sino aquí y ahora, en la Tierra. Como decía, si con Nietzsche se encontraba dentro del ámbito de la cultura y de la voluntad, tras el fracaso del siglo XX pasa a ser vehiculado el transhumanismo a través de la tecnología y sus múltiples realizaciones: CRISPR, edición genética, eugenesia, mejoramiento psíquico-cognitivo, criogenización... Elon Musk tiene como proyecto empresarial la nanotecnología aplicada al cerebro y Bill Gates la producción de carne sintética para consumo humano. Pero en esta línea, seremos nosotros los que terminaremos siendo robots sintéticos.

Un síntoma de la progresiva tecnologización del espíritu humano lo encontramos en la canción de despecho que una célebre cantante colombiana le ha dedicado a su exmarido culpable de infidelidad. Para echarle un cara lo idiota que es, la cantante se ha comparado con un reloj Rolex y ha minusvalorado a su contrincante por ser un reloj Casio. O, ha seguido, un Ferrari (ella misma) frente a un Renault (la contrincante). Lo que importa ahora no es la idoneidad de las máquinas (al fin y al cabo, para lo que respecta al uso cotidiano es mucho mejor un Casio y Renault que un Rolex y un Ferrari, más bien maneras superficiales de estatus), sino cómo es el universo de las máquinas el que sirve de ideal de existencia para los seres humanos. Ya no es que quieran tener un Rolex, sino que quieren ser un Rolex.

Edward O. Wilson sostenía en su libro El Significado de la Existencia Humana, a partir de su trabajo como científico, que "estamos a punto de abandonar la selección natural, el proceso que nos ha creado, para dirigir nuestra propia evolución por selección voluntaria". Nos transformaríamos a nosotros como hemos transmutado a los lobos para convertirlos en perros. Si, como dice Wilson, "los genes pueden ser lo que elijamos que sean. Así, ¿por qué no vidas más largas, más memoria, mejor vista, comportamientos menos agresivos, superiores habilidades atléticas, mejor olor corporal? La lista de la compra es interminable", ¿por qué no convertirnos en una combinación de Cristiano Ronaldo, Albert Einstein y el Dalai Lama?

Si las dos mejores películas clásicas trataban sobre el tema del deseo por los ideales tradicionales del ser humano, el amor (Vértigo) y el poder (Ciudadano Kane), las dos mejores películas contemporáneas transcurren sobre el deseo de trascender el hombre su propia humanidad, ya sea en forma de máquina (Blade Runner) y/o Inteligencia Artificial (2001, una odisea del espacio). Los protagonistas de las películas de Hitchcock y Welles se enfrentaban a los límites del deseo humano y fracasaban estrepitosamente: los sueños de perfección del homo sapiens se traducían en pesadillas. En el relevo tecnológico de las películas de Ridley Scott y Stanley Kubrick, el hombre confíaba su superación a una producción tecnológica suya, más inteligente, más equilibrada, más fuerte. El único defecto de las máquinas de IA o androides eran, ay, los propios seres humanos que las habían creado y las contaminaban con sus defectos estructurales: la ira, la envidia, el rencor. Nada que no pudiese ser resuelto con lo que ambas películas apuntan: la destrucción de la humanidad por su creación tecnológica (Matrix, Terminator y la serie Galáctica inciden en este apocalipsis tecnológico. Apocalipsis para los humanos, amanecer para las máquinas). Si Dante confiaba en la fuerza e inspiración de la Virgen María para su divina transhumanización en la trascendencia del Cielo transmutado por el Espíritu Santo, Fritz Lang en Metrópolis propondrá a la "robota" María para la tecnológica transhumanización en la inmanencia de la Tierra transformada por el Algoritmo Informático.

La tecnologización del ser humano tras su mundanización, teologización y subjetivación aparece como un nuevo desafío. Precisamente lo que caracteriza al ser humano es que, desde que apareció en él la posibilidad de imaginarse como algo diferente a lo que es, vive inquieto sobre lo que puede llegar a ser, o Ariel o Calibán. Los sueños de la tecnología producen monstruos mutantes. ¿Será el sueño tecnológico de la razón su perdición final y parirá en lugar de un nuevo amanecer el definitivo crepúsculo? En Planeta prohibido, Mcleod Wilcox, una recreación de La tempestad de Shakespeare en clave de ciencia ficción distópica, los hombres logran construir la máquina perfecta, aquella que hace realidad sus sueños. Pero los genios tecnológicos que eran no comprendieron que no hay sueños sin pesadillas, y que la máquina, con conocimiento pero sin sabiduría, no podía distinguir unos de otras, lo que terminó siendo el final de la especie humana.

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