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Agapito Maestre

La Sociedad civil contra el Estado

La libertad no es sólo un supuesto sino una conquista cotidiana.

La libertad no es sólo un supuesto sino una conquista cotidiana.
Manifestantes con banderas españolas defienden la unidad de España, la Constitución y el estado de derecho. | Libertad Digital

Un Gobierno golpista y una Oposición descerebrada son las motivaciones esenciales de la protesta pública del próximo sábado. La calle, la Plaza de Cibeles, es el espacio simbólico clave para reivindicar que el hombre es auténticamente humano en lo político. En lo Público. Una manifestación pública de un grupo de individuos es, sobre todo, un símbolo, o mejor, la búsqueda de un espacio simbólico para reivindicar que el hombre es un "animal político". Aristóteles es nuestro guía y su Política nuestra obra de cabecera, el libro de libros, para aprender política.

Cuando ese magma complejo y rico, vivo e indeterminado, llamado sociedad civil, decide poner pie en pared, o sea, salir a la calle, es para detener el secuestro que de la política en general, y de la democracia en particular, pudieran llevar a cabo los políticos profesionales. La democracia, sí, no empieza ni termina en un vulgar Estado de partidos que juega con la idea de representación política para secuestrar lo genuinamente político. La política, sí, comienza y termina en los individuos libres, cuya única meta es construir espacios, ámbitos y esferas materialmente de nadie y potencialmente de todos para crear bienes en común, entre los que cabe destacar el primero de todos: el Estado-Nación. Cuando la sociedad civil no quiere ser devorada por un Estado de Partidos, un conjunto de partidos que ni siquiera son capaces de representarse a ellos mismos, entonces sale a la calle a defender la democracia y la libertad. Cuando la sociedad civil civil percibe que las libertades, especialmente el deseo de libertad, es secuestrado por el Estado, entonces sale a la calle a reclamar más y mejor democracia para defender la libertad. He ahí la ciencia de la sociedad civil: la defensa de las libertades de cada uno de nosotros.

Es, sí, verdadero saber lo que mueve a una genuina sociedad civil fuerte y desarrollada moral y políticamente. No, no es, como algunos creen, una intuición pasajera, o un motivo más o menos irracional, lo que moviliza a la sociedad civil, sino una ciencia, un auténtico saber, contra un Estado-Partido, o un Estado de Partidos, de carácter represor. En efecto, cuando la sociedad civil sale al medio de la calle, es para defender el fundamento de la democracia, a saber, que cada individuo pudiera llegar a ser lo que es, dicho en lenguaje liberal, sin verse sometido a presiones o favores. Eso es y será siempre la política liberal que inaugura el gran acontecimiento de nuestra época: la democracia. Eso es exactamente lo que están matando los Ejecutivos más totalitarios de la UE, casi siempre con la torpe colaboración de sus Oposiciones respectivas. El simple anuncio de una movilización en la calle de las diferentes entidades que componen este tejido complejo y vivo, llamado sociedad civil, es ya una señal de alegría en defensa de la libertad y la democracia.

¿Quién puede asistir a las convocatorias callejeras de la sociedad civil? Todos aquellos que defiendan la libertad subjetiva. Pero cuidado con la asistencia de los partidos políticos. Debería limitarse su participación, o sea, deberían estar como meros observadores. Limítense a tomar nota para reformar sus tendencias y proclividades totalitarias. El Estado, y el Estado de Partidos, es sin duda alguna muy importante, decisivo, pero sin la movilización permanente de la sociedad civil para defender la libertad radical, e incluso salvaje, de cada uno de los individuos que conforman una sociedad, la democracia desaparece. O mantenemos la división entre la sociedad civil y el Estado, o caemos en el totalitarismo.

La sociedad babélica y libre admite este drama como estro para vivir en democracia o desaparece ante la "banda", siento decirlo así, que en cada momento ocupe los aparatos del Estado. Ahí reside la clave del fenómeno democrático. No tiene solución la división e indeterminación, o si quiere paradoja e incertidumbre, a que nos somete la democracia. Es el drama, quizá la tragedia, del grandioso acontecimiento democrático. La democracia jamás puede cancelar la división, la diferencia radical entre la sociedad civil y el poder, el poder y el derecho, el poder y el conocimiento, en fin, la división de la sociedad en multitud de espacios públicos de acción. Esa división es nuestra principal referencia simbólica. La perdida de eficacia de esas referencias simbólicas, que dan sentido a la democracia, nos sitúan en el totalitarismo. Como han dicho los grandes pensadores de la democracia radical, pensemos en Revel, repensemos a la vez la experiencia totalitaria y la democrática (la mentira y la verdad): la primera puede caer por la invasión de la verdad, mientras que la segunda puede resistir la invasión de la mentira. Un Ejecutivo totalitario pudiera ser, por qué no, derribado por la verdad de la Sociedad Civil, por la verdad de los que salen a la calle, mientras que la democracia aún pudiera resistir las mentiras de quienes quieren matarla.

En cualquier caso, la libertad es el fundamento de la democracia, pero, cuidado, nadie olvide la novedad que trae el acontecimiento democrático, a saber, la división radical de la sociedad. Quien trate de borrarlo, no solo estará despidiéndose de la democracia sino que estará imponiendo una sociedad totalitaria. Babel nos ha legado la pluralidad y la diferencia. La triste y equiparadora semejanza ha dado paso al rico devenir de lo distinto. Diferencia y conflicto son la ruina de la funcionalidad social. La sociedad como totalidad homogénea ha cedido ante la pasión de la libertad subjetiva. La sociedad antagónica no puede ser reducida a totalidad alguna, si no es al precio de eliminar la libertad de sus miembros. Quien se haya atrevido a estudiarla sin anteojeras "ideológicas", o sea, quien no haya pretendido homogeneizarla a través de la represión de las libertades subjetivas (y subrayo lo de subjetiva porque es la única posibilidad de representarse sensatamente la libertad), comprenderá inmediatamente que sólo tiene viabilidad a través de una democracia defensora de las libertades, es decir libertaria.

Los individuos de la sociedad antagónica asumen como "principio" e "instrumento" vertebrador de su individualización la democracia libertaria o corren el riesgo de ser uniformados ("totalizados") por "tácticas" y "estrategias" puramente "individualistas" e "instrumentales". La comunidad babélica es nuestro suelo y nuestro aliento. La democracia libertaria tiene como ideal regulativo que el principio, o mejor, principios individualizadores que proceden de la comunidad abierta no sean arrasados por la homogeneizadora y "particularista" decisión "tecnocrática" o dictatorial. Mantener de modo racional, o sea democráticamente, el conflicto de libertades es la máxima aspiración de una sociedad civil desarrollada. El respeto al conflicto que deriva de la concepción subjetiva de la libertad es, efectivamente, lo que nos humaniza, individualiza o personifica. El reconocernos diferentes es lo que nos hace hombres realmente libres. Quizá por ello sea necesario insistir en que sin conflictividad, surgida de la diferencia entre los individuos, no puede hablarse de sociedad, sino de agregados de carácter "animal" o "divino"; si la sociedad no acoge el conflicto como fuente de individuación o personalización, es decir, si no es una sociedad individuante, entonces es un agregado de carácter totalizador. En síntesis, y con espíritu arendtiano, debo repetir que la pluralidad humana jamás puede confundirse con la multiplicidad animal.

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