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Domingo Soriano

Tres escenarios para el futuro de las pensiones

Las leyes aprobadas en el último lustro son desincentivadoras para cualquiera que quiera hacer algo productivo en España.

Las leyes aprobadas en el último lustro son desincentivadoras para cualquiera que quiera hacer algo productivo en España.
Colas de pensionistas delante de los bancos griegos, en el verano de 2015 | Cordon Press

La Seguridad Social no desaparecerá en el próximo medio siglo. Si usted tiene veinte, treinta o cuarenta años puede estar seguro (o, al menos, todo lo seguro que se puede estar sobre el futuro) de que cobrará una pensión pública.

¿Una pensión miserable? No lo creo. Mi apuesta es que ascenderá a entre el 50 y el 60% de su último salario si se jubila a partir de 2030. Menos que el actual 75-80% de tasa de sustitución, pero todavía por encima de la generosidad que el sistema germano garantiza a sus propios jubilados ahora mismo. La cifra podría ser incluso superior si usted decide jubilarse con 69-70 años: a cambio de trabajar más, la mensualidad subirá algo. Eso sí, todo esto hay que ponerlo en cuarentena en el caso de que cobre usted un sueldo muy alto (por encima de lo que ahora serían unos 4.500 euros al mes): en ese caso, la pensión pública supondrá una fracción mucho menor de su salario (el porcentaje dependerá de lo que gane usted cada mes; a más sueldo, pensión más baja en relación a éste).

Y entonces, ¿a qué viene el catastrofismo con esa "quiebra de la Seguridad Social" de la que tanto hablamos los medios? Ningún catastrofismo, sólo realismo. Lo que hemos dicho en los dos primeros párrafos supone, ni más ni menos, que una quiebra, y no menor, del sistema de pensiones. Si uno piensa en la Seguridad Social como en un ente independiente que garantiza a los mayores el cobro de una especie de salario diferido en pago por sus derechos acumulados, entonces lo que lleva ocurriendo en los últimos cuarenta años y lo que ocurrirá en los próximos veinte sólo puede tener un nombre: quiebra continua. No una quiebra que signifique la desaparición del organismo, sino una que implica que esa institución no puede hacer frente a todas sus obligaciones y recorta los pagos previstos a sus beneficiarios.

Yo no pienso en un sistema. Para mí la pensión no es un salario diferido, sino un subsidio. Y por eso no me alarmo porque bajen. También suben y bajan otras prestaciones. Pero según el lenguaje de la cotización-contribución-prestación que tanto gusta a nuestros políticos esto es una quiebra de manual.

Dicho esto, para este especial de pensiones en Ideas, me han pedido que me plantee qué futuro espera a nuestros pensionistas (José María Rotellar ha hecho un gran análisis de las reformas pasadas del sistema y Beatriz García de lo que se está cociendo en los últimos meses; junto a un gran texto de Santiago Navajas sobre por qué la sociedad española ha tomado las decisiones que ha tomado en los últimos años). Pues bien, yo diría que hay tres escenarios:

- Grecia: el catastrófico. El Estado español quiebra (o es rescatado in extremis por sus socios europeos) y debe afrontar ajustes de gasto sustanciales de un día para otro. Las pensiones de los ya jubilados sufren recortes del 20-25% en términos reales. Y las condiciones para los pensionistas futuros se endurecen mucho más de lo previsto: jubilación para todos a los 69 años salvo para los que acumulen 45 años cotizados a los 67; se eleva el período para el cálculo de la base a los 40 años...

- Italia: la muerte lenta. España no quiebra, pero tampoco crece. Nos estancamos. Mantenemos las pensiones actuales ligadas al IPC a costa de disparar los costes de los actuales trabajadores. Es el "plan Escrivá" y lo que genera más consenso en el Pacto de Toledo. La Seguridad Social cada año mima a los que ya cobran mientras castiga a los que todavía pagan. ¿Cómo les castiga? Con más cotizaciones y con impuestos finalistas; y con un endurecimiento de las condiciones de acceso a la pensión futura, no tan relevante como el del escenario griego pero sí muy exigente (jubilación a los 67 para todos, período para el cálculo de 35 años, etc.)

El problema es que ese castigo tiene sus repercusiones: menos trabajo, menos inversión, menos atracción de talento. En realidad, en esto estamos desde hace quince años. No somos los únicos. Los italianos llevan más tiempo, casi cuatro décadas, sosteniendo una casa en ruinas que no se cae pero tampoco mejora. Cada vez más lejos de los países más ricos y superados por los del este de Europa, a los que mirábamos por encima del hombro hasta hace no tanto. Eso sí, las pensiones, ligadas al IPC pase lo que pase.

- Todo sale bien. Comenzamos a crecer y a crear puestos de trabajo. Se disparan las cotizaciones, tanto por la entrada de nuevos trabajadores al mercado laboral como por la mejora de la calidad de los nuevos empleos. Se inicia un círculo virtuoso de crecimiento que atrae inversiones que llevan a más crecimiento.

¿No hay que hacer ajustes en pensiones? Sí, por supuesto que sí. La tasa de sustitución (relación pensión / salario) cae, pero en vez de irse al 45-50% se mantiene en el 60-65%. Los requisitos para jubilarse antes de los 67 se endurecen, pero a esa edad más o menos todos podemos retirarnos. No hay que imponer nuevos impuestos finalistas como los aprobados en 2022 y 2023 porque sostenemos el sistema con lo que ya tenemos. Por último, la mejoría de la situación general permite reducir partidas de otras áreas del Presupuesto para enviar más dinero a la Seguridad Social.

En los tres supuestos, además, asistiremos a la reforma más sustancial y más oculta: esa que hemos llamado "silenciosa" y que supone que nos hacen pagar más para luego cobrar menos. Es el paso de un modelo contributivo a uno asistencial: no uno asistencial puro, porque eso tendría un enorme coste electoral, pero sí uno en el que el peso de lo aportado (las cotizaciones) cada vez importa menos en la determinación de la prestación final. Cómo será la dentellada para los trabajadores de mejores sueldos y más cualificación: pues mayor que para el resto y más grande en función de si estamos en el peor de los escenarios descritos. En ese caso, mucho me temo que la contributividad será apenas un ligero toque publicitario para un modelo que ya no será tal.

Las opciones

En este punto, la pregunta que todos nos hacemos es, ¿en cuál de los tres escenarios será en el que nos encontraremos en 2030? ¿Cuál tiene más opciones de cumplirse? Lo primero, no tiene por qué ser uno u otro, puede haber una mezcla. Pero es que, además, incluso en el mejor, habrá recortes (en el sentido de que se endurecerán los requisitos de acceso a una pensión) y subirán los costes (con ingresos finalistas, como "mecanismo de equidad intergeneracional" aprobado en 2022 y que no desaparecerá ni en las buenas ni en las malas).

Pero la pregunta no es cuál será el escenario. La preguntas es: ¿qué estamos haciendo para ir hacia uno u otro de esos escenarios? En dos sentidos: el primero, qué estamos haciendo para impulsar el crecimiento. Porque, al final, tanto si lo miramos en términos de crecimiento interno como si lo que queremos es atraer crecimiento potencial desde fuera (inversiones o inmigrantes de alta cualificación), no podemos presuponer que aquello caerá llovido del cielo porque sí. Y la respuesta es que estamos haciendo muy poco. En mi opinión, estamos deshaciendo, porque, si acaso, las leyes aprobadas en el último lustro son desincentivadoras para cualquiera que quiera hacer algo productivo en España.

El segundo enfoque es qué tipo de sistema de pensiones hemos diseñado y para qué escenario. Y no me refiero al debate reparto-capitalización, que es la raíz de todos los problemas, pero no sé si tiene ya solución. Incluso con un sistema de reparto, los países más previsores comenzaron a hacer reformas flexibles, de las que se iban adaptando a todas las coyunturas. El modelo más citado es el de las cuentas nocionales sueco, con mecanismos de ajuste automático: si todo iba bien, se podían pagar pensiones más altas; si no iba tan bien, todos, también los pensionistas, tenían que soportar los costes de una economía que no crecía y un Estado que no recaudaba. La reforma de 2013, tan bien ideada como mal explicada, iba un poco en esta dirección. Pero la hemos derogado. España se lo ha jugado todo a que salga cara. Una cara que implicaría recortes, pero no sería dramática. Y sí, si todo sale bien... puede que mantengamos el edificio en pie. Pero, ¿y si sale mal? Bueno, en ese caso, ni este ministro ni este presidente del Gobierno estarán en el cargo. Quizás sea lógico que hayan actuado como lo han hecho. Para qué prepararse para lo peor, si ellos no tendrán que afrontarlo.

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