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Emilio Campmany

El futuro de la guerra

La visión de la situación podría degenerar y pasar a verse como un típico conflicto entre superpotencias por incrementar sus esferas de influencia.

La visión de la situación podría degenerar y pasar a verse como un típico conflicto entre superpotencias por incrementar sus esferas de influencia.
Encuentro de Biden y Zelenski en Kiev. | EFE

¿Cómo irá la guerra? Las predicciones alcanzan todos los ámbitos, desde el estrictamente militar hasta la conformación del nuevo orden mundial. En el ámbito militar, son muchas la cuestiones a considerar. Se espera una inminente ofensiva rusa, que es lo que parecen anunciar los bombardeos masivos. Tal ofensiva podría ser desde el Norte, incluso desde Bielorrusia, donde Lukashenko hará lo que Putin ordene, para intentar nuevamente capturar Kiev. Ésta es la más improbable. Otro lugar donde podría iniciarse es en la ya muy castigada Bajmut con el fin de ocupar por completo, de las cuatro regiones anexionadas, las dos del Dombás, Lugansk y Donetsk. Un tercer lugar con el que especulan los analistas es la ciudad de Vugledar, donde desde hace unos días está habiendo duros combates.

El caso de esta última ciudad tiene más la apariencia de movimiento defensivo que de contraofensiva propiamente dicha. Desde esta ciudad, los ucranianos podrían iniciar un asalto sobre la línea férrea que comunica Rusia con el Sur ocupado y Crimea. Aunque ya se ha reestablecido el tráfico por el puente de Kerch, que une la península con Rusia a través de un puente sobre el estrecho del mismo nombre, no cabe duda de que sería un serio revés estratégico que los ucranianos pudieran cortar el citado ferrocarril, mucho más si llegan hasta el mar de Azov y separan Crimea y el Sur ocupado del territorio ruso.

Los rusos deberían de haber empezado hace unas semanas su anunciada ofensiva y no lo han hecho. A lo mejor se debe al profundo desorden que se dice reina en su ejército o a la falta de adiestramiento de los nuevos reclutas. O quizá, como asegura la inteligencia norteamericana, la ofensiva estaba prevista para que coincidiera con el aniversario de la invasión y por eso no ha empezado hasta ahora. Ya veremos si son capaces de montarla antes de que lleguen los blindados occidentales y les da tiempo a ocupar el total de las cuatro provincias anexionadas o al menos las dos del Dombás, que es la situación que se supone que Putin ambiciona para a partir de ahí empezar a negociar. En cualquier caso, de momento los rusos siguen haciendo lo que mejor saben hacer, que es bombardear a discreción. Es algo que está en su tradición militar y les dio excelentes resultados en Chechenia y mucho más recientemente en Siria.

Por otra parte, la situación del frente, las largas semanas de combate sin que se produzcan avances significativos a pesar de las enormes bajas que ambos ejércitos han sufrido, incluso los paisajes de viejos bosques de troncos pelados y ramas mutiladas hendidos por trincheras embarradas recuerda mucho al frente occidental de la Primera Guerra Mundial. Hasta en la forma de combatir parecen ambos bandos hacerlo al modo de aquella guerra. Los rusos quieren imitar a los franceses cuando éstos lanzaban enormes masas de hombres sobre las trincheras enemigas sólo para que fueran masacrados sin lograr avanzar apenas unos metros. Y los ucranianos recuerdan a los sturmtruppen o soldados de asalto con cuyas tácticas los alemanes trataron sin éxito de superar el estancamiento del frente. Se supone que la guerra de trincheras fue superada gracias al carro de combate, que es quien hizo que la segunda vez que Alemania invadió Francia en 1940 el país sólo resistiera unas pocas semanas en vez de los cuatro años que aguantó sin rendirse en 1914. Los ucranianos apenas tienen blindados, pero los rusos los tienen en grandes cantidades. Sin embargo, los intentos de romper el frente ucraniano tan sólo han servido para que muchos de sus carros fueran capturados, destruidos o, lo que es peor, abandonados por sus tripulaciones. Ya veremos si cuando lleguen los tanques occidentales a Ucrania, a finales de abril o primeros de mayo, bastarán para que los ucranianos sepan romper el frente ruso y pongan fin a esta encarnizada lucha por el metro cuadrado.

También es posible que esta semejanza con la Primera Guerra Mundial se deba no sólo a la falta de blindados en un bando y a la incompetencia en su empleo en el otro y tenga más que ver con que ninguno de los dos controla el aire. Los rusos no quieren arriesgar sus costosísimos aparatos después de haber perdido una cantidad ingente de ellos durante las primeras semanas de guerra y los ucranianos no tienen aviones con los que poder aspirar a dominar el aire. Quizá más adelante reciban los ansiados F-16. De momento, los norteamericanos se niegan.

Esta forma de guerra ha producido un gran número de bajas. Las imágenes de televisión se centran en los civiles muertos, que son las imágenes que el Gobierno ucraniano facilita para sus fines propagandísticos. Sin embargo, éstos han sido relativamente pocos, pues no llegan a los diez mil fallecidos que, con ser una cifra terrible, está muy lejos de los 130.000 muertos y heridos graves que su ejército, según cálculos norteamericanos, ha perdido. La misma suma de bajas ha sufrido Rusia, a pesar de lo cual la disidencia interna no sólo no se ha incrementado, sino que ha disminuido gracias al estímulo del nacionalismo ruso. Ya se verá si con el limitado armamento que de Occidente van a recibir los ucranianos son capaces de frenar la sangría de bajas, pues es evidente que, a igualdad de muertos y heridos, ganará Rusia, que posee mucha más población.

En la evolución de los acontecimientos, más allá del campo de batalla, la economía tiene mucho que decir. Por un lado, están las sanciones económicas, que hoy por hoy, al margen del triunfalismo occidental, se han revelado ineficaces. El PIB ruso apenas ha bajado tres puntos mientras que Ucrania ha perdió un tercio de su producción anual. Es probable que 2023 vea cifras positivas en el crecimiento ruso y el rublo se ha revalorizado levemente. Esto ocurre porque las sanciones no han tocado el gas y el petróleo porque Europa no se puede permitir prohibir su importación. La falta de esta prohibición ha sido aprovechada por algunos desaprensivos para comprar carburantes fósiles de Putin a buen precio y competir con ventaja con quienes sí se esfuerzan por boicotear los hidrocarburos rusos. Entre esos desaprensivos está la España de Sánchez que, a pesar de los gestos compungidos de nuestro presidente en Kiev, financia la maquinaria de guerra rusa comprando más gas ruso que nunca. Pero, hay otros muchos países que lo hacen. En Occidente, la guerra está ocasionando problemas económicos, pero mucho menos de lo que se esperaba, quizá porque el boicot a Rusia se está llevando a cabo muy enérgicamente sólo sobre el papel. Es evidente en cualquier caso que la guerra ha cortado la recuperación que se esperaba para después de la pandemia. Sin embargo, un sector económico que debería crecer exponencialmente y no lo hace es el de Defensa. No sólo hay que atender los pedidos de munición y armamentos de Ucrania, que consume en un mes la munición que a Estados Unidos le lleva un año fabricar, sino que es evidente que tenemos que reforzar nuestra Defensa por nuestro propio interés. Japón y Alemania, empecinados pacifistas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, han anunciado que se armarán, pero mientras Japón lo está inequívocamente haciendo por las amenazas de Corea del Norte y China, Alemania lo anuncia, pero no lo hace. Da la impresión de que en Berlín todos esperan que la paz llegue tarde o temprano y las cosas vuelvan a ser como antes, algo que es completamente imposible. Y China se encuentra en una encrucijada. Su prosperidad económica es hija de la globalización y esta guerra está dando al traste con ella, lo que debería empujarla a buscar la paz con todas sus fuerzas. Sin embargo, una vez estallado el conflicto, que ella quiere ver como uno entre Rusia y Occidente, no desea consentir que Occidente gane. En consecuencia, está tratando de encontrar una salida a la guerra que, con independencia de los perjuicios económicos que le haya traído, ayude a inaugurar ese nuevo orden mundial multipolar que suponga el fin de la superioridad norteamericana y occidental. En resumen, no ayudará a Rusia mientras ésta se baste para evitar una victoria occidental, pero si la ve incapaz de impedirla, la ayudará a resistir, aunque no sabemos hasta donde se comprometerá.

En el campo político, muchas cosas cambiarán. En Occidente, pululan las contradicciones ocultas tras la propaganda. Decimos que nos es indispensable que Ucrania gane para que venza la libertad y la democracia, pero no le damos las armas que necesita para lograr la victoria que tanto le deseamos. Queremos estrangular la economía rusa, pero tan sólo hemos conseguido abaratar su petróleo y su gas para que se lo compren los más hipócritas de nosotros, ayudando así a que Rusia derrote a Ucrania o al menos a que el coste de que venza se encarezca, en vidas y en ayuda material. El pretexto ucraniano, encima, está sirviendo para salvar a regímenes tan deplorables como el ruso. Así está ocurriendo con Venezuela, donde el Gobierno socialista español y el alto representante de la diplomacia europea, Josep Borrell, se saldrán con la suya y salvarán a Maduro. Turquía y Erdogan tratarán de sacar tajada de su posición mediadora aprovechando que su proximidad a Rusia justifica su tibieza en la defensa de Ucrania. Mientras, en el resto del mundo se va afirmando una especie de movimiento de no alineados bis que, sin querer respaldar la agresión rusa, tampoco aspira a oponerse francamente a ella. La visión de la situación podría degenerar y pasar de ser vista como una lucha de la libertad y la democracia contra la dictadura y la opresión, a contemplarse como un típico conflicto entre superpotencias por incrementar sus esferas de influencia.

Esto nos conduce a la última cuestión relativa a los cambios en el orden mundial. Occidente quiere ver el mundo salido de la Guerra Fría como uno en que los pueblos oprimidos por el comunismo pudieron elegir libremente integrarse en Occidente y disfrutar de prósperas democracias. Unos lo hicieron, como en el Este de Europa, y otros no pudieron o no quisieron, como en la mayoría de las repúblicas exsoviéticas. Cuando Ucrania quiso salirse de la esfera moscovita derrocando al Gobierno títere puesto por Putin y optando por integrarse en la Unión Europea y en la OTAN, Rusia decidió no consentirlo. Su visión es distinta a la occidental. En Moscú creen que Estados Unidos aprovechó la postración de Rusia tras la caída de la Unión Soviética para incrementar su esfera de influencia hasta donde antes dominaba Rusia y así rodearla amenazadoramente. Moscú ha dicho basta y esa negativa a aceptar verse cada vez más disminuida en su influencia es lo que ha provocado el conflicto. ¿Quién tiene razón?

Puede defenderse con solidez que desde 1991, el mundo es poco más o menos el que quiso Woodrow Wilson, sin imperios coloniales, sin esferas de influencia, sin países sometidos a otros donde cada pueblo elige sin injerencia exterior dónde quiere estar. Rusia pudo convertirse en una democracia, pero prefirió una dictadura de corte nacionalista. China pudo igualmente decidirse por un régimen democrático, pero quiso convertirse en una especie de país capital-comunista donde siguió gobernando el partido único, pero permitiendo que la economía capitalista trajera prosperidad y bienestar a la población. Aunque en el mundo árabe no ha florecido la democracia, el régimen de libertades ha prosperado en la India, en Indonesia o en Sudáfrica. Siguen existiendo países paria, como Corea del Norte o Irán, pero la gran mayoría se encuentra integrada en una economía globalizada que trae prosperidad para todos.

¿Son realmente así las cosas? Para Rusia, y también para China, la globalización, la democracia, el libre comercio, tan sólo han servido para que Estados Unidos extendiera su dominio en mayor o menor medida sobre todo el mundo y no ya sólo sobre Occidente, como hacía durante la Guerra Fría. No es que no haya esferas de influencia, es que sólo la tienen los norteamericanos. Rusia y China quieren acabar con esta situación y por eso son aliadas. Pero quieren hacerlo de forma muy distinta y por eso no terminan de serlo. Rusia quiere volver a tener su natural esfera de influencia en Europa central y del Este y en Asia central. Devolvérsela, en el caso de que fuera posible, no la hará más pacífica, pero sí conseguiría que estuviera más conforme con el status quo. En cualquier caso, si no se la detiene, no parará hasta llegar por lo menos hasta esa línea que discurre de Stettin a Trieste sobre la que Churchill dijo que había caído un telón de acero. Lo terrible es que muchos rusos creen que no están pidiendo nada que por derecho no les corresponda. Para China el asunto es completamente distinto. Por supuesto no le hace ascos a una esfera de influencia que debería por lo menos comprender Taiwán, el Mar del Sur de la China, Asia Central y seguramente también el Mar del Japón. Pero además quiere dominar la escena internacional de forma similar a cómo lo hace hoy Estados Unidos, controlando las organizaciones internacionales a través de su financiación, influyendo en las decisiones de todos los Gobiernos con argumentos económicos, firmando toda clase de acuerdos de cooperación con Estados más débiles que luego apoyen a Pekín en los foros internacionales donde pretenda hacer valer sus ambiciones globales. En ese mundo que ambiciona China, Rusia juega un papel muy subalterno. Por eso no es fácil que se mantengan de acuerdo mucho tiempo. La pregunta es: ¿qué futuro ayudará a conformar la guerra de Ucrania? ¿La definitiva desaparición de las esferas de influencia con la mayoría de los países disfrutando de una genuina independencia? ¿El fin del dominio global de los Estados Unidos que tendrá que conformarse como en la Guerra Fría con controlar tan sólo Occidente? ¿Facilitará que China extienda su influencia global como lo ha estado haciendo Estados Unidos, pero con otras formas y otros medios?

Es imposible adivinar siquiera una brizna de lo que el futuro deparará. Lo que sí se intuye es que todos, incluidos los españoles, nos jugamos mucho en lo que resulte de esta guerra. Y no tiene sentido ponerlo en almoneda por ahorrarnos unos pocos céntimos en la cuenta del gas.

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