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Pedro de Tena

¿De dónde vienes, Homo Sapiens?

Estamos lejos todavía de poder comprender cómo pudo ocurrir que en un planeta como la Tierra surgiera la vida.

El cráneo y el maxilar de homo antecessor encontrados en Atapuerca | C.Jordá

En estos tiempos de cólera, ópera bufa y ligera densidad, considerar las viejas preguntas sustanciales de la vida humana (quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos) parece un esfuerzo inútil. Más concretamente en España, dónde la sublime politización de las minorías y la fuga de las mayorías hacia el hedonismo barato y la soberanía del criterio personal fundado en la "autoridad" de las redes sociales o en la ocurrencia, hacerse estas preguntas en serio parece simplemente ridículo. Sin embargo, hay quienes siguen investigando científicamente cuál es el origen –de dónde viene—, de la especie humana que ha terminado adueñándose del planeta Tierra, nadie sabe si para bien.

Acaba de salir un libro que trata de actualizar algunas respuestas. Se trata naturalmente de una argumentación científica, lejana a los supuestos mitológicos, religiosos o metafísicos, y que se atiene a las deducciones que son posibles a partir de métodos renovados de tratamiento de pruebas materiales consideradas irrefutables (por ahora). Ni siquiera tiene en cuenta la hipótesis evolutiva del origen animal de los seres humanos, sino que restringe sus afirmaciones a la especie humana como tal y su constitución a lo largo de milenios.

Aunque para los jóvenes y no tan jóvenes actuales parezca un relato de ciencia-ficción, cuando los párvulos de mi generación (1951) íbamos a la escuela, la prehistoria apenas se explicaba a pesar de que los restos del hombre de Heidelberg, primo muy lejano del hombre de Neandertal, se habían encontrado, como los de éste, a principio del siglo XIX. Fueron las servidumbres de la educación pública y privada –tal vez, y mejor dicho, adoctrinamiento—, en la primera época franquista que, al poco tiempo, dejaría paso a una instrucción más acorde con el desarrollo de la ciencia.

Todavía en la Enciclopedia Álvarez de 1963, primer grado, se decía sobre los orígenes de la humanidad que nuestros primeros padres fueron Adán y Eva, que tuvieron tres hijos: Caín, Abel (asesinado por éste) y Seth. Pero se hicieron tan malos que Dios los sometió a un terrible diluvio del que sólo se salvó la familia de Noé y los animales que iban en su Arca. Y de ahí, hasta hoy. Era la Historia Sagrada sin más historia.

Ya en 1965, en la misma Enciclopedia para parvulitos al hablar sobre los primeros hombres, se añadía: "Los primeros hombres que hubo en la tierra vivían en cuevas o en chozas; se vestían con pieles y no sabían lo que era el fuego. Sus herramientas eran de piedra y se dedicaban a pintar, a cazar y a construir monumentos con piedras muy grandes. Después, ya se dedicaron a cultivar lo tierra y a guardar ganado. Inventaron el fuego y poco a poco fueron progresando".

No mucho después, en la misma Enciclopedia, adaptada para alumnos un poco mayores, se definía que "Prehistoria es la ciencia que estudia la vida del hombre desde su aparición sobre la tierra hasta que tuvimos de él noticias escritas" y la dividía en dos grandes períodos, la Edad de piedra y la Edad de los metales. "La Edad de piedra se divide en dos períodos: el Paleolítico y el Neolítico, y la Edad de los metales, en tres: el del cobre, el del bronce y el del hierro".

Sirva lo dicho para ilustrar cómo fue el extraño proceso educativo por el que aquellos españoles pasamos para llegar a explicarnos de dónde venimos. Luego supimos de las cuevas de Altamira y de otras que nos remontaban a épocas muy antiguas y a progenies antecedentes de la humana actual, desde los neandertales a los hombres de Cromagnon antes de la aparición del homo sapiens que somos. Lo del remotísimo hombre de Atapuerca, Homo antecessor, y otros descubrimientos, es mucho más reciente, aunque se extiende en el tiempo más allá de la formación de la especie final humana. Por eso, muchos necesitamos actualizar nuestra idea acerca de dónde venimos.

Muchos nos quedamos por allá o por acá, pero si los más viejos y los jóvenes quieren ponerse al día, es preciso leer el libro del paleoantropólogo Tom Higham titulado El mundo antes de nosotros. Cómo la ciencia está reescribiendo los orígenes de la humanidad, Editorial Planeta, S.A., 2023:

Este libro explora el Paleolítico (o Edad de Piedra), una fase fundamental de la evolución humana que abarca aproximadamente entre 300 000 y 40 000 años atrás; un período en el que nosotros, Homo sapiens, nos convertimos en nosotros. Este campo de investigación ha cambiado radicalmente en las dos últimas décadas, y lo que ahora sabemos sobre nuestro pasado remoto difiere mucho de lo que creíamos hace tiempo. Esta es una historia de investigación arqueológica, a menudo en terreno dificultoso, combinada con nuevos métodos de laboratorio que nos ayudan a contestar las preguntas más fundamentales: de dónde venimos y cómo nos convertimos en humanos.

Muy implicado en el trabajo arqueológico en la cueva de Denísova en Siberia y muy atento a la aparición de lo que llama los denisovanos, primos lejanos del Homo sapiens (nosotros) y primos cercanos de los neandertales, Higham nos informa de que lo que sabemos de la evolución de nuestro género Homo ha cambiado en veinte años de una forma impresionante. La Tierra primigenia –la compara con la "Tierra media" de Tolkien--, contaba con varios tipos humanos en diferentes partes del mundo. El libro trata de contar quiénes fueron tales y por qué, al final, sólo quedamos los humanos actuales.

Aunque "el Paleolítico empieza con los primeros útiles líticos, datados actualmente hace unos 3,3 millones de años en África, en el yacimiento keniata de Lomekwi," y el Paleolítico Medio comienza hace 300.000-350.000 años (neandertales) y termina entre 40 000 y 50 000 años atrás, el libro de Highan se centra en los Paleolítico Medio y Superior, y en cómo se pasó de uno a otro. Recuérdese que tras ellos se definen otros períodos como el Mesolítico, que empieza hace unos 15 000 años, al término de un largo período de frío glacial conocido como la Edad de Hielo. Luego, con el aumento de la temperatura, reconocemos el Neolítico, que da comienzo hacia el 10.000 a. C. ya con desarrollo agrícola y ganadero, instrumentos más ajustados y útiles parecidos a los nuestros a pesar de sus diferencias técnicas.

África fue el escenario donde aparecieron los primeros antepasados humanos hace 300.000 años y de ahí se extendieron por el mundo. Allí se encontraron con otros varios linajes humanos como el Homo naledi y el Homo heidelbergensis. Tras el éxodo a Europa y Asia convivieron con otras especies humanas. En la primera y Asia Central estaban los neandertales, los parientes más conocidos. Pero al desplazarse hacia Oriente, se encontraron tal vez con los denisovanos, los hobbits de Indonesia y el hombre de Luzón (Filipinas), descubierto en 2019. Tal vez coincidieron incluso con el antiquísimo Homo erectus (1,6 millones de años atrás hasta hace 50.000) en la Siberia templada, el sudeste asiático y Australia. Quién sabe si alguna más.

Defiende Higham contra otros paleontólogos que los "diversos grupos de humanos se cruzaban con frecuencia cuando se encontraban, lo que pone en cuestión nuestro concepto tradicional de ‘especie’, y sobre lo que es una especie". Con respecto al género Homo, dice Higham, "está claro que requiere ser enjuiciado con ojos nuevos, habida cuenta de todos los cambios a los que hemos asistido en los últimos años. Se creía que la especiación se producía cuando dos poblaciones no son capaces de producir descendencia fértil. Desde que Linneo alumbró la ciencia de la taxonomía, nos hemos acostumbrado a contemplar las especies como entes separados y susceptibles de ser encasillados en categorías estancas. Pero no ocurre así: las fronteras son difusas para la mayoría de las especies" que se hibridan con regularidad. Es más, el éxito de los humanos en términos evolutivos hasta el Homo sapiens se ha intensificado considerablemente "por nuestra tendencia a la hibridación".

Se sabe ahora que "hubo largos períodos de coincidencia entre nosotros y los neandertales en Europa, y probablemente también con los denisovanos en otras regiones, es decir, que se contempla ahora a "un mosaico de grupos humanos geográficamente separados, pero con encuentros y cruzamientos ocasionales". Gracias a su aportación genética, "estos primos humanos nuestros no se perdieron por completo. Viven en nosotros en partes diferentes y ahora fragmentadas de nuestro ADN. Más del 20 por ciento del genoma neandertal puede recuperarse de poblaciones humanas modernas, quizá un porcentaje mayor. Pronto averiguaremos cuánto del genoma denisovano se nos puede extraer para unirlo de nuevo, y conoceremos cada vez más lo que hemos heredado y lo que no".

Estas aportaciones genéticas, auténticos regalos, son las que hacen posible que podamos resistir las altitudes del Tíbet, el frío de Groenlandia, las enfermedades en Melanesia o habernos adaptado tan exitosamente a medios naturales diferentes del original africano.

En una década, muchos métodos nuevos y aplicaciones técnicas se coordinan para analizar los vestigios, desde las dataciones temporales muy precisas a los estudios de los ADN. Hay muchas nuevas excavaciones y los métodos científicos más avanzados harán que "cada día conozcamos más sobre denisovanos, neandertales, hobbits, Homo luzonensis, Homo erectus y quizá otros grupos humanos todavía por descubrir".

Es decir, vivimos no un momento de claridad –queda mucho por conocer— sino de emociones ante las expectativas ciertas de nuevos descubrimientos e interpretaciones. Ramón y Cajal ya aceptaba que, "a título provisional… el hombre tiene más de mono que de ángel y que carece de títulos para envanecerse y engreírse". A muchos escandalizó que el hombre estuviera aupado sobre los hombros de formas animales inferiores como mantuvo Darwin, pero hoy se sostiene con naturalidad, como hace Juan Luis Ursuaga, que no es que vengamos del mono, sino que realmente somos monos. Compartimos el 86% de material genético con el orangután, un 98.25% con los gorilas y el 99% con los chimpancés, según los primatólogos.

Sin embargo estamos lejos todavía de poder comprender cómo pudo ocurrir que en un planeta como la Tierra surgiera la vida, una única posibilidad de combinación de elementos entre millones de otras, y de esa vida fueran surgiendo formas animales que, con el paso del tiempo, dieran paso a la única forma humana, los humanos actuales. O sea, que la respuesta global a la pregunta "De dónde venimos" no puede responderse científicamente. Como máximo, se explica cómo hemos venido a estar aquí en los últimos miles de años. Algo es algo. Al menos, nos hace olvidar por unos momentos la obsesión política que nos aflige desde hace tres siglos.

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