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Cristina Losada

Triunfo y tiranía del neofeminismo: las malas ganadoras

El neofeminismo es el resultado del despegue de la realidad que se produce cuando no se reconoce ni se quiere reconocer la realidad.

El neofeminismo es el resultado del despegue de la realidad que se produce cuando no se reconoce ni se quiere reconocer la realidad.
La secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez; la ministra de Igualdad, Irene Montero; la secretaria de Estado para la Agenda 2030​ , Lilith Vestrynge, y la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, Victoria Rosell, en la manifestación del 8M. | EFE

El feminismo vive, en apariencia, su instante de mayor triunfo. Qué es el feminismo es cuestión que hemos de dejar aparte para no entrar en discusiones bizantinas, pero es innegable que el término "feminismo" está en todas partes y en boca de todos. Desde las celebridades del mundo del espectáculo y los grandes medios hasta cualquier aprendiz de política, todos y, en especial, todas, se declaran feministas. Este entusiasmo declamativo y esta unanimidad son algo reciente en España. Por la extensión que ha adquirido el curioso fenómeno, hay que concluir que proclamarse feminista resulta prácticamente obligado, si no obligatorio, y que lo es, por lo menos, para quien tenga alguna presencia en la esfera pública. Se ha hecho normativo abrazar el término y con él, a la causa que se supone que representa, aunque no se conozca bien y existan versiones diferentes. Lo primero que llama la atención de este aparente triunfo del feminismo es que se trata del triunfo de un término.

El triunfo del término entraña algo más que el goteo constante de proclamaciones de feminismo por parte de personajes con proyección pública. Va acompañado de nuevas convenciones sociales y de actos políticos, como la aprobación de leyes que se suponen grandes avances del feminismo, cambios en la correosa sociedad patriarcal, combates contra un sistémico machismo o pasos hacia una "igualdad real" que se hace percibir que no se alcanzará nunca. Porque se da a entender que nada será suficiente para compensar los siglos de invisibilidad y opresión que ha sufrido la mujer, a la que se le confiere el estatus de especie amenazada a perpetuidad.

El pasado se reescribe para afirmar que las mujeres nunca pintaron nada en la sociedad (siempre la occidental, de otras no se habla: son "otras culturas"), aunque cada tanto, como la excepción que confirma la regla, se redescubren como feministas a ciertas mujeres de otros siglos o de la Antigüedad, y se hace ver que eran algo parecido a las activistas del feminismo actual. Pero las figuras femeninas del pasado que fueron importantes en su época o que fueron, de verdad, pioneras del feminismo, desaparecen en la reescritura. Se ignora a las mujeres que, como las reinas, ocuparon las máximas posiciones de poder. El feminismo triunfante tiene que eliminar a las mujeres de la Historia para poder contar su cuento de la invisibilidad.

Sigamos, no obstante, con el triunfo del término, y vayamos a aquello que puede explicarlo. Está en el mismo origen de este fenómeno, en lo que fue su pista de despegue. Fue, en concreto, el cine. Fueron las actrices de Hollywood que hace unos seis años se lanzaron a denunciar públicamente, a través de las redes sociales, a hombres del cine y de su industria a los que acusaron de haberlas acosado o agredido sexualmente en épocas anteriores. Es el #MeToo, del que la directora Jane Campion dijo que era el equivalente, para las mujeres, del fin del apartheid en Sudáfrica. ¡El fin del apartheid a las mujeres en Hollywood! El mismo Hollywood que ha hecho estrellas y ricas a tantas de ellas. Increíble. Se han calmado un poco las aguas de aquella "justicia popular" que montaron las celebrities, y que metió todo —y a todos— en el mismo saco, al punto de que un comentario soez podía ser tan grave como una violación, pero hay que recordar qué fue el desencandenante. De modo muy simbólico además. El #MeToo representa a la perfección el gran acto de revancha que anida en este triunfo del feminismo.

No hubo un #MeToo español, pero hay que tener presente lo de Hollywood para explicarse lo que ocurrió aquí al año siguiente, cuando el 8 de marzo, unas manifestaciones del Día de la Mujer que no solían ser masivas, fueron de pronto multitudinarias. Hay que relacionarlo porque aquella "huelga feminista" contó con el apoyo y la convocatoria explícita de grandes canales de televisión, de las comunicadoras y programas matinales de las cadenas, sensibles a las tendencias de moda, más aún cuando vienen con el glamour incluido. Añádase la influencia que tenía entonces la publicidad del juicio del caso de La Manada, que empezó a celebrarse a finales de 2017, y tenemos a la vista el crucial papel de los grandes medios, y más los audiovisuales, en este triunfo del feminismo que comentamos. Cuando algo empieza en el mundo del espectáculo, tiende a seguir en el espectáculo.

Aquello que he llamado el triunfo del feminismo resulta ser más bien la omnipresencia del término feminismo y la aceptación sumisa de todo cuanto lleve esa etiqueta, se trate de nuevas convenciones o de nuevas leyes. Pero en medio de este triunfo aplastante, de este predominio absoluto, hay grietas por las que se vislumbra la artificiosidad del montaje. Si uno se pregunta de qué ha servido este tremendo avance del feminismo, esta supuesta concienciación general, esta inédita unanimidad declarativa, para resolver problemas de las mujeres reales, se encontrará con pocos o nulos resultados. Algunos se han agravado, como los que son competencia de la Ley contra la Violencia de Género, que fue la primera aportación del feminismo triunfante, ya con el rasgo característico de romper el principio de igualdad ante la ley.

Los dos avances históricos, los dos hitos del feminismo en España, que iban a ser la la ley del sólo sí es sí y la ley Trans, como anunciaron a bombo y platillo los dos partidos del Gobierno, no sólo tienen (y tendrán) efectos perversos y temibles consecuencias. También han desatado una guerra en el propio feminismo. Una guerra entre aquellas que aún mantienen un pie en la tierra y las que están completamente fuera de la realidad, excepto cuando se trata de un asunto de gran importancia en este juego, que es el de ocupar puestos. En eso sí que hay resultados. Una guerra entre las que todavía creen que hay certezas biológicas y afirman que hay dos sexos distintos y las que han llevado la sustitución del sexo por el género hasta sus últimas consecuencias disparatadas y afirman que el género no existe y es sólo un "constructo social".

Para entender lo artificioso y falso del triunfo del feminismo y del feminismo triunfante, hay que recurrir a una idea que apunta Alain Finkielkraut en su último ensayo La posliteratura: el feminismo no ha sabido ganar. "Sabíamos que había malos perdedores. Pero es que ha llegado el tiempo insólito de las malas ganadoras que se niegan absolutamente a admitir que su objetivo —a saber, el desmantelamiento del patriarcado en las sociedades occidentales— ya se ha alcanzado. Saborear las mieles de la victoria conservando al mismo tiempo la aureola de víctima y sin dejar nunca de reivindicar: tal es su triple ambición".

En una reciente entrevista en El Mundo decía: "Ha habido malos perdedores y las neofeministas son malas ganadoras. La píldora fue un gran acontecimiento, mató al patriarcado. Ahora las mujeres pueden divorciarse cuando quieran; pueden incluso tener hijos solas con las nuevas tecnologías. La reproducción asistida para mujeres solteras ya es legal. Tienen acceso a todos los empleos. Son ministras en carteras de Estado, en el ministerio de Defensa, y no sólo en el ámbito de los cuidados. (...) Hoy las mujeres ocupan los puestos más altos, pero la lucha continúa. Salvo que es menos una lucha por la igualdad, que ya se da, y cada vez más una lucha por los cargos disponibles. ¡Quitaos de en medio, hombres!.... No sé hasta dónde llegará esa lucha, si se detendrá. Lo que no me gusta es la coartada que se da a sí misma".

El neofeminismo es el resultado del despegue de la realidad que se produce cuando no se reconoce ni se quiere reconocer la realidad. Cuando se niega que la igualdad ante la ley sea la igualdad. De esa negación de la igualdad parte todo lo demás. Un delirio. Pero son delirios que no se quedan en la nebulosa de las elucubraciones, sino que se trasladan al mundo real, tienen graves consecuencias para personas reales y se imponen como una tiranía. Una tiranía que es aceptada e incluso bienvenida, no puede negarse, por mujeres reales que acogen, de buen grado, un discurso que las adula, las victimiza y les ofrece recompensas. Todo lo que hizo el feminismo de antaño en pro de la autonomía y la independencia de las mujeres lo está deshaciendo un neofeminismo que fragiliza a la mujer para hacerse con su tutela. Por eso el neofeminismo tiene que liquidar y está liquidando al feminismo.

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