
El idioma francés le da una elegancia plácida al discurso social o político. Lo envuelve en un quelque-chose glamuroso al que uno se abandona sin remedio. Como el tema de hoy es delicado, he querido incluir la lengua gala en el título con la esperanza de que la referencia a uno de nuestros intelectuales de lustre se perciba tan vacilante como realizada con el respeto que la ocasión merece.
El caso es que estoy a favor de la moción Tamames, a pesar mío. No puedo ignorar su condición de espontáneo valiente dispuesto a torear a Sánchez en el Congreso. Pero tal virtud viene precedida también de posiciones no muy lejanas de conchaveo con Artur Mas y su rancio nacionalismo de traje y corbata convergente. Y tal proximidad me espanta, porque acostumbra a enmascarar el deseo de pescar en cualquier caladero que provea de dinero y fama.
Decidirme no ha sido fácil. Hasta que recordé que hubo una vez, allá por el 2005, en que "nació un nuevo partido". La semilla de lo que luego fue Ciudadanos comenzó a labrarse por entonces. Aunque, en esa época, nos referíamos a dicha iniciativa política como el 'partido de Boadella'. Y esta costumbre tenía su porqué. Fue la persona que dio impulso, hizo visible y logró hacer crecer el proyecto. Cuando llamabas a alguien para recabar apoyos y mencionabas que eras de Ciudadanos, nadie, pero nadie, sabía de qué le hablabas. Sin embargo, en cuanto introducías el nombre del dramaturgo en la conversación, la voz del interlocutor al otro lado del teléfono cambiaba, notabas como sonreía, la puerta se abría y todo eran facilidades y buen rollo. Así que, pensando en esto, caí en la cuenta de que algo parecido podría suceder con el nombre del economista que Vox había propuesto para su moción.