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Enrique Navarro

Putin al banquillo

Rusia ya sabe que cualquier acuerdo de paz pasará por el sometimiento de Putin a la justicia internacional o su condena al ostracismo.

El presidente ruso Vladimir Putin | EFE

La orden de arresto emitida por la Corte Penal Internacional, presidida por el polaco Piotr Hofmanski, contra Vladimir Putin y la Comisionada Rusa para los Derechos del Niño, María Alekseyevna Lvova-Belova, constituye un antecedente casi único en la historia. Se dirige contra el presidente en ejercicio de un país miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y una de las naciones vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, derribando el mito de que hay personas o estados intocables.

Soy consciente de que la pésima relación entre Estados Unidos y la Corte Penal por sus investigaciones contra norteamericanos en las guerras de Irak y Afganistán, así como que países como China, Rusia e Israel no hayan reconocido su validez, pueden dar la imagen de que todo esto no sirve para nada, y que en todo caso puede suponer cerrar otra posible puerta de salida al conflicto de Ucrania.

Sin embargo, Rusia ya sabe que cualquier acuerdo de paz pasará por el sometimiento de Putin a la justicia internacional o su condena al ostracismo si permanece en el cargo, lo que augura, en el mejor de los casos, una vida de insignificancia.

Los cargos son muy evidentes y han sido probados después de cientos de actuaciones y entrevistas sobre el terreno: el secuestro sistemático de niños ucranianos para ser reeducados sin sus padres en las tesis de Moscú, exactamente lo mismo que hizo Stalin con Ucrania hace casi cien años. Sin duda, es la forma de genocidio más cruel que puede cometerse, ya que condena a los jóvenes en vida a vivir lejos de sus familias y estigmatizados por su origen.

La recepción de la orden en Moscú no ha sido muy diferente de la de otras potencias en el pasado, acusar al acusador de parcialidad y lo hemos visto siempre que las autoridades de un país han sido acusadas de crímenes contra la humanidad. La respuesta amenazante de Medvedev es la prueba más evidente del daño que ha producido la decisión en Rusia.

Podemos concluir que desde el punto de vista geoestratégico, la actuación de la Corte no resuelve nada y viene a complicar la salida al conflicto, pero eso no es lo importante y no es en lo que debemos fijarnos.

Esta parte del mundo que llamamos civilización occidental es algo que pertenece básicamente a los europeos del continente que fueron colonizados por Roma o que se adhirieron a esta como sistema de convivencia. El origen de todo esto se llamó Grecia y ocurrió hace unos dos mil quinientos años. La polis griega era sobre todo una sociedad ética y la ciencia política era la ciencia de dicha sociedad ética. La aproximación al estado no debía ser desde el punto de la vista de la Jurisprudencia que caracteriza al mundo anglosajón, sino desde el aspecto moral. No se trata de cómo el estado se organiza, o cuáles son los impuestos, sino de cómo toda esta estructura se dirige a cumplir con unos valores individuales, primero, y colectivos después, de contenido ético, que deben ser preservados. Como decía Aristóteles, entre la política y la ética no puede haber diferencia. ¡Eran otros tiempos!

Y este es el fundamento de lo que somos. Creemos que existen unos principios morales inmutables que deben ser respetados por el estado y por los individuos. Creemos que los conceptos de verdad y Justicia son absolutos y moralmente irrenunciables. No depende de la fuerza del agresor ni de su importancia, la Justicia no es una cuestión de connivencia, sino un valor en sí mismo que debe ser respetado, especialmente por los más poderosos, ya que si algo persigue el Derecho es proteger al débil frente al fuerte, como antes lo fue a los siervos de los señores o a los nobles de los reyes.

Cuando se cometen delitos tan atroces como los que implica la acusación, no podemos quedar indiferentes, ni debemos considerar aspectos de oportunidad; aplicar Justicia es un valor en sí mismo superior a cualquier otro, y no importan cuáles sean las consecuencias de su aplicación. Como decía el viejo aforismo romano dura lex sed lex.

Otro aspecto que me parece tremendamente relevante de la decisión es la que afecta a la naturaleza de la guerra. Señalaban nuestros clásicos como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto o Francisco Suárez, que la guerra no puede ser ajena al concepto de Justicia, es más, es sobre todo una cuestión de Justicia. Es decir, no cabe utilizar la guerra de una forma que atente contra principios morales comúnmente aceptados, y de hecho, Suárez reclama a los funcionarios que constaten previamente la justicia de su guerra ya que podrán ser acusados de cometer actos contra el derecho de gentes.

Si la caracterización de una guerra dependiera de la voluntad o deseo de la autoridad, todos en un conflicto pensarían que su participación en la guerra reúne la cualidad de justa; es por ello que para un correcto análisis, deben constatarse hechos objetivos que determinen quién tiene la razón. Una de las cuestiones más analizadas y que definen con más nitidez la injusticia de una agresión es la desproporcionalidad de la agresión a los fines. No solo es que el recurso a la guerra deba ser el último, cuando todas las demás vías para conseguir una satisfacción se han cerrado, es que la forma de conducir la guerra debe acarrear unos procedimientos que aseguren que la fuerza se destina a la consecución de la victoria militar, y no a exterminios o a destruir a la nación atacada por placer o estrategia, y esto es clarificador en el caso de la agresión rusa a Ucrania.

Lo que la decisión de la CPI implica es declarar ante el mundo que la agresión de Rusia es injusta, que ha traspasado todos los límites de la moral y la Justicia; que cualquier razón que pudiera aducir Rusia como un potencial peligro para su nación queda difuminada por el hecho de los crímenes que se están imputando.

El secuestro de miles de niños, sacados a la fuerza de sus casas y trasladados a centros de internamiento con el fin de ser reeducados en "archipiélagos Gulag" está dentro de la perversa mentalidad de estalinismo que permanece viva en la Rusia actual, y no basta más que ver los homenajes a Josef Stalin, el mayor criminal del siglo XX, para darnos cuenta de que el enemigo es perverso, cruel, inmoral e injusto. Para restablecer el equilibrio que la Justicia requiere, los autores de semejante atrocidad deben ser perseguidos y condenados, no importa cómo de difícil sea o cuánto tiempo se tarde, es un mandato al que nos obligan nuestros principios morales y el afán de Justicia. Cuando un estado sacrifica la Justicia, la libertad y la soberanía de las naciones, no solo comete un gran error moral, sino que renuncia a los fundamentos de su propia existencia devolviéndonos a la ley de la selva. El respeto a las fronteras y a la seguridad de los pueblos constituye el valor más importante del derecho internacional y por ende de la convivencia entre todos.

Putin podrá ganar la guerra y conquistar Ucrania, pero de qué le servirá si al final será un perseguido; será emperador de un imperio aislado; siempre vivirá con la maldición de que un día alguien podrá deponerle y enviarle a La Haya a sentarse ante el tribunal de la Justicia universal, y entonces será un pobre imputado que se pudrirá en la cárcel, olvidado y vilipendiado por todos aquellos que hoy lo entronizan.

Y sobre todo es un aviso a las grandes potencias de que nunca podrán abusar de los débiles para satisfacer sus intereses si para ello deben traspasar los límites de la Justicia, la moral y la decencia. Pero hay un hecho mucho más relevante; esta decisión nos hace sentirnos un poco más orgullosos de lo que somos y de lo que representa ser europeo.

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