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José García Domínguez

La moción de censura que ha incendiado Francia

Le Pen ha obtenido un éxito indiscutible tanto para sí misma como para su partido. A este lado de los Pirineos nadie puede decir lo mismo.

Le Pen ha obtenido un éxito indiscutible tanto para sí misma como para su partido. A este lado de los Pirineos nadie puede decir lo mismo.
Disturbios en París en protesta por la reforma de las pensiones. | EFE

Únicamente existe una razón, solo una, que explique por qué Marine Le Pen no está ocupando hoy el despacho de la Presidencia de la República de Francia en el Palacio del Elíseo. Y esa razón exclusiva tiene un nombre: pensionistas. Ocurre que los pensionistas votan de modo abrumadoramente mayoritario a Macron. O, al menos, eso hacían hasta ahora. Al punto de que sin el apoyo casi monolítico de ese tramo del censo electoral, el grupo que representa un volumen de población que ronda ya una cuarta parte del total de los habitantes del hexágono (los jubilados suponen un 24% de los franceses, por ser precisos), los iliberales de la derecha soberanista se habrían hecho hace tiempo con el poder. Y es que el gran soporte sociológico políticamente estabilizador del tablero, lo que hasta ahora ha evitado que Francia desgarre las costuras del consenso liberal-socialdemócrata sobre el que se asientan tanto su propio orden interno como el europeo, recae en dos segmentos muy concretos y específicos: el de los jubilados y pensionistas, por un lado, y el de los funcionarios vitalicios del Estado, por el otro; dos estratos numerosísimos que, sumados, representan nada menos que el 44% de la pirámide demográfica de Francia, casi uno de cada dos habitantes.

De ahí que ganar su apoyo resulte en extremo crítico para cualquiera que gobierne o que aspire a gobernar. De hecho, fueron esas dos capas, ellas en solitario, las que, en 2017, lograron frenar la marea antisistema en sus dos variantes contrapuestas, la de la nueva derecha populista representada por la Agrupación Nacional, y la de la nueva izquierda antiglobalista, esa que se articula en torno a la Francia Insumisa de Mélenchon. A Macron le votó en la segunda vuelta, la decisiva, un aplastante 74% de los jubilados y un no menos significativo 61% de los empleados del Estado. Algo, esos porcentajes tan abrumadores, que explica muchas cosas. Sin ir más lejos, explica que, al tiempo que las barricadas arden en las grandes avenidas de París y del resto de las ciudades importantes por la reforma de las pensiones, nadie, ni los sindicatos ni los partidos de todo el arco ideológico que se oponen con furia a las medidas, ponga en cuestión los privilegios sorprendentes que continuarán recibiendo los funcionarios en el instante de jubilarse.

Así, mientras que el monto de la pensión a ingresar por cualquier francés corriente se calcula a partir de un promedio de los salarios que percibió a lo largo de sus últimos 25 años de vida laboral, las de los funcionarios públicos solo tienen en cuenta las nóminas de los 6 meses previos al cese definitivo de su actividad. O sea, el período durante el cual percibieron los emolumentos más altos, con gran diferencia, de su carrera en la Administración. Pero nadie, decía, quiere hablar de ese asunto. Y también la hipertrofia de las clases pasivas y del funcionariado que caracteriza al cuerpo social francés sirve para entender la peligrosa fractura que se acaba de producir dentro del bloque oficialista en el Parlamento, tras la ruptura de la disciplina de voto por parte de 19 diputados de la derecha convencional, la clásica, eso que todavía queda en pie del viejo gaullismo y que ahora factura en las urnas bajo la marca de Los Republicanos. Pues no por casualidad esos 19 disidentes que han forzado al límite la aritmética parlamentaria sobre la que se asienta el Gobierno, al punto punto de que la censura del Ejecutivo no triunfó por apenas 9 votos en la Asamblea, representan a departamentos de las áreas rurales y empobrecidas del país, además de a territorios del noroeste desindustrializado; los dos exponentes geográficos de la Francia decadente y muy envejecida que ha perdido el tren de la globalización.

Se trata de los mismos territorios donde Le Pen posee mayor fuerza y NUPES, la coalición de toda la izquierda que se articula en torno al liderazgo de Mélenchon, obtiene de un tiempo a esta parte sus mejores resultados. Circunscripciones, esas cada vez más difíciles para los candidatos de los partidos tradicionales, en las que los 19 tránsfugas de la mayoría tuvieron que pelear muy duro para sacar sus respectivos escaños en el balotaje frente a candidatos de la Agrupación Nacional o de la Francia Insumisa que les pisaban los talones. Y es que, más que el antiguo modelo de las pensiones, lo que querían salvar a toda costa los disidentes de la derecha eran sus sillones en la Asamblea Nacional. En Francia, un país tan aficionado a las mociones de censura como los españoles a las cañas, se han presentado en el Parlamento más de 100 proposiciones de ese tipo solo en tiempos de la actual Quinta República (únicamente contra antiguo concejal del Ayuntamiento de Barcelona Manuel Valls se llegaron a tramitar 3).

Un febril trajín censor que se explica por el hecho de que el famoso artículo 49.3, esa cláusula constitucional que avaló el decretazo de Macron, permite aprobar leyes de espaldas al Parlamento que entran en vigor en las siguientes 24 horas, salvo que los diputados presenten una moción de censura exitosa, eso que estuvo tan a punto de ocurrir la semana pasada. Se presentan, pues, por necesidad, no por vicio. De las más de 100 anteriores, en cualquier caso, sólo una llegó a tener éxito. Un triunfo que no les sirvió para nada a sus promotores. Porque Pompidou, el Primer Ministro de De Gaulle en 1962, tras salir derrotado en la preceptiva votación y tener que acudir a unas nuevas elecciones generales como candidato después de la disolución de la Cámara, volvió a ser nombrado para el mismo cargo por el general al ganar los gaullistas por amplia mayoría. Otros tiempos. Otro país.

Entre muchas más diferencias, porque en la Francia de 1970 había 3 trabajadores activos cotizando cada mes para costear entre los 3 la nómina de un pensionista; hoy, en 2023, no llegan a 1,7 los trabajadores activos que se ven obligados a hacer lo mismo para que el sistema de reparto no quiebre. Y bajando. Le Pen, tras forzar con inteligencia estratégica y muy medida contención escénica un movimiento parlamentario cuyas consecuencias últimas para el Gobierno de Francia todavía no se pueden saber en estas horas de revuelta en las calles, ha obtenido un éxito indiscutible tanto para sí misma como para su partido. Mucho me temo que a este lado de los Pirineos nadie puede decir lo mismo.

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