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Jaime Vázquez Allegue

Los manuscritos del Mar Muerto: el descubrimiento arqueológico más importante del siglo XX

El hallazgo de los manuscritos del Mar Muerto está mezclado de leyendas inquietantes, guerras, disputas religiosas, conflictos económicos y política.

El hallazgo de los manuscritos del Mar Muerto está mezclado de leyendas inquietantes, guerras, disputas religiosas, conflictos económicos y política.
Manuscrito del Génesis Apócrifo encontrado en 1948. | Arzalia
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¿Cómo contar la historia del día a día del descubrimiento arqueológico más importante del siglo XX, cuando sus protagonistas ya no estaban? ¿Cómo relatar el día a día de cada campaña en los yacimientos, si todas las miradas se habían fijado en la interpretación de los textos? Lo que me parecía una necesidad era, en realidad, una ausencia. ¿Cómo leer aquellos documentos si no sabíamos cómo habían sido descubiertos?

Estaba en Jerusalén, en una de las salas de la biblioteca de la École Biblique. En aquel lugar, cincuenta años antes, Roland de Vaux había pasado horas, muchas horas de su vida, tal vez más de las que había dedicado a trabajar en las excavaciones. Quizás, aquella era la misma silla en la que se sentaba el arqueólogo. Quizás, la misma mesa. Sin duda, los mismos libros. El profesor Émile Puech me había dicho que antes de empezar la investigación tenía que pasar unas semanas revisando los libros de la Sala De Vaux, como la denominaban. Los frailes habían reunido allí todas las obras que se estaban publicando sobre los manuscritos del Mar Muerto.

En efecto, pasé varias semanas ojeando las páginas de los libros que el fraile dominico había utilizado durante años. De vez en cuando me encontraba octavillas con apuntes escritos a lápiz. Trozos de papel recortados a mano, llenos de indicaciones en francés. Era su letra. Inconfundible. En sus anotaciones lo cuestionaba todo. Corregía, tachaba, hacía dibujos, cálculos, gráficos. Confieso que aquella fue la única ocasión en mi vida que tuve intenciones de robar. Por un momento, pensé meterme en el bolsillo uno de aquellos papeles con la letra a lápiz del fraile más importante en la historia de la arqueología bíblica. Pero no lo hice. Y no me arrepiento. Eran sus apuntes manuscritos. Los manuscritos del padre Roland de Vaux, el primer arqueólogo que, a mediados del siglo XX, había excavado la región de Qumrán, a orillas del Mar Muerto.

Fui recopilando datos, nombres, fechas. De Vaux lo anotaba todo. Entonces me di cuenta de que si juntaba aquella información podía reconstruir la historia del descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto. Algo que nadie había hecho antes.

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Sala de lectura de la Escuela Americana convertida en un laboratorio de análisis de los fragmentos menores de los manuscritos del Mar Muerto.

¡Qué extraño! Pensé. Me resultaba curioso que, a pesar de la cantidad de literatura que habían generado aquellos materiales, nadie hubiese escrito el relato del hallazgo. Seguí pensando. Y enseguida fui consciente de que ningún historiador se había atrevido porque aquella historia estaba mezclada de leyendas inquietantes, guerras entre países, disputas religiosas, conflictos económicos y política, mucha política. Lo que en principio podría calificarse como un descubrimiento cultural estaba envuelto en una maraña de intereses de todo tipo. Había que separar el trigo de la cizaña. Y, en esta historia, había demasiada cizaña y poco trigo.

El hallazgo tuvo lugar en 1947. Desde el primer momento, los medios de comunicación se hicieron eco de la trascendencia que tenían los más de ochocientos manuscritos hebreos, repartidos en unos ocho mil fragmentos. En ellos estaban representados todos los libros de la Biblia hebrea (básicamente el Antiguo Testamento cristiano) en sus versiones más antiguas. A su lado, una gran colección de comentarios a la literatura sagrada de los judíos. Finalmente, una estupenda selección de rollos describían el contexto social, político y religioso que se vivía en Jerusalén durante la época del Segundo Templo, en plena dominación romana y en el marco de los orígenes del cristianismo.

La relevancia del descubrimiento fue patente enseguida. Para los judíos era la mayor fuente literaria sobre su historia, su cultura y sus tradiciones. Para los cristianos, la referencia documental al contexto en que vivió Jesús de Nazaret. Para los arqueólogos, el gran descubrimiento del siglo. Para los historiadores, la crónica del cambio de era en una de las provincias más importantes del Imperio romano. Para los sociólogos y antropólogos, el resultado de la unión cultural del judaísmo clásico, del helenismo y del mundo romano. Para los juristas, la búsqueda de los límites entre el derecho romano y el cumplimiento de la Ley judía. Para los filólogos, la recuperación del hebreo herodiano, una de las etapas destacadas de la historia de la lengua hebrea. Para los exégetas, la razón de la interpretación de la literatura bíblica. Para los teólogos, los orígenes de la reflexión sobre las fuentes de la apocalíptica judía y de la escatología cristiana. Para los periodistas, una fuente de noticias inagotables que lleva setenta y cinco años generando titulares en la prensa internacional. Los manuscritos del Mar Muerto han sido y siguen siendo un acontecimiento de interés mundial.

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Una de las columnas del Rollo de Cobre que describe el lugar en donde se enterraron los tesoros del Templo de Jerusalén.

Convencido de la trascendencia del hallazgo arqueológico, un hecho me hizo sospechar que se me escapaba un detalle. Un elemento que teníamos que añadir a toda esta historia. El descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto tuvo lugar unos meses antes de la creación del Estado de Israel (14 de mayo de 1948). Nunca nadie había establecido un vínculo entre aquellos dos acontecimientos. Sin embargo, aunque el primero fue fruto de la casualidad y el segundo consecuencia de un largo proceso de gestación, entre ambos hechos había un elemento de conexión que rápidamente se convirtió en una razón que justificaría este libro.

¿Qué conexión podía haber entre ambos hechos? Aparentemente, ninguna. Sin embargo, un dato me dio la pista para establecer una relación. En 1954, el primer ministro del Estado hebreo, David Ben Gurión, organizó una comisión encabezada por uno de sus asesores más cercanos, el militar y arqueólogo Yigael Yadín. El objetivo de aquella comisión era conseguir a cualquier precio unos manuscritos hebreos del siglo II a. C. cuya venta se estaba anunciando en el Washington Post. Yigael Yadín, su padre, el prestigioso historiador Eleazar Sukenik, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, junto con el rector de la Universidad y con el apoyo del científico judío Albert Einstein, habían convencido a Ben Gurión de que aquellos manuscritos redactados por judíos entre los siglos III a. C. y I d. C. constituían el mejor testimonio para demostrar al mundo, especialmente a los palestinos y a los países árabes, que reclamar aquella tierra —el recién nacido Estado de Israel— era, en realidad, la recuperación de su tierra, el país de los judíos, el lugar al que llegó Abraham, la tierra prometida a Moisés y a los hebreos que habían salido de Egipto, el escenario que se habían repartido las doce tribus, la geografía de las monarquías de Saúl, David y Salomón, el reino de Israel que absorbió Asiria y el de Judá que invadió Nabucodonosor. Aquel escenario era, ni más ni menos, el País de la Biblia.

El Gobierno de David Ben Gurión, cambió la historia del descubrimiento. Los cientos de legajos del desierto, que solo parecían interesar a arqueólogos e historiadores, pasaban a convertirse en una de las prioridades del Estado judío. Los arqueólogos e historiadores católicos, ortodoxos y protestantes que estaban excavando la zona y la mano de obra beduina y palestina fueron sustituidos por historiadores y arqueólogos judíos y la nueva mano de obra formaba parte del ejército hebreo que comenzó a excavar en una zona que, hasta unos meses antes, había formado parte del territorio jordano. La nueva organización no tardó en pensar en un gran museo temático, bien protegido pero abierto al mundo, que albergase y expusiese de manera permanente, uno de los tesoros más importantes de la historia y uno de los documentos arqueológicos más políticos del mundo, la colección de los manuscritos del Mar Muerto.

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El dominico Roland de Vaux, midiendo un fragmento de cerámica procedente del khirbet de Qumrán en la École Biblique.

Este libro pretende reconstruir esta historia, la historia del descubrimiento. Un descubrimiento que duró varios años y que todavía hoy sigue siendo objeto de campañas arqueológicas que utilizan la tecnología más avanzada. Aquellos primeros años fueron apasionantes. Beduinos rastreando el desierto para encontrar nuevos pergaminos. Anticuarios comprando y vendiendo en el mercado negro fragmentos manuscritos. Arqueólogos extrayendo de las cuevas vasijas llenas de papiros y pergaminos. Paleógrafos intentando descifrar el contenido de los primeros rollos. Controversias sobre la autenticidad de aquellos documentos. Periodistas que preguntaban y no tenían respuestas. Y hasta un manuscrito esculpido en un rollo de cobre que describía los lugares en donde habían sido escondidos los tesoros del Templo de Jerusalén antes de ser destruido por los romanos el año 70 d. C.

He querido que la reconstrucción de la historia del descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto fuera rigurosa, verídica, sincera y real. Un ensayo que recogiera toda la documentación que testimoniaba el día a día de aquellos años. Pronto me di cuenta de que mi intención desbordaba los límites de un único trabajo. Para contar aquella historia, necesitaba escribir varios ensayos independientes entre sí, pero con protagonistas comunes. Historias autónomas que se encontraban en algún momento y luego se separaban. Imposible, pensé. Demasiada complejidad, me dije. Por un lado estaba la historia de los beduinos, la cabra, el zapatero, el anticuario, el archimandrita ortodoxo y el fraile dominico Roland de Vaux. Por otro, la de Eleazar Sukenik, el historiador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, la de la creación del Estado de Israel, de David Ben Gurión y su asesor Yigael Yadín. Todavía había una tercera historia, la compraventa de manuscritos, la lucha por hacerse con los fragmentos, el negocio en el mercado negro. Y una cuarta: la de aquellos arqueólogos que, después de creer que habían descifrado el Rollo de cobre, se habían lanzado al desierto a la caza de unos tesoros del Templo de Jerusalén que nunca encontraron.

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Primera columna del manuscrito de la Regla de la Comunidad, uno de los primeros rollos que encontraron los beduinos en 1948.

Llegado a este punto, descubrí por qué nadie había emprendido el relato de aquellos acontecimientos. ¿Por qué? Porque en un ensayo histórico no caben tantas historias. Entonces pensé en una novela histórica. Los datos que tenía me permitían reconstruir los momentos más importantes del proceso y ficcionar aquellos que no estaban documentados. Quizás ahí estaba la fórmula. Pronto me di cuenta de que la novela histórica como tal podía condicionar la credibilidad de los hechos. El lector nunca sabría si lo que estaba contando había sido real o me lo estaba imaginando. Fue entonces cuando mi editor me dio la clave. Ni ensayo histórico, ni novela histórica. "Haz un ensayo literario", me dijo. ¿Un ensayo literario? Tardé un tiempo en captar la idea. Un mix, como dicen ahora. Algo así como la novelización de la historia. Como si yo hubiera estado en los lugares en el momento en el que sucedían los acontecimientos. Como si yo hubiese estado con una libreta y un bolígrafo, y hubiera ido anotando todo lo que iba sucediendo. Me convertiría en un creador literario todopoderoso. Omnipresente, omnipotente, omnisciente. Dispuesto a transformar a los protagonistas históricos en personajes literarios. "¡Ya lo tengo! —me dije—. El ensayo literario será una suerte de plantilla, el dibujo en blanco y negro de un paisaje que yo iluminaré con los colores que sé que tenía ese escenario". Este es el resultado. Este libro no es un ensayo histórico, no es una novela histórica. Este libro es el ensayo literario del descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto.

Prólogo de Los manuscritos del Mar Muerto, la fascinante historia de su descubrimiento y disputa (Arzalia).


Jaime Vázquez Allegue es biblista, teólogo y periodista. Lleva más de veinticinco años estudiando los manuscritos del Mar Muerto encontrados en 1947 en el desierto de Judá. Su tesis doctoral se centra en uno de ellos, la Regla de la Comunidad. Desde entonces, trabaja estos escritos imprescindibles para conocer los orígenes del cristianismo. Ha publicado una docena de libros sobre esos textos, un Diccionario de Hebreo bíblico y una Guía de la Biblia.

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