
ETA, nacida en 1959, fue una organización con escasa militancia y con una exigua proyección política durante los diez años que siguieron a su fundación, incluso después de que, en junio de 1968, Txabi Etxebarrieta —algunos dicen que colocado con anfetaminas— decidiera matar al guardia civil José Antonio Pardines en un control de carreteras, inaugurando una senda de muerte que no se cerró hasta 2010. Etxebarrieta murió poco después, perseguido por la benemérita, en un enfrentamiento a tiros con ésta. La organización terrorista había decidido emprender los asesinatos unos meses antes y había designado como sus dos primeros objetivos a los jefes de la Brigada Político-Social de Vizcaya y Guipúzcoa. Fue este último, Melitón Manzanas, el que cargó con la venganza etarra por la muerte de su primer mártir. Una venganza de la que se derivaría la detención de dieciséis militantes de ETA que inmediatamente fueron encausados en el procedimiento que daría lugar, en diciembre de 1970, al Proceso de Burgos, un juicio sumarísimo ante un tribunal militar en el que se dictaron nueve penas de muerte y amplias condenas carcelarias. El proceso dio lugar a una campaña internacional de apoyo que, por una parte, forzó la clemencia de Franco, de manera que ninguno de los condenados fue ejecutado; y por otra, otorgó a ETA un prestigio extraordinario que esta supo aprovechar para salir del bache en el que se encontraba. De este modo, rápidamente ETA multiplicó su militancia. Como escribió Teo Uriarte —condenado a dos penas de muerte en Burgos— "la espiral de ETA y su prestigio, incluso su necesidad, habían triunfado en el País Vasco. ETA empezó una nueva etapa, al socaire del gravísimo error que supuso para el régimen (franquista) el proceso de Burgos".