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Alejo Schapire

Facturas y fracturas de una Francia en llamas

La izquierda rifa el laicismo que tanto le costó conseguir en nombre de la inclusión, mientras regala a conservadores y nacionalistas los símbolos patrios.

La izquierda rifa el laicismo que tanto le costó conseguir en nombre de la inclusión, mientras regala a conservadores y nacionalistas los símbolos patrios.
Coches volcados y ardiendo en las calles de Nanterre (Francia) en los suburbios de París como consecuencia de las protestas desatadas tras la muerte en un control policial de Nahel, un joven de 17 años de origen africano y con antecedentes policiales. | Europa Press

Por Alejo Schapire, desde París

Fueron cinco días de furia que estremecieron a Francia de norte a sur y de este a oeste: escuelas, oficinas de correos, bibliotecas, alcaldías en llamas; saqueos de supermercados, tiendas deportivas, de electrodomésticos y marroquinerías de lujo. Al menos 15.000 edificios públicos vandalizados, con pérdidas valuadas en 650 millones de euros, según cálculos conservadores de las aseguradoras. Los destrozos a tranvías y autobuses ascienden a 20 millones de euros. La factura triplica el costo de las espectaculares revueltas suburbanas de 2005, que se extendieron durante tres semanas tras la muerte de dos jóvenes de origen africano que resultaron electrocutados al esconderse en una subestación de energía escapando de un control policial. En esta ocasión, más de 3.700 personas fueron detenidas en relación con los disturbios, incluyendo unos 1.160 menores de edad. Entre los uniformados, 900 heridos (policías, gendarmes y bomberos).

El detonante esta vez fue muy similar al 2005: Nahel Merzouk, un joven franco-argelino de 17 años que conducía —sin registro y temerariamente un automóvil deportivo— y burló un control policial en el suburbio parisino de Nanterre. El agente que intentaba detenerlo le disparó a la altura del tórax, matándolo. El policía quedó inmediatamente detenido por "homicidio doloso", pero la mecha ya estaba encendida y el reguero de pólvora, soplado por celebridades del mundo del fútbol y el espectáculo, inflamó las redes sociales hasta estallar en un previsible despliegue de violencia nocturna contra todo aquello que pudiera representar a la república francesa, de los policías a los bomberos, pasando por las infraestructuras públicas o los monumentos de conmemoración del Holocausto o a los muertos de la Primera Guerra Mundial.

Como en 2005, pero con mayor celeridad, regresó al cabo una paz precaria a las calles de las grandes ciudades y sus suburbios. ¿La calma fue el fruto de las palabras del presidente Emmanuel Macron que llamó a los padres a controlar a los menores, que formaban parte de un tercio de los detenidos? ¿Fueron las advertencias gubernamentales a las plataformas como Snapchat o Tiktok de retirar los contenidos que permitían organizar o generar mimetismo, según el presidente? ¿O, como sugieren desde la derecha nacionalista, fueron los narcotraficantes, que veían los disturbios como un entorpecimiento para los negocios, y los imanes, que impusieron su autoridad a sus jóvenes correligionarios? Difícil ser categórico, la única certeza es que la fiebre del paciente francés bajó. De momento.

"Somos la factura de nuestros antepasados"

Ahora es el turno de hallar al responsable detrás de la crisis. Para la izquierda y los movimientos "decoloniales", los destrozos son la respuesta lógica a un "racismo sistémico" por parte del Estado francés, que abusaría de los controles de identidad a las minorías de origen africano y al "gatillo fácil" de los policías, que desde 2017 pueden usar con más facilidad su arma de servicio ante la negativa de un conductor a detenerse. La culpa la tendría el haber encerrado a extranjeros en guetos, la discriminación y la pobreza.

Pero nada de esto explica por qué incendian jardines infantiles, escuelas, bibliotecas, alcaldías que gestionan la ayuda social, las llamas en el transporte público, de los que son los principales beneficiarios y dependen para integrarse y prosperar. Nada de esto explica las omnipresentes carcajadas en los vídeos de jóvenes destruyendo toda la infraestructura puesta a disposición por el Estado de bienestar, ni el saqueo de comercios dedicados a artículos de lujo. Nada explica por qué otras comunidades, como la asiática, que no tienen ni un mejor pasar económico ni ningún tipo de "privilegio blanco", no son escenario de las escenas dantescas vistas en los últimos días.

En los grupos comunitarios más radicales, se trata de explicar que ha llegado el momento de que Francia pague la deuda de la colonización. Como resumió el activista panafricanista franco-beninés Kemi Seba: "Nuestra generación no vino a este mundo para hacerles regalos. Somos la factura de nuestros antepasados". Grupos como el Comité Adama, nacido de la muerte de otro joven negro que huía de la policía —si falleció por violencia policial o por problemas de salud preexistentes es objeto de largos debates entre expertos judiciales—, han importado a Francia la retórica del movimiento Black Lives Matters, desencadenada por el caso George Floyd. La transposición de esta grilla de lectura, basada en las particularidades de la historia estadounidense, ha empezado a calar en el mundo político francés, pero también en su espacio mediático y académico. La noción de que la historia de Occidente puede resumirse a un largo crimen de explotación racista y expolio por parte del hombre blanco se instala como un sentido común. Ahora, el occidental debe pagar por su pecado original: la esclavitud, el colonialismo, el imperialismo. La violencia en las calles no sería más que la respuesta justa a siglos de violencia institucional perpetradas por el eurocentrismo.

La izquierda identitaria, que hace rato ha abandonado a la clase trabajadora blanca al partido de Marine Le Pen, estima que ha encontrado una nueva clientela electoral en los sectores "racializados" de la sociedad. Por este motivo, por ejemplo, diputados de La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon y Europa Ecología Los Verdes, marcharon tras los disturbios en un desfile prohibido por las autoridades al grito de "todo el mundo detesta a la policía".

La izquierda exacerba el victimismo y alimenta el resentimiento; rifa el laicismo que tanto le costó conseguir frente a la Iglesia en nombre de la inclusión, coqueteando con el islamismo, mientras regala a conservadores y nacionalistas los símbolos patrios de un país del que sólo cree que se puede sentir vergüenza. A Francia, sólo se puede exigirle que pida eternamente perdón en una expiación imposible de su pasado sanguinario. Pero no hay autoflagelación suficiente ni reparación posible, la deuda es por definición impagable. Los 100.000 millones de euros desembolsados en los últimos 20 años para 700 barrios y 5 millones de habitantes no parecen haber logrado ni remotamente sus objetivos de integración y diversificación en los suburbios.

En 40 años de desencuentros, muchos ven el proceso de asimilación como un fracaso. Su versión menos exigente, la integración, tampoco parece haber cuajado para buena parte de la población. El gobierno de Emmanuel Macron se conforma con luchar contra lo que ahora ha llamado el "separatismo" de una parte de franceses, que no conocen más país que este país, pero que viven en un mundo con reglas culturales distintas de los autóctonos y odian a Francia.

En palabras del exdirector de la DGSE (servicios de inteligencia exterior de Francia), Pierre Brochand en Le Figaro, los disturbios en el país fueron "un levantamiento contra el Estado nacional francés por parte de una proporción significativa de jóvenes de origen no europeo presentes en su territorio".

Lo que ocurre en Francia no es una guerra civil, para esto se necesitan al menos dos contendientes enfrentados. Aquí hay un fragmento del país que no se reconoce en él y que le ha declarado la guerra a un Estado, mientras el resto de los franceses se ha resignado de momento a observar desde sus ventanas, televisores y redes sociales a un país en llamas. Esto no quiere decir que no juzguen en silencio. El 77% de los franceses dice tener una imagen positiva de la Policía después de los disturbios, según una encuesta BVA. Otro dato a tener en cuenta, dos colectas fueron organizadas tras la muerte de Nahel, una para su madre y otra para la familia de policía detenido por su muerte. La de la madre de Nahel obtuvo 478. 934 euros (23.604 donaciones), mientras que la del policía recaudó 1,6 millones de euros (80.000 donaciones). Son meros indicadores del sentir de una mayoría silenciosa que, cuando haga pública su opinión, será en la urnas. No habrá que sorprenderse entonces por el resultado. Entretanto, España puede verse en el espejo francés, que puede anticipar su futuro, con eso de que "cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar". De otro lado de los Pirineos, las mismas causas no tardarán en dar los mismos resultados.

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