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Daniel Rodríguez Herrera

El mito de la Palestina histórica

La repetición de una mentira la convierte en verdad para mucha gente, sobre todo si nunca nadie les ha contado la realidad histórica.

La repetición de una mentira la convierte en verdad para mucha gente, sobre todo si nunca nadie les ha contado la realidad histórica.
Manifestaciones en apoyo a Palestina en Sídney, esta semana. | EFE

Circulan por internet series de mapas de Israel con leves variaciones que sirven para simplificar y caricaturizar la historia del único estado judío en el mundo y pintarlo como un país agresor y genocida. Son mapas que responden a la perfección a la máxima de Goebbels: la repetición de una mentira la convierte en verdad para mucha gente, sobre todo si nunca nadie les ha contado la realidad histórica. Algunos de quienes lo comparten son ignorantes: yo lo era en los 90 antes de empezar a interesarme por el tema. Otros muchos simplemente odian a los judíos por el hecho de serlo y el único judío que aprecian es el que murió en el Holocausto, porque no pudo defenderse ni luchar por su supervivencia como sí hace Israel. Y como sucede con las mejores mentiras, estas series de mapas contienen suficiente verdad comprobable como para poder pasar por la verdad.

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Falso mapa que trata de tergiversar la verdadera historia del conflicto entre Palestina e Israel.

La primera mentira, y la más grande, es que invariablemente empiezan con un mapa de Israel en el que el 100% del territorio está pintado como "Palestina histórica". El problema es que Palestina nunca ha existido como nación árabe independiente hasta los acuerdos de Oslo de los años 90. Palestina existe hoy gracias exclusivamente a Israel, que cedió terrenos conquistados en guerra para que los palestinos jugasen a construir un estado. Un estado fallido, eso sí, incapaz de garantizar la paz, la seguridad y la prosperidad de sus habitantes, un estado dividido al poco de nacer en dos y que gobiernan terroristas de distintas facciones.

Por remontarnos muchísimo, desde que Judea perdió su independencia a manos romanas, la región ha sido provincia romana, bizantina, árabe, otomana y británica, con un par de siglos como reino independiente cristiano. Sus fronteras, por supuesto, nunca fueron las que nos pintan hoy como "Palestina histórica". Fue con la división de las provincias otomanas en regiones divididas de forma más o menos arbitraria por el Reino Unido y Francia durante y después de la Primera Guerra Mundial cuando los británicos crearon algo parecido a esa Palestina histórica como una división administrativa del territorio que pasaron a dominar, que también incluía Jordania y el sur de Irak. Por hacernos una idea, los que dicen defender la causa palestina lo que quieren es que los árabes gobiernen en una tierra cuyas fronteras delinearon oficiales y políticos ingleses segregándola de "Transjordania", la actual Jordania, en 1921 y que existió durante un cuarto de siglo entre comienzos y mediados del siglo XX. Es a eso a lo que llaman la Palestina histórica y ese es el derecho poco menos que inalienable que reclaman.

La partición de 1947

Otro mapa que suele acompañar es el de la partición auspiciada por la ONU en 1947 en que dividieron el mandato británico en dos: grosso modo, los judíos recibieron los territorios donde eran mayoría, los árabes aquellos donde lo eran ellos y ambos una parte de zonas que esencialmente estaban vacías. La presencia de judíos en la región se debía al movimiento sionista nacido en el siglo XIX y que aducía que la razón por la que eran odiados en todas partes era porque no tenían un país propio como los demás pueblos del mundo, así que decidieron crear uno. Tras barajar distintas posibilidades acabaron comprando tierras en Palestina y haciéndolas prosperar. Fue especialmente en el periodo de entreguerras que la inmigración judía, compuesta en buena parte por los ateos marxistas que inventaron los kibutz, cambiaron la demografía de la región y atrajeron a más población árabe de la que había allí antes de su llegada, porque una tierra desierta y baldía de repente pudo ofrecer empleos gracias a su mayor productividad respecto a las formas locales de cultivar la tierra.

Israel nació un año después con el fin del mandato británico y fue inmediatamente atacada por los árabes que la rodeaban. Su territorio era completamente indefendible y aun así, en inferioridad numérica y poco menos que de milagro, ganaron la guerra y se expandieron en los territorios que conquistaron repeliendo la invasión. Fue a raíz de la aprobación de la partición y de la guerra que numerosos árabes que vivían en territorio judío se marcharon, algunos expulsados por los judíos y otros huyendo de la violencia, muchos de ellos convencidos por las promesas de sus líderes locales y de los países invasores de que exterminarían a sus enemigos en muy poco tiempo y podrían volver. Nunca lo hicieron. El 20% de la población del Israel actual son principalmente los descendientes de quienes pese a todo decidieron quedarse.

Son los descendientes de los árabes que se marcharon entonces a quienes se sigue llamando "refugiados", dando nacimiento a una de las numerosísimas dobles varas de medir que existen en lo que se refiere a Israel. Según la definición legal internacional la condición de refugiado no se deja en herencia a tus descendientes, salvo en el caso palestino. Cuando oímos hablar de los campos de refugiados de Jenín u otras localidades palestinas, nunca nos dicen que no existen refugiados allí porque ya murieron todos de viejos.

Otro detalle que no nos cuentan esos mapas es que después de la victoria israelí de 1948 decenas de países expulsaron a sus poblaciones judías, algunas de ellas con más de mil años de antigüedad, y dado el antisemitismo reinante en todo el mundo en aquel momento, no tuvieron más opción que emigrar mayoritariamente a Israel. Después del Holocausto, es un hecho histórico determinante que explica por qué los israelíes siempre mantendrán como innegociable su condición de estado judío, de estado refugio para los judíos del mundo. También de otra de las dobles varas de medir: quienes claman por un supuesto "derecho de retorno" de los descendientes de los palestinos que dejaron Israel en 1948 jamás argumentan por un derecho similar para los descendientes de los judíos que tuvieron que dejar sus hogares prácticamente al mismo tiempo.

Desde este momento en que nace Israel y se gana su existencia en el campo de batalla, la misma definición de sionismo cambió. Ya tenían un país propio y era innegable que los seguían odiando pese a ello. A partir de entonces, sionista es aquel que considera que los judíos tienen derecho a tener y defender su propio estado. Antisionista es por tanto aquel que piensa que el judío es el único pueblo del mundo que no tiene ese derecho. Otra doble vara de medir, la más clara y la más flagrante. Por eso es imposible un antisionismo que no venga acompañado de judeofobia, el odio al judío por el hecho de serlo, de lo que tradicionalmente se ha llamado antisemitismo. Porque todo aquel que se declara antisionista está diciendo que el pueblo judío carece de un derecho que no niegan a los demás.

La guerra de los seis días y el comienzo de la ocupación

Otro mapa habitual en esta serie es el del armisticio de 1949. En él se muestran las fronteras que conocemos hoy entre Israel y Palestina, con Gaza y Cisjordania separadas, tras la retirada de Israel de parte de esos territorios a cambio de la paz. Lo que callan esos mapas es que esos territorios tampoco eran considerados palestinos ni gobernados de forma independiente. No, Egipto gobernaba Gaza y Jordania gobernaba Cisjordania. Y así siguió siendo hasta que en 1967 ejércitos de Egipto, Jordania, Siria y hasta Irak se concentraron en las fronteras de Israel. El estado judío decidió no esperar a que lo invadieran y lanzó una rápida ofensiva conocida como la guerra de los seis días en la que conquistó los Altos del Golán, la península del Sinaí, Gaza y Cisjordania, incluyendo el este de Jerusalén.

Fue entonces cuando empezaron a cambiar las alianzas en la zona a nivel mundial y comenzaron las continuas resoluciones contra Israel en la ONU. Israel empezó a dejar ser vista como víctima, porque había dejado claro que era la principal potencia militar de la región. La izquierda occidental empezó a pasarse al bando palestino y a tratar a Israel como el villano de la región. Y con la izquierda, naturalmente, perdió también a los medios de comunicación, que viraron a partir de entonces a un sesgo claramente antisraelí. Por eso yo, como tantos otros, compartía la visión de que los israelíes eran los culpables y los palestinos las víctimas, porque eso era lo que se vendía desde todos los medios y es, por tanto, lo que piensa todo el mundo que no se preocupa demasiado por el tema.

Y así nace otro de los mapas, en el que sin embargo se incluyen los territorios ocupados como si fueran Palestina cuando seguían sin serlo: pasaron de ser ocupados y gobernados por Egipto y Jordania a serlo por Israel, y se excluye la península del Sinaí para ocultar un hecho clave: que en 1978 lo devolvió a Egipto a cambio de un tratado de paz. Es un suceso fundamental que arruina todo el relato de una Israel insaciable que lo único que busca es ocupar y dominar más territorio y crecer a costa de sus países vecinos: ¿cómo mantener esa ficción si el estado judío renunció a una región que era mucho más grande que él mismo? ¿Cómo pintar a Israel como el malo si los judíos celebraron un acuerdo en el que renunciaban a decenas de miles de kilómetros cuadrados mientras que al dictador egipcio lo asesinaban por renunciar a la guerra para recuperarlos?

Egipto, claro está, no llegó a ese acuerdo sin más. Antes había tenido que sufrir una derrota más en la guerra del Yom Kipur de 1973, de la que se celebraba el 50 aniversario cuando Hamás decidió llevar a cabo el peor ataque terrorista de su historia. Como ahora, aquella invasión conjunta de egipcios y sirios pilló desprevenidos a unos israelíes cuando estaban celebrando su fiesta más sagrada y los llegó a poner contra las cuerdas, haciéndoles temer por su supervivencia por primera vez desde 1948. Los israelíes estaban cortos de municiones, mientras que sus enemigos disfrutaban del apoyo de la URSS. Fue entonces cuando Estados Unidos, el gran Satán, salvó a Israel con el envío masivo de ayuda militar e Israel pasó a ser, claro, el pequeño Satán.

La invención de la nación palestina

Fue también en esa década entre la guerra de los seis días y el acuerdo con Egipto que Arafat inventó la OLP, le dio un barniz de resistencia y lucha nacionalista a lo que hasta entonces había sido una guerra entre estados árabes y el estado judío. Porque los llamados palestinos nunca habían sido ni se habían considerado a sí mismos un pueblo distinto y separado de los demás árabes. Por eso los británicos nunca ofrecieron la creación de un estado árabe en Palestina como sí lo hicieron con los judíos en 1917: ese estado árabe ya existía, Transjordania. Los que llamamos palestinos son tan palestinos como los judíos, cristianos, drusos y demás habitantes de la zona. Los árabes musulmanes palestinos se diferencian de los jordanos simplemente porque vivían y viven al oeste del Jordán. Nada más. Arafat se encargó de inventar una nación inexistente históricamente, una conciencia y una lucha librada en unos términos de liberación nacional que los occidentales pudiéramos entender y hasta apoyar, algo que el odio religioso y étnico, que es lo que realmente mueve a los árabes palestinos, no podía conseguir.

Aparte de matar atletas israelíes en la villa olímpica, la OLP se encargó mediante secuestros y atentados de arruinarnos a todos la experiencia de volar, convirtiendo una experiencia equivalente a la de tomar un autobús en la pesadilla de controles de seguridad y prohibiciones en el equipaje de mano que son ahora los aeropuertos. Tras décadas de campañas terroristas, amplió sus acciones a partir de 1987 con la llamada intifada, una revuelta generalizada que llevó a Israel, otra vez, a renunciar a territorio a cambio de paz. Los acuerdos de Oslo de 1994 dieron luz por primera vez en la historia a una nación palestina. Esa y no otra es la única "Palestina histórica". Pero la contrapartida, la renuncia a la violencia, nunca se materializó, de modo que las cesiones de poder graduales que tendrían que irse produciendo se frenaron. En el año 2000 Israel ofreció un acuerdo que le daba a los palestinos el control total sobre Gaza y casi toda Cisjordania, pero Yaser Arafat, Premio Nobel de la Paz, optó por iniciar una segunda intifada.

Desde entonces, la situación en Cisjordania se ha mantenido en una suerte de inestabilidad estable, si me permiten el oxímoron. La violencia nunca ha desaparecido, pero se ha controlado. Cisjordania está dividida en tres zonas, una dominada por los árabes, otra por los israelíes y una tercera con control político palestino pero con la seguridad en manos israelíes. Un mapa con sólo algunas zonas de Cisjordania marcadas como palestinas, ya sea sólo las que controla totalmente o éstas y las mixtas, haciéndonos creer que es el punto final de una serie en la que los palestinos no han hecho más que perder territorio. Pero la verdad es la opuesta. Los palestinos tienen hoy el primer Estado de su historia, con la mayor cantidad de territorio que han controlado jamás directamente.

En Gaza la historia es diferente. En 2005, Ariel Sharon ordenó a las tropas israelíes que desalojaran a los israelíes que vivían en Gaza y que posteriormente abandonaran la zona completamente. La idea era que, al no estar ya ocupada, Gaza podría tomar su propio camino sin recurrir a la violencia que, supuestamente y según insisten aún hoy los activistas y medios de izquierda, era debida a la "ocupación". Pero ya sabemos que no funcionó. Hamás ganó las elecciones al año siguiente al más puro estilo "un hombre, un voto, una vez" y lo convirtió en un estado terrorista. En correspondencia, en 2007 Israel pasó a controlar como podía todo lo que llega al país por tierra y por mar, con la excepción de la frontera que Gaza mantiene con Egipto, en un esfuerzo no completamente exitoso por impedir que tanto Hamás como los demás grupos terroristas islamistas pudieran armarse y atacarles. La invención de la llamada Cúpula de Hierro ha permitido a Israel limitar el daño de los cohetes que lanzan desde Gaza, reduciendo así, aunque no eliminando, sus respuestas armadas a los ataques palestinos.

El ataque del sábado 7 de octubre, 50 años y un día después del comienzo de la guerra del Yom Kipur, ha sido la culminación del fracaso que ha sido la retirada de Gaza y hará cambiar de nuevo la estrategia de Israel. Pero quien clame que esto ha pasado por culpa de la ocupación o no sabe nada de nada, o simplemente considera que los judíos, por el hecho de ser judíos, no tienen derecho a estar ahí y que su presencia en Jerusalén, Tel Aviv o Haifa es en sí misma una ocupación. Y esa gente no es buena gente.

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