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Masha Gabriel

"Algo habrán hecho"

Si el regodeo en el asesinato de más de mil civiles israelíes no ha logrado despertar las condenas de algunos, nada nunca lo hará.

Si el regodeo en el asesinato de más de mil civiles israelíes no ha logrado despertar las condenas de algunos, nada nunca lo hará.
Un vehículo privado en la ciudad israelí de Ascalón destruido por los misiles lanzados por terroristas de Hamás. | EFE

Una de las preguntas más inquietantes planteadas tras la Segunda Guerra Mundial fue cómo en un país cultivado, con algunas de las mentes más brillantes, se hubiera perpetrado la mayor atrocidad conocida hasta el momento. ¿Cómo fue posible que millones de personas asistieran impasibles o incluso aplaudieran al genocidio de un pueblo?

La matanza llevada a cabo por Hamás en suelo israelí y la subsiguiente respuesta de sectores que se dicen progresistas, resultan reveladoras para responder a esa pregunta. Si el regodeo en el asesinato de más de mil civiles israelíes —niños, mujeres, ancianos indefensos—, no ha logrado despertar las condenas de las nuevas izquierdas, y de ciertas derechas ancladas en su pasado más lúgubre, entonces es que nada nunca lo hará.

Hordas de asesinos invadieron un país, masacraron a cientos de jóvenes bailando por la paz, sacaron civiles de sus refugios para matarlos ante las cámaras y subirlo a sus redes; secuestraron familias, decapitaron bebés, violaron mujeres entre los cadáveres de sus seres queridos, entregaron niños como trofeos de caza, quemaron ancianos, exhibieron los cuerpos ante multitudes exultantes, mientras lanzaban miles de misiles y cohetes sobre la población israelí... Y mientras todo ello sucedía, la vicepresidenta del gobierno español llamaba "a Israel a poner fin a la ocupación"; o un relevante escritor de best-sellers mostraba su superioridad moral ironizando sobre aquellos que tienen certezas acerca de quiénes son los malos. Estaba sucediendo un pogromo en directo, ¿y no sabía quiénes eran los buenos y quienes los malos?

¿Habría sido muy difícil mostrar un ligero grado de empatía con mujeres violadas y con bebés decapitados, y no por ello dejar de defender los derechos de los palestinos? Al parecer sí, porque prefirieron relativizar el horror, sobreponiendo su retórica habitual a los hechos a los que estaban asistiendo. ¿Por qué? ¿Por qué aquellos que llevan años denunciando un supuesto nazismo por todos los lados, no fueron capaces de ver que eso era precisamente la orgía de sangre de Hamás? No se trataba de un conflicto y sus complejidades lo que estaba en juego, sino de valores fundamentales. ¿O es que acaso hay algo en la defensa de la llamada "causa palestina" que choque con la defensa de los derechos humanos? Es más, son precisamente quienes no condenan esa barbarie los que están desvirtuando dicha causa, al ser incapaces de desligarla del terror, y al dar por hecho que algo en ella puede chocar con la defensa de los derechos humanos. Nadie lucha por la libertad pisoteándola.

Especialmente sangrante es la actitud de la nueva izquierda si tenemos en cuenta que los objetivos de Hamás fueron precisamente los símbolos de la izquierda israelí. El kibutz, ese paradigma del sueño socialista, y los jóvenes pacifistas. El grupo terrorista no se cebó con los militares, o con los "asentamientos" o con los "colonos". No. Entre las primeras víctimas se encuentran cientos de jóvenes que celebraban un festival por la paz. Ninguna otra víctima hubiera hecho la atrocidad más aceptable, pero llama la atención que quienes supuestamente defienden ideales de paz y entendimiento, traicionen y abandonen de ese modo a los hermanos que comparten sus valores universalistas. O lo que dicen que son sus valores.

Es más, incluso se llegó a acusar a esos jóvenes asistentes al festival de música de estar bailando junto a un "campo de concentración", lo que de algún modo los hacía merecedores de lo sucedido. Esta comparación es doblemente ominosa, ya que recurre a la antisemita e inaplicable comparación entre nazis e israelíes. Debería sobrar aclararlo, pero Gaza no es un campo de concentración. Desde los campos de concentración no se lanzaban cohetes contra poblaciones civiles, no se realizaban incursiones asesinas. Los campos de concentración no estaban gobernados por grupos terroristas suicidas que buscaban la muerte de su gente. Los campos de concentración no eran regados con ingentes cantidades de dinero para ayuda humanitaria desviada a los bolsillos de sus líderes y a infraestructuras para atacar. Y los campos de concentración no tenían fronteras alternativas, como tiene Gaza con Egipto. La comparación es inmoral en sí, y más aún, teniendo en cuenta que su finalidad es culpar a la víctima.

Y es que la retórica previamente establecida, según la cual el Estado judío siempre es responsable último de todo lo que sucede en la región, se ha impuesto ante unos hechos reveladores. Quienes no han querido nunca escuchar los mensajes de Hamás, claros y nítidos, acerca de su esencia virulentamente antisemita, genocida y suicida, tenían ahora una oportunidad para abrir los ojos. Pero prefirieron el ad hominem por encima del ad hoc y alzaron sus condenas a Israel, mientras todavía se estaban asesinando civiles, afirmando que lo hacían en nombre de una supuesta causa palestina.

Sin embargo, la barbaridad perpetrada por Hamás no está en modo alguno vinculada a los derechos de los palestinos. No es una tierra en la que florezca su pueblo lo que buscan los líderes de Gaza –y vaya si lo han demostrado con su infame administración del enclave costero—. Es la destrucción total y absoluta del vecino, como aclaran ellos mismos en su carta fundacional. Si los derechos de los gazatíes fueran realmente prioritarios para ellos, hace tiempo que habrían alzado sus voces contra Hamás.

Cierto que el conflicto entre los palestinos e Israel puede ser interpretado de múltiples modos, pero ninguno de ellos justifica la barbarie. Quienes deciden leerlo todo en términos de "ocupación" son incapaces de entender que cuando están clamando sus consignas políticas para justificar el horror, están justificando el terrorismo en su conjunto. Porque todo terrorista cree tener una justificación. El de ETA, el de Al Qaeda, o el de Hamás. Lo importante es que los demócratas estén unidos en el rechazo absoluto a cualquiera de esos actos, sin medias tintas. Sin equidistancias. Y sin falsas comparaciones. Sin embargo, la "ocupación" es la "minifalda" de la nueva izquierda.

Probablemente lo más descorazonador, al margen evidente del horror, es precisamente escuchar a los que se atragantan a la hora de emplear la palabra "terrorismo" para definir a Hamás; son los malabarismos léxicos para cambiar el foco del debate; son esos neonegacionistas que se afanan en explicar que no fueron 40 los bebés decapitados. ¿Acaso 20 bebés decapitados estarían bien? ¿O si hubieran sido asesinados sin decapitar? No, lo que intentan es, como en el mejor estilo conspirativo, crear una niebla de duda acerca de cualquier declaración israelí.

Y es indignante que, amparándose en la supuesta lucha por los derechos humanos, traicionen los mismos al justificar a un grupo integrista, totalitario, que discrimina a las mujeres y asesina a homosexuales. ¿Acaso adolescentes violadas y ensangrentadas se lo merecen porque su gobierno toma decisiones que se estiman equivocadas? Obviamente no.

Hamás es la antítesis de lo que las nuevas izquierdas dicen defender. Algo que en Francia se ha entendido muy bien. Allí, la barbarie terrorista ha provocado una guerra política en la izquierda, hasta ahora unida bajo el paraguas de Jean-Luc Mélenchon. El partido socialista, el partido comunista y el partido ecologista, se han desligado de las declaraciones del líder "insumiso" porque, en palabras del comunista Fabien Roussel, "cuando ya no podemos hablar al unísono para denunciar un acto terrorista, eso es grave. Porque lo que está en juego es nuestra concepción de la vida humana".

Lástima que mientras en Europa se condena la barbarie terrorista, en España, y aunque haya ciudadanos españoles entre las víctimas, hasta algunos ministros prefieren exhibir su apoyo al terror. Y es que no es un problema de judíos, sino un problema de barbarie atacando a la humanidad. Por ello, son esenciales esas voces que, con críticas o sin ellas a políticas del gobierno israelí, han sido capaces de denunciar el horror sin ningún atisbo de duda. Respecto a las otras, es probablemente el momento de plantearse en qué medida comparten valores comunes a las sociedades democráticas.

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