Domingo, seis de la mañana, la gente duerme, algunos, los más jóvenes, regresan a sus casas, los más madrugadores salen a correr como todos los días. De pronto comienzan a caer del cielo centenares de cohetes que arrasan Málaga, Cádiz, Ceuta, Melilla y Algeciras. Los ciudadanos aterrados salen de sus casas, corren sin saber hacia dónde, no hay sirenas que anuncien un peligro porque nunca nadie lo pensó. En las calles, domina el caos, en el suelo los cuerpos de bebés con miembros amputados por la metralla, mujeres, niños, familias rotas para siempre. No hay ambulancias para todos. No hay electricidad, ni telefonía móvil ni internet. Han amanecido en el infierno.
Mientras se producen estos ataques, efectivos de las fuerzas militares del territorio, ya reconocido como estado, Cabileño, penetran a través del vallado de Ceuta y Melilla. En la playa, centenares de jóvenes, pueden ser sus hijos o sus sobrinos, disfrutan de un concierto. El horror se apodera de ellos, decenas de terroristas asesinan sin escrúpulos uno por uno a los jóvenes. Entran en las viviendas de los españoles y asesinan a niños delante de sus padres, a algunos les amputan los miembros, no les dan oportunidad para un medicamento o una anestesia. Las mujeres son violadas de las formas más terrible que puedan imaginar. Terminado su paseo mortal, secuestran a bebés, a mujeres y ancianos y se los llevan, muchos morirán en el cautiverio sometidos a torturas. Enseñarán por televisión a su bebé de seis meses, en brazos de un terrorista que amenaza con asesinarle delante de la cámara, pero las víctimas debían permanecer en silencio para no resultar genocidadas.
Los ataques continúan y muchas casas, colegios, hospitales son destruidos, a pesar de los ataques españoles, no cesan porque hay países que los apoyan. El gobierno español decidió que nunca haría falta un muro, o un iron dome o una defensa activa y no hay manera de evitar la incesante lluvia de muerte y fuego sobre nuestra costa.
Los terroristas y los habitantes de la Cábila salen a celebrar su hazaña. En muchos países, los radicales musulmanes celebran en las calles los asesinatos, los cohetes, los secuestros, todo vale cuando la causa se justifica, ¿le suena a algo por cierto? Banderas cabileñas llenan las calles y claman por la liberación de los territorios ocupados ilegalmente por España y arrebatados al islam, en los que se ha instaurado Satanás.
Los dirigentes del estado cabileño anuncian en televisión que su objetivo final es destruir España y convertir a los infieles tal como ordena el Corán. Exigen la demolición de todas las catedrales e iglesias construidas sobre antiguas mezquitas y la devolución de los territorios invadidos por los cristianos en una guerra ilegal; alegan que cuando los musulmanes llegaron a la península, todos los cristianos se habían ido.
El gobierno está dividido sobre cómo actuar, los secesionistas catalanes ya amnistiados y con otras diez declaraciones unilaterales de independencia a sus espaldas, aplauden la acción nacionalista como un paso más en el debilitamiento de España, incluso miembros del gobierno acuden a la reunión del Consejo de Seguridad Nacional presidido por el rey, con la típica vestimenta cabileña.
—¿Y qué pasó después? —preguntó el niño?
El gobierno español decidió atacar objetivos militares de las fuerzas del territorio, pero enseguida desistió. Los terroristas escondían a los secuestrados en hospitales donde albergaban sus baterías de cohetes y sus cuarteles. Antes que matar a un inocente resultaba preferible evitar un ataque que podría aumentar la espiral de violencia. Las víctimas españolas debían ser enterradas con el máximo secretismo para no exacerbar a la población. Muchos medios ponen en duda que los ataques hayan sido tan dramáticos, refutan que el daño haya sido tan horrible como alegan, no importan los videos y las pruebas, es necesario construir un relato que justifique la desidia en la respuesta.
El gobierno y sus socios concluyen en que somos los culpables del ataque sufrido y aprobamos un paquete de ayuda de 40 millones para seguir alimentando y curando a los habitantes del territorio que nos ataca y asesina ya que han sufrido el genocidio continuo de los cristianos españoles, especialmente en los años que gobernó la derecha, entre el siglo XV y 1982.
Nadie se acuerda de que miles de cabileños viven gracias al trabajo que realizan en Melilla o Ceuta, ni nadie tiene en cuenta que dos millones de musulmanes viven con plenitud de derechos en España y no como en el territorio donde es legal pegar a las mujeres y los gays sufren pena de muerte.
El gobierno decide negociar el cese de los ataques y la liberación de los secuestrados. Acepta el reconocimiento de las reivindicaciones cabileñas y entrega Ceuta y Melilla, aprueba el cierre de catedrales e iglesias y la liberación de los terroristas islamistas detenidos en cárceles españolas, incluyendo a violadores y maltratadores. Asimismo patrocina una conferencia de paz con los cabileños para tratar de analizar sus reivindicaciones y ver cómo satisfacerlas. Los cabileños agradecen el gesto pero recuerdan que su objetivo no ha variado, destruir España y convertir a todos los cristianos y paganos al islam, ¿no les suena esto también? De hecho aplauden el grado de estulticia del gobierno por haber cedido tanto para no conseguir nada definitivo.
—Pero Papá, eso no puede ser ¿Qué pasó con los que perdieron a sus familiares, a sus niños, los que se quedaron sin sus casas, sin su país, que fue de España entonces? ¿aceptaron que éramos nosotros los responsables de la situación de los cabileños y que debíamos asumir que nos merecíamos el castigo, algo parecido a lo que dijeron en 2004?
—Tienes razón hijo, —continuó el padre— no fue así.
El gobierno español después de los ataques, convocó a todos los partidos y formó un gobierno de unidad nacional. No se restringiría ningún derecho de información, y se ofrecerían todos los datos de las acciones militares. No se ocultaría el dolor de las víctimas. Comenzaron ataques sobre las posiciones rifeñas. Antes les avisaban que iban a bombardear y que evacuaran los objetivos, muchos de ellos eran guarderías y hospitales donde mantenían a los secuestrados y lanzaban sus cohetes. Siempre pensaron los cabileños que la comunidad internacional les apoyaría evitando una respuesta militar contra sus capacidades ubicadas en lugares tan vulnerables a ojos de la opinión pública. Pero a los españoles no se les engañaba, al resto quizás, porque solo querían creer la mentira.
Las tropas españoles penetraron en el territorio cabileño, para terminar con una amenaza militar que llevaba décadas produciendo muerte y destrucción en nuestro país. Antes habían avisado a los terroristas que si entregaban a los secuestrados y cesaban los ataques que cada día producían más muertos en nuestras ciudades, no habría invasión, pero ellos estaban dispuestos a morir matando, el cielo sería su recompensa. Podrían enviar videollamadas a sus padres mostrándose orgullosos de haber asesinado a varios niños o ancianos. Las tropas españoles deciden una acción de rescate y de eliminación de la capacidad militar cabileña, con muchas bajas, pero solo cabe la victoria, se lo deben a los españoles y españolas.
La comunidad internacional acusa a España de genocida, clama por la liberación de los territorios ocupados por España y comienza la entrega de ayuda humanitaria a los habitantes cabileños con el fin de que soporten mejor los ataques españoles y estén en mejores condiciones para sostener los combates.
Los países europeos se vuelcan con el pueblo cabileño, que ha sufrido el genocidio español ocupando territorios que siempre fueron musulmanes. El gobierno español declaró que solo le interesaba la seguridad de España y su integridad territorial y que no terminaría las operaciones, como pasa en todas las guerras, hasta la rendición del enemigo, nadie tenía la legitimidad para apartarle de su camino. España alega que no había ningún estado en el norte de Marruecos cuando llegaron los españoles.
La operación fue sangrienta, pero los ataques terminaron. Los terroristas nunca volvieron a atacar y la vida volvió a ser como siempre, pero nadie olvidaría nunca que miles de españoles murieron en sus casas, que fueron masacrados por un grupo de terroristas que debía ser destruido para que un día hubiera una paz basada en la existencia de los dos países, respetándose y comprometidos con la seguridad del otro. España décadas después sigue esperando este compromiso del otro lado.
—Pero papá, entonces ¿cuál fue la verdadera historia?
—Hijo, ¿pues quién sabe? solo sabiendo quién gobernaba en aquellos momentos, sabrás la respuesta.