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Óscar Uceda Márquez

Cataluña, la historia que no fue

Como en todo nacionalismo decimonónico, el catalán intentó y no encontró en el pasado una base sólida para su proyecto, por lo que decidió modelarlo para ajustarlo a sus intereses.

Como en todo nacionalismo decimonónico, el catalán intentó y no encontró en el pasado una base sólida para su proyecto, por lo que decidió modelarlo para ajustarlo a sus intereses.
Carles Puigdemont junto a Pere Aragonés, José Montilla, Quim Torra y Jordi Pujol, en el homenaje a Pau Casals. | EFE
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Cataluña, la historia que no fue. Mentiras, ficciones, manipulaciones y ocultaciones, es el fruto de la experiencia de más de veinte años desde que escribí mi primer libro sobre historia catalana en 1997 y empecé a poner en tela de juicio el relato dominante del pasado catalán.

En este libro explico el papel fundamental del control de la historia en el proceso de construcción nacional catalán durante los últimos ciento veinte años.

Para el independentismo catalán, es en la historia donde se buscan los cimientos del edificio de un nuevo Estado soñado, que agruparía en torno a la lengua como pared maestra todos aquellos territorios de habla catalana, bautizados por el valenciano Joan Fuster en 1962 como Països Catalans.

Como en todo nacionalismo decimonónico donde la nación se encorseta en un colectivo con una misma cultura, lengua, territorio e historia, el catalán intentó y no encontró en el pasado una base sólida para su proyecto, por lo que decidió modelarla para ajustarla a sus intereses.

Aquí, el relato del pasado toma fuerza al servicio de un objetivo político, como herramienta indispensable en la búsqueda del agravio y la ruptura de la sociedad a la que perteneces. Mediante la razón y una ciencia social se busca activar resortes emocionales narrando historias pasadas con el ánimo de desarrollar en el catalán medio primero el desapego, luego el rencor y finalmente los deseos de separación del resto de los españoles.

Cataluña, el pasado que no fue se divide en dos bloques. En el primero se explica el porqué de la obsesión por la historia por parte del nacionalismo catalán, cuándo y dónde se originó, qué proyecto se construyó y con que herramientas.

Toda esta arquitectura ingeniosamente armada a base de medias verdades, ficciones y ocultaciones, tiene como objetivo final, no lo dudemos, la creación de un nuevo estado en Europa denominado Países Catalanes.

Así lo reflejó en sus páginas el grupo de pensamiento que bajo los auspicios de Jordi Pujol escribió en los años ochenta del siglo pasado el conocido como "Programa 2000".

Todas y cada una de las estructuras, símbolos y organismos de Estado ideados por el "Programa", fueron aplicándose metódica y puntualmente con la apatía de la oposición en el parlamento catalán, sumada a la más absoluta indiferencia por parte de los diferentes gobiernos españoles, con independencia de su ideología.

Así pues, punto por punto, los objetivos del "Programa 2000" se fueron cumpliendo metódicamente. En lo que a la historia se refiere, en 1993 se aprobó la creación de un museo de Historia de Cataluña diseñado para comunicar. Estaría vacío de objetos de valor histórico, pero cargado de ideología independentista bien tamizada para convencer al visitante de las "justas y milenarias" reclamaciones del nacionalismo catalán.

Se dotó a la comunidad de un Himno, "Els segadors", cuya letra se reescribió tras la guerra de Cuba con un claro mensaje hispanófobo y violento aprovechando la música de una cancioncilla erótica de siega. Se potenciaron los programas de historia en la televisión autonómica, incluyendo los infantiles, se ayudó a las asociaciones culturales de ideario catalanista.

Tal y como se habían propuesto, interfirieron en las escuelas, primero a través del control de la alta inspección y luego mediante la supervisión del contenido de los libros de texto, diseñado para aclimatar al alumno hacia un modelo de sociedad "catalanizado".

Sin duda, el "Programa 2000", aún vigente, ha supuesto el apogeo de la incesante campaña de "desespañolización" de Cataluña iniciada por el independentismo catalán desde 1898. Como decía Josep Pla, "un catalán es un español al cien por cien, al que ahora le han dicho que ha de ser otra cosa". Así podríamos resumir la obsesión del catalanismo/separatismo por trasformar una sociedad catalana que no le gustaba hacia un modelo de lo que ellos consideraban que tenía que ser el conjunto de los ciudadanos de Cataluña.

Sin esta labor ingente de transformación social desde múltiples flancos, financiada con enormes cantidades de recursos del Estado español, la radicalización de parte de la sociedad catalana hacia los postulados independentistas en estas últimas décadas no se podría explicar.

Si durante la década de los ochenta, el separatismo apenas alcanzaba el 5%, durante el apogeo del "procés" la cifra acarició el anhelado 50%. Nada de esto hubiera sido posible sin el dominio del relato, de una educación dirigida y de propaganda bien diseñada.

Una vez analizado el papel de la historia en lo político, en la segunda fase hago un recorrido por aquellos mitos que forman el andamiaje del relato nacionalista de la historia catalana. Básicamente, el relato troncal defiende la idea de que Cataluña es una nación milenaria, la primera de Europa, la cual desde bien temprano dio muestras de modernidad, democracia, desarrollo económico y social.

Esta época dorada se vio truncada a partir de 1412 ante la irrupción de una casa real castellana en el trono catalán. Esta castellanización institucional abrió un largo periodo de decadencia que culminaría de forma trágica tras la pérdida definitiva de la independencia y de las instituciones casi democráticas de las que los catalanes habían gozado hasta entonces en 1714 de forma brutal, injusta y por las armas.

Aún así, el pueblo catalán jamás perdió su identidad a pesar de la ocupación del enemigo español, esperando siempre la oportunidad de recuperar en las urnas lo que aquel fatídico 11 de septiembre de 1714 se perdió a bayonetazos.

Una historia cautivadora y romántica sin duda, aunque falsa y justificada en hechos supuestos que como se describe en el libro, son una visión sesgada, simplista e intencionada que el nacionalismo catalán ha venido trasmitiendo desde hace décadas.

Como se explica en el libro, la nación catalana no tiene mil años a pesar de los intentos del "Mil.lenari" (una intensa campaña financiada en 1988 por la Generalidad de Cataluña) por hacer creer lo contrario, ni el origen de la ONU y el primer parlamento del mundo estuvo en Cataluña, como afirmó desde el más absoluto convencimiento un anciano Pau Casals en octubre de 1971, ni la corona de Aragón se llamó jamás Corona Catalano-aragonesa hasta siglo y medio después de su desaparición, ni la Generalitat actual tiene 132 presidentes y se remonta a la Edad Media, ni las Constituciones catalanas eran democráticas.

Este pasado independiente y glorioso no fue ni una cosa ni otra, pero sin duda han logrado crear supuestos históricos más que dudosos y con un innegable barniz supremacista, que pasan por ciertos e indiscutibles a buena parte de los catalanes.

Como decíamos, una vez tienes a buena parte de la ciudadanía convencida de que antes estábamos solos y nos iba divinamente, queda explicar cómo aquello se fue al traste y ahora estamos tan mal, y aquí es donde entra la invención del agravio. La búsqueda de la ofensa pasada tiene el efecto de conseguir que un catalán del siglo XXI esté profundamente enfadado con un castellano por algo que no sucedió.

Las guerras civiles pasan a ser invasiones contra Cataluña y los desastres de la guerra siempre tienen un verdugo español y una víctima catalana. Así pues, se reescribe la guerra de los Segadores o de Sucesión para amoldarlas a este relato, jugando con medias verdades, ocultando otras y pastoreando a las masas hacia el rencor por ofensas pasadas.

A modo de ejemplo, se inventan matanzas de civiles como en el convento del Roser en Lérida, o se honra fosas comunes inexistentes como en el "fosar de les Moreres" en Barcelona sin ningún tipo de rubor.

Otro apartado del libro se refiere a la forja de los símbolos. Cómo se decide que la sardana ha de ser la danza catalana por excelencia cuando no lo era, o se adoptan leyendas como la de las cuatro barras de sangre cuando fueron invenciones del siglo XV. Todo vale si es en nombre de la patria.

Finalmente, sólo hace falta darse una vuelta por el Museo de Historia de Cataluña para observar como el relato nacionalista catalán hace énfasis en lo que le interesa y oculta lo que no. De este modo, ese espacio cultural puede dedicar decenas de paneles y salas a la guerra de Sucesión o al catalanismo político, cuando por otro lado dedica un solo panel a la guerra de la Independencia.

La incomodidad del nacionalismo catalán hacia la "Guerra del Francés" como ellos la denominan, está motivada, sin duda, porque durante dicho conflicto el nacionalismo emergente en Cataluña fue el español.

En definitiva, el libro es también una suerte de manual de cómo la política hace uso de la historia para crear y destruir naciones poniendo como ejemplo de cómo se ha hecho, se hace y probablemente se continuará haciendo en Cataluña con el único fin de convencer a la mayoría de catalanes de separarse de España primero, y reivindicar después la "liberación" de los territorios catalanes ocupados (Andorra, Valencia, Baleares, Rosellón, Franja de Aragón, Alguer y el Carche), para finalmente reclamar una indemnización por los siglos de expolio de Cataluña por parte del Estado español.

Este es el final de su camino y no otro, sin encajes ni paños calientes y si se quiere evitar la ruptura y el desastre que supondría, aún no es tarde para recuperar el relato de la historia y empezar a reconstruir los puentes derruidos por el interés de unos pocos.

Óscar Uceda Márquez

Presidente de la Asocació d’historiadors de Catalunya Antoni de Capmany

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