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Jorge Gómez Arismendi

Los caminos de servidumbre hoy

Es decir, es bajo las lógicas del colectivismo que se instaura lo que Michelangelo Bovero denomina Kakistocracia, el régimen de los peores.

Es decir, es bajo las lógicas del colectivismo que se instaura lo que Michelangelo Bovero denomina Kakistocracia, el régimen de los peores.
Friedrich Hayek. | Alamy

Cuando llegue a ser dominada por un credo colectivista, la democracia se destruirá a sí misma inevitablemente.

No hay nada en los principios básicos del liberalismo que haga de este un credo estacionario, no hay reglas establecidas de una vez para siempre.

Friedrich Hayek

Camino de Servidumbre comenzó a gestarse en 1930 en pleno apogeo del autoritarismo en Europa. Ya en ese tiempo, parte importante de la intelectualidad europea se mostraba condescendiente con el autoritarismo bolchevique. Pocas voces se alzaban de forma abierta y tajante contra la dictadura soviética. Por otro lado, la crisis del año 29 era vista como prueba del fracaso económico y social del ideario liberal, lo que se traducía en crecientes apoyos al mayor intervencionismo económico por parte de los estados adoptado durante la conflagración de la Primera Guerra.

Los gobiernos seguían aplicando criterios de una economía bélica y muchos líderes políticos e intelectuales promovían profundizar aquello en los tiempos de la paz de entreguerras. La economía planificada y el proteccionismo eran vistos como la panacea frente a todos los problemas sociales que se vivían en ese tiempo, sin que se consideraran los efectos que aquello podría tener en el paro, la inflación y la depresión económica.

La gran crisis hacía que una parte importante del público estuviera a favor del intervencionismo estatal y de soluciones utópicas. En esto no había distinción entre socialistas y conservadores. Los últimos también proponían reformas sociales que claramente aumentaban los niveles de intervencionismo gubernamental sobre la economía y la vida social, enarbolando incluso discursos claramente antiliberales. Es en ese contexto que Friedrich Hayek comienza sus reflexiones. Por eso dedica Camino de Servidumbre, publicado como libro en 1944, "a los socialistas de todos los partidos".

El foco de la obra, en ese sentido, está en atacar las premisas morales y a las raíces intelectuales que están detrás del colectivismo que nutre los afanes de planificación central y no la ubicación de los planificadores en el espectro político. El punto central es el riesgo que conlleva la presunción o la idea de la necesidad de imponer un sistema de valores unificado bajo un claro constructivismo que busca aumentar el poder del Estado bajo la excusa de corregir los males sociales atribuidos a la libertad económica.

Friedrich Hayek advierte de los riesgos que conlleva el retroceso que sufren los principios liberales ―individualismo, igualdad ante la ley en la Europa de su tiempo—. Señala la tensión entre el creciente afán planificador e intervencionista —de tener un control férreo sobre la vida económica— y la base fundante de la democracia y de las sociedades abiertas: el pluralismo político y social.

El afán intervencionista y planificador da paso en primera instancia a la propaganda, la censura, la mentira contra todos aquellos que pongan en duda las medidas impulsadas por los planificadores, que defiendan el derecho de propiedad o la libertad económica y política. El pensador austríaco advirtió que bajo la retórica de los fines colectivos se va clausurando el debate público y la deliberación democrática, lo que da paso al predominio de aquellos que están dispuestos a imponer sus fines por distintos medios, incluida la violencia. Como bien planteaba Hayek en Camino de Servidumbre, es bajo el dominio de los parámetros colectivistas que se produce el ascenso de los peores elementos a la política de un país. Es decir, es bajo las lógicas del colectivismo que se instaura lo que Michelangelo Bovero denomina Kakistocracia, el régimen de los peores. Hitler y Stalin son los ejemplos clásicos de esto.

A medida que se extiende e instaura el colectivismo en la sociedad, bajo la promesa de los fines colectivos, la democracia se va viendo distorsionada. El creciente control del gobierno sobre las decisiones económicas de las personas da paso a tendencias cada vez más autoritarias de parte de distintos actores que reclaman mayor celeridad o radicalidad en las medidas planificadoras o intervencionistas. En ese contexto, todo se presume como una falta de regulación, control y vigilancia sobre las personas. Estas propensiones se extienden a todas las esferas de la vida social, lo que termina por romper los límites que resguardan las libertades más básicas de las personas. Ello explica en parte la común deriva totalitaria del comunismo soviético y el nazismo.

Bajo el colectivismo, el ciudadano queda sometido constantemente al capricho de la autoridad, que pervierte el Derecho y la ley para justificar sus arbitrariedades y luego preservarse en el poder. En este escenario, tal como advertía Hayek: "habrá especiales oportunidades para los brutales y faltos de escrúpulos". Una vez que los colectivistas están en el poder político, los ciudadanos van quedando a merced de la discrecionalidad de los gobiernos y funcionarios, a medida que aumenta su control sobre la vida económica y social. Así, el triste camino hacia la dictadura y la servidumbre ha sido cimentado.

Lecciones para el presente y sobre todo el futuro

Un argumento habitual para descalificar lo planteado por Friedrich Hayek en Camino de Servidumbre tiene relación con el hecho de que el totalitarismo no prevaleció como régimen. Algo que se cumple cabalmente con el desplome soviético en 1989. En efecto, lo que predomina actualmente, al menos en Occidente, es el llamado middle way, la vía intermedia, un estado que no es dueño de los medios de producción, pero que interviene y regula prácticamente todas las actividades de la vida social. Esta forma de estatalidad implica una perspectiva moral que, siguiendo lo advertido por Hayek, es sin duda problemática puesto que igual conlleva una lógica colectivista. Eso se esconde detrás de los discursos que proclaman que la libertad debe ser controlada, vigilada, regulada. Esto, bajo la supuesta necesidad de evitar los vicios humanos, el egoísmo, los afanes lucrativos, los espíritus animales, la inmoralidad, etc.

Este afán de control gubernamental no se expresa mediante la creación de horrendos campos de concentración o un poder total como en los antiguos totalitarismo, como ocurría en la época en que Hayek escribió Camino de Servidumbre, sino mediante lo que el jurista italiano Bruno Leoni llamaba la inflación legislativa. Tenemos regulaciones y reglamentos para todo. Todo bajo la excusa de imponer la igualdad. Así, bajo un entramado de regulaciones, permisos y solicitudes, el ciudadano queda sometido a lo que Hannah Arendt llamaba la tiranía de nadie, la burocracia impersonal. Es lo que podríamos llamar un despotismo suave, como el que advertía Alexis de Tocqueville en La Democracia en América, quien también inspiraba las reflexiones de Hayek.

En la actualidad, el colectivismo ha tomado otros rostros pero sigue siendo una amenaza de reversión contra los principios fundantes de la sociedad civilizada y la libertad de las personas. Se tratan de imponer fines, supuestamente colectivos, ya no mediante un férreo control económico sino conductual, bajo la excusa de evitar ofensas, angustias y discriminaciones. Paradójicamente, esta imposición de fines se hace, entre otras cosas, en nombre de la diversidad y la libertad.

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