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Agapito Maestre

Las Asociaciones de Víctimas del terrorismo y la lucha política

Han desaparecido por completo algunas asociaciones cívicas que tuvieron relevancia en la defensa de la Constitución.

Las manos blancas se convirtieron en todo un símbolo. Nacía el desde entonces llamado | Archivo

Las líneas de continuidad entre la época de Zapatero y Sánchez son obvias. Levantemos actas de algunas de esas evidencias. La rabia y el resentimiento generados por el primer gobierno de Zapatero contra las víctimas del terrorismo tuvo efectos terribles tanto sobre la sociedad española como en la forma de hacer política. El período de Zapatero en el poder negó la posibilidad de construir algo en común entre posiciones ideológicas diferentes. Persecución de la Oposición y negación de la víctima del terrorismo fueron sus principales contribuciones al proceso de degradación de la democracia española. Sánchez ha alargado y ensanchado ese nefasto legado merced a sus pactos con los exterroristas vascos, los golpistas catalanes de 2017 y el resto de secesionistas. La amnistía para Puigdemont consolidará su traición a España y, seguramente, dará paso a otra traición similar: un referéndum para Cataluña. Definitivamente, hemos entrado en la fase salvaje del proceso de degradación de la democracia española. Ya no se trata de deficiencias democráticas, sino de levantar barreras, bardas y muros para destruir las bases políticas recogidas en la Constitución de 1978. España está malherida.

Miremos para atrás para entender algo del presente. El salvajismo político introducido por Zapatero contra la unidad nacional fue combatido por las víctimas del terrorismo, aunque previamente buscaron algún rasgo de empatía con quien sabían, dicho sea como reconocimiento a su bondad, que era su primer calumniador público. Insistieron en entenderse con él. No fue posible. Zapatero persistió en el error. Prefirió vivir en el ocaso de nuestra cultura democrática. Porfió por la decadencia de la democracia. No quiso enmendarse, o sea, renunció a crear algo nuevo para España. Prefirió jugarlo todo a favor de los secesionistas: el asesinato de España. La nación, repitió Zapatero con crueldad, es una noción discutida y discutible. ¿Qué ofrecía a cambio el socialista bolivariano? Nada que no tuviera que ver con la barbarie, el salvajismo y la rusticidad de quien niega la nación histórica y constitucional. Barbarie, salvajismo y rusticidad no son comportamientos previos a la civilización, la cultura y la cortesía política. Son, más bien, los restos, los cascotes, de una cultura democrática que se derrumba por todas partes.

El gobierno de Zapatero por un lado, y los separatistas por otro, a partir del año 2004, entraron en esa ciudad en ruinas, España, con la intención de esponjarla por entero. No permitieron que nadie reconstruyera una sola calle, un espacio común, que pudiera servir para detener o rescatar algo de sus mejores edificaciones. Sin embargo, las víctimas del terrorismo plantaron cara al PSOE. De esa lucha, sin duda alguna, se aprovechó el PP. Rajoy acabó, en diciembre de 2011, presidiendo el gobierno de España. Mas la indolencia de su liderazgo será llorada siempre por los futuros historiadores de la decadencia de la democracia española. El período de Rajoy, un individuo sin idea alguna del Estado dentro de la Nación, fue sólo un placebo para que los españoles no se percataran de que España estaba en fase agónica. En otras palabras, Rajoy quizá no utilizó con perfidia a la víctima del terrorismo, pero, desde luego, no prestó atención a su principal demanda: el fortalecimiento de una España democrática y la persecución de todos los separatismos. Un ejemplo de la indolencia intelectual del PP con las víctimas del terrorismo es el trato dado, hoy (sic), a Maite Pagazaurtundúa, una de las mejores parlamentarias españolas en el Parlamento de la Unión Europea. Maite Pagaza, hermana de Joseba Pagazaurtunduá, asesinado por ETA en 2003, ha llevado a cabo durante toda su vida una lucha política, ejemplar desde el punto de vista democrático, en la Unión Europea. En las últimas elecciones salió elegida por Ciudadanos, grupo político en declive que no se sabe si se presentará a las próximas de mayo, pero al PP no se le ha ocurrido ofrecerle un puesto en sus listas para las próximas elecciones europeas. Esa actitud, aparte de revelar una carencia absoluta de inteligencia política por parte del grupo dirigente del PP, indica algo más obvio: la voluntad de este grupo político por pasar la página de las víctimas del terrorismo. Esta acción, o mejor dicho, inacción es tan políticamente correcta que dan ganas de mandar a la cúpula del PP al diablo…

En cualquier caso, creo que es aquí, antes de hacerse cargo de la llegada de Sánchez al poder, en 2018, para terminar la operación de derrumbe que inició Zapatero, el momento de recordar el contexto de algunas de las luchas de las víctimas del terrorismo en favor de la democracia. La forma opaca y esquinada de ejercer el poder por parte de Zapatero, siempre en colaboración con los separatistas y lo más sombrío y sórdido de nuestra sociedad, acabó imponiendo un estilo grotesco y agraz de hacer política. Se perdieron las formas civilizadas imprescindibles para cualquier entendimiento entre partidos políticos con diferentes idearios. Comenzó el cuestionamiento de los grandes pactos de la Transición, incluido el sentimiento de reconciliación entre todos los españoles, y apareció una anacrónica narrativa guerracivilista. A la memoria de las víctimas del terrorismo, una forma sugerente de combatir el odio, le hizo sombra la memoria patológica, o sea, la memoria histórica, de quienes son incapaces de asumir con piedad el tiempo pasado, la historia y la vida. Zapatero puso de manifiesto que existe una memoria enferma, patológica, que no soporta vivir en el presente a no ser para arruinarlo con las miserias del pasado. Esa famosa ley de memoria histórica vino para arruinar la convivencia entre españoles. Es la memoria del salvaje que nada quiere saber de la historia del sufrimiento humano. Es la memoria que quiere matar el tiempo. Es la perversa memoria de quien quiere "sentir de forma ahistórica", según nos enseñara Nietzsche. Es la memoria de Ireneo Funes, el memorioso, aquel pobre tullido y enfermo del relato de Borges que era incapaz de pensar, razonar y hablar, porque estaba instalado en la mera memoria: "Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol, de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado".

Frente a esa patología de la memoria, continuada por Sánchez con la ley de Memoria democrática, las víctimas persistieron en hacer memoria, de verdad, o sea, recordar a quienes habían caído asesinados por los criminales de ETA. Esta memoria emancipa, libera y marca el camino de la historia. Es menester que recordemos los casi mil asesinados por ETA y los cientos de caídos el 11-M. Siempre habrá ocasión para citarlos con sus nombres y apellidos, para narrar sus biografías, sus historias y las circunstancias en que fueron asesinados. Además, tenemos la obligación de reiterar que todos fueron asesinados por ser únicamente españoles sin reparar en ninguna otra distinción. Entonces, en 2004, abogué con escaso éxito por construir un Centro de la Memoria de los asesinados por el terrorismo, en general, y el de ETA en particular. Ahí hubiéramos sido capaces de distinguir con claridad a las víctimas de los verdugos. Ese centro hubiera sido el lugar ideal de encuentro entre las víctimas vivas, las familias de los caídos, y todos los que quisiéramos recordarlas. Esa casa de la memoria común tendría que pensar, sobre todo, España, porque los asesinos de ETA y el resto de separatistas compartían y comparten un único objetivo: la destrucción de España.

A finales de 2004, el gobierno de Zapatero ya había dados todos los pasos ideológicos y políticos necesarios para excluir de la vida política y, por tanto, marginar social y moralmente a las víctimas del terrorismo de la vida pública. En esa época ya estaba negociando el gobierno de Zapatero con ETA. Este diagnóstico político lo hice a los pocos meses de llegar el PSOE al poder, pero aún quedaban gentes, a veces de buena fe, que no querían creerlo. El Gobierno y los nacionalistas manipulaban la Constitución para que desapareciese el modelo de Estado Autonómico y en su lugar surgiese algo así como un Estado de carácter confederal, un mecano extraño a las tradiciones nacionales españolas, que pudiera ser ocupado en el futuro por el PSOE y los nacionalistas-terroristas. Esa operación política está muy avanzada, aunque el actual partido de Sánchez diga de boquilla, o sea con el cinismo propio de los gobiernos autocráticos que todo lo hacen dentro de la Constitución. Los socialistas siempre han simulado ese proceso. En nombre de la "España plural" siempre se ha cedido todo a los separatistas.

Pocas veces, en la historia reciente de España, un gobierno como el de Zapatero había perdido con tanta rapidez el respeto de sus ciudadanos a los pocos meses de llegar al poder. Excepto la plebe apolítica, nihilista y sectaria de quienes sólo dirigen su vida por la barriga, nadie sensato se privaba de criticar que estábamos ante un gobierno sectario que despreciaba a la mitad de la población. La nación no confiaba en su Gobierno. El respeto de sus ciudadanos, sin importar su credo político o religioso, por sus gobernantes y, especialmente, por su presidente del Gobierno, había desaparecido. Sin política exterior digna de resaltarse, sin coraje para defender la nación española de las tarascadas nacionalistas, sin otro proyecto económico que no fuera el gasto público por el gasto y, sobre todo, sin discurso para hacer política democrática, es decir, negándose a alcanzar consensos sobre los grandes asuntos de Estado con la oposición, entonces el Gobierno jugó todas sus cartas a pactar con los nacionalistas por un lado, y a negociar con los terroristas de ETA una paz de cementerio por territorio por otro lado. Su primer objetivo, en cualquier caso, era perseguir a la Oposición.

Trágico 2004. Cuando daba sus últimos coletazos, era la hora de hacer balance. Síntesis dramática entre el pesimismo reaccionario y el optimismo estúpido. Era necesario ensayar formas intelectuales y políticas para salvar la trágica circunstancia de España. Era necesario bordear tanto el catastrofismo nacionalista como el nihilismo socialista. Era necesario bucear en nuestra historia para defender el proyecto de España, un horizonte democrático que siguiese defendiendo a España como una comunidad espiritual. España era más, mucho más, que un territorio. Era una Nación. Era la base de la Constitución. Pero éramos realistas: quien consiguiese romper este músculo político, habría roto España. Estaba convencido de que los españoles no cederían al chantaje de quienes querían una España sin musculatura. España no era un vacío recipiente; no era una nación de naciones, como quieren los socialistas y nacionalistas, sino un sentimiento y una idea. Un destino y un proyecto.

Y, sin embargo, había que reconocer sin melancolía alguna que la vida de la nación era triste y su enfermedad grave. Por fortuna, todavía había un partido político que defendía la nación española. El PP esperaba. Aguardaba con paciencia el desarrollo de los acontecimientos. No sacaba a sus votantes a la calle. No agitaba las conciencias ante lo que se nos venía encima. Sólo se limitaba a defender la Constitución. El PP mostraba una conducta ejemplar. Podría gustarnos más o menos su forma de hacer oposición, y quien suscribe no ha dejado de criticarlo por su falta de nervio y contundencia desde el 11-M, pero ésta es honrada, a veces hasta la ingenuidad, a la hora de respetar escrupulosamente los modos políticos exigidos por una democracia avanzada; los insultos y las acusaciones que recibía el PP rayaban con la calumnia totalitaria, pero su fidelidad al proyecto de la nación española recogido en la Constitución eran ejemplares. Por el contrario, el PSOE actuaba en los límites del sistema democrático. No hubo ámbito de la vida social que el Gobierno no hubiera tratado de someterlo a su control, especialmente a su punto de vista nacional-populista.

Más aún, y éste fue el peor resultado del año 2004, negar el intento de construir lazos comunes entre las principales fuerzas políticas del país. Era el principal objetivo del Gobierno de Zapatero y es, hoy, el de Sánchez. Si antes del 11-M la consigna de nacionalistas y socialistas era "todos contra el PP", después de la llegada al poder fue repetir y repetir el eslogan: "El PP está aislado". Dejar fuera de juego a quienes representaban a más de diez millones y medio de españoles era algo que podía utilizarse coyunturalmente, accidentalmente, pero mantenerlo como una constante ideológica de actuación del Gobierno respecto a la oposición era un peligro para la democracia. Incluso los socialistas más inteligentes estaban abrumados a la hora de analizar la actuación anti-institucional y de ruptura de los grandes consensos del Gobierno. No lograban encontrar una categoría capaz de explicar la deriva nacionalista del Gobierno socialista. Pero es la que acabó imponiéndose y sigue en vigor con Sánchez.

En verdad, había tensión, mucha crispación, pero sólo se notaba en el PSOE. Al menos así lo veía yo al decir, en este periódico el dos de diciembre de 2004, que:

los dirigentes del PSOE, sus militantes y votantes tenían sobradas razones para estar crispados, tensos, rígidos, en fin, al borde de un ataque de nervios. Pues el cuerpo, aunque esté preparado por el entrenamiento, como es el caso del cuerpo socialista, acaba pagando las tensiones acumuladas durante meses y años. Movilizaciones contra el PP por cualquier motivo irracional terminarían pasando factura. La aprobación de leyes sin respetar los procedimientos democráticos tenía que ser agotador. Incluso el cuerpo más curtido terminaría rindiéndose, si le falta cabeza, cerebro, idea para dosificar las sobrecargas de los esfuerzos exagerados.

Ganar unas elecciones con casi 200 muertos presentes, con la moral de los españoles por los suelos, con las sedes del PP atacadas, sus dirigentes criminalizados por los militantes socialistas tuvieron que componer una dura carga para el cuerpo socialista. Si a eso se añade la comparecencia de Aznar en la Comisión del 11-M, entonces es comprensible la crispación del PSOE. Fue suficiente oír el discurso de un Aznar relajado, tranquilo, orgulloso de haber representado con lealtad a su nación para que el corpachón socialista balbuceará a través de su entrenador: ´Me crispa verle tan tranquilo'. Les crispaba, en efecto, a Zapatero que Aznar les dijera con la tranquilidad del justo: ´Investiguen quién es el responsable intelectual de la masacre'.

Y, sin embargo, lo decisivo de los años 2004 y 2005 fue el pacto de sangre entre Zapatero y los secesionistas. Exactamente es el asunto central que determina hoy la política de Sánchez. La colaboración entre el gobierno de Zapatero y los nacionalistas vascos y catalanes fue el asunto prioritario. La consumación de la primera parte de lo pactado en Estella entre los terroristas y los nacionalistas hacía seis años, el plan Ibarreche, los pactos con Carod-Rovira, la reforma de Estatutos, etcétera, etcétera, son algunas pruebas de la cuestión central que no era otra, sobre todo en el caso de el País Vasco, que "exigir paz por territorio", o sea negar la Constitución. En ese ambiente los socialistas ya sólo hablaban de paz al modo de los terroristas y nacionalistas. Después, cuando ETA anunciara la tregua, escribía yo en esa época, nos convertiríamos en muertos vivientes, pobre plebe despreciable por el resto de las grandes naciones de Europa y el mundo, porque no supimos defender lo que nos daba identidad: la ciudadanía española. Millones de habitantes dirán que es menester ceder, e incluso entregar territorio, si así nos dejan tranquilos. En eso seguimos, pero hoy, desgraciadamente, los demócratas tienen menos fuerza que en 2004. Han desaparecido por completo algunas asociaciones cívicas que tuvieron relevancia en la defensa de la Constitución. Valga recordar en este contexto al Foro de Ermua, una asociación cívica ejemplar, quien le advirtió a Zapatero: cuidado, presidente, con el recibimiento a Ibarreche. Ojo, señor, está usted recibiendo a un presunto delincuente. Ojo, señor, que podría usted verse envuelto en un problema. Cuide, pues, sus relaciones con alguien que puede ser juzgado por "haber conspirado para cometer rebelión". Este es, precisamente, el presunto delito del que el Foro de Ermua acusó al lehendakari, Ibarreche, en una querella que presentara contra él y contra quienes hubieran colaborado o estimulado un programa secesionista y conspirativo contra el Estado de Derecho. La legalidad del Estado de Derecho ya no debería amparar por motivos electoralistas, o personales, la ilegalidad nacionalista.

El Foro de Ermua no sólo mandaba un recado, un aviso ciudadano, a Rodríguez Zapatero para decirle que se dejase de trampas idealistas y respetase las exigencias ciudadanas, sino que también le recordaba que corría el gravísimo peligro de no someterse al dictum de Cicerón: situarse al margen de la Ley. Pues eso, exactamente, pareció la entrevista que mantuvieron, la segunda semana de enero de 2005, Rodriguez Zapatero e Ibarretxe: "Una negociación fuera de la Ley". En verdad, eso fue toda la política del gobierno de Zapatero con los terroristas de ETA. El tiempo ha confirmado esa predicción hecha por el Foro de Ermua y la AVT. Las víctimas del terrorismo se adelantaron, otra vez, a la historia política de España. En ese contexto de ilegalidad y carencia de legitimidad del Gobierno de entonces, convocó la AVT la primera gran manifestación contra ETA en la legislatura del 14-M, imposible de entender sin el atentado terrorista del 11-M. Pero de eso tratamos en la próxima entrega.

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