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Pedro de Tena

La degeneración institucional de la democracia española

Si relacionamos algunos de los hechos que se han perpetrado en Polonia se comprobarán con sorpresa cómo se parece a muchos de los que han ocurrido recientemente en España.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez junto al Presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido. | Europa Press

Hace ya tiempo se subrayó el destino incierto de las democracias que llamamos occidentales, Europa y Norteamérica sobre todo, olvidando siempre a Israel, Japón e Iberoamérica, entre otras. Incluso se afirmó la decadencia del Occidente en cuanto tal, ese conjunto de naciones que, a pesar de sus imperfecciones y limitaciones, ha hecho de la ciencia y la técnica (la verdad probada que funciona y se transmite), sus rescoldos cristianos (conciencia libre y crítica y obras de misericordia, por ejemplo) y la propiedad legal y la libertad de comercio la base de una prosperidad masiva nunca conocida antes y oportunidades de desarrollo individual sin precedentes.

Tras la derrota del nacional-socialismo, el fascismo y el comunismo soviético, otros se apresuraron a declarar el fin de la historia en el sentido de que la red de instituciones occidentales que sostenían las democracias liberales eran insuperables en eficacia visible y posibilidades. Parecía que la caída del Muro de Berlín era el experimento crucial que demostraba la superioridad política, técnica, económica y moral de la convivencia lograda mediante los procedimientos democráticos occidentales, a pesar de que, como siempre se advierte, eran los menos malos de todos los sistemas conocidos.

Sin embargo, desde hace no demasiado tiempo, la supervivencia del Occidente democrático ha vuelto a ponerse en cuestión, no para perfeccionar sus desajustes ni para mejorar sus prestaciones, sino para destruirlo. De una parte, el mantenimiento de las tiranías comunistas y sus derivados siguen amenazando la libertad individual y tranquila de democracias no siempre conscientes de su fragilidad y de otro, el rechazo desde su propio interior de los valores que la han configurado sin consideración de sus consecuencias, hace que se hable hoy del ocaso de la democracia.

Cuenta Alicia Delibes en su reciente e iluminador libro El suicidio de Occidente que, conversando con Jon Juaristi acerca del enemigo íntimo que pretende destruir a Occidente, éste rectificó su inclinación a considerar el relativismo cultural (todo vale lo mismo) como la causa esencial de ese desastre, para proponerle otro mucho más radical: el odio a Occidente sembrado por la educación.

"Viendo el poder que va adquiriendo una novísima izquierda que promueve la destrucción de las creencias, los valores, la cultura y el arte propios de la civilización occidental, creo que Juaristi tenía razón. No es sólo el relativismo cultural del antropólogo ni el desprecio a la cultura de unos ignorantes, lo que se ha venido sembrando en el espíritu de muchos jóvenes a través de la educación es algo mucho más profundo y peligroso, es un sentimiento de odio visceral hacia la civilización occidental", resume.

Una de las pensadoras que más han insistido en El ocaso de la democracia es la polaca Anne Applebaum, liberal conservadora y anticomunista. Cuenta en su libro que hace veinte años muchos de sus amigos, amantes de la libertad y la democracia occidentales tras décadas de dictadura comunista soviética, convivían y compartían ideas y afectos en fiestas familiares. Ahora, de los invitados a esas celebraciones, uno ataca a los museos nacionales polacos. Otro "tuitea sobre la responsabilidad judía del Holocausto". Otros más de entonces, son abiertamente homófobos o manifiestan impulsos autoritarios y antidemocráticos.

Su meditación se resume de este modo: "¿Es que algunos de nuestros amigos siempre han sido autoritarios encubiertos? ¿O las personas con las que brindamos en los primeros minutos del nuevo milenio han cambiado de alguna manera en las dos décadas que siguieron? No hay una explicación única…Pero sí hay un tema de fondo: dadas las condiciones adecuadas, cualquier sociedad puede dar la espalda a la democracia. De hecho, si nos hemos de guiar por la historia, a la larga todas nuestras sociedades lo harán".

Si relacionamos algunos de los hechos que se han perpetrado en Polonia se comprobarán con sorpresa cómo se parece a muchos de los que han ocurrido recientemente en España, a pesar de que el gobierno de Pedro Sánchez y sus socios identifican a los dirigentes polacos con Vox. Verán:

¿A que les suena? Pero esperen, que hay más:

Pongan los nombres y los hechos en las casillas correspondientes y se obtendrá un cuadro impresionista de un gobierno que se dice democrático. El escándalo es de tal nivel que incluso Felipe González, en su entrevista televisiva con Juan Luis Cebrián, sea lo que sea que pensemos de ambos personajes por diferentes razones, aludía a los desmanes que, contra la convivencia nacional y su sustento jurídico, la Constitución (la primera pactada desde 1812, dijo, no la de la II República), se están perpetrando por el gobierno Sánchez y su guardia pretoriana antiespañola.

Es más, González subrayó que el objetivo actual de gobierno, más que gobernar, es impedir que gobiernen los que ganan las elecciones alzando un muro de contención con quiénes sean. Las minorías no están respetando a las mayorías cuando lo sustancial es que la gran mayoría PSOE-PP se pusiera de acuerdo para evitar la tiranía de las minorías y de personajes como Puigdemont.

Además de la degeneración del gobierno en tanto que tal, está la degeneración del procedimiento inaugurado por la impunidad legal del gobierno durante la pandemia. Sibilinamente, González, que no cita a Koldo ni a Begoña ni a nadie implicado en los actuales escándalos, desliza que tiene miles de folios demostrando la ilegalidad de las medidas adoptadas durante aquel período[i] y, que, en realidad, a la gente se la ha expulsado de la participación democrática. Incluso se está en la frontera, se dijo, de la democracia iliberal[ii], un eufemismo para esconder al termino autocracia o tiranía. ¿Es tan extraño, pues, que El camino hacia la dictadura de Sánchez sea el título del más reciente libro de Federico Jiménez Losantos?

El historiador Niall Ferguson destaca las cuatro cajas negras[iii] que, ante el posible desastre de las democracias, deben ser examinadas para comprender el origen de la degeneración de las instituciones democráticas. Qué sea una institución es objeto de sesudos estudios, pero Ortega, siempre cortés por su claridad, expresa que si "lo inmutable e imprescindible son los ideales genéricos, eternos, de la democracia…los medios reales y transitorios para cumplir los ideales, los fines políticos, son los que se llaman instituciones" provisionalmente organizadas, y por ello reformables, "para alcanzar la justicia humana y la plenitud vital de la sociedad".

Desde la lengua a la justicia, desde las fronteras a la defensa del país, desde la enseñanza a la cultura, desde la economía a las relaciones internacionales, desde las tradiciones a las nuevas propuestas, desde la ordenación jurídica de la convivencia local o nacional a la represión de los crímenes, desde la investigación a la comunicación, entre otras muchos elementos vitales de una nación, todo está sembrado de instituciones, medios para el fin de la plenitud democrática.

Dice Ferguson: "Para demostrar que las instituciones occidentales ciertamente han degenerado, voy a abrir algunas cajas negras que han permanecido selladas durante largo tiempo: la primera es la etiquetada como ‘democracia’; la segunda lleva el rótulo de ‘capitalismo’; la tercera es ‘el imperio de la ley’, y la cuarta, la ‘sociedad civil’". Las instituciones que penden de esas cajas son las que hacen funcionar a las democracias occidentales.

Pero merece la pena reproducir este párrafo final de resumen: "Los países llegan al estado estacionario, como afirmaba Adam Smith, cuando sus ‘leyes e instituciones’ degeneran hasta el punto de que todo el proceso económico y político está dominado por una élite orientada a la búsqueda de ingresos. He tratado de sugerir que este es actualmente el caso en una parte importante del mundo occidental. La deuda pública —declarada e implícita— se ha convertido en una forma de que la generación más vieja viva a expensas de los jóvenes y de las personas aún no nacidas. La regulación se ha hecho disfuncional hasta el punto de aumentar la fragilidad del sistema….Y la sociedad civil se debilita y se reduce a una mera tierra de nadie entre los intereses corporativos y el Estado. En conjunto, estas son las cosas a que me refiero cuando hablo de la gran degeneración".

En España, la democracia, el mercado, el imperio de la ley y la sociedad civil, que ya fueron erosionados por un desarrollo pro-castas de la Constitución, han sufrido una notable degeneración desde 2004, tras el infame uso político del atentado terrorista más importante de Europa. Desde poner en duda la significación del término "nación" al blanqueamiento moral de los asesinos totalitarios de casi mil españoles, una tras otra las instituciones que tienen como fin el adecuado funcionamiento de la democracia han ido siendo desarmadas o desnaturalizadas. Desde 2018, la degeneración resulta evidente hasta para la izquierda que propició, a pesar de sus sombras, una única nación reconciliada para el futuro.

Hay bastantes memoriales que recogen las principales agresiones a las instituciones, que tienen por fin el funcionamiento de la democracia española, perpetradas por los gobiernos de Pedro Sánchez. Pero, para ser justos, habría que hacer relación de los polvos pasados que han devenido en estos lodos y del tiempo perdido sin efectuar reformas absolutamente necesarias para impedir lo que ahora se ve con claridad es una degeneración institucional.

Por ejemplo y sin ánimo de exhaustividad, en lo relativo a la caja negra de la democracia, no tiene explicación que el Estado español no haya definido con toda claridad cuáles son sus competencias exclusivas, que no se haya cerrado la forma y el fondo de lo que es un estado autonómico dejando puertas abiertas por las que ahora entran ciclones o que no se haya reformado la normativa electoral que ha dado pie a la sobrerrepresentación de los independentismos y al poder de las cúpulas de los partidos. Tampoco la tiene que no se haya vigilado la financiación de los partidos, su democracia interna o sus políticas de nombramientos para cargos públicos. Mucho menos la tiene que un gobierno cierre el Parlamento, gobierne desmesuradamente por decreto, que no informe de sus actividades o que pretenda investigar a los jueces que lo investigan. De los indultos ad hoc o amnistías redactadas por los delincuentes, mejor no hablar.

En cuanto a la caja negra del capitalismo, esto es, de la transparencia de los mercados, además de la organización legal de la defensa estricta de los derechos de los consumidores y su defensa ante los contratos de adhesión de las grandes compañías, resultan ausentes medidas por la transparencias de los mercados y su vigilancia por un Tribunal de Defensa de la Competencia que haga honor a tal nombre, el control de los mercados de valores, la liberalización de los mercados aún cerrados a la competencia, la defensa de los empresarios autónomos así como la necesidad de que el mayor dinero posible esté en manos de los ciudadanos propiciando bajadas de impuestos y un sistema general de financiación autonómica sin privilegios territoriales.

Respecto a la caja negra del imperio de la Ley, es inexplicable que no se haya asegurado la división de poderes que consagra la Constitución mediante la elección directa de los 12 miembros del Consejo General de Poder Judicial entre los miembros de la carrera judicial. Es inexplicable que el Fiscal General dependa del gobierno como lo es la composición y modo de acceso al Tribunal Constitucional, así como que haya atajos para alcanzar la condición de juez sin las oposiciones pertinentes en igualdad de condiciones. Tampoco es de recibo que no haya opciones a recursos previos de constitucionalidad por parte de los grupos parlamentarios y grupos de ciudadanos.

Respecto a la caja negra de la sociedad civil y de los ciudadanos sin organizar, es inadmisible que el castellano no pueda usarse libre y oficialmente en todo el territorio, que no haya un plan de suficiencia energética que admita la energía nuclear, que no haya un plan de abastecimiento nacional y solidario de agua, que haya subvenciones extraordinarias cuando sean menester pero no ordinarias destinadas a las asociaciones afines a los gobiernos, que la inmigración sea regulada con precisión y legalidad, que la enseñanza pública y privada transmitan conocimientos sin adoctrinamiento y tengan mecanismos nacionales de valoración y así sucesivamente.

Valgan estos ejemplos para insistir en que, aunque Pedro Sánchez sea hoy el principal obstáculo para la regeneración de las instituciones de la democracia española —del caso Koldo con su señora de por medio al caso amnistía Puigdemont al caso Otegui y otros muchos que desbaratan la urdimbre de la nación española mediante una tela de araña de mentiras descaradas y cesiones a los enemigos de España—, la degeneración democrática no es inevitable. No hay un destino que nos conduzca al averno de la tiranía o la autocracia de un desalmado.

Como he dicho recientemente en este mismo medio, el primer paso es acelerar la salida de un personaje indeseable, hasta para los miembros más egregios de su partido, de la Moncloa mediante elecciones libres, aprovechando el impulso de las tres elecciones sucesivas que se nos avecinan: las vascas, las catalanas y las europeas. Pero después, hay que advertir a los nuevos gobernantes que el pasado no puede volver a repetirse y si no atienden —algo probable—, será obligado organizar una resistencia civil, política, cultural y moral que impulse una batería de reformas para que la democracia y la nación española funcionen.

Necesitamos que las instituciones, esos medios para conseguir que la esencia de la democracia adquiera forma real y vital, sean ejemplares en el cumplimiento de la ley y en la consecución de sus fines generativos de nación y democracia españolas. Como recuerda Agapito Maestre con el gran maestro Ortega en su libro Entretelas de España, "la legitimidad…no sólo se obtiene negativamente, cuidando de no faltar al derecho, sino positivamente, impulsando la vida nacional. Pues por encima de la corrección jurídica piden los pueblos a sus instituciones una imponderable justificación de su fecundidad histórica". En otro caso, no habrá remedio.


[i] Textualmente, González dice: "El Parlamento se ha degradado mucho…Tenemos un trabajo hecho, discretamente, pero un trabajo hecho sobre cuántas leyes se han vulnerado como consecuencia de la pandemia, es cierto, (y con el pretexto de ella)".

[ii] Se dice que una "democracia" es "iliberal" cuando su sistema de gobierno hace que aunque haya elecciones los ciudadanos no pueden controlarlo que hace su gobierno aunque este se salte los controles constitucionales o desvirtúe su sentido. ¿Hay algo más iliberal que promover una "amnistía" no constitucional para satisfacer a una minoría a cambio de siete votos?

[iii] En su libro La gran degeneración.

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