
Esta reflexión sucede a la pregunta: "¿Qué pasaría si en lugar de PP, Vox y Cs, cada uno por su cuenta y al margen de la sociedad civil, un movimiento cívico-moral-político inspirado en Tabarnia, llamémosla provisionalmente Catabarnia para extenderlo a toda la región catalana (a la que por qué habría que renunciar abandonando a sus constitucionalistas), uniera sus fuerzas y se presentara unido como agrupación de electores de la Cataluña que se siente y quiere ser española?
Algo parecido intuyó nuestro director Raúl Vilas en su artículo Tabarnia y los bobos, de 2018, cuando subrayaba la importancia de la idea. "La gran aportación de Tabarnia es abandonar de una vez esa idea buenista y estúpida. Los españoles que viven en Cataluña no tienen que negociar su libertad ni pactar sus derechos con esa horda de energúmenos tractorizados. Ya existe una nación abierta en la que cabemos todos y se llama España. Lo que toca es pasar al ataque y defenderla sin complejos y para eso Tabarnia es una herramienta mucho más eficaz, en las circunstancias actuales, que ganar unas elecciones autonómicas".
Si me refiero a Tabarnia especialmente es por su popularidad y para que se entienda mejor lo que se trata de proponer. Ha habido otras iniciativas que cuentan Pablo Planas y otros[i] en el preciso texto de El libro negro del nacionalismo. La ideología totalitaria que ha conducido a Cataluña al desastre. Sería muy injusto no mencionar a Sociedad Civil Catalana en sus comienzos como fermento de la oposición cultural y moral al totalitarismo ideológico del nacionalismo.
Tabarnia es una intuición fecunda para la política catalana y, desde luego, también para la española. No me refiero a su formulación original y abstracta según la cual Cataluña se dividía entre Tabarnia (Tarragona y Barcelona, urbanas, costeras, industriales, productivas, modernas, constitucionales y proespañolas en buena medida) y Tractoria (Lérida y Gerona, agrarias, interiores, conservadoras, subsidiadas, anticonstitucionales e independentistas). De hecho, en las elecciones del 21 de diciembre de 2017, Ciudadanos ganó ampliamente en Barcelona y Tarragona, pero no en Gerona ni en Lérida.
Inicialmente, se juzgó conveniente satirizar al secesionismo separatista proponiendo la segregación de Tabarnia del resto de Cataluña, de modo que no pudiera ser arrastrada al independentismo por la aritmética parlamentaria como hicieron los golpistas de 1 de octubre de 2017. El razonamiento condicional era: "Si Cataluña aduce hechos diferenciales para separarse de España, Tabarnia los tiene más que suficientes para abandonar Cataluña".
Pero fue todo el movimiento cívico de los catalanes que son españoles y no quieren ser otra cosa, el que tras la traición del PSC, logró el ascenso, y luego triunfo, de Ciudadanos en las mencionadas elecciones de 2017. Desde entonces Tabarnia ya cobró otra dimensión. Dice Albert Boadella, en su libro de ese nombre, Tabarnia, que "a quien me pide el porqué de Tabarnia, sólo puedo decirle que es el resultado de la desesperación: contemplas este panorama, te desmoralizas y buscas alguna solución para sobrevivir frente a ello; y entonces, si haces algo, algún gesto, el desaliento se puede transformar en esperanza".
Tabarnia no era ni quería ser un partido político. Es más. Añade Boadella: "Tabarnia posee una característica excelente. Se trata de la exclusión de cualquier partido político como tal en su actividad, y no por equidistancia moral sino por simple higiene de libertad." Ello no quiere decir que Tabarnia no tenga un peso político en quienes necesitan su voto, pero es sociedad civil en estado puro y carne viva, es respeto por la individualidad inteligente de los ciudadanos y es desprecio por toda manipulación y mentira".
Francesc de Carreras resumió de un modo muy claro los elementos vertebrales del programa esencial de Tabarnia. Casi todos los partidos habituales son "en mayor o menor medida, nacionalistas: unos de forma declarada (ERC, Junts y la CUP) y otros de forma vergonzante (PSC y los Comunes)… Sin embargo, muy buena parte del electorado catalán no es nacionalista, el castellano es la lengua más usada por casi las dos terceras partes de los ciudadanos de Cataluña y muchos son perfectamente bilingües…". O sea, defensa de la nación española, de la Constitución y de la lengua materna de muchísimos catalanes y común de todos los españoles.
El éxito de Ciudadanos se produjo porque se avino a ser la expresión política de la pasión y la intuición de las agrupaciones cívicas de Catabarnia tras la deserción explícita del PSC que admite hasta Alfonso Guerra. Por ello, concentraba y cosechaba los votos españolistas presentes en la "Tractoria" separatista. De otra, succionaba los sufragios desencantados del socialismo de los señoritos pronacionalistas del PSC[ii]. Por último, alimentaba la esperanza de los constitucionalistas abstencionistas que acudieron[iii] a las urnas alimentados por una esperanza.
Pero tras el fracaso de Ciudadanos, nadie sabe muy bien por qué, los partidos que asumen la españolidad de Cataluña y la necesidad de la Constitución de 1978 como marco de referencia, PP, Vox y Cs apenas tienen relevancia política en el Parlamento catalán y, por si fuera poco, mantienen entre ellos una lucha soterrada por la hegemonía. La deslealtad del PSOE nacional a cambio de un puñado de votos, hace que los casi dos millones de catalanes[iv] que se sienten españoles no tengan referente político compartido y hacen de la abstención su expresión resignada.
Está claro después de este miércoles que Pedro Sánchez se ha cargado las elecciones catalanas del próximo día 12 de mayo. En una impropia carta desprovista del más mínimo sentido de la responsabilidad gubernamental que ostenta, ¡publicada en una red social!, ha reventado el cuerpo institucional de lo que queda de la España democrática dándose de baja sin certificado médico, como debe hacerlo el común de los españoles, amenazando a todos con una posible dimisión por "amor". Sería trágico… si no fuera cómico.
Amor a quién o a qué, nadie lo sabe con certeza, pero por si acaso ha acusado a media España (Felipe, Cebrián, Guerra, Leguina, Redondo, Corcuera y a lo mejor García-Page incluso) de ultra y derechista por pedir explicaciones y exigir responsabilidades sobre sus desmanes ideológicos, su autista y sospechosa política exterior, los tráficos de fondos públicos de su esposa, el enigma de su hermano riquísimo y enchufadísimo, el fangoso caso Ábalos y las mascarillas (con Illa rimando al final), el cenagoso Pegasus y demás escándalos viscosos. De los hechos, ni una palabra. Ni siquiera desvela el sencillito, aunque indecoroso, misterio de la treintena de vuelos del Falcon sin justificar.
Pero no es hoy el momento de hablar de lo que haga o no este personaje que se comporta, ya es evidente, como un sátrapa personalista y caprichoso. No le importan ni las Cortes, ni siquiera La Moncloa, ni el Consejo de Ministros, ni el medio de comunicación público que él domina, la RTVE. No, no. Ha publicado su carta en su cuenta de X, ex Twiter y, para que nos percatemos de una vez de cómo ha cambiado el cuento de la comunicación, ha logrado la mayor repercusión política nacional e internacional conocida desde hace mucho. Otra cosa es que tal espectáculo vaya a beneficiarle tras convertir a su esposa en carne de cañón.
Una de las muchas derivadas de esta ecuación impresentable es la que podría estallar en Cataluña. Las encuestas dan aún una mayoría relativa al PSC, que no es el PSOE, sino la versión nacionalista de los "señoritos catalanes" que ganaron el pulso a Felipe González y convirtieron en quiosco filoseparatista, antiespañol y antisolidario lo que debería haber sido una federación vertebrada al resto de las demás socialistas en España.
Las mentiras de Salvador Illa, "mascarilla", del círculo personal del presidente, y su desprestigio creciente puede hacer peligrar el tinglado que sostiene a Moncloa. Tras el batacazo gallego y aun con el reciente respiro vasco, bien leve por cierto, un cataclismo en Cataluña, ya dejaría preso del todo a Sánchez del cachondeo separatista que acaba de ofrecerle la casa de Puigdemont en Waterloo para que reflexione en la capilla replicada de La Moreneta.
La metamorfosis estratégica de Pedro Sánchez en escarabajo enamorado escénico podría pretender sencillamente animar el cante de la pena, penita, pena que suele funcionar en los forofos y también en los interesados en su permanencia en el poder, que en Cataluña son casi todos, más que nadie Illa con surima, y así debilitar a Puigdemont, Junqueras y hasta los de Colau y cía. O me apoyáis (cuestión de confianza o no) o se hunde todo, ustedes los primeros, ordena a sus socios. Pero ha llegado tan lejos que volver no va a ser fácil.
Hasta ahora, la media de las quince encuestas publicadas hasta ayer, 25 de abril, arrojaba unos resultados que impedían gobernar al planetario independentista por no alcanzar entre Junts, Esquerra y la CUP los 68 escaños necesarios (se quedan en 66). Pero el PSC de Illa, aun siendo el partido más votado, sólo podría formar gobierno con los independentistas de Puigdemont (y en todo caso, siempre bajo su dominio) y, más que probablemente, debería ceder la presidencia de la Generalidad al prófugo como condición sine qua non y al margen de toda legalidad si la Ley de Amnistía aún no está en vigor.
El problema es que Illa está cada día que pasa más atascado en sus marrullerías y que es muy probable que la ventaja que ahora tiene sobre Puigdemont vaya decreciendo a causa de la decepción de los sufridos charnegos con las élites socialistas y la abstención de los "tabarneses" ante la trifulca de los españolistas y constitucionalistas escenificada por PP, Vox y Cs. Pujol lo sabe y se ha adelantado a facilitar el ascenso del golpista impune.
De conseguir el huido Puigdemont de un resultado suficiente (que hiciera imposible un gobierno de PSC, Esquerra y los comunes), el devenir de Cataluña y de España sería ya catastrófico. La espantá de Sánchez podría tener como efecto ¿deseado? el hundimiento de la candidatura de Salvador Illa, que sigue ocultando a sus votantes charnegos españoles las verdaderas intenciones de este PSOE de Sánchez y su activista comercial, Zapatero.
Pero volvamos a la pregunta inicial. ¿Y si lo que hemos llamado Catabarnia, una plataforma cívica, social y cultural común con un ideario sencillo, básico y firme hubiera existido y forzado la floración de una única opción política que aceptase ser la expresión política de sus convicciones esenciales? ¿Podría haberse recuperado la ilusión de diciembre de 2017 cuando Ciudadanos logró ser la lista más votada? En estas elecciones ya no será posible. ¿Y en las siguientes?
Ya sabemos que la unidad política de PP, Vox y Ciudadanos en una coalición electoral unificada no ha fructificado y que tal división tendrá consecuencias. Que el PSC vuelva a la fidelidad constitucional después de Zapatero y Sánchez es descartable. Y así parece que lo seguirá siendo a menos que un movimiento cívico de gran amplitud y calado, Catabarnia, como expresión de la sociedad catalana constitucionalista, presione decididamente para conseguir la refundación necesaria que haga que el voto constitucional se agrupe en una sola candidatura compartida.
¿Cómo resolver si no la terrible paradoja de que, a pesar de que "el apoyo a la independencia no tiene mayoría social alguna en Cataluña", que dice Pablo Planas, el aparato político administrativo siga estando en manos independentistas horadando día tras día la resistencia de lo que significa España dentro de la región?
¿Podría reducirse la abstención de los constitucionalistas hartos ya de la deslealtad, traición y agresión sistemática de separatistas, golpistas y sicarios ocultos del PSC y pecios comunistas desde el arranque mismo de la Constitución de 1978, aprobada por más del 90 por ciento de los votantes en todas las provincias catalanas? ¿Podría animarse su voto y defenderse su presencia y sus derechos y deberes con un movimiento cívico y cultural potente, eficaz e influyente en los agentes políticos?
Hoy se habla mucho de la guerra híbrida, aunque cualquier estudio de la historia militar enseña que todas las guerras son "híbridas", que utilizan todos los elementos a su alcance, convencionales o no, para conseguir la victoria. Sansón ya usó contra los filisteos un ejército de zorras incendiarias. De las plagas de Yahvé en Egipto mejor no hablar. Otra cosa es que cada vez más elementos disponibles para la guerra sean de índole no convencional.
Que los partidos políticos constitucionalistas en Cataluña no comprendan que el enfrentamiento es inevitable porque el nacionalismo supremacista ya ha roto las reglas del juego y que no entiendan el carácter "híbrido" de la batalla despreciando nuevas formas de defensa y avance, es inexplicable. Plataformas cívicas en la que confluyan personalidades, asociaciones, iniciativas, fundaciones, redes sociales y demás instrumentos actuales serán absolutamente necesarias para que la acción política coordinada logre recuperar el espíritu de la España constitucional.
Los partidos desoyeron esta estrategia compartida en las recientes elecciones vascas y no la atienden ahora en Cataluña. La consecuencia será que la voz constitucional española en ambos Parlamentos regionales será muy débil e inoperante. En 2001, se hizo fracasar la coalición constitucional de Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo.
En 2017, Ciudadanos no pudo, no quiso o no supo cómo gestionar su mayoría electoral en Cataluña y su peso político nacional. Desde entonces, el mensaje constitucional carece de presencia eficaz en ambas regiones. Pero la tuvo, y mucha, civil, cultural, social e incluso política. ¿Ha desaparecido por arte de magia?
Para conseguir recuperar el espíritu de reconciliación y de convivencia de la Transición, mucho más tras la amenaza de Pedro Sánchez a las instituciones democráticas que veremos en qué desemboca, habrá que generar un movimiento nacional y constitucional "híbrido" con nuevas formas y métodos en los que los partidos no podrán ser los únicos actores y las acciones cívicas, culturales, morales y comunicacionales predominarán. Y no solo en Cataluña y en el País Vasco, sino en toda España. Será también resultado de la insumisa inspiración de Tabarnia y su rebeldía ciudadana.
[i] Miriam Tey, Sergio Fidalgo y Juan Pablo Cardenal
[ii] Así los llama Miquel Giménez, que fue ayudante de Iceta, en su libro sobre el socialismo catalán, PSC: Historia de una traición. La gran estafa a los votantes de izquierdas.
[iii] De abstenciones cercanas al 40 por ciento en 2012 y 2015 se bajó a una abstención de casi el 20 por ciento en las elecciones que ganó Inés Arrimadas en 2017. En las siguientes de 2021, tras el desastre y la fuga inexplicables de Ciudadanos, la abstención volvió a ser de casi el 50 por ciento.
[iv] 1,9 millones entre Ciudadanos, PSC y PP en 2017 que en este momento no tienen una representación adecuada.