
La primera noticia seria, formada y con criterio filosófico, que tuve de José Manuel Gallegos Rocafull se la debo a Gabriel Zaid. Aquí en Madrid, durante mi época de estudiante en la Facultad de Filosofía, no se pasaba de decir cuatro generalidades sobre el personaje. Nada mejoró la cosa con el personal que se dedicaba a la filosofía del exilio. Recuerdo que, en uno de mis viajes a México, fui a visitar a Zaid en su despacho en la Colonia Anzures de la capital mexicana. Estuvimos toda una mañana charlando. Entre otras muchas cosas, hablamos de la guerra civil española y los exiliados. Él mismo había sido discípulo de Rafael Dieste, el gran escritor gallego, en su Monterrey natal. Me habló de las aportaciones que hicieron los españoles en todos los campos al México contemporáneo. Inolvidables son las precisiones y detalles que me daba Zaid sobre esas materias.
Después de recordarme la aportación de los ingenieros y los arquitectos españoles al México contemporáneo, salió el nombre del gaditano Gallegos Rocafull (1895-1963), sacerdote, filósofo y teólogo formado en Sevilla y Madrid, canónigo en la catedral de Córdoba y profesor de Filosofía en la Universidad de Madrid. Creo que también ostentó cargos diplomáticos en el Vaticano durante la Segunda República. Más tarde, ya en México, también fue profesor de la UNAM y de la Iberoamericana. Formó, a decir de los que saben de la vida y obra de este gaditano, a un par de generaciones de intelectuales mexicanos, entre los que destacan algunos por su cristianismo liberal, cosa difícil en nuestras latitudes.
Me dio mi amigo Zaid una visión de conjunto sobre su labor en México y me recordaba su adhesión inquebrantable a la Segunda República. Cuando estalló la Guerra Civil, permaneció fiel al bando republicano y llevó a cabo labores de propaganda en Bélgica y Francia, por lo que fue suspendido a divinis por la jerarquía eclesiástica. Naturalmente, el sacerdote Gallegos no compartía la visión de sus superiores religiosos. No creía en lo de la cruzada religiosa, aunque lo dijera el cardenal Gomá. No le daba importancia a que Franco salvara a cientos de curas de morir asesinados. Su comportamiento, en verdad, es muy parecido al de la actual jerarquía católica española. Hoy, seguramente, sería uno más de la ortodoxia eclesiástica española. Pero, sin duda alguna, en el pasado fue considerado un heterodoxo. Tiendo a pensar que fue, nunca mejor dicho, un liberal cristiano. Alguien que intentó compatibilizar el cristianismo intimista, solitario, con la idea de justicia social. En el orden teológico como en el moral, sus principios podrían acercarse a quienes defienden una sociedad formada por individuos "solitarios solidarios". ¿Raro? No, un heterodoxo. Un cura que se exilio de la España católica.
Exiliado en México, desde 1939, fue repuesto en sus labores pastorales en 1950. Su labor intelectual y religiosa, según Zaid, fue tan relevante que aún permanece viva. Sus sermones en una iglesia de la Colonia Condesa de ciudad de México aún se recuerdan con nostalgia. Yo he visitado esa iglesia y todavía queda el rastro del cura gaditano. Eran un prodigio de inteligencia y vanguardia. Mientras que un día criticaba con sosiego el pretendido humanismo de Jean-Paul Sartre, otro lo dedicaba a explicar las doctrinas de Theilard de Chardin. Nada se le resistía a este discípulo de Ortega que, sin embargo, no se paró en barras a la hora de criticarlo por su silencio después de la guerra. Hizo una reseña de un libro de Ortega sobre El ensimismamiento y fue la ocasión para reprocharle su silencio.
Zaid me regaló un libro de Gallegos Rocafull, aparecido en 2005, La pequeña grey, publicado por Jus. Una editorial mexicana llena de liberales cristianos. Nótese que nuestro protagonista murió en 1963, o sea, estamos ante un libro póstumo. Me costó tiempo hacerme cargo de esta obra y no precisamente por su estilo. Era, y sigue siendo, un testimonio religioso sobre la guerra civil española, según rezaba el subtítulo del libro, muy bien escrito por una persona culta y, sin duda alguna, con mil problemas de conciencia, aunque muy pocos para mantenerse fiel al bando republicano. En verdad, no sabría explicar bien por qué se me resistía y aún se me resiste esta obra, pero tengo que reconocer que me costó mucho leer con sosiego este libro; lo leía a ratos, pero pronto lo dejaba para mejor ocasión. Más aún, se han escrito tan torpes valoraciones de este libro que he acabado eludiéndolo. Y, sin embargo, es una obra que exige relectura. Algún día lo haré, de momento, que sigan manipulándola quienes hacen de la memoria subjetiva y arbitraria de nuestra trágica Guerra Civil, entre los que se cuenta este texto, la pieza clave para fundamentar el odio que dirige sus pobres existencias. Libro de memorias es esta obra, por tanto, cuidado al leerla si lo que queremos es hacer historia de verdad. Historia.
Dejemos de lado los tópicos, especialmente ese que empieza y termina diciendo: Gallegos Rocafull, filósofo y canónigo gaditano, criticó la actitud de la Iglesia Católica al aliarse con la "santa cruzada" de Franco, y demos unas notas sobre su labor cultural entre los exiliados españoles en México. Contribuyó a crear las revistas como Las Españas, Romance o España peregrina, órgano de la Junta de Cultura Española. Participó como principal ponente en el el octavo aniversario de la muerte de Antonio Machado. Fue, sí, un hombre muy comprometido con el exilio español del 39 en México. En muchos actos republicanos dio lecciones sobre la literatura mística española. En esto fue más seguidor de Menéndez Pelayo que de Ortega. Gallegos Rocafull tuvo en México una intensa actividad cultural y pedagógica. Su amistad y discusiones con Max Aub, según nos recuerdan ilustres comentaristas, sobre filosofía y arte son de nota. Los dos eran enamorados de las artes plásticas y el cura, además, disfrutaba con los toros y el sol. Gallegos disfrutaba de la vida, mientras pensaba la muerte y la resurrección. Genuino gaditano.
En México fue acogido por la comunidad de los jesuitas de la Universidad Iberoamericana. Y pronto también enseñó Filosofía del Derecho en la UNAM, que a los pocos años se convirtió en la universidad más ideologizada de toda América. Aún es la fuente principal de la que mana el doctrinarismo marxista y populista de nuestro tiempo. Es la alternativa ideológica a la cultura cristiana de México. Ojo, digo ideológica, no hablo de Ilustración. Gallegos fundó, junto su íntimo amigo Bergamín, la Editorial Séneca; hay un espléndido libro sobre Bergamín y la editorial Séneca, de Gonzalo Santoja (Al otro lado del mar. Bergamín y la Editorial Séneca, 1997), aquí no se sabe bien quién es el alter ego del otro… Fue un traductor apasionado y certero de los Tratados morales (1944-46) y las Cartas morales (1951-1953), de Lucio Anneo Séneca. Y, por encima de esos datos, más o menos externos a la intimidad del personaje, nos quedan sus libros de antes y después de la guerra civil. Del año 1929 es su libro Una causa justa. Los obreros de los campos andaluces. Dos años antes publicó un texto de carácter doctrinal titulado El misterio de Jesús. Ensayo de cristología bíblica. Es obvio que esos textos representan las obras escogidas de un cristiano preocupado por la cuestión social. Y también la política. ¡Un cura rojo! Ya su trabajo de tesis de grado apuntaba maneras para recibir ese título: El orden social según la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Obra típica de un hombre de Acción Católica. Quizá de un adelantado del Concilio Vaticano II.
Sin embargo, sus grandes obras son las llevadas a cabo en México a partir de la década de los cuarenta. Si tuviera que elegir una, entre todas las que escribió, me decantaría por El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII, escrito en 1947, y publicado en 1951 aprovechando la ocasión del IV centenario de la Fundación de la Real Universidad de México. Es una extraordinaria investigación de archivo, consultó muchos documentos de esa época, donde incluso rescató diecinueve manuscritos de Diego Marín de Alcázar, que hacían referencia al pensamiento teológico mexicano. Esta obra supuso todo un giro clave en los estudios sobre el virreinato de Nueva España. Nos da una clave de la historia de la filosofía en lengua española, especialmente sobre el significado de la cultura española en América. Considero que es una genial des-dramatización de los ideólogos del "encuentro" de civilizaciones. No hay uno ni dos personaje sino tres: "el pensamiento importado, el medio en que se refracta y la desviación, matiz o tendencia que consiguientemente adquiere aquél, y en los que ya está el germen de su futura evolución". Para Gallegos Rocafull no se trata de victorias o derrotas, sino de una nueva realidad. México no es otra cosa que un nuevo miembro de la gran familia de la civilización hispánica. Sin duda alguna, esta concepción de la historia de México está vinculada a la idea de la mexicanidad de los grandes liberales del siglo XX, como Samuel Ramos, Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Octavio Paz. Pocos como Gallegos han contribuido con este libro al desarrollo de la historia liberal de México. El charco, el Atlántico, lejos de separarnos, es un inmenso canal de fluida comunicación. Una obra, en fin, para darle puerta a los nacionalismos de todo género. Es una obra de genuina hispanidad.
El significado último del magisterio de Gallegos Rocafull en México no es otro que haber rescatado del olvido las señas de identidad hispánica de México, que habían sido no sólo olvidadas por la independencia sino, sobre todo, por la revolución mexicana, que despreció tanto su porvenir como su pasado. Hubo en un determinado sentido una reminiscencia de un pasado que había sido despreciado. Algo parecido sucede en este tiempo de indolente indigenismo y populismo barato. Por fortuna, en los años cuarenta y cincuenta Gallegos Rocafull le enseñó a los mexicanos a respetarse a través de la valoración de su pasado. Resucitó la vigencia de San Juan de la Cruz, de Góngora y de Quevedo; la cultura hispánica, sí, era su cultura. Sor Juana es tan española como Góngora mexicano. En fin, Gallegos hizo coherentes el cristianismo intimista y místico, el privatismo cristiano, con la exigencia de justicia social del catolicismo hispánico de todos los tiempos.