
Inicio este texto sobre El libro mudo (Secretos), de Ramón Gómez de la Serna (RGS), lleno de dudas. Fue publicado cuando tenía veintiún años. No sé si este libro es un precipitado de ocurrencias propias de un presumido adolescente o, por el contrario, es la obra de un grandioso poeta que jamás escribió en versos. Me siento como si estuviera sentado entre dos sillas mal acomodadas y peligrosamente distanciada una de otra. Estoy a punto de caerme al suelo. Vacilo y al instante busco donde agarrarme. Me levanto un poco tambaleante. Camino y termino frente a un estante de mi biblioteca. Hallo aquí mi primer báculo. Extiendo el brazo y agarro el primer volumen de las obras completas de Federico Nietzsche, en la vieja, querida y siempre mejorable edición de Eduardo Ovejero y Maury.
Abro el grueso tocho al azar, leo y transcribo las tres líneas que Nietzsche dedicó a La teogonía, de Hesíodo, en Humano, demasiado humano. Me vienen como anillo al dedo para acercarme al inventor de una nueva Escritura, toda una Literatura, con el antiguo y siempre renovado método del artista clásico: "´Nosotras sabemos decir muchas mentiras'. Así cantaban en otro tiempo las musas cuando se le aparecieron a Hesíodo. Es muy interesante considerar al artista como embustero" (F.Nietzsche, I, 516). Este genial mentiroso, cronista de circo, travestido de Azorín o metamorfoseado en Valle-Inclán, recrea la literatura filosófica del bigotudo alemán como no consiguieron hacerlo los del 98 ni los del 14, ni siquiera los del 27, salvo Juan Ramón Jiménez. Toda su obra nos embriaga de concreción, incluida la no existente. Ya lo dijo Macedonio Fernández con frase redonda y no sé bien si perfecta: "Ramón es el mayor realista del mundo como NO es". Lo humano es cosificado y los objetos son humanizados.
La literatura no es más que una transposición de introspecciones y renovación permanente de sensaciones. Todo fluye rápido y, a veces, se capta, y otras muchas se imagina. Todo está, sí, en la lengua empleada como una piedra preciosa siempre a punto de recibir nuevos brillos. El contenido es el continente y viceversa. ¡La eternidad de la evanescencia pudiera estar en la filosofía de RGS. Ninguno de sus lectores puede dejar de asombrarse, ensimismarse, alterarse, reírse, cabrearse, en fin, vivir intensamente lo leído. Es un Escritor con mayúscula porque, además, jamás aburre. Rebosa amenidad. Es un bienaventurado del Embuste. Artista siempre. Ciudadano ejemplar de la ciudad del arte creado por Croconas, junto a un tal Alejandro nacido en Paflagonia, perfectamente diseñada por nuestro José de la Colina, maestro extraordinario del cuento corto y el mejor narrador de la vida cotidiana de la segunda mitad del siglo veinte mexicano. El diseñador del arte de Croconas, quizá el más sugerente seguidor RGS al otro lado del charco, vio mejor que nadie el error capital del otro gran ramoniano de América: "La contradicción de Borges estaba en admirar la escritura de Ramón sin percibir que la unidad básica, la pieza sine qua non de esa escritura, era precisamente la greguería, la fusión de metáfora y sonrisa. Las greguerías tanto valen cada una sola como entreveradas en el vasto tejido de todos los libros de Ramón (…). Su total obra, de más de cien títulos, de una cantidad de palabras que da vértigo, es una vasta esfera de omnipresentes greguerías, una greguería global, un universo con la periferia en todas partes y el centro en ninguna." (J. de la Colina, De las libertades fantasmas, 101 y 102).
La greguería, ay, es, en parte y mitad, la recreación a lo grande del aforismo nietzscheano. Ramón es el gran discípulo español del alemán. Nada más plagiarlo lo ha superado con creces. El Libro mudo, extraño e intransitivo porque a nada ni nadie se dirige, retahila de soliloquios de alguien que cuida y llena su marginación con soledad, genuinamente sonora, o sea muda, se abre con un lema de Nietzsche: "No se entiende nada de lo que dice el autor y se tiene la ilusión de creer que donde no se entiende nada no hay nada." Esta cita del Ecce Homo, de Nietzsche, es el frontispicio de toda su obra. O, mejor dicho, esa frase, ese pensamiento, le "ayudo a sentir", como ha dicho el mejor estudioso de Nietzsche en España, "que si, cuando algo es muy nuevo, no se entiende y se cree que nada hay en ello, su deber era hacer inteligible lo nuevo. Y esa novedad, bajo cualquier variación, sería, en adelante, la greguería." (Gonzalo Sobejano, 593). Por eso, precisamente, porque toda greguería hace o, al menos, pretende hacer inteligible lo ininteligible, le asiste la razón a quienes consideran, entre los que me cuento, El libro mudo (secretos) como el fundamento, naturalmente, filosófico, de toda la obra de Ramón.
Este libro contiene in nuce toda la obra de Ramón. La greguería está fundamentada, como la razón moderna, en su propio desarrollo. Es tanto ergo como energeia. Da razones este libro a favor de la greguería y, además, despliega algunas ellas como si se tratara de la propia vida. Hallamos en ellas variedad y riqueza. Encuentra temas propios como el joven poeta que ve de un golpe, al instante, todo aquello que oculta la madurez. Este libro explana, amplía y hace holgado todo lo tratado en su primer libro Morbideces. Es el primer gran ejemplo, o mejor, es su gran programa intelectual. Fue un trabajado incansable. Escribía a todas horas y en todos los soportes. Cumplió a rajatabla los secretos del libro mudo. Casi se diría que lo sigue al pie de la letra en sus obras posteriores. Hay frases que nos recuerdan obras como El Rastro, sus Biografías y Retratos, en fin, aquí están cientos de temas que después aparecerán en su ingente obra.
El libro mudo (Secretos) es, sí, un programa entero de Literatura y Filosofía Ramonianas. Cada una de sus páginas es un ejemplo de su vasta literatura. Y, sobre todo, vemos en todas sus páginas reflejado con nitidez lo pensado por José de la Colina sobre la greguería: "Colinda, con todos los géneros (el aforismo, el haikú, el poema en prosa, el ensayo, el cuento, el chiste, el juego de palabras, etc.) y traviesamente los atraviesa sin adscribirse ni identificarse del todo a ninguno." (José de la Colina, op. cit.102).
Este canto a la vida, que no otra otra cosa es El libro mudo, nos deja descolocados, intranquilos y desasosegados, en fin, siempre en vilo. Pendientes de una nueva mirada. De una nueva greguería. El discurso, la narrativa, la explicación se interrumpe permanentemente, como la propia vida que acaba en morbideces, gracias a la metáfora. Ahí esta el esplendor y a veces, cómo no decirlo, la miseria de la vida que refleja la metáfora. No hay otra forma de concebir la vida de la literatura, la filosofía, si es que, en verdad, queremos tocarla, verla, ensayarla y poetizarla. Vivir la literatura como la vida. ¡Quizá! Y es que la vida, la inefabilidad de la existencia, o se capta con metáforas o desaparece. Creo que en eso, en el poderío de la metáfora, la literatura, en verdad, la filosofía de RGS sobrepasa a Nietzsche. Muchos antes de que Heidegger perorará sobre el asunto del Ser, de la Existencia, tomando como referencia la poesía en general, y al poeta Hölderlin en particular, RGS descubrió su inefabilidad. Y, sin embargo, la inefable inefabilidad del Ser no acaba en silencio sino en grandiosa metáfora. Vida que da vida. Él no se ajusta al lenguaje, como dijera Alfonso Reyes, sino que el lenguaje, a tanto insistir, ha abierto una brecha por su espíritu, penetra por él como un golpe de viento, y se roba sobre sus cien alas todo lo que puede. Es difícil hallar mejor metáfora que la de Alfonso Reyes, la de un golpe de viento, para penetrar en la obra de RGS. Pero nadie tan certero como el propio Reyes hallaremos en la historia de la crítica literaria para señalar conceptualmente el limite de la greguería: "Pero si Ramón se alarga, si quiere soldar una idea con otra, entonces todo se pone mal y todo se lo lleva el diablo. Sus obras perfectas no duran más allá de las siete líneas. La línea número ocho es el punto crítico de la disgregación. Después, la máquina se resiste o se para. Así condicionado, Gómez de la Serna es dueño de un arma que parece un alfiler, y es capaz de crucificar con ella todos los insectos; sólo que no puede servirle como cincel de labrar estatuas." (A. Reyes. OC, IV, 189).
En fin, comencé este texto buscando báculos para no caerme ante el primer deslumbre de El Libro mudo (Secretos), que me aconsejó Alfredo Arias para hacerme cargo de la imposibilidad de hablar de filosofía española sin literatura, y vuelvo a él para sosegar mi primer y destrabado impulso. He despejado mi duda sobre su grandeza. El inmenso trabajo de síntesis, de pensamiento, que despliega RGS en este libro no es el menor mérito de la obra. Ya no albergo dudas. Escribo sobre un libro de un autor proscrito sin anteojeras, sin estéticas y sin prejuicios. Escribo, como siempre, por libre. He aquí el libro de un proscrito para aquí y ahora. Pues que, como dice el dicho, "quien escribe, se proscribe". No es un juego de palabras sino la constatación de un acontecimiento. Rara vez se perora, entre los lectores y expertos en la obra de RGS, sobre su primer gran libro, antes sólo había escrito Morbideces. Pero, en verdad, concluyo que ahí está contenido todo RAMON. La explanación de cada uno de los secretos ahí revelados es el hilo directriz de una de las literaturas más grandiosas del siglo XX. RAMON es toda una literatura. Y una filosofía, a veces por descubrir y por experimentar.
El libro mudo es el título de un libro lleno de secretos. El lector inteligente logrará descifrarlos. El obtuso lo abandonará a la vuelta de la esquina. En cualquier caso, RGS siempre será, como demostró con grandeza ramoniana el gran Francisco Umbral, el modelo de escritor proscrito, porque a los veintiún años, se dice pronto, descubrió la mejor manera de sobrevivir con dignidad en el centro de su circunferencia, siempre tangente con la norma, la convención y el simulacro. Él nunca engañó a nadie. Fue libre en su circunferencia. No escribió para nadie que no fuera él mismo. Es una estética sin estética y una religión sin doctrina. Escribió deliciosamente. Y lo hizo de todas las maneras posibles, pero siempre su escritura transmite la inefabilidad de la vida… Seguiremos…
Pero, antes de despedirme, aquí les dejo tres greguerías para que sonrían: "El sostén es al antifaz de los senos". "Monólogo significa el mono que habla solo". "Las mariposas las hacen los ángeles en sus horas de oficina".