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García Morente, el decano de la Filosofía española

Nadie como él ha conseguido dar continuidad a una tradición filosófica creada por Ortega.

Nadie como él ha conseguido dar continuidad a una tradición filosófica creada por Ortega.
Manuel García Morente. | Archivo

Pocas vidas y obras hay en España que me provoquen más asombro que la de Manuel García Morente. Hay muchas fotos del personaje. Dos guardo siempre en mi memoria. La primera está tomada con gran angular: se le ve, entre un grupo de personas, delante de un edificio racionalista de comienzos del siglo veinte, camina con un cigarrillo en la mano al lado de Niceto Alcalá Zamora y otros jerifaltes de la Segunda República, va ataviado con un riguroso traje negro y corbata de pajarita. Es un hombre menudo y elegante. Está en la inauguración del edificio de la mítica Facultad de Filosofía y Letras de la que fue Decano hasta el año 1936, cuando un comité al servicio de los criminales (sic) de la Segunda República lo expulsó de su cargo y, naturalmente, intentó asesinarlo. Hasta hace poco esta foto estaba en el bar de la citada Facultad. Desconozco por qué la retiraron. Quizá le moleste a la chusma analfabeta de la memoria histórica. La otra foto muestra a tres personas sentadas en un banco: a la izquierda aparece Zubiri, revestido con sotana de sacerdote católico, en el centro está Ortega y a su derecha García Morente, estos dos bien ataviados con ternos discretos.

¿Por qué recuerdo estas fotos? No lo sé. No lo tengo claro. Quizá por nada y por todo. Quizá para no olvidar una gran tradición o, sencillamente, para no renegar de lo que pudo ser grande y hoy está en absoluta decadencia. Quizá sean espuelas para sobrevivir con dignidad en un país cuyos dirigentes desprecian y manipulan su entera historia, empezando por la de su filosofía. Ojalá estas fotos sigan siendo estímulos para indagar el origen, desarrollo y decadencia de la enseñanza pública de la Filosofía en la universidad española. Tiendo a creer que esos retratos me sirven para imaginar mil cosas sobre qué significó esa Facultad de Filosofía y Letras para la cultura española y, sobre todo, cómo podrían leerse las obras de esos filósofos para restañar algunas de las fracturas que produjo la Guerra Civil, el Franquismo y la etapa actual, casi cincuenta años de tambaleante democracia, con aquella cultura filosófica que surgió y desarrolló a través de las obras de Ortega y Gasset y García Morente.

Sí, en el ámbito de la enseñanza pública de la Filosofía pongo juntos a estos dos personajes, a la misma altura intelectual y política, porque el primero sigue siendo el creador más importante de la cultura filosófica en lengua española, pero el segundo —ahí está el toque— fue quien se percató de lo que eso significaba para crear una escuela filosófica, la Escuela de Madrid, que a día de hoy aún no ha sido superada en el mundo ni por sus ideas —mi vida como fundamento radical de la filosofía—, ni por el número de filósofos —no hay en España ni en la América española filósofo o escritor importante que no le deba algo a Ortega—, ni por calidad de los pensadores que allí surgieron —los discípulos y seguidores de Ortega llevaron a éste donde ni siquiera él había imaginado—. Lo concebido filosóficamente, si se me permite decirlo así, por Ortega para el desarrollo de la filosofía en España, fue ejecutoriado de modo extraordinario y casi milagroso por García Morente, entre 1926 y 1936, en su calidad de Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Sólo por eso, sí, el nombre de Manuel García Morente debería figurar en todos los centros de enseñanza superior de la Filosofía.

Julián Marías, el filósofo que siempre dijo la verdad, lo vio con claridad meridiana en el año 1941, recién acabada la guerra civil española, al dedicarle el libro que más ha influido en la cultura filosófica media o general de los españoles. No mentía Julián Marías al abrir su manual de Historia de la Filosofía con estas líneas: "A la memoria de mi maestro D. MANUEL GARCÍA MORENTE, que fue Decano y alma de aquella Facultad de Filosofía y Letras donde yo conocí la Filosofía". Y nadie mejor que el propio Marías percibió, en este famoso manual con prólogo de Zubiri y epílogo de Ortega, la principal aportación de García Morente a la filosofía española contemporánea: "Lo más maduro de su pensamiento es una exposición personal de la filosofía orteguiana" (J. Marías: Historia de la filosofía, 416). Si toda filosofía se compone de investigación y exposición, nuestro protagonista tuvo la valentía, no exenta de humildad, de investigar en la de Ortega hasta hacerla suya, incluso para transformarla, o, mejor dicho, para llevarla aún más lejos de lo previsto por el propio Ortega. Su exposición de Ortega es antológica. Filosófica. Marías sabía bien lo que decía al referirse a la relación entre García Morente y Ortega: es tan personal la exposición del primero de lo pensado por el segundo que logra, en mi opinión, una originalidad inusitada en la historia de la filosofía española. Hace filosofía al darle continuidad de múltiples formas a un pensamiento original.

El magnetismo que desprende la figura de García Morente es más que atractivo. Es fascinante. Fascinantes son sus querencias filosóficas y vitales. Fascinantes son la maneras de entretejer su vida con su obra. Fascinantes son el hombre y la obra de Manuel García Morente. El Decano, el hombre que llevó a la realidad, o sea el gran hacedor de una idea de Ortega para enseñar filosofía, merece más que un libro. Entre su ateísmo militante y su conversión al catolicismo, su vida y obra jamás defraudan. Imantan a sus seguidores sus estudios en Francia y Alemania, sus traducciones de filósofos franceses y alemanes, sus grandes obras y sus misceláneas, sus Preliminares lecciones de Filosofía y El hecho extraordinario, sus escritos autobiográficos y sus epistolarios, la organización del mejor crucero cultural que se haya hecho nunca en España por los lugares más emblemáticos de la civilización greco-romana, en el año 1933, la organización disciplinada de los estudios de Filosofía, su teoría de la cultura, sus Ensayos sobre el progreso, etcétera, etcétera.

En verdad, la vida de este hombre es de película. Hasta hace un par de décadas su obra estuvo desperdigada y a veces inédita; por fortuna, en 1996, se publicaron, en cuatro gruesos y densos volúmenes, sus Obras Completas (Anthropos), realizada cuidadosamente por Juan Miguel Palacios y Rogelio Rovira. La introducción elaborada por los editores a la obra de García Morente es tan sobresaliente como neutral, o mejor, poco comprometida a la hora de decantarse por alguna línea de interpretación de su filosofía. Nada dicen sus autores, por ejemplo, sobre el influjo de la filosofía de Ortega en el proceso de conversión de García Morente al cristianismo. Éste es, ciertamente, el núcleo clave para el inicio de una hermenéutica seria del pensamiento de García Morente. Las derivadas y los resultados de esos estudios sobre su conversión son, en mi opinión, múltiples tanto en el ámbito cultural como político. Es, pues, un asunto capital para establecer un diálogo sincero no sólo entre ateos y creyentes, sino también entre los seguidores cristianos y agnósticos de Ortega y García Morente.

Escrúpulos académicos aparte, creo que la figura de García Morente merece más de un libro. Sus obras exigen ser comentadas, discutidas y expuestas en medio de la calle, entre otras razones, porque ofrecen soluciones a problemas enquistados, y casi eternos, en la sociedad y la cultura política de nuestro país. La vida y obra de este hombre son referencias importantísimas para reconciliar las posiciones de los integristas católicos y los liberales de sangre roja, de los azules y los rojos, de los Hunos y los Hotros, como diría Unamuno. Manuel García Morente es, en efecto, un hombre de película. Vista con el complejo paisaje de España al fondo se nos convierte en un héroe. Y, además, murió muy joven, a los 56 años, cuando iniciaba una nueva andadura intelectual, después de una larga maduración filosófica y religiosa. Se frustró al inicio la tercera navegación de la (su) filosofía, como él dijera en el final de ese hermoso libro que es Lecciones preliminares de filosofía (M. García Morente, OC. II, 1, 314).

Pocas obras y vidas dan tanto y bueno como la de Manuel García Morente. Su conversión al cristianismo ocuparía obviamente una parte importante del guionista de su futura película, pero sería un error que el director no atendiese los textos donde el propio García Morente expone su conversión. Son oro molido. Son auténticos guiones de un teólogo, un filósofo de Dios, acompañados con música de Berlioz. Sin duda alguna, El hecho extraordinario sigue siendo el gran acontecimiento de su vida. Es una pieza deslumbrante y llena de atractivos para cualquier historiador de la filosofía española que se precie de ello. Pero debemos reconocer públicamente que su conversión al cristianismo, junto a su ordenación como sacerdote, son sucesos que para un director de cine compiten con su salida del Madrid republicano, después de ser avisado por Julián Besteiro de que su vida corría peligro de muerte. También daría para un libro la relación con uno de sus primeros discípulos, José Gaos, que "no pudo o no quiso defenderlo, acaso por disciplina de partido" (Julián Marías: Una vida presentes. Memorias, 144), cuando fue destituido de su puesto de Decano por un comité revolucionario.

Entre todas esas cuestiones mencionadas para hacer una película de García Morente, me parece que la más relevante, desde el punto de vista filosófico, sigue siendo, como sugería más arriba Julián Marías, ser un extraordinario y personal expositor de la filosofía de Ortega y Gasset. Nadie como él ha conseguido dar continuidad a una tradición filosófica creada por Ortega. Para hacerme entender, especialmente entre quienes son poco aficionados a la filosofía, pondré un ejemplo simple: la filosofía de Ortega —a la que le preocupa la idea de Dios como un tema más de la filosofía, pero él mismo se define como agnóstico— en la exposición, explicación y divulgación que de ella hace García Morente se convierte no sólo en uno de los fundamentos de convivencia entre la religión y la filosofía, sino en un argumento relevante para justificar la creencia cristiana, e incluso la conversión de un agnóstico, como era García Morente, al cristianismo. Si esto fuera verdad —y es lo he tratado de mostrar siempre que he escrito sobre García Morente, por ejemplo, en el capítulo cuarto de mi El gran maestro (Almuzara)—, sólo un indocumentado se atrevería a negar la originalidad de García Morente. O sea su filosofía.

En resumidas cuentas, la filosofía de Ortega contribuyó decisivamente a la conversión de García Morente al catolicismo. Aparte de los razonamientos expuestos en El Hecho Extraordinario, recuerdo aquí dos testimonio de García Morente que así lo prueban. El primero, antes de su conversión, es de 1929: "Desde sus primeros pasos por la senda filosófica, Ortega y Gasset se sintió irremisiblemente atraído por el problema más hondo: ver cómo de la fuente vital brota todo cuanto es y vale en el universo. Ahora, ya logrado el primer objetivo de sumergirse en el seno primordial de la vida, va siguiendo sus ramificaciones, sus creaciones, sus descubrimientos, que a tan alto pueden llegar que alcancen el Supremo Ser, a Dios mismo, eterno e infinito depósito de toda vida" (M. García Morente, O.C. I, vol 2, 502). El segundo texto corresponde al final de las Lecciones preliminares de filosofía. Se refiere al famoso ensayo de Ortega Dios a la vista. "Ahí entramos", concluye García Morente, "en la tercera navegación de la filosofía (…). Ahora queremos una metafísica que se apoye, no en los fragmentos de un edificio, sino en la plenitud de su base: en la vida misma. Por eso digo que ahora comienz la tercera navegación de la filosofía. Nosotros probablemente quizá no la veamos cumplirse en esos años y sólo la contemplamos tomando rumbos y alejándose cada día más. Pero la proa de los barcos, como dice Ortega, camina hacia un continente en cuyo horizonte se dibuja el alto promontorio de la divinidad". (M. García Morente, O.C. II, vol. 1, 313 y 314).

Seguiremos, pues, ampliando el guión de esta película en una próxima entrega.

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