El mundo, en estos días de expansión casi radioactiva, de información, desinformación y opinión vulgarizada, asistirá en los próximos meses a un choque ideológico y político como nunca antes habíamos visto con motivo de la campaña electoral norteamericana y lo que vendrá después.
El "extremista" Trump frente a la "radical" Harris, supuestamente, representan dos visiones del mundo actual que entran en colisión de una forma brutal. Ambos lideran un movimiento que actúa como un bloque con un solo objetivo, destruir al otro. Según su argumentario, su victoria salvará ni más ni menos que a la democracia y a la civilización occidental, pero se ve que para cada uno de ellos son dos conceptos diferentes.
Lo impactante de este choque, ya planteado por Trump como de civilizaciones, es que no estamos hablando de un país perdido en el Himalaya, sino de la primera potencia militar, cultural y económica del mundo y nuestro principal aliado global. Las consecuencias para Europa y España serían tremendamente diferentes según quién fuera el vencedor. Pero, ¿estamos de verdad ante un conflicto único y sin precedentes?
Para ser rigurosos, no es un debate nuevo. Llevamos más de un siglo con estas diferentes concepciones de la políticaen general. La polarización existente hoy no es mayor que la que se produjo entre Robert Taft y Eisenhower en el Partido Republicano en 1952, o entre Alexander Hamilton y Thomas Jefferson, y no digamos entre Lincoln y Breckinridge en 1860, que desembocó en la terrible guerra civil norteamericana.
La diferencia entre aquellas situaciones y la actualidad se encuentra en las redes sociales. Hasta comienzos de este siglo, la opinión publicada era controlada y reconocible. Un editorial de una persona conocida en un medio como The New York Times creaba una opinión de muy pequeño impacto que llegaba solamente a las personas claves o que eran relevantes en la vida política o económica, pero sus efectos en la vida real eran enormes, canalizados a través de lo que ahora llamamos influencers políticos. Un editorial de Ansón o de Cebrián generaban semanas de debates y producían una enorme tensión política. Hoy ya nadie lee periódicos. Un presidente del gobierno acompañando a la puerta de prisión a su secretario de estado de seguridad condenado, fue algo de expertos y políticos en 1998, hoy tendríamos más de diez mil tweets y mil memes, y sería objeto de cien tertulias.
En la actualidad cada día se escriben más de 2.000 tweets por segundo y como cada uno de ellos es leído por decenas de millones de personas afines ideológicamente, o totalmente contrarias, se genera una extensión de la polarización a nivel de calle, sin control ni filtros. Cualquier hecho, mito o mentira se multiplica por millones en cuestión de minutos que son replicados por personas que solo quieren leer aquello en lo que creen a pies juntillas. Estoy convencido de que si Goebbels hubiera conocido Twitter, estaríamos todavía en el Tercer Reich. La polarización actual ya no está en el club Siglo XXI, ni en las Sociedades del País, ni en la universidades, sino en el Mercadona, en los partidos de futbol de nuestros hijos, en las cenas de Nochebuena o en la plaza de toros.
¿Es Trump un extremista dentro de su partido? la respuesta es muy evidente, por supuesto, no tanto por convicción que por conveniencia, pero tiene detrás un poso ideológico muy potente en los Estados Unidos que nació en los años treinta. Los paleocons republicanos nacieron en oposición a la política del New Deal de Roosevelt, que tildaron de comunista. Su choque con los neocons republicanos explosionó en las primarias republicanas de 1952: el paleocon Robert Taft frente al neocon Eisenhower. Ante el temor de regresar a las cavernas liberales de antes de 1929, la mayoría del partido apoyó al General que acabaría siendo uno de los mejores presidentes de la historia. En el fondo, es la misma discusión que nació en las cenizas de la Toma de la Bastilla y de las revoluciones europeas del siglo XIX, ¿cuál debe ser el papel y tamaño del gobierno y qué protagonismo debe permanecer en el ámbito privado?
Frente a un estado intervencionista y protector, los paleocons abogaban por la defensa y predominio de la tradición cristiana protestante, por el regionalismo, el nacionalismo y el nacionalismo demográfico o supremacismo, apostaban por restringir la inmigración; se oponían al multiculturalismo y al cambio demográfico. Los paleocons defendían la descentralización de la política federal, la restauración de controles al libre comercio, el nacionalismo económico y el no intervencionismo. Consecuencias del aislacionismo. Robert Taft es el antecedente intelectual de Trump, un movimiento que resurgió con el Tea Party, en oposición a la línea Neocon republicana protagonizada por Reagan y los Bush. Una visión extrema del movimiento Paleocon y del Tea Party, se representa en la agenda 2025 y en el movimiento MAGA que tiene su extensión en los partidos populistas de derecha en Europa.
Y ¿qué podemos decir de Kamala Harris? ¿ es una radical o una bruja en la jerga republicana? La respuesta no es sencilla. Podemos situarla en la defensa de derechos individuales como el aborto en una línea radical así como en cuestiones como inclusión social, protección social y separación iglesia estado, pero todos ellos se enmarcan en la tradicional línea demócrata. Estos postulados se compensan por su política migratoria, defendiendo una acción eficaz para evitar la intrusión de inmigrantes ilegales en la frontera sur, defendiendo el liderazgo militar, climático y económico del mundo libre y con una clara visión atlantista y contraria a las dictaduras. En definitiva, en este trade off entre gobierno y sociedad, Kamala está más cerca de un modelo europeo que del tradicional norteamericano. En cuanto a la política exterior, Kamala se halla más cercana a los neocons republicanos, defendiendo el liderazgo mundial y el intervencionismo como instrumentos claves de su concepción global del mundo, lo que podría llevar perfectamente a un republicano como Mitt Romney a la Secretaría de Estado.
La cuestión central de esta nueva campaña que se ha iniciado con la retirada de Biden es que ha surgido la colisión entre dos modelos totalmente diferentes de la política y que además no se soportan, hasta el punto de que no existe otro objetivo que destruir al otro. Para Trump y sus seguidores, Harris representa mucho de lo que detestan: el feminismo, persona de color, el multiculturalismo, el aborto, el reforzamiento del Estado, el militarismo y el control de armas. Kamala Harris simboliza mucho más que Biden todo lo que los Trumpistas odian. Pero no veo en las posiciones de Harris nada muy diferente de Obama, Biden o Clinton, por lo que la candidata se enmarca en la parte progresista de los demócratas, pero no es ni Pedro Sánchez, ni Scholz, ni Macron.
Las redes y los medios amplificarán todas estas diferencias en los próximos meses de una manera desmedida. Los republicanos de MAGA no pueden aceptar que Kamala pueda ser presidente por ser contra natura en su concepción, así que buscarán un impeachment incluso antes de las elecciones y con su mayoría después. También estarían dispuestos a escudriñar en la vida personal de la candidata buscando alguna conversación con el Diablo, recordemos que Estados Unidos es el país de mundo occidental donde más gente cree en la existencia real de Satanás y de los ángeles, pero claro, que el candidato republicano no está para inmiscuirse en la vida personal de nadie.
¿Qué podemos esperar el resto del mundo de cada candidato?
En política, como en casi todos los órdenes de la vida, hay que distinguir entre ambiciones, prioridades y posibilidades. Si analizáramos a cada candidato por sus ambiciones, seguramente erraríamos al cien por cien; porcentaje que se reduce con las prioridades y mucho más si hablamos de posibilidades.
En política exterior, la ambición de Trump es el pragmatismo. Estará dispuesto a pactar con quien necesite, no importa el daño colateral o la visión ideológica del potencial aliado. Atacará la globalización, reforzando la autarquía y el cierre de fronteras, evitando cualquier contaminación ideológica del exterior. Reducirá el poder militar para poder bajar los impuestos a las clases medias y altas, y contrarrestará esta decisión con un reparto de áreas de influencia con China, Rusia y Arabia Saudita. También está en el eje de sus ambiciones, una política comercial muy agresiva imponiendo aranceles a las importaciones, especialmente contra China, y buscará terminar con la alianza con los países europeos progresistas a los que sacará de su agenda. Un mayor acercamiento a Putin y la retirada de la ayuda militar a Zelensky para provocar la victoria rusa estarían entre sus objetivos estratégicos.
Sus prioridades son las restricciones al libre comercio y un mayor aislacionismo, especialmente rompiendo con países europeos progresistas con un acercamiento a Putin y Xi Jinping, y el cierre hermético de la frontera sur. Finalmente, sus posibilidades por las que deberíamos guiarnos serán retirar la ayuda militar a Ucrania, la aplicación de aranceles a productos extranjeros, el abandono de los acuerdos sobre cambio climático y pondrá distancia con los principales países europeos. Además, defenderá una política monetaria expansiva para enmascarar los efectos de sus políticas a corto plazo, lo que nos afectará a todos.
Kamala Harris ha tenido en estos años una escasa agenda exterior, no más de cinco viajes internacionales con algún contenido político. De los discursos que he leído, podemos presumir que con matices menores apoya la política exterior de Biden; quizás apreciamos algunas diferencias respecto del conflicto en Israel, en el apoyo a Ucrania y en la política migratoria, si nos guiamos por las declaraciones que ha efectuado cuando era vicepresidente, pero no esperemos cambios significativos.
Seguramente las ambiciones de Harris en política exterior son generar incentivos para impedir la inmigración ilegal, con un vasto plan de apoyo financiero y militar a los países de Centroamérica; el reconocimiento del Estado Palestino, consolidar la alianza asiática frente al expansionismo chino, continuar con el apoyo unilateral a Ucrania, incidir en las políticas contra el cambio climático y una oposición más decidida a los regímenes autoritarios.
Bajando al terreno de las prioridades, yo las concentraría en consolidar la Alianza Atlántica; apoyará de forma más decidida el alto el fuego en Gaza, buscará el paraguas de la OTAN, eludiendo los potenciales obstáculos derivados del control republicano de las Cámaras, para mantener la agenda exterior en Europa y en especial el apoyo a Ucrania. Su apuesta en la lucha conta el cambio climático será más pragmática, para no perjudicar a la industria norteamericana y reforzará los medios fronterizos de Centroamérica para alejar el control de su frontera natural.
Sus posibilidades son mucho más reducidas, ya que se va a encontrar con un Senado y Congreso republicano que buscará su impeachment desde el día uno, eso suponiendo que Trump acepte su derrota y no promueva una nueva insurrección. Mantener a Putin y Xi Jinping controlados, consolidar la Alianza Atlántica, mantener la ayuda indirecta a Ucrania y promover un acuerdo de paz con palestinos e israelíes serían ya logros espectaculares, pero no tendrá capacidad para avanzar en ninguna otra cuestión global.
Para España, con Trump en la Casa Blanca, seremos ubicados en el eje del mal europeo, nuestros productores tendrán severas dificultades para exportar sus productos y nuestro posicionamiento internacional se verá debilitado por los acuerdos militares a los que llegará con Marruecos, un socio más fiable y controlable para su política de gestión del planeta del mundo desde la avenida Pennsylvania.
Con Kamala Harris, asistiremos a una mayor apertura comercial y a un atlantismo más comprometido. Pero que no nos confundan, Kamala Harris no es Pedro Sánchez, lo más cercano a la socialdemocracia europea es Bernie Sanders. Kamala representa un centro político mucho más cercano a los postulados que gobiernan la Unión Europea en la actualidad.
La cuestión clave es ¿qué pasará con el partido republicano si Trump pierde las elecciones? La gran mayoría de senadores y congresistas están más cerca del Neoconservadurismo que del Paleoconservadurismo, con lo que lo más probable sería una factura del partido, que beneficiaría a Kamala como presidenta, o bien un abandono definitivo del movimiento radical que ha protagonizado Trump, ante una realidad demográfica y económica que va en la dirección opuesta. Esta opción se me antoja muy peligrosa, ya que una parte de la sociedad se resistirá a aceptar los cambios. Así que en cualquier caso, veremos tiempos turbulentos en los Estados Unidos durante algunos años hasta que las cosas exploten o se serenen del todo.