En La profesora de Literatura, película húngara, se cuenta la historia de una docente que recomienda una película sobre la vida de Rimbaud, Vidas al límite, lo que le vale una demanda por parte de un padre que considera que la película no es adecuada para chicos de su edad, dieciséis años. En Filmin, donde la he visto, leo que la película trata de "destapar las vergüenzas del auge ultraderechista en Hungría" porque la "simple recomendación" de una película desata el caos total en la vida de la profesora.
No había visto Vidas al límite porque Rimbaud es uno de mis poetas preferidos y el tratamiento cinematográfico de la poesía suele ser superficial y cursi. Esperaba que en La profesora de Literatura se nos informase de la edad recomendada oficialmente para ver el biopic sobre Rimbaud, pero nada. Luego lo busqué y resulta que está recomendada para mayores de dieciocho años. La protagonista de la película húngara en ningún momento advirtió sobre este detalle a los alumnos o a sus familias. Tampoco les habló sobre el contenido de la película, que traza a Rimbaud como un niñato maleducado, despreciativo y chulesco, siempre a la búsqueda de broncas y que se dedica a insultar a todo el mundo que se le cruza por delante. Tampoco sobre la relación tóxica que mantenía con otro poeta, Verlaine, con más insultos, muchos golpes y un par de disparos que acabaron con Rimbaud en el hospital. No vale la pena ni que pierda el tiempo con la superficial Vidas al límite, ni con la maniquea La profesora de Literatura, pero, al menos, me sirven para ilustrar el especial cuidado que ha de tener un profesor a la hora de recomendar cultura a los más jóvenes, ya que niños y adolescentes pueden dejarse llevar por los aspectos más chocantes de las obras, malinterpretándolas. Por ejemplo, en lugar de inspirarse en la alta poesía de Rimbaud, que no aparece en la película por ningún lado, creer que para ser un genio de la poesía hace falta ser un mastuerzo en lo personal. O que el verdadero amor lleva a los celos, la violencia y el intento de asesinato.
Mi lista de diez películas para adolescentes desafían los lugares comunes cinematográficos, éticos y políticos a los que están acostumbrados. Para no columpiarme como La profesora de Literatura, he consultado las recomendaciones oficiales de edad recomendada, no crean, y aviso cuando es el caso.
El hombre que mató a Liberty Valance
La adolescencia es la edad ideal para comenzar a asumir conceptos políticos y comprender que transformar el mundo hacia el bien o hacia el mal es tarea de todos. También que entre esos todos no solo hay héroes y villanos, sino aparentes héroes que tienen bastantes hebras negras en sus capas doradas, así como héroes ocultos por los intereses espurios de políticos y medios de comunicación. John Ford rodó esta película en blanco y negro, con intérpretes demasiado viejos para sus personajes y en un entorno claustrofóbico alejado de sus habituales batallas en los grandes espacios del Oeste norteamericano. Una de esas películas que si fuese declarada mejor de la Historia del Cine nadie le pondría ni una objeción. Hay tantas presencias actorales insuperables en esta película que parecería un delito destacar a alguien, pero John Wayne es, sin duda, un primus inter pares al lado de Lee Marvin y James Stewart.
Casta invencible
Advierto que está recomendada para mayores de edad, pero creo que no hay ningún padre en el mundo que me ponga una objeción a la elección de esta película. Una familia encabezada por Henry Fonda y con Paul Newman como uno de sus hijos resiste a las presiones de los sindicatos y las grandes empresas madereras para poder llevar su negocio como les dé la real gana. De título original Sometimes a Great Notion es una película de 1971 dirigida y protagonizada por Paul Newman. El tema principal de la película es la unión familiar frente a la adversidad. La trama explora la tenacidad y la determinación de los personajes en un entorno marcado por la dureza del trabajo en la industria maderera y las tensiones familiares. ¿Por qué mayores de dieciocho años? Quizás por una muerte tan terrible como sutil, difícil de asimilar.
Blade Runner
En el momento de su estreno, la crítica cinematográfica convencional la machacó. En general, pareció pretenciosa y preciosista, una incitación al consumismo por la abundancia de anuncios publicitarios, lenta para ser una película de acción, superficial en su ambición metafísica e ingenua en la dimensión humanista. La comparaban, despreciativos, con la monumental Metrópolis de Fritz Lang, el entrañable Frankenstein de Whale o el negro y retorcido El sueño eterno de Hawks. Cualquier tiempo pasado fue mejor, según la crítica acomodada en lo alto del panteón academicista.
Blade Runner es en algunos aspectos una película conceptual. Y en este sentido es divertido averiguar, de entre la miríada de empresas anunciadas en las pantallas y pancartas de la ciudad, cuáles han resistido el paso del tiempo –la destrucción creativa como esencia del capitalismo, de que hablaba Schumpeter—.
Pero también es una película esencialmente retiniana, e implícitamente un homenaje a la vista. Al ojo como ventana a la realidad y la verdad. La secuencia inicial consiste en un ojo que mira maravillado las llamas que iluminan las moles piramidales en el paisaje de la ciudad. La máquina de la verdad que permite aplicar el test Voight-Kampff capta en una pantalla el ojo del sospechoso. Los ojos de los replicantes brillan como los ojos del búho sintético que posee Tyrell, el cual lleva unas gafas inmensas que hacen igualmente inmensos sus ojos miopes. Ojos sintéticos son los que destruye fascinado el replicante Leon. Y Roy decidirá que su padre putativo Tyrell ya ha visto demasiadas cosas. Al tiempo que, como testamento, dejará a Deckard un relato de las cosas que sus ojos han captado:
Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia...
Derzu Uzala
En tiempos de cambio climático y ecologismo, no hay mejor película que Derzu Uzala, de Akira Kurosawa. El director japonés explora la relación entre el ser humano y la naturaleza. La película, basada en hechos reales, muestra a Dersu Uzala, un cazador siberiano, como un símbolo de respeto y armonía con el entorno natural. El mensaje central es el valor de la conexión con la naturaleza y la importancia de la humildad ante su poder. Kurosawa utiliza esta historia para resaltar temas como la tenacidad, el conocimiento de la naturaleza, la amistad y el respeto por las culturas tradicionales y el medio ambiente.
El maquinista de la General
En 1926, Buster Keaton dirigió El maquinista de La General. Una comedia hecha arte de cuando el cine todavía era mudo pero hablaba a través de una gestualidad riquísima y unos rostros expresivos. Salvo el rostro de Keaton, que hizo de su hieratismo la marca de la casa. Nunca se dijo tanto con tan poco. El ferrocarril como un potente símbolo de la unión entre compatriotas en la terrible atmósfera de la guerra de Secesión Americana y sigue a Johnnie Gray, un maquinista cuyo tren es robado por los enemigos. La tecnología y el progreso, la guerra y el caos, con Keaton luchando con valentía, ingenio y honor.
Inteligencia artificial, de Steven Spielberg
Kubrick llevaba años dándole vueltas al cuento de Brian Aldiss Los superjuguetes no duran todo el verano. Finalmente, le pasó sus reflexiones a Steven Spielberg, al que veía más capacitado desde el punto de vista de los efectos especiales. El resultado es un curioso híbrido kubrick-spielbergiano, con esa belleza gélida característica del primero y el calor emocional propio del segundo. Finalmente, una recreación del Pinocho del Collodi y una reflexión sumarísima acerca de qué sea esa cosa llamada "ser humano".
Master and Commander
Peter Weir proporcionó a Arturo Pérez Reverte "dos horas de felicidad absoluta" con esta épica y lírica aventura en dos océanos, viento en popa a toda vela, en que Rusell Crowe interpreta a un Jack Aubrey al que seguiríamos al fin del mundo. Líder lleno de virtudes y defectos, destaca por un carisma basado en su conocimiento y bravura –aunque también es testarudo y soberbio hasta rozar la temeridad–, ama la gloria y la riqueza al tiempo que es un fiero cumplidor de su deber para con la Marina. Como diría Whitman: "Oh, captain, my captain!".
Andrei Rublev
Entre los cineastas, uno de los casos paradigmáticos de indomable espíritu emprendedor fue Andréi Tarkovski. Por cada una de sus películas tuvo conflictos con el Comité del Estado Soviético para la Cinematografía; hasta el punto de que, a partir de 1982, sus películas, que triunfaban en los festivales del mundo entero, dejaron de proyectarse en la Unión Soviética y su nombre no volvió a mencionarse en los medios de comunicación controlados por el Estado (ergo, en ninguno).
Andréi Rublev, sobre todo el episodio titulado "La campana", puede ser vista como un canto a la libertad creadora, al innovador como ventana que se abre en las sociedades a la creatividad, y al coraje y la asunción de riesgos como dos de las características fundamentales que debe tener cualquiera que pretenda, en la medida de sus posibilidades y dentro de su campo de acción, transformar el mundo.
Recreando vívidamente la Rusia de la época de las invasiones tártaras, la biografía novelada de Andrei Tarkovsky sobre el pintor de iconos Andrei Rublev es una epopeya histórica que rivaliza con la trilogía Iván el Terrible de Eisenstein de la década de 1940. En un mundo medieval aterrador y bárbaro, la fe del artista errante, y la fe en su arte, se ven puestas a prueba por las brutalidades infernales a las que se enfrenta.
Concebida a gran escala, la película cuenta con varios decorados sobrecogedores, como el vuelo inicial en globo aerostático y la fundición climática de una campana gigante. Aunque rodó en blanco y negro, Tarkovski cambió al color para el montaje final de los cuadros de Rublev. La película fue rechazada por las autoridades soviéticas y no se estrenó en el país hasta 1971.
Como declaró el propio Tarkovski: "Todo lo que he realizado y lo que intento realizar está relacionado con personajes que tienen algo que vencer".
Match Point
En el siglo XIX, Dostoievski y Stendhal plantearon la cuestión de si el orden humano está regido simplemente por el azar y la necesidad o bien hay algo más, de orden sobrenatural. En Crimen y castigo, por una parte, y Rojo y negro, por otra, realizaron dos análisis complementarios del problema. En la primera, el filósofico Raskolnikov desafía el orden metafísico del Universo cometiendo un asesinato. En la obra del novelista francés, el calculador sentimental Julien Sorel prosperará en la escala social utilizando como peldaños el crimen y la mentira.
Tanto el novelista ruso como el escritor francés son dos referencias explícitas en Match Point, que narra la historia del ascenso en sociedad de un ambicioso joven que se debate entre dos mujeres y, al no hallar una salida, opta por una solución desesperada. El protagonista es Chris Wilton (Jonathan Rhys-Meyers), un irlandés de origen humilde, extenista profesional que ahora es entrenador en un elitista club londinense. Su pasión por la ópera le lleva a trabar amistad con uno de sus alumnos, el joven play boy Tom Hewett (Matthew Goode), que pertenece a la clase alta inglesa. Chris logra seducir a la hermana de Tom, Chloe (Emily Mortimer), e introducirse en los círculos aristocráticos y financieros de la City. Allí conoce a Nola Rice (Scarlett Johansson), la prometida de Tom, norteamericana de nacimiento y aspirante a actriz. Nola es una mujer de una belleza sensual, con la que Chris no tarda en entablar una relación clandestina.
La mejor película de Allen en lustros es tan buena que éste parece un Scorsese imitando a Fritz Lang con toques sociales a lo Agatha Christie. Sexo incandescente y asesinatos brutales al ritmo azaroso que marca un destino guasón. Una hermosa tragedia griega situada en un Londres postmoderno.
No recomendada a menores de 18 años.
In the mood for love
Para terminar, la película más elegante, sofisticada y romántica. Wong Kar Wai deslumbró con un tapiz de luz, flema hongkonesa y música envolvente como volutas de humo para un espectáculo erótico que sublimaba el principio del deseo, de lo que pudo haber sido y no fue.