Muchos hemos dado por sentado que el rey de las cuatro Efes, Fernando, feo, fofo y felón, también conocido como El Deseado, El Narizotas, Tigre-kan, Calígula y El Traidor, era, en efecto, el monarca "más bellaco y perverso que podía concebirse", como definió Américo Castro, por poner un solo ejemplo. Yo también lo creí desde joven y lo di por sentado en sendos artículos sobre la felonía publicados en LD.
Pero acaba de aparecer un libro de quien fue nuestro compañero en esta casa desde hace muchos años, Luis del Pino, que lleva por título Yo, el difamado. Infamado o difamado es alguien de quien se dicen cosas relativas a su moral o su honradez o su conducta en general que perjudican gravemente su fama. Esto es, alguien que es ofendido, desacreditado o afrentado.
Fernando VII, para muchos, a derecha e izquierda, y para casi todos los historiadores y/o ensayistas, siempre ha sido declarado infame. O sea, que más que difamado ha sido "desfamado", alguien al que la buena fama le fue negada por una mayoría tal que atreverse a erigirse en su abogado defensor, al menos en parte, es la tarea de un rebelde. Cuando además, se pretenden aportar pruebas documentales decisivas para moderar o revisar los juicios, estamos ante alguien que no tiene miedo a ser calificado de blasfemo o anatema.
Una de las cualidades ejemplares que tiene y debe seguir teniendo este grupo de comunicación es el de alentar la rebelión ante las mentiras o, peor aún, ante las medias verdades disparadas por lo políticamente correcto contra la inteligencia nacional. Por eso, cuando el amigo común Paco Linares me informó de la salida del libro[i], lo compré y empecé a leerlo con la prevención propia de quien creía saber algo cierto sobre el rey más desfamado de España.
El difamado es estilísticamente una novela histórica que elige el relato autobiográfico como expresión. Concebido inicialmente para matizar los juicios sobre la figura de El Deseado, se fue convirtiendo, apoyado en una documentación profusa, en una reconsideración integral del personaje. en detrimento de otros como Manuel Godoy —uno de los mayores corruptos de la Historia de España, además de intrigante, traidor, éste sí, y mentiroso– y de los padres de Fernando VII.
Escribe el propio Luis del Pino: "Terminé dándome cuenta de que, en unas circunstancias críticas para nuestra nación, el único que se comportó con dignidad y patriotismo fue, precisamente, Fernando." No así el corrupto Godoy ni Carlos IV, ni su esposa ni siquiera su hermana María Luisa. Naturalmente, al leer esto, los que hemos habitado en otra creencia, que no certeza, sentimos la punzada inevitable de un respingo.
Personalmente, ya me había formulado la pregunta de cuándo y quiénes comenzaron esta funesta manía española de matarse los unos a los otros sin piedad alguna. Por centrar las cosas en el siglo XIX, que es el que nos ocupa, muchos creen que fue el absolutismo monárquico de Fernando VII su origen indiscutido. Pero el primer liberalismo intransigente no se quedó atrás. Recuérdese cómo el liberal brigadier Pedro Méndez de Vigo ordenó acuchillar en alta mar y arrojar al agua a 52 realistas sin juicio ni defensa alguna en La Coruña de 1823 (Modesto Lafuente, José María Marco).
La relación del liberalismo con la violencia fratricida en España ha sido poco destacada. Pero los métodos y ejecuciones jacobinas de los revolucionarios franceses (herederas de los de Cromwell) anidaron en España antes de que alcanzaran rango de método político en sus derivados anarquistas, socialistas y comunistas o en los regímenes totalitarios conservadores.
Recuerden, por ejemplo, el texto del artículo único del bando con el que Fermín Galán declaró la República en 1930: "Aquel que se oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente será fusilado sin formación de causa. Dado en Jaca a 12 de Diciembre de 1930". Toda una promesa de libertades.
¿Cómo afronta Luis del Pino la defensa de una actitud patriótica en Fernando VII tras sus comportamientos, tortuosos cuando menos? Se detiene en tres grupos de hechos que alegan las acusaciones históricas para condenarlo como el peor felón, traidor y miserable monarca de la historia de España. Por ello, "el libro consta de tres partes principales, en las que se analizan los tres grandes bloques de imputaciones realizadas contra Fernando y dirigidas a cuestionar su legitimidad como rey: la Causa de El Escorial, los sucesos que conducen al 2 de mayo y el asunto de la derogación de la Constitución de Cádiz".
La Causa de El Escorial
Esta es la causa por traición contra su padre, el rey Carlos IV, esto es traición a la Nación. Se inicia con un anónimo delator que motivó el registro íntimo de Fernando VII al que se le encontraron papeles incriminatorios. Fue arrestado y declarado traidor por su propio padre. Se dijo que el príncipe confesó y denunció a sus cómplices. Finalmente, tras el juicio, todos[ii], antes o después, fueron absueltos. Prevaricación según las "malas" memorias de Godoy que, en el libro, se eleva a la categoría de mano que meció aquella y otras muchas siniestras cunas.
En realidad, según Luis del Pino, la gran traición se escondía en las negociaciones secretas de Godoy con Napoleón, deseoso de entrar en España por Cataluña para invadir la península y ocupar un Portugal que dividiría en tres reinos, uno de los cuales sería para Godoy. Era éste, destaca, quien conocedor de la animadversión de Fernando hacia su persona, su influencia en sus padres, su brutal enriquecimiento y sus ambiciones de regencia o quién sabe si algo más, impulsó la causa de El Escorial para acusarle de traición.
De todos modos, Fernando "confesó" lo que deja vivas todas las dudas: "Por supuesto, me mostré arrepentido y humilde hasta la náusea y pedí perdón de todo corazón a mis padres por haber sido un hijo ingrato, reconociendo mi error, poniéndome en sus manos para que dispusieran como gustaran de mi persona y prometiendo ser un hijo obediente en el futuro, que jamás volvería a ocultar a sus padres ningún papel", narra el autor del libro.
De toda esta causa por traición confusa y enrevesada, el que sacó partido real fue Napoleón que hizo que "27.600 soldados franceses a las órdenes de Dupont cruzaron el río Bidasoa, penetrando en territorio español." El emperador rompía el tratado de Fontainebleau que dejaba el Algarve portugués en manos de Godoy y "la invasión silenciosa de España había comenzado".
De la acusación inicial contra el joven, pero ya viudo Fernando VII, por querer derrocar a su padre y asesinar a su madre se pasó a la imputación por deseo de derribar al gobierno (Godoy) con ayuda de Francia. Luego, se arguyó que el delito era dar unos poderes a un afín para cuando muriera su padre y haber negociado un matrimonio con el embajador francés".
La defensa del Príncipe de Asturias logró convencer a los 12 jueces designados por el Rey de que lo que sus partidarios "pretendían era proteger a la corona, a mi padre y a mí de las maquinaciones de Godoy." De ese modo, el 26 de enero de 1808 se produjo la absolución total mostrando que la Justicia, oh, milagro, no era dócil ni a Carlos IV, que silenció el texto de la sentencia, ni a Godoy[iii].
Pero fue Godoy, dice del Pino, quien "cegado por esa ambición y por su propia estupidez, el que permitió que Napoleón llenara España de tropas francesas antes del 2 de mayo de 1808." Escribió la ya ex Reina María Luisa a Murat: "(Godoy) sufre todo por causa de haber deseado el arribo de vuestras tropas". O sea.
Esto es, el traidor a España fue Godoy, sostenido por los Reyes, y Fernando VII "quien intentó detener el desastre nacional", concluye esta primera parte del libro.
Hacia el 2 de mayo
La segunda de las más graves inculpaciones que se hicieron a Fernando VII fue la de que "obligué a mi padre a abdicar y conspiré con Napoleón para que se adueñara de España. O, cuando menos, que no fui capaz de hacer frente al emperador, llevado de mi cobardía", en la formulación de Luis del Pino.
En este libro se aportan documentos de todo tipo que certifican que Napoleón trató de apropiarse de España y que lo planeó mucho antes de que Fernando VII tuviera tiempo para traicionar a nadie. En el proyecto, apoyado por Godoy, España quedaba dividida por el Ebro, bajo el cual quedaría una monarquía napoleónica (José Bonaparte rechazó esta oferta) con Portugal incluso. La parte norte sería francesa, como garantía militar ante una hipotética reacción española.
Lo supieron, por el propio Napoleón, Carlos IV, la Reina, Godoy y María Luisa, hermana del Príncipe de Asturias, que planeaban desertar a Gibraltar, primera etapa de la fuga, con la que muchos en la Corte no estaban de acuerdo. Tampoco el heredero, al que pretendían obligar a huir. "Todo el mundo estaba en contra de aquella huida, que no tenía ningún sentido, más allá de salvaguardar la integridad personal y la fortuna del propio Godoy. Para defender sus intereses personales, Godoy arrastraba a mis padres a una huida que nadie en el reino veía disculpable ni comprensible", dice el autobiografiado por Luis del Pino.
Cita éste un carta del agudo consejero-analista de Napoleón, Tournon[iv]: "Los españoles tienen un carácter noble y generoso, pero que tiende a la ferocidad, y no podrían soportar el ser tratados como a nación conquistada; reducidos a la desesperación, serán capaces de las resoluciones más valerosas, y podrán entregarse a los mayores excesos. Creo poder afirmar que todo desmembramiento de la monarquía afectará a los españoles y nos enajenará su afecto." Pero Napoleón no lo escuchó. Creyó que los españoles odiaban a todos los Borbones y a Godoy. Se equivocaba. Más que a nadie, odiaban a Godoy como se demostró en el motín de Aranjuez. Pero amaban lo propio, a su monarquía "deseada" también.
La primera abdicación de Carlos IV fue, tras el motín de Aranjuez, el 19 de marzo de 1808. ¿Obligado por Fernando VII? Según Luis del Pino, fue una insidia del lugarteniente Murat a quien se le entendía todo. En carta escribió: "Se me ocurrió hacer protestar al rey contra los sucesos de Aranjuez, hacerle declarar que había sido obligado y, finalmente, hacerle abdicar del trono en vuestro favor para disponer de él en favor de quien deseéis." Y consiguió que Carlos IV firmara tal cosa, eso sí, cosa redactada por el propio Murat, se deduce en el libro que comentamos.
En cuanto a la "ratonera" de Bayona y las abdicaciones de padre e hijo, resumamos. Napoleón, que liberó al odiado Godoy, desveló su plan de eliminar a los Borbones, algo que ya sabía Fernando VII cuando llegó a la cumbre que no pudo evitar. Presionando a un miserable Carlos IV logró bajo amenazas que Fernando VII abdicase en su padre y éste lo hiciera lo propio, previo pacto, en favor de la Napoleón. Los Bonaparte ya podían reinar en España.
Napoleón apresó de hecho a Fernando VII de quien no se fiaba y lanzó una proclama tras la reacción popular del 2 de mayo y siguientes: "Todo lo que impedía vuestra prosperidad y vuestra grandeza yo lo he destruido, las cadenas que han humillado al pueblo las he roto; una libre constitución os da una monarquía limitada y constitucional, en lugar de una absoluta…Pero si todos mis esfuerzos fueren sin fruto, y no queréis merecer mi confianza, nada me quedará por hacer sino trataros como provincias conquistadas. Entonces pondré la corona de España sobre mi cabeza, y me haré respetar por los culpables, pues que Dios me ha dado poder e inclinación para vencer todo obstáculo".
La Pepa y Fernando VII
La tercera acusación esencial, quizá la más grave políticamente hoy, es la de haber derogado La Pepa, una Constitución democrática legalmente elaborada y aprobada por unas Cortes legítimas fruto del levantamiento popular contra los franceses con el fin de restaurar el régimen de monarquía absoluta vigente antes de la invasión napoleónica.
Según la autobiografía apócrifa de El Difamado expuesta en este libro, se le acusaba de que "mientras el pueblo español luchaba y moría, y mientras los próceres de la patria elaboraban esa nueva carta magna bajo las bombas francesas, yo disfrutaba de una vida cómoda en el exilio. Y que, al acabar la guerra de la Independencia, sin la más mínima consideración por ese pueblo heroico y sin el más mínimo respeto por sus heroicos representantes ni por su obra legislativa, yo derogué esa constitución benéfica y restauré el más negro absolutismo. ¡Todo un felón, vaya!".
Luis del Pino se afana en documentar que lo único cierto es que el pueblo español luchó y murió heroicamente hasta derrotar a los franceses. "Todo lo demás es invención: no es verdad que el pueblo español quisiera una constitución; no es verdad que las Cortes de Cádiz representaran al pueblo español; no es verdad que los diputados presentes en Cádiz fueran próceres benéficos que buscaban el bien de la patria; no es verdad que yo estuviera cómodamente exiliado, sino que estuve prisionero seis años...".
Añade que los diputados de las Cortes de Cádiz "fueron elegidos de manera fraudulenta; que no tenían mandato para elaborar ninguna constitución; que no eran, en muchos casos, más que una cuadrilla de vividores que se dedicaban a hacer política en vez de a ganar la guerra y que si yo derogué aquella malhadada constitución de manera tan fácil fue... porque nadie la quería, ni dentro, ni fuera de España".
Según el autor, lo que ha quedado en el imaginario histórico nacional es una versión falsa de los acontecimientos que esconde las marrullerías y las tergiversaciones. Según el Fernando VII de la autobiografía, los "liberales" de Cádiz no eran tales, sino revolucionarios que "se dedicaban a aprovechar la guerra de la forma más abyecta para tratar de poner en marcha en España el mismo cambio de régimen del que Napoleón era un producto, la misma revolución que tanta sangre y tanto dolor había causado en Francia".
La verdad para Luis del Pino es que los españoles se levantaron contra el francés en 1808, no por unas Cortes de Cádiz que ni existían ni por una Constitución inexistente en el momento. "¡Se levantaron para defender a su patria y a su rey! ¡Para defenderme a mí y a su nación!", defiende.
En 1813, por el Tratado de Valençay Napoleón reconoció a Fernando VII como rey legítimo de España y permitió su vuelta a España, pero las Cortes ordenaron no reconocerlo hasta no jurar la Constitución de 1812. Tras su regreso, Fernando VII suma aliados y el 4 de mayo de 1814 declara nula la Constitución de Cádiz y días después las Cortes de Cádiz se disolvieron.
Reflexiones finales
¿Cómo llega a configurarse una creencia o convicción sobre la Historia? Suele creerse que la Historia ya está escrita, que los hechos son siempre verdad y que en su relato organizado conectando acontecimientos e interpretaciones no hay trampa ni miseria alguna. Pero la Historia no está escrita, los hechos son ciertos, sí, pero no siempre se conocen completamente y hay muchos hechos desconocidos que, al desvelarse, lo cambian todo. Los relatos sintéticos y selectos de ellos incorporan, incluso cuando hay buena intención, las convicciones de sus autores.
Nada más hay que comprobar el interés del gobierno Sánchez en reescribir la historia de la II República, de la Guerra Civil y de la Dictadura de Franco para darse cuenta de que, para todo poder, la historia es algo muy importante como para dejarla sólo en manos de historiadores, por imparciales que pretendan o digan ser. La historia es un arma política que es utilizada como forja de creencias justificantes, no siempre fundadas, que sirven de legitimación del poder vigente.
Uno de los valores de este libro es el de mostrar el protagonismo de los detalles, de la precisión cronológica, de las pruebas y de los hechos mismos en toda historia y cómo es la selección y /o la eliminación de muchos datos y pormenores las que componen una determinada interpretación de su sentido.
En realidad, es un hecho comprobable, sabemos muy poco de casi todo pero actuamos en la vida, sobre todo en la política, como si tuviéramos un conocimiento profundo de todas las cosas. Por ello, lo real, nuestra ignorancia, que debería conducirnos a la instrucción y al diálogo fecundo serio y sereno –eso debería ser lo normal una democracia sana—, nos lleva casi siempre al dogmatismo absurdo, a la descalificación sectaria y a la ocultación de verdades, cuando no a la "ira sagrada" que acaba con los que sustentan opiniones diferentes.
Dice Luis del Pino de sí mismo que es un autor de libros raros. He conocido su serie investigadora del 11-M, sobre sus enigmas, su golpe de régimen y sus mentiras y su ensayo sobre la dictadura infinita en el que expone su premonición, sólida, de que un gobierno mundial es ya técnica, económica y políticamente posible sin que haya garantías de que tal opción no termine por desembocar en una dictadura que, cómo no, además de controlar el presente, controlaría el futuro y el pasado.
No me parecen libros raros, pero sí son los libros de alguien que está dispuesto a meterse en oscuros charcos, tal vez en la confianza de que en sus aguas turbias también brillan las estrellas, frase feliz que le leí al publicista Francisco Izquierdo en su vídeo-libro La tercera sociedad hace muchos años. Y sí, en este charco histórico que es el personaje Fernando VII, algunos centelleos se han dejado apreciar gracias a Luis del Pino.
En este nuevo libro, nuestro compañero de tantos años y tantas fatigas, se mete en un lodazal cuyas tenebrosidades y lobregueces han justificado todo el discurso de las izquierdas españolas y algunas derechas desde principios del siglo XIX. Naturalmente se le acusará de ser peón negro de alguien o de algo, de defensor del absolutismo o del autoritarismo o de lo que se tercie para silenciarlo y marginarlo.
Si lo hubieran leído, sabrían por su propio testimonio que es un creyente –escéptico– en la democracia liberal. Advierte que lo que está en alza en estos momentos son las costumbres, las formas y los contenidos de sistemas totalitarios para los que los ciudadanos individuales no son otra cosa que piezas del poder, no fines en sí mismos como quería el liberalismo, cristiano no se olvide, de Kant. El Occidente democrático, tal vez por inconsistente e imperfecto, por agotado o errático, está perdiendo la partida.
En este caso, el quijotismo de buena voluntad, qué cualidad tan escasa, le ha llevado a defender que Fernando VII no fue tan felón como lo pintaron. Desde luego, aunque genera dudas aportando documentos y hechos poco conocidos o emboscados, no puede evitar, desde luego, exhibir el espectáculo de una España elitista, felona, injusta e insensible ante el atraso, la pobreza y la incultura de toda una nación que había sido grande siglos atrás.
El libro propone, además y para terminar jocosamente, una ironía. Si el puesto de mayor felón de la historia de España queda vacante tras las aportaciones, noticias y razones que se relacionan, habrá que cubrirlo. Hay muchos candidatos idóneos para ocupar tal destino en estos dos últimos siglos. Pero como a Pedro Sánchez le preocupa tanto pasar a la Historia o qué dirá de él, ahí tiene su oportunidad. Méritos ya atesora.
[i] En Andalucía, se presentará en Málaga el próximo día 21 de septiembre, sábado, a las 7 de la tarde, en el Centro Cultural María Victoria Atencia, de la Diputación Provincial, impulsado por la Asociación Erasmiana de Málaga que preside por el profesor de la Universidad de Málaga y músico, Quintín Calle Carabias.
[ii] Vale que se absolviera a Fernando VII por haber sido víctima de una conspiración, pero, ¿absolver a sus cómplices?, se pregunta Luis del Pino. Además, las detenciones se iniciaron antes del registro del hijo.
[iii] A pesar de la absolución total, se desterró a muchos partidarios del heredero al Trono.
[iv] Claude Phillipe de Tournon-Simiane, conde de Tournon-Simiane