En una escena de Manhattan (1979), la clásica película de Woody Allen, Diane Keaton interpreta a una periodista cultural que dice estar ilusionada con entrevistar a Borges. "Nos conocemos", dice orgullosa, "parece sentirse muy cómodo conmigo". El comentario dura unos segundos pero algo quiere decir. Manhattan es el retrato irónico de una ciudad que Allen ama y odia a la vez, pero de la que forma parte de modo irremediable. La gente que pasea por la película cita a Freud, escucha a Gershwin y va a exposiciones de Pollock. Eran los autores de moda entre los snobs. En aquel entonces Jorge Luis Borges, también transformado en rock star de la cultura, paseaba por las universidades de la Ivy League dando conferencias y entrevistas. Que Allen pusiera en labios de una newyorker semejantes palabras dice mucho de la fama que tuvo el escritor argentino en los últimos años de su vida. No es poca cosa que un autor hispánico fuera citado en una película de Allen, quien, dicho sea de paso, solo descubrió España 25 años después. El guiño a Borges expresa la fascinación que sintieron tantos por un icono cultural de fines del siglo pasado. Una fascinación que, atenuada por el tiempo y la distancia, perdura en el tiempo.
Javier de Navascués
Borges, icono cultural del siglo XX
Nació, vivió y murió sobrenaturalmente atento a las palabras. Por eso Borges escribió un puñado de libros, pero fue él mismo, en su persona, una obra literaria.
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