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En el V Centenario de Camoens

La alegría que desprenden los libros de Camoens y Oliveira Martins no ha sido recogida por la literatura portuguesa de hoy. Los portugueses dieron un libro que es el testamento de España.

La alegría que desprenden los libros de Camoens y Oliveira Martins no ha sido recogida por la literatura portuguesa de hoy. Los portugueses dieron un libro que es el testamento de España.
David Alonso Rincón

Unamuno cultivó con delectación el tópico de la tristeza de Portugal. Es, decía muy convencido el filósofo de Bilbao, "un pueblo triste. Y de aquí el encanto que para algunos tiene, a pesar de la evidente trivialidad de sus manifestaciones exteriores. Portugal es un pueblo triste, y lo es hasta cuando sonríe. Su literatura, incluso su literatura cómica y jocosa, es una literatura triste". Yo no creo que sea todo triste en Portugal. Pero reconozco que ni España ni Portugal han hecho demasiado por desentrañar la verdad, o la mentira, contenida en esa afirmación. ¡Portugal, ay, tan cerca y tan lejos! Un joven amigo lee El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Está atrapado por su pesimismo. Es un libro lleno de poesía y tristeza. Mucha tristeza. Un libro, sin duda alguna, esterilizante para la creación. El propio Pessoa lo dice con sinceridad: "Releo, lúcido, detenidamente, trecho a trecho, todo cuanto he escrito. Y encuentro que todo es vano y más valiera que no lo hubiese hecho". Pues eso, le digo a mi amigo, cambia de autor. Unamuno es un exagerado. Genial, sí, pero exagerado.

No todo es tristeza y pesimismo en la literatura portuguesa. Yo siempre que voy a Portugal repaso dos libros eternos. Han sido escritos por dos grandes genios de la letras portuguesas. Uno es del siglo XVI, y otro del XIX, pero los dos son actuales, actualísimos, porque nos siguen ensañando a decir España sin complejo alguno. Mimetizo el verso del peruano César Vallejo: "Yo digo España". También como lo dijeron Camoens, en el siglo XVI, y Oliveira Martíns, en el XIX. Camoens, el poeta más grande de Portugal, jamás dejó de llamar España a la entera Península Ibérica, en sus Os Lusiadas; y Oliveira Martins, el hombre más culto y sabio del siglo XIX portugués, amigo de Menéndez Pelayo y muy influyente en nuestra Generación del 98, escribió siempre pensando en España y Portugal como síntesis y despliegue de la civilización ibérica.

Les exhorto a la lectura de Os Lusiadas, en la espléndida edición bilingüe de la Editora Nacional que hizo el gran poeta Aquilino Duque, y la Historia de Portugal y la civilización ibérica, de Oliveiras Martins. Son dos muestras de la grandeza y la belleza de la literatura portuguesa en todos los tiempos. Quien compare esas dos obras con los grandes del siglo XX portugués, con los Pessoa, Torga, Saramago, Lobo Antunes y otros ciento, pronto hallará una alevosa diferencia. Creo que la alegría que desprenden los libros de Camoens y Oliveira Martins no ha sido recogida por la literatura portuguesa de hoy. He ahí una razón para volver a los clásicos que nos enseñan a decir Yo digo España, civilización ibérica. Y lo digo con alegría.

Hace cinco siglos nació el poeta más grande de Portugal. Felipe II, cuando entró en Lisboa, en 1580, preguntó por el poeta. Ya había leído Os Lusiadas. Quería conocerlo. No pudo ser. Había fallecido dos días antes de la llegada del rey más prudente y sabio de todas las Españas. Camoens escribió en versos el canto épico de Portugal y, en cierto modo, también el nuestro. Es la grandiosa epopeya de Portugal, pero es mucho más… Es la epopeya de la Hispanidad, pero también, como subraya Aquilino Duque, es algo más. Os Lusiadas es una síntesis del saber del hombre del siglo XVI. Meier llegó a decir que es el gran manifiesto ético del Occidente de la época. Hagamos de esta efeméride, pues, ocasión para pensar, otra vez y las que hagan falta, las relaciones entre Portugal y España. Empecemos por reconocer lo evidente: nuestros vínculos y desencuentros no son sólo de vecindad. Nadie se engañe. Son de fraternidad. ¡Fraternidad herida! Sí, pero son vínculos de fraternidad. Sin embargo, cuesta reconocerlo. Es la cruz que arrastramos todos los habitantes de la Península Ibérica. Múltiples son las maneras de abordar esas relaciones en nuestra reciente historia y pocas las soluciones para mejorar nuestra frustrada fraternidad. Recientemente, en el mundo jurídico y, más concretamente, desde la perspectiva de la reflexión sobre la filosofía del derecho, son interesantes y, por supuesto, aconsejables dos libros de Modesto Barcia Lago (Geopolítica de la Iberidad y Biografía de la Abogacía Ibérica), pero no es política, ni siquiera geopolítica, nuestra primera preocupación sino literaria. Sigo creyendo que la mejor manera de acercarse a Portugal es por la vía literaria. Creo que han sido Menéndez Pelayo y Unamuno los grandes maestros que nos han facilitado acercarnos a la historia de Portugal con amor y objetividad. Han sido, sobre todo en el siglo XX, los primeros en reconocer al gran historiador portugués Oliveira Martins, cuya Historia de Portugal y su Historia de la civilización ibérica siguen siendo libros imprescindibles para profundizar en la hermandad entre Portugal y España. Joaquín P. Oliveira Martins me lo descubrió en mi adolescencia Unamuno, aunque reconozco hasta hace muy poco no haber releído su Historia de la civilización ibérica, cuyo capítulo sobre Camoens considero esencial para acercarse a la esencia de Portugal.

Nunca he dejado de lado a Portugal de mis preocupaciones intelectuales. Desde que leí, en mi época de estudiante de bachillerato, un libro inolvidable de Unamuno: Por tierras de Portugal y España, me he sentido atraído por todo lo portugués e hispánico. Me fascinaban los cuentos y leyendas que me contaba mi abuela sobre la raya entre Portugal y España. De esa raya, o rayita, destaco Olivenza y Elvas. Raro es el año que, después de las corridas de toros de Valdemorillo, en la Sierra de Madrid, no asista a la feria de Olivenza, donde se inaugura "oficialmente" la temporada taurina en España. Allí y también en Elvas, donde suelo alojarme, me encuentro con amigos portugueses y hablamos, cómo no, de las mil comparaciones que se hacen sobre los portugueses y los españoles. La literatura sobre el particular es para llenar bibliotecas enteras. Valga la comparación que hizo, desde Elvas —desde donde se divisa Badajoz—, el sabio antropólogo brasileño Gilberto Freyre.

Freyre estudia diferencias y semejanzas en todos los órdenes, aunque es especialmente agudo en los usos y costumbres; bajo actitudes que parecen ser exactamente iguales, se esconden maneras de ser muy diferentes: "Hay españoles —hombres y valores— que son predominantemente líricos y portugueses que son predominantemente dramáticos. Si nos es lícito definir el español como dramático en relación al portugués, lírico, es tomando en cuenta simplemente las predominantes que parecen caracterizar un pueblo frente al otro y no excluyendo o despreciando las constantes interpretaciones entre los dos. Tan constantes que no hay tal vez portugués sin algo de español ni español sin algo de portugués en su cultura". Y, al final, también Freyre concluye, como hicieran antes Menéndez Pelayo y Unamuno, citando a Oliveira Martins, las interpenetraciones constantes entre Portugal y España, tan olvidadas por aquellos otros ensayistas que apenas se han fijado en las diferencias entre los dos pueblos, nos lleva a postular de acuerdo con Oliveira Martins una unidad peninsular de cultura, en el sentido estricto de conjunto de valores eruditos.

Por ese camino "cultural" que señalaron Oliveira Martins, Moniz Barreto y Antonio Sardinha han avanzado, mejor que peor, esas relaciones para curar ciertas heridas y malentendidos entre España y Portugal, pero reconozcamos que los frutos en el ámbito político, social y económico distan de ser satisfactorio. En cualquier caso, tampoco creo que nuestras relaciones intelectuales y culturales vayan más allá de declaraciones retóricas. Los españoles están totalmente de espaldas a Portugal: ¡tan cerca y tan lejos! Cierto es el tópico. Pocos en las universidades españolas conocen quién es Oliveira Martins. Por eso, sí, merece la pena recordar lo que dijo de él nuestro gran Unamuno: "Mucho os diría sobre el genio peninsular, y cómo él abarca y corona lo español y lo portugués; pero cuanto pudiera yo deciros a tal respecto lo dijo egregiamente Oliveira Martins, de quien Menéndez Pelayo decía que fue el historiador más artista que ha tenido la Península en el siglo XIX, y yo creo que el único historiador artista de ella. El más artista y el más penetrante (…). Su Historia de la civilización ibérica debería ser un breviario de todo español y de todo portugués culto, y no debía haber tampoco americano, de los que tan a menudo buscan en nuestra historia y casta los antecedentes de la suya, que no conociera ese libro admirable".

La genial interpretación que hizo Oliveira Martíns de Os Lusiadas aún hoy es interesante para los españoles. Los portugueses dieron un libro que es el testamento de España. Este libro, blasón de la historia de España y acta imperecedera de la existencia nacional, hallamos, sigue diciendo Oliveira Martins, clara y superiormente definido, aquello que podemos llamar la ciencia del genio peninsular. La primera expresión de esa ciencia se presenta con los caracteres del guerrero, tal es el Duque de Alba; la segunda expresión de ese genio ibérico está recogida por el misticismo, fundiéndose con el genio caballeresco, que da lugar a tipos como Santa Teresa o San Ignacio y obras como las de Lope y Calderón; y, en tercer lugar, sería en el hombre portugués donde se conciliaría plenamente el alma del guerrero con la del místico: "Lo que podemos llamar humanización de Dios pasa al alma de los guerreros castellanos a través de una oscura intuición, que ellos no llegan a conciliar con su actividad personal. En el alma de los místicos la conciliación se efectuó, pero de un modo paradójico, pues la hicieron tan real y viva que desnaturalizaron el carácter y confundieron las esferas de lo eterno y de lo transitorio, de lo esencial y de lo fenoménico. Finalmente, en el pecho de los grandes hombres portugueses, de los que son guerreros y justos a la vez, late un sentimiento que Camoens supo definir, un espíritu que supo cantar en inmortal poema" (Oliveira Martins, Historia de la civilización ibérica, 301 y 302).

Mil lecturas pueden hacerse hoy del grandioso poema de Camoens, pero ninguna decente dejará de resaltar lo que ha hecho evidente Aquilino Duque, el poeta, el traductor, al español de Os Lusiadas. Duque ha hecho actual esta obra al escribir que para Camoens, Portugal es España, Portugal está en España. El pueblo portugués afirma su identidad nacional frente a otros pueblos españoles, en particular el castellano, que es la gran fuerza centrípeta de la Península. Esa relación es de franco antagonismo unas veces, otras de estrecha alianza, reforzadas con lazos de sangre y vínculos de parentesco. En términos de parcialidad portuguesa indiscutible está descrita, no sólo la batalla de Aljubarrota, sino la batalla de Toro; en términos de solidaridad hispánica, la batalla de Ourique o la del Salado. Camoens afirma a Portugal frente a Castilla, pero también afirma España frente al Islam. El patriotismo de Camoens no tiene nada que ver con el nacionalismo burgués del siglo del progreso ni con el regionalismo pequeñoburgués del siglo del retroceso. Del mismo modo que para él Portugal es España, España es Europa, y a Europa, a las distintas naciones europeas se dirige para reprocharle que, por causas inicuas, se distraigan de la empresa que las une o las puede unir o las debe unir en un destino común.

¡Vale!

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