Menú

El arte degenerado, según el Museo Thyssen

Resulta sintomático de nuestra época cómo las consideraciones estéticas son anuladas por un discurso que hace del victimismo una "perspectiva" honorable.

Resulta sintomático de nuestra época cómo las consideraciones estéticas son anuladas por un discurso que hace del victimismo una "perspectiva" honorable.
Detalle de 'Mata Mua', de Gauguin | Museo Thyssen

Me presento en el Thyssen a la hora convenida. Ya está esperándome la guía que nos va a ilustrar sobre los entresijos de la exposición "La memoria colonial en las colecciones Thyssen". Como faltan diez minutos, me doy una vuelta por la tienda donde la institución museística se da un baño de capitalismo transformando el arte en mercancías para los turistas del postureo cultureta. Todo tipo de cachivaches de luminosos brillos que rebajan la cualidad artística en un fetiche comercial a mayor gloria de la cuenta de resultados. Esto es fundamental para comprender el subtexto de la exposición con la que el director y comisarios de la exposición sobre "colonialismo" denuncian el uso y abuso de otras culturas por parte del eurocentrismo, mientras ellos mismos convierten al "otro" no europeo en una mercancía más, tanto desde el punto de vista crematístico más brutal como desde la alienación de otras perspectivas culturales asimiladas, deglutidas y normalizadas a mayor gloria del alardeo moralista que da pingües resultados económicos y de estatus.

No será la única de las paradojas.

Finalmente, estoy yo solo para hacer la visita, así que mi amable guía tiene como único cliente a alguien que toma nota de cada una de sus sesgados comentarios, llenos de sociología de tercera clase y resentimiento de primera. Puede revivir, estimado lector, lo que me tocó soportar visualizando el vídeo que el Thyssen ha subido a su web, con los protagonistas del mayor desaguisado museístico desde julio del 37 en Múnich. Resulta sintomático de nuestra época cómo las consideraciones estéticas son anuladas por un discurso que hace del victimismo una "perspectiva" honorable y de la mirada tóxica, un negocio. La exposición merece muy mucho la visita a pesar de la torpeza explicativa de los comisarios, sumidos en un tercermundismo tan exótico como fraudulento porque obedece una serie de conceptos devenidos clichés del comisariado políticamente correcto, tan reaccionario en el fondo como atractivo, a su pesar, en la forma.

Los conceptos-clichés que se arrojan sobre las obras de arte convirtiéndolas en culpables a su pesar son, por ejemplo, "extractivismo" y "apropiación". Dice uno de los comisarios, el conservador López-Manzanares, que el pasado colonial se va a ofrecer con sus luces y sus sombras. Y tiene razón a su pesar, porque la autonomía estética de las obras de arte expuestas se sobrepone a las sombras de una explicaciones históricamente simplistas, sociológicamente sesgadas y políticamente reaccionarias. Es una apoteosis y una apología del subdesarrollismo que combina la ceguera artística con la miseria moral.

Los comisarios de la exposición, un politólogo, un conservador y una historiadora del arte, reproducen la mirada contaminada de política de los nazis que organizaron una exposición de arte degenerado en el mencionado 37. Como en el caso alemán, la exposición brilla finalmente por sus valores estéticos que sobrevuelan sin dificultades los mil y un intentos del relato para ensuciar sus maravillosas pinceladas, sus brillantes encuadres, sus incomparables miradas "eurocéntricas" que, finalmente, muestran lo que realmente consigue que una obra de arte sea excepcional: la humanidad y el humanitarismo que es capaz de reconocer lo común y maravilloso humano más allá de consideraciones culturales, raciales y sexistas con las que los comisarios de la exposición tratan de envilecer la mirada del espectador ingenuo, al que se le quiere hacer un lavado de cerebro express introduciéndole en la cámara de eco del multiculturalismo posmoderno, para el cual el arte debe estar al servicio de la política (de izquierda).

Paradójicamente, como sucedía también en el caso de los nazis, las acusaciones de arte degenerado, ahora en clave "colonialista", finalmente consiguen que admiremos todavía más si cabe obras como Bodegón con cuenco chino, copa nautilo y otros objetos, de Willem Kalf, o El jardín del Edén, de Jan Brueghel el Viejo, al que la historiadora del arte Alba Campo reduce a una explicación de un materialismo mecanicista tan vulgar que incluso Marx se habrá revuelto en su tumba. Todas las interpretaciones son torticeramente negativas, vengativamente acusadoras. Pero como suele suceder en los que denuncian los pecados ajenos para tratar de limpiar los suyos propios, finalmente las intenciones calumniosas se vuelven contra los propios comisarios, más políticos que artísticos, cuando se contrapone la calidad artística de las obras denunciadas de los pintores clásicos con las de las obras de denuncia de artistas contemporáneos, seleccionados estos últimos por ideología, no por estética. Mientras que la verdad de los clásicos brilla por sí misma incluso en un ambiente hostil de cancelamiento y censura, la falsificación de los contemporáneos se revela en que siguen una agenda política externa en lugar de la autenticidad interior que debería ser su guía.

Por supuesto, hay un lugar de honor para el deshonor para los artistas que hasta hace poco eran considerados poco menos que santos y que ahora se trata de arrastrar por el fango debido a comportamientos presuntamente poco morales. El puritanismo de estos comisarios posmodernos hace parecer frívolo e incluso libertino al de los victorianos. Picasso, el primero, y Gauguin, a su rebufo, aparecen tachados de "apropiacionistas" por haber sido capaces de sacar al arte occidental de su tradición grecorromano para hacerlo viajar también por las vías de otras sensibilidades culturales. También se debe estar riendo como un loco Picasso cuando lo suyo no era copiar, sino literalmente robar, viendo como lo acusan de asaltar el arte africano siendo como era un español de cuando África empezaba en los Pirineos. Bendito sea el genial "expolio" de Ernst Kirchner en Fránzi ante una silla tallada si, en comparación, hemos de optar por la mediocre pero comprometida artista colombiana Nohemí Pérez, que en Incendio en la casa de la zarigüeya denuncia que la selva donde se crió ha sido destruida por los narcos y la cocaína. Verás cuando la comisaria Campo se dé cuenta de que una artista de apellido "Pérez" siendo colombiana no puede ser otra cosa, siguiendo su propia teoría, que una extractivista–apropiacionista–eurocéntrica que sigue colonizando y objetivando con su mirada y sus modos de arte occidental las vivencia propias de los "pueblos originarios". Por no hablar de que la nacionalidad de los cultivadores de cocaína es colombiana, no estadounidense, alemana, o, ay, española.

Finalmente, como última pero más brutal paradoja, es entre estos comisarios posmodernos y progresistas donde perviven las llamas del racismo institucional, con su obsesión por racializar las miradas y los modos de vida, despreciando a los indios que son representados por Karl Bodmer en Abdih-Hiddish, jefe minatorre ya que creen que no es sino una pantomima y un estereotipo otros modos diversos. Es sencillamente de un racismo atroz que se considere por parte de los (ir)responsables del Museo Thyssen que una obra como El rastro perdido de Charles Wimar supone un menoscabo y una ridiculización de las acciones del pueblo indio. Es como pretender que Homero ofrece una visión colonizadora y extractiva de los troyanos contra los griegos. Del mismo modo que Homero hace el más noble retrato de Héctor, Wimar ofrece el más honorable retrato de los indios. En la web del museo le recriminan que no tuviese cuidado etnográfico, que es como criticar a Caravaggio por no viajar a Israel antes de pintar La cena en Emaús.

El colmo del racismo es cuando López-Manzanares tacha de bárbaros y primitivos a árabes, gitanos y otras gentes de otros pueblos siendo representados realizando sus tradiciones y costumbres. Según López-Manzanares, los gitanos del Sacromonte en la Granada de hoy son poco menos que unos trogloditas por hacer lo mismo en sus zambras que los que pinta Hermen Anglada Camarasa en su fantástico Baile gitano. El conservador del Thyssen, si tuviera un mínimo de dignidad y de decencia intelectual, debería pedir perdón y/o dimitir inmediatamente. Pero la iniquidad es todavía mayor cuando se ve a qué nivel de indecencia artística se ha reducido el Thyssen cuando se pretende oponer a dicha obra la banalidad infantiloide y mal ejecutada de Paulo Nazareth, donde la falta de talento artístico se compensa con una sobredosis de "denuncia social".

Pero, como comenté, la toxicidad política de los comisarios y su pobre discurso pseudofilosófico —ahítos de Foucault, Bourdieu y Frantz Fanon— no consigue opacar la brillantez artística de retratos como el de David Lyon que realiza Thomas Lawrence. Seguramente ni Aquiles ni Lyon eran buenas personas, y dejaban mucho que desear en su trato con los demás. Sin duda, tanto los griegos homéricos como los ingleses kiplingianos eran redomados imperialistas que hicieron sufrir de manera cruel e injusto a los pueblos que tuvieron que soportar a Pericles y Churchill. Pero es una falacia de la peor ralea y una inmoralidad injustificable utilizar el arte para un discurso político de baja estofa e hipócritamente realizado. Si los comisarios artísticos pretenden ser comisarios políticos que dejen las instituciones estéticos, vulgo: museos, y se pongan a militar en instituciones políticas, vulgo: partidos. Si, además, tras la fachada progresista y humanista se revelan como unos racistas con los peores sesgos colonialistas que dicen denunciar, mucho peor.

Hay que traspasar una gruesa cortina al final de esta exposición que supuestamente denuncia el colonialismo del arte occidental. ¿Qué nos encontramos tras la misma? No podía ser de otro modo: ¡otra tienda! En la que comprar por algo más que un módico precio las obras denunciadas por colonialistas. Y así se cierra el círculo eurocéntrico: con unos europeos denunciando a otros europeos que han colonizado a "pueblos originarios" y "afrodescendientes", mientras ellos mismos se enriquecen usando como excusa a los supuestos defendidos. Sí, también el barón Thyssen se está partiendo de risa allá donde esté, seguramente en compañía de Marx y Picasso.

Temas

0
comentarios