
La esencia liberal no es otra que su concepción política, a saber, entenderse con el adversario y, naturalmente, convivir con el enemigo. Eso nunca debe confundirse con la ocurrencia bonachona y simplona de ponerle el adjetivo liberal a ideologías cuyo objetivo básico es la negación del adversario e incluso la eliminación del enemigo. Este es el mayor peligro que pudiera correr el libro de Michael Walzer, titulado La lucha por una política decente. Sobre ´liberal' como adjetivo. La noción liberal para este famoso profesor de filosofía política, celebrado en todos los centros académicos de EEUU y en la llamada prensa de izquierda del país de Trump, serviría antes para blanquear y hacer presentable en sociedad ideologías totalitarias de corte comunista y nacionalista que para promocionar la concepción política del liberalismo.
Para Walzer, en efecto, puede haber comunistas liberales, nacionalistas liberales, comunitaristas liberales… O sea: ¡To er mundo e´s güeno! Sobre todo, mientras "lo" liberal no sea tratado como un asunto sustantivo. Lo liberal siempre es, o mejor dicho, tiene que ser algo adjetivo. Ponga un poquito de pimienta liberal a su comunismo, socialismo, comunitarismo, y a cualquier otro ismo excluyente del otro, o mejor, que no se tome en serio la política como vía de resolución de conflictos, para hacerlos digeribles en el siglo XXI. No quiero ridiculizar el libro, pero no creo que vaya más allá. Es un conjunto de buenas intenciones, moralismo de corte comunitarista, acompañado de algunos sensatos análisis históricos, especialmente cuando se refiere al Estado de Israel, para estigmatizar opiniones de quienes no comparten las posiciones del propio Walzer. El "liberalismo" sería como una bandera que va hacia donde sopla el viento de corrientes no liberales… He ahí una forma displicente no exenta de cierta elegancia para ocultar la principal contribución del liberalismo a la cultura política de nuestro tiempo: la política es frágil y evanescente pero necesaria.
Tengo la sensación de que nos hallamos ante un nuevo placebo intelectual para que EE.UU., quizá todo el Occidente democrático, muera creyendo que eso, el adjetivo liberal, lo curará de su enfermedad terminal, la sustitución de la política por otra cosa, llamada administración de cosas, violencia, revolución, economía, tecnocracia, tabú del incesto con la tierra, moda, postverdad… en fin, cualquier cosa vale menos la política como un espacio materialmente de nadie y potencialmente de todos para resolver los problemas de la comunidad. Porque el libro de Walzer es "políticamente correcto", no deberíamos extrañarnos de que periódicos soberbios y dogmáticos y, a veces, tan poco liberales de EE.UU, hayan hecho el panegírico de este libro. Sí, el The New York Times recoge la siguiente valoración de Jame Traub: "Walzer quizás sea nuestro guía más agudo para estos tiempos turbulentos". Tampoco debería llamarnos la atención el exagerado elogió de E. J. Dionnes Jr. en The Washington Post: "Es el libro político más importante del año. Deberían leerlo y discutirlo tanto los políticos y activistas, los estudiantes y académicos, como los ciudadanos de todos los credos".
Pues sí, he aquí un libro de referencia en EE.UU. para blanquear ideologías no liberales valiéndose de la palabra liberal, o sea dándoselas de liberal. Esta obra es un aceptable vademécum para que el Partido Demócrata de EE.UU. defienda una cosa y la contraria, es decir, un libro de recetas para arrasar las políticas liberales del Partido Republicano. Léanlo despacio y discútanlo. No sé si los ideólogos del PP ya lo han hecho suyo, pero no me extrañaría que lo incorporasen a la sus Escuelas de Verano para dárselas de "progres comunitaristas". El liberalismo de Walzer trata de describirse antes en términos morales que políticos y culturales. Este liberalismo estadounidense representaría en sus propias palabras: "una versión de la socialdemocracia: ´el liberalismo del New Deal'". Intenta describir el compromiso socialista, nacionalista y comunitarista a la par que estudia la calidad de esos "ismos" por el grado de liberalismo que incorporan. El adjetivo sería más importante que el sustantivo. Walzer habría "descubierto", al fin, una evidencia gramatical de quienes conocen la lengua inglesa, a saber, el el adjetivo siempre va delante del sustantivo…
El lío intelectual del comunitarista Walzer siempre es "aclarado" —por así decir— con referencias, por un lado, a sus convicciones más profundas, que nunca justifica, por ejemplo, dice seguir creyendo en la centralidad de la lucha de clases (119) sin argumento alguno; y, por otro lado, trata de ser sincero a la hora de expresar su odios más hondos, o sea, sus flechas envenenadas siempre se dirigen al partido con el que debería entenderse, a saber, el Partido Republicano en general y Trump en particular. Las críticas al Partido Demócrata son siempre suaves. Y, sin embargo, Walzer persiste o, al menos, eso sugiere en dulcificar la polarización de la sociedad norteamericana, que él alimenta en su libros quizá sin pretenderlo, tomando la palabra liberal como un adjetivo. Me parece que todo ese "discurso" no es suficiente. De conformar a todos se pasaría a no conformar a nadie. Demasiado irenista. Es extremadamente débil el argumento de adjetivar ideologías profundamente antiliberales con el adjetivo liberal. La intención quizá sea buena, a saber, apostar por un Socialismo liberal, como el que predicara el luchador antifascista italiano Carlo Rosselli a finales de los años veinte y treinta, contra Mussolini, y proseguir las propuestas, sin duda alguna, loables de Yael Tamir, antigua ministra de Inmigración y Educación de Israel, en su libro Liberal Nationalism; sin embargo, los resultados son pobres desde el punto de vista intelectual: el libro carece de un concepto sólido de liberalismo y le sobra casuística autobiográfica. Nunca, reitero, se entra en las grandes aportaciones históricas del liberalismo político ni en la transversalidad de la noción de política del liberalismo contemporáneo.
Pero no todo es lío y ruido mal digerido en este ensayo, pues que, al fin, algo fija Walzer con determinación: "Nunca elegí ser estadounidense o judío, desde luego no del mismo modo que elegí ser miembro del Partido Demócrata, de la Asociación Estadounidense de Ciencias Política o de la Sociedad para la Eliminación de la Filosofía Pésima". (124). Estupendo, doctor Walzer, diría un liberal escéptico; pero el que usted apueste por la supresión de la filosofía pésima, no me asegura que la suya, su comunitarismo liberal sea una filosofía óptima, ni siquiera me entusiasma seguir conversando con usted, cuando afirma con un fanatismo digno de mejor causa que "duda de que pueda existir un capitalismo liberal, dadas las desigualdades que produce y la coerción que requiere mantener a raya a los trabajadores." Este tipo de afirmaciones desdice su "crítica" al fanatismo. Ésta es más retórica que efectiva. Cinismo para consumo de la familia del Partido Demócrata de EE.UU.
No es, sin embargo, el peor defecto de este libro su apasionamiento cínico. Detesto los autores que no defiende pasionalmente sus razones. La razón desapasionada es un engaño. No critico las pasiones de Walzer sino que pase por alto la mayor contribución del liberalismo a la civilización occidental, a saber, poder entenderse con el adversario, merced a la política. En este punto, pocos en el pensamiento político contemporáneo han superado la tradición liberal hispánica. La vigencia del liberalismo no reside en ponerle un adjetivo liberal a tendencias particularistas y/o totalitarias, en suavizar posiciones comunistas y/o dictatoriales, sino en aceptar que la política es para empezar y terminar lo contrario de la violencia. De la revolución. ¿Quién es revolucio-nario? Quien no pretenda otra cosa que eliminar a quien no piense y actúe como él. Liberal es, en verdad, quien promociona, protege y defiende que la política es toda acción, pensamiento o institución que nos permite convivir con nuestros adversarios. El liberal ha hecho de ese fin su tesoro más preciado. Ahí está el toque. Algo que ni de lejos toca Walzer, porque su ocupación clave es convertir en liberal al enemigo del liberalismo sin recurrir a la política, o sea, a la idea política del liberalismo.
No obstante, sería injusto no reconocer que Walzer trata de huir de un burdo contextualismo comunitarista que acaba, casi siempre, determinando al "ciudadano". Pareciera que el ciudadano, el individuo que pone la política por delante de cualquier otra cosa, pareciera salvarse de ser convertido en un juguete del populismo, el socialismo, el nacionalismo, el globalismo, etcétera, con tal de apelar permanentemente al moralista lema de "vive y deja vivir". Esa moralista afirmación constriñe la esencia política del liberalismo: su noción de política. La apelación de Walzer al liberalismo es más un grito desesperado, una queja moralizante, que una teoría genuinamente política, liberal, para sacarnos del fiasco de quienes niegan el principal valor del liberalismo, la política.
Walzer formuló una objeción comunitarista muy seria a la idea de Justicia universal de John Ralws, en su gran obra Spheres of Justice (1983); yo aplaudí esa obra en su momento, y sigo alabándola hoy, porque fundamentó una nueva idea de justicia compleja, aplicable, sí, según diversos y diferente contextos sociales, que pudiera terminar con una idea de justicia universal tan abstracta como la de Rawls, en su Teoría de la Justicia (1971), que al hacerla valer para todos no serviría para justificar una forma de vida particular. Creo que las objeciones de Walzer hicieron cambiar algunos planteamientos de Rawls, incluso fueron decisivas para que escribiera su Liberalismo político (1993), un intento de Rawls, a mi juicio, fallido por huir de los planteamientos éticos de su idea de justicia para formularlos en términos políticos. Pues algo parecido se podría decir de Walzer en su último libro, o sea, la lucha por una política decente, utilizando lo "liberal" como adjetivo, es más una apelación moralista de un viejo pro-fesor que una genuina fundamentación de la política liberal.
En verdad, Walzer no entra en la política liberal, en el invento de la política, sino en la moral, que se reduce al lema "vive y deja vivir", aunque este corregido por el límite del fanatismo y la crueldad. De ahí que su apelación a la necesidad de demócratas liberales, socialistas liberales, nacionalistas liberales, internacionalistas liberales, comunitaristas liberales, feministas liberales profesores liberales, intelectuales liberales, etcétera, no pueda verse nada más que como una apelación moralista al margen de la política que combate el nuevo populismo.
Pero de todo libro por limitado que sea, como diría Cervantes, puede sacarse algo bueno. Por ejemplo, su crítica a los "demócratas iliberales", más conocidos como "demócratas de boquilla", pudiéramos aplicarla a Sánchez. Sin duda, el presidente del Gobierno de España cumple con todos los atributos del demagogo populista actual. Según Walzer, los políticos populistas nada más ganar las elecciones (o conformar mayorías que no tienen en cuenta otra cosa que vivir del erario público) lo primero que hacen es aprobar leyes que aseguren su victoria en las próximas elecciones, que, si se salen con la suya, serán las últimas elecciones significativas. Atacan a los tribunales y a la prensa; erosionan las garantías constitucionales; se hacen con el control de los medios de comunicación; violan los derechos civiles de opositores y minorías; recon-figuran el electorado para excluir a quienes, según ellos, no forman parte del pueblo, o incluir miles de personas que no pertenecen a esa comunidad; acosan, reprimen y persiguen a los líderes de la oposición; todo ello en nombre del gobierno de la mayoría.
En verdad, también tiene límites el libro de Walzer a la hora definir al demagogo populista, porque se olvida de un asunto fundamental, a saber, todo los populistas, especialmente los más autocráticos, están obsesionados por enriquecerse. He ahí el centro del nuevo libro de la pensadora liberal Anne Applebaum, la prestigiosa periodista de The Atlantic y premio Pulitzer describe en Autocracy, Inc.: The Dictators Who Want to Run the World (Penguin). Este ensayo, aparecido recientemente, estudia que "a diferencia de los sanguinarios dictadores del siglo XX, lo que une a los autócratas del siglo XXI no es una ideología, sino algo más simple y prosaico: un interés centrado en acumular y preservar su riqueza, reprimir las libertades y mantenerse en el poder a toda costa". Sospecho que Sánchez podría entrar, en la segunda edición de este libro, como un ejemplo de autócrata obsesionado más por la pasta que por el poder político. Tiempo al tiempo.