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La decadencia tecnológica de Europa

Musk es un sudafricano que jamás habría podido desarrollar su empresa en su país de origen, pero tampoco, y esto es lo trágico, en Europa, asfixiado por unas regulaciones absurdas y una burocracia kafkiana.

Musk es un sudafricano que jamás habría podido desarrollar su empresa en su país de origen, pero tampoco, y esto es lo trágico, en Europa, asfixiado por unas regulaciones absurdas y una burocracia kafkiana.
Elon Musk. | Europa Press

La ideología está matando a la tecnología en Europa. Estados Unidos va por delante en aeroespacial, chips, IA generativa y biología sintética. China va por delante en baterías, motores, drones, vehículos eléctricos, telecomunicaciones y procesos de fabricación en masa. La UE, eso sí, va por delante en ponerle un rabillo a los tapones de plástico. En este caso, la ideología es la de la "economía circular", cuyos (ir)responsables no son los filósofos sino ese burócrata tipo formado por un ingeniero que se cree que el mundo es un mecanismo, un economista con ínfulas de planificador y un político paleto. El rabillo no solo es incómodo sino ineficiente: lo primero que hacen muchos usuarios es retorcerlo o cortarlo para poder separar el tapón y beber tranquilamente, sin que ningún tecnócrata pueda repetir lo de Esquilache.

En Megalópolis, Coppola realiza una reflexión sui generis sobre la decadencia de EE. UU. usando como analogía la transición de la república a imperio de Roma en tiempos de Julio César. Lo que pronostica, y parece aplaudir Coppola, es que la salvación para su país provendrá de una dictadura salvífica, solo que en este caso el candidato a emperador no será un general victorioso sino un tecnoempresario de éxito. Pongamos que Coppola habla de Elon Musk, que no podría ser presidente dado que es sudafricano de nacimiento, pero sí "presidente del gobierno" designado por el presidente. Precisamente, Trump ha anunciado que si gana contará con Musk en su gobierno.

El tecnoempresario de Coppola comparte con Elon Musk el ser un héroe randiano, alguien con una visión para transformar al mundo gracias a la tecnología y un individualismo orientado hacia el bien común a través del talento individual y la liberación de las potencias creadoras, en contraposición al colectivismo y la defensa de la mediocridad que caracteriza a la visión socialista.

La última hazaña tecnológica del magnate de los coches eléctricos y Twitter, de los implantes tecnológicos en el cerebro y la industria aeroespacial, consiste en haber conseguido que un cohete volviera a la Tierra después de un paseo espacial sin un rasguño. Lo de sin un rasguño es una exageración porque tenía varios desperfectos y "rozaduras" de consideración en su fuselaje y cohete. Pero nada que pudiera desanimar, al contrario, a los lectores de Julio Verne y fans de Fritz Lang que puso en órbita La mujer en la luna.

Tras la llegada a la Luna y el primer transbordador espacial, esta ha sido el gran suceso espacial que hemos podido presenciar. Sin embargo, ha pasado bastante desapercibido entre los jóvenes de mi entorno. Quizás porque esperábamos que a estas alturas hubiese coches voladores en nuestro planeta y colonias espaciales en Marte. Sin embargo, el desarrollo tecnológico fue por otra vía, véase Internet, y las profecías de 2001, una odisea del espacio y Blade Runner parecieron más bien utopías religiosas que pronósticos ingenieriles.

En esto llegó Elon Musk y volvió a encauzar el sueño tecnológico de donde lo había situado Steve Jobs hacia robots, microchips en el cerebro y, por qué no, turismo espacial. Asimov volvía a ser el referente del tecnooptimismo frente al tecnopesimismo de Philip K. Dick.

Aunque, después de todo, el mayor "milagro" de Musk ha sido emplazar el desafío tecnoespacial del Estado a la empresa privada. Una vez derrotada la URSS, la NASA se quedó sin el incentivo del adversario y lo que podría haber sido el Proyecto Manhattan Espacial acabó sin recibir los suficientes fondos de unos políticos que ya no podían recabar beneficios electorales en el corto plazo de la inversión en naves espaciales.

Pero Musk es sobre todo un visionario, alguien que no solo pretende ganar dinero sino transformar el mundo. En su caso, el sobremundo. Solo el hombre más rico del mundo gracias a sus apuestas entre luciferinas y fáusticas podía sustituir la caída en el gasto federal estadounidense, del 5% al 0,5%, con un proyecto privado financiado por lo que los enemigos del capitalismo llaman "avaricia". Una vez más se ha demostrado que el egoísmo que defendía Bernard de Mandeville mueve tantas montañas como la fe en uno mismo.

Por supuesto, la UE ni estaba ni se la esperaba. Un gigante con los pies de barro cada vez más podridos, la UE está dominada por tecnócratas burocráticos que implantan religiones laicas con dogmas políticos. Ha tenido que ser el CEO de BMW el que denuncie que la prohibición de ventas de combustión en la UE no es realista. Por no decir que es un delito, un fraude y un suicidio colectivo de los europeos.

Para comprender lo que significa la hazaña de Musk y SpaceX basta con imaginar qué pasaría si tras cada vuelo comercial de avión, los vuelos terminaran con el pájaro mecánico dándose de bruces contra el suelo con los pasajeros saltando en paracaídas. El día en el que la empresa de Musk consiguió que la lanzadera volviese sana y salva implicó un salto de gigante en la popularización de los viajes espaciales a través del abaratamiento del servicio. Desde ya, cabe la posibilidad de que cada cohete de aterrizaje sea como un avión que pueda ser reutilizado cientos de veces, por lo que ya no será algo exclusivamente al servicio de Estados y millonarios.

¿Cuál es la visión de Elon Musk? Una que a Bill Gates, retirado del mundanal ruido empresarial y dedicado a sus obras de filantropía, le sonó a chino: conquistar Marte para que sea un segundo hogar para la humanidad, lo que además de callar la boca a los que dicen desde el ecologismo radical y oportunista que no hay un planeta B, también serviría como opción de seguridad en el caso de que el planeta Tierra fuese destruida por un acontecimiento catastrófico.

Gracias a Elon Musk, los rascacielos han pasado de ser una metáfora a ser un término literal. Nuevo Prometeo, Musk le ha robado el fuego de la innovación espacial a los dioses estatales y se lo está ofreciendo a los ciudadanos a pie de calle y de mercado. Musk es un sudafricano que jamás habría podido desarrollar su empresa en su país de origen, pero tampoco, y esto es lo trágico, en Europa, asfixiado por unas regulaciones absurdas y una burocracia kafkiana. Mientras que los Estados Unidos se elevan hacia el cielo, literalmente, los europeos nos escondemos en madrigueras de miedo, pereza, incompetencia y, lo que es peor, indiferencia hacia la absoluta novedad y resentimiento hacia la figura que lo está llevando a cabo.

Los europeos que un día conquistaron el mundo, ahora pierden el tiempo fustigándose por su pasado colonial. Los Hernán Cortés y Cristóbal Colón ahora buscan sus oportunidades en un país que promociona la innovación y respeta a los empresarios. En la industria aeroespacial la X significa "experimental". SpaceX significa que el espacio es un experimento que está realizando la especie humana en su viaje desde las sabanas africanas a los mil y un lugares terráqueos. Próxima parada: los desiertos marcianos. Con un poco de suerte la generación que vio pisar la Luna a Armstrong verá pisar Marte con un astronauta cuyo nombre ignoramos. Pero con casi total probabilidad el nombre asociado a la expedición que nadie olvidará será el de Elon Musk. Un africano salió a colonizar el planeta azul y otro africano saldrá a colonizar el planeta rojo.

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