La Real Academia Sueca concedió el Premio Nobel de Economía al turco Daron Acemoglu y el británico Simon Johnson, ambos del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y el británico James A. Robinson, economista de la Universidad de Chicago. Recibieron el premio "por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones y afectan a la prosperidad".
El libro más famoso de Acemoglu y Robinson se llama Por qué fracasan los países. En realidad, su tesis no es tan nueva y estaba prefigurada en Adam Smith y Mancur Olson. El filósofo moral escocés defendió que los recursos naturales seguramente serían menores en Norteamérica que en Sudamérica, pero que las instituciones económicas españolas estaban menos orientadas hacia el libre mercado y los derechos de propiedad que las de los anglosajones en Estados Unidos y Canadá.
También anticipó Mancur Olson la tesis de los Nobeles en Auge y caída de las naciones y Poder y prosperidad. La superación de las dictaduras comunistas y capitalistas. Curiosamente, el nuevo libro de Acemoglu y Johnson se llama muy parecido al de Olson, Poder y progreso. Su objetivo ya no es tanto explicar por qué fracasan los países, sino por qué triunfan los países. No es lo mismo.
Mancur Olson (1932-1998) es célebre por sus estudios de la lógica de la acción colectiva. Pero también fue fundamental estudiando las funciones de la propiedad privada, los impuestos, los bienes públicos y el desarrollo económico. Su tesis crucial le incardina en la tradición liberal que a través de Smith y Hayek subraya la importancia de los incentivos claros para producir y recoger las ganancias de la cooperación social a través de la especialización y el comercio. Sin embargo, hay sociedades en los que se incentiva más la predación que la producción. Pongamos que hablamos de la Rusia de Putin, la Venezuela de Maduro y la Corea del Norte del gordito dictador.
Pero la genialidad de Olson es haber combinado la economía con la politología. Los economistas suelen hacer caso omiso de otros valores que no sean los económicos. Por eso suelen ser tan malos cuando incursionan en la política. Pero Olson fue capaz de analizar el hecho del poder desde la perspectiva adecuada: la lógica de la fuerza. Es decir, añadió al análisis de Adam Smith, el estudio de Maquiavelo.
Olson veía el origen de la civilización y de los Estados en la formación de bandas de bandidos. Los bandidos nómadas no tendrían incentivos para una depredación limitada, mientras que los bandidos sedentarios sí estarían interesados en una depredación selectiva y parcial. Estos Estados-bandidos se cuidaban sobre todo sus propios intereses, pero con la transición de los nómadas a los sedentarios, fue contando también progresivamente la preocupación por el interés común. Pongamos que hablamos de Noruega, Suecia y Suiza, países tan rutinarios en su buen funcionamiento que nadie conoce el nombre de sus dirigentes.
El Estado, así visto, en un benefactor de aquellos a quienes roba, en el mejor de los casos. Benefactor interesado, naturalmente, ya que encuentra una tasa óptima de robo impositivo cuando el retorno de lo invertido se le devuelve de manera equivalentemente. Cuando se define al Estado como el monopolio de la violencia sería más apropiado calificarlo como monopolio del robo. Fuera de ese monopolio está la MAFIA. Dentro del monopolio estatal está la AEAT.
Pero la metáfora adecuada para el Estado visto como un bandido benefactor es la del ganadero que cuida de su ganado. O la del vampiro que cuida de sus esclavos donantes de sangre. Tanto al ganadero como al vampiro les interesa que su ganado, de carne o de sangre, estén lo mejor posible para poder desangrarlos cuanto más tiempo, mejor.
Esta transición en lo político del poder destructivo al poder constructivo no se lleva a cabo por ningún contrato social, ni porque el Espíritu Santo baje sobre el autócrata de turno para dotarle de buenos sentimientos. Para Olson se trata de una mano invisible política que complementa a la mano invisible económica de Adam Smith y ha intervenido en momentos históricos relevantes, de la Atenas de Pericles a la República romana, las ciudades-estado italianas, los Países Bajos y Gran Bretaña tras la Gloriosa Revolución. En el sentido contrario, el de dominio de una clase extractiva, expresión que harán famosa Acemoglu y Robinson, que dilapida los recursos del país a través de impuestos confiscatorios se sitúa el Imperio Romano, los Habsburgo en España, los Borbones en Francia y los comunistas en todas las repúblicas que implantaron, paradigmáticamente en la URSS.
Lo más interesante de Olson es cómo discrimina entre mercados. Mientras que el liberal habitual señala ingenuamente que hay que patrocinar e incentivar "los mercados", Olson se para a estudiar cuáles son los tipos de mercado que llevan a la prosperidad, cuáles no y cuáles son indiferentes. Los mercados son ubicuos, de modo que también en las sociedades pobres hay multitud de mercados. Por lo tanto, la respuesta al problema de la prosperidad no reside en los mercados en sí, sino en qué tipos de mercados favorecen la prosperidad en particular y la civilización en general.
Porque los mercados naturales, aquellos que surgen espontáneamente de la interacción social y que son irreprimibles (se dan incluso en sociedades totalitarias comunistas), no tienen por qué ser máximamente eficientes. Para que lo sean es necesario que sean socialmente creados de acuerdo con ciertas disposiciones institucionales. Que estas últimas estén bien diseñadas y se implemente adecuadamente es lo que hace que los países triunfen.
Pero, ¿qué es lo que hay que hacer para regular eficientemente los mercados? Viendo cómo las empresas españolas empiezan a desinvertir del país debido al acoso fiscal del gobierno sanchista, que cada vez se comporta más como un bandido nómada, tenemos un ejemplo negativo de qué instituciones son necesarias: un sistema legal y un orden político capaces de imponer el cumplimiento de los contratos. Leer el resto de condiciones que establece Olson para que un país triunfe implica ser enormemente pesimista respecto al futuro de España en tiempos de Pedro Sánchez, la encarnación paradigmática del bandido nómada. Imagine lo que sentirán las víctimas abandonadas de los okupas cuando Olson insiste en la necesidad de proteger los derechos de propiedad y de plasmar acuerdos hipotecarios.
La clave de un orden institucional que promueva la prosperidad material, pero también espiritual reside en que haya libertad, pero también seguridad en garantizar la titularidad sobre la propiedad e hipotecar esta. En suma, que haya derechos que protejan a individuos y empresas para que pueda haber transacciones complejas y prolongadas. Crear un marco que combina la libertad con la seguridad hace que cuando pasa lo que advirtió Keynes ("lo inevitable nunca ocurre; siempre ocurre lo inesperado"), sea más fácil adaptarse a la emergencia de cisnes negros cuando las profecías están diseminadas entre un grupo de expertos en prever el futuro (empresarios), que encapsulada en un grupo de expertos en aumentar su presupuesto y su estatus (funcionarios, burócratas, políticos).
También, nos advierte Olson, la imprevisibilidad del futuro hace que la delgada línea roja entre el éxito o el fracaso empresarial descanse en la suerte. De ahí que sea conveniente un colchón de seguridad por parte del Estado para proteger a los que saltaron al abismo de la competencia y se dieron un gran golpe. Hay que procurar que puedan tener una segunda oportunidad. Y una tercera. No solo lo por compasión, sino también pensando en el bien común. Pero ello no implica, al revés, que haya que transferir dinero de actividades lucrativas y exitosas a las que no lo son, porque las primeras generan de por sí un excedente social, mientras que apoyar a las actividades improductivas solo hace que la pérdida neta de la sociedad aumente. Una justicia social en clave liberal implica que:
Una sociedad racional y compasiva confinará sus transferencias distributivas a los individuos pobres y desafortunados.
La rebelión de empresas como Cepsa e Iberdrola contra el bandido nómada Pedro Sánchez y sus secuaces sindicales es un síntoma de que en España todavía hay derechos que impiden que el gobierno se apropie de los beneficios de empresas rentables para llenarse el bolsillo y beneficiar a empresas ineficientes amigas. Véase el caso de la mujer del presidente y sus satélites empresas.
No ganó Mancur Olson el Nobel, pero sentó las bases de lo que luego desarrollaron Acemoglu, Robinson y Johnson. Incluso antes, Adam Smith. Paradójicamente, Acemoglu se ha hecho cómplice del gobierno de extrema izquierda que detenta el poder en Brasil en su cruzada contra la empresa privada de Elon Musk y contra la libertad de expresión. Una vez más, un intelectual occidental tratando con condescendencia y paternalismo a una nación hispana en la que aplauden a castas extractivas que no consentirían en sus propios países. Hay que recordar que el Premio Nobel no es garantía de lucidez, mucho menos de honestidad, incluso puede ser equivalente a la ceguera voluntaria.