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El liberalismo, nota a pie de página de Platón

Tanto porque la realidad política había refutado su proyecto idealista como por el desafío teórico que significaba la filosofía de Aristóteles, Platón dio un giro a su planteamiento político.

Tanto porque la realidad política había refutado su proyecto idealista como por el desafío teórico que significaba la filosofía de Aristóteles, Platón dio un giro a su planteamiento político.
Platón y Aristóteles en el fresco 'La escuela de Atenas' (1509), de Rafael. | Archivo

Es sabido que en La sociedad abierta y sus enemigos, Karl Popper realizó una genealogía del totalitarismo identificando a sus autores más representativos: Platón, Hegel y Marx. Al ser el primero, el peso mayor en la responsabilidad totalitaria descansa en Platón. Con el añadido de que era el discípulo más grande de Sócrates, un pensador intrínsecamente antiautoritario, defensor del diálogo como forma de comunicación y reivindicador de la ignorancia como base de conocimiento, lo que llevaba a una democratización del mismo. Platón, por el contrario, defendía una perspectiva aristocrática del conocimiento y el autoritarismo de la casta dirigente, superior en lo intelectual y en lo moral, respecto al común de los mortales. En una paradoja sangrienta, en la utopía diseñada por Platón en República, uno de los sacrificados, en cuanto respondón y rebelde, sería el mismo Sócrates.

La visión de Popper rompió el aura de divinidad que rodeaba la figura de Platón. Hasta entonces santificado, el filósofo griego fue desde entonces objeto de crítica feroz, sin por ello perder un ápice de su jerarquía en el mundo del pensamiento. Podía ser un totalitario, pero eso no quitaba de que fuese el más grande filósofo de la historia, con el que tenían que medirse todos los demás que aspiraban a hacerse un hueco en el mundo del pensamiento, aunque sabiendo que el rey nunca podría ser desbancado de su pedestal, el cual, en el mejor de los casos, solo podría ser tambaleado. Si no lo había conseguido el mismísimo Aristóteles, nadie podría matar a Platón. Y mira que lo intentaron, sobre todo Nietzsche. Pero hasta alguien que presumía de no leer filosofía, Wittgenstein, se rendía ante el poderío y la magia de sus metáforas inmortales y sus quiebros conceptuales.

Popper, en su sencillez, se atrevió a denunciar que el rey estaba desnudo. Pero en su simpleza, no consiguió darse cuenta de los requiebros lingüísticos y conceptuales que Platón llevaba a cabo. Nadie, hasta Keynes, cambió tanto de opinión una vez que los datos y los argumentos contrarios cambiaban. En el caso de Platón, la vejez fue fatal para su filosofía. Los viajes a Siracusa para tratar de hacer que su rey se convirtiese en un gobernando filósofo fueron un fiasco. No solo el rey se convirtió en un tirano de peor calaña todavía, sino que incluso vendió a Platón como esclavo. El proyecto utópico de su República se hacía añicos. Y eso no fue lo peor. Entonces llegó un joven Aristóteles a la Academia y golpeó el idealismo abstracto de su filosofía desde un realismo práctico. Tanto porque la realidad política había refutado su proyecto idealista, como por el desafío teórico que significaba la filosofía de Aristóteles, Platón dio un giro a su planteamiento político desde la República a Las Leyes, su última obra, pasando por El político.

Y aquí es donde aparece la sorpresa. Porque aunque sin renunciar a la utopía totalitaria de la República como un óptimo conceptual, sí que abandona su pretensión de hacerla realidad para abrazar un realismo político en el que el gobierno de los sabios es sustituido por el imperio de la ley. La razón de este abandono del ideal filosófico del poder es porque Platón ha terminado por aceptar que la figura del verdadero filósofo, de una especie de dios en la Tierra, no se puede alcanzar. Solo se puede aspirar a soñarlo o, dicho de otro modo, a que sea un ideal regulativo. Dado que no puede existir una inteligencia a salvo de la corrupción y la limitación, lo que queda como segundo óptimo lógico, pero primero real, es el gobierno de las leyes. Platón cambia en Las Leyes la confianza en la razón de una élite superior moral y epistemológicamente por la confianza en unas leyes elaboradas desde el punto de vista del bien común, teniendo en cuenta incluso la tradición. Donde, en suma, los gobernantes sean "servidores y esclavos de la las leyes" (Las Leyes, 715c7 y 715d5).

De Vlastos a Álvaro Vallejo han sido varios los especialistas platónicos que defienden este giro platónico hacia el pragmatismo, en contraposición a la visión popperiana de un Popper totalitario de principio a fin.

Finalmente, y tras la traición a Sócrates realizada en la República, Platón terminaría por darle la razón a su maestro al reconocer que la razón humana está limitada y no puede abarcar toda la vida humana, por lo que la meta totalitaria es ontológica, epistemológica y políticamente imposible. Una vez reconocida la imposibilidad de un dios entre los hombres, lo que era el fundamento del utopismo de la República basado en la vanguardia de la élite filosófica, solo queda la confianza en un sistema de leyes que se configure como un sistema constitucional elaborado por y para hombres, en lugar de por unos semidioses para hombres. Nadie, por tanto, se libra ya de las limitaciones antropológicas que hacen que sea imposible en la práctica el ideal de unos hombres (y mujeres; recordemos que Platón es el primer feminista) por encima del resto de los mortales.

Aunque para Sócrates la constatación de las limitaciones humanas era una cuestión de facto y un correlato de su humildad, para Platón la imposibilidad de alcanzar la perfección es un fracaso antropológico ante el que cabe únicamente la resignación y la resiliencia. Si Sócrates proclamaba orgulloso que "solo sé que no sé nada", ahora Platón constata lo mismo solo que humillado aunque lúcido. Sigue habiendo una diferencia, sin embargo. Lo que para Sócrates es un resultado de la propia acción del diálogo, donde nadie tiene toda la razón de una vez por todas, para Platón es el producto de la fuerza incontrolable de las pasiones que, más pronto o más tarde, termina por afectar a la misma razón, contaminándola. Incluso los filósofos, comprende ahora Platón, son divergentes, en el sentido de estar afectados, como cualquier hijo de vecino, de sesgos, prejuicios y emociones que apartan a la razón de sus metas.

Como subraya Álvaro Vallejo, por tanto, mientras que el sistema de la República sería una noocracia, un gobierno de la inteligencia, el de Las Leyes sería una nomocracia, un gobierno de la ley. Podemos suponer en este momento la influencia de Aristóteles, que para entonces escribía en paralelo su Política, para el que el juicio práctico involucra una prudencia en el juicio que no tiene tanto que ver con el conocimiento teórico sino con el saber vital. La más grande sabiduría en el terreno ético y político no proviene de la teoría, sino del desenvolvimiento en las relaciones diarias entre los hombres. Sea por su fracaso personal o por el desafío del joven Aristóteles, lo cierto es que Platón en Las Leyes tiene una diferente concepción sobre la naturaleza humana de la que tenía en la República.

El fundamento del totalitarismo que arranca con la República se basa en el síndrome de Platón de que hay una minoría de hombres capaces de alcanzar un conocimiento absoluto, sin sombra de emoción distorsionadora, sin mácula de sesgos que lo manipulen. Pero en Las Leyes, Platón, a despecho de su propia teoría y de su orgullo, ha sabido reconocer, a la fuerza aristotélica ahorcan, que el viejo Sócrates tenía razón y nadie, ni siquiera alguien tan genial como él, puede decir que lo sabe todo. De hecho, también reconoce que debe haber una separación de poderes al introducir la figura del auditor que garantice y vigile el cumplimiento de las leyes. Y ese es el fundamento epistemológico del liberalismo que conduce, en el plano político, al imperio de la ley y la separación de poderes. O, dicho a la griega y acompañados del mismísimo Platón, a la nomocracia. No es de extrañar, por tanto, que uno de los referentes máximos e indiscutibles del liberalismo, Lord Acton, escribiese en Historia de la Libertad:

Si el tema central de mi exposición fuera la historia de la ciencia política, la parte principal y más amplia la dedicaría a Platón y Aristóteles. Las Leyes del primero y la Política del segundo son, si puedo fiarme de mi experiencia, los libros en que más podemos aprender sobre los principios de la política. La penetración con que estos grandes maestros del pensamiento analizaron las instituciones de Grecia y denunciaron sus defectos no tiene parangón en la literatura posterior, ni en Burke o Hamilton, los mejores escritores políticos del siglo pasado, como tampoco en Tocqueville o Roscher, los más eminentes del nuestro. Pero Platón y Aristóteles eran filósofos que tenían como objetivo no tanto la libertad carente de guía como el gobierno racional. Descubrieron lo desastrosos que son los efectos de esfuerzos mal dirigidos hacia la libertad; y llegaron a la conclusión de que es mejor no esforzarse por ella, sino contentarse con una eficaz administración adaptada con prudencia al fin de la prosperidad y la felicidad humana.

Debemos ser tan contundentes como Popper, pero tan finos en el análisis como Acton, lo que nos llevaría a la paradoja de reconocer a Platón como el paradójico origen del liberalismo después de haber sido el padre del totalitarismo. Nunca dejará de sorprendernos el viejo pero siempre juvenil Aristocles.

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