
A menudo, los pequeños conflictos, a veces olvidados en la nebulosa de la historia, devienen en grandes problemas mundiales, como ocurrió con el contencioso entre el Imperio austrohúngaro y Serbia que degeneró en la Primera Guerra Mundial. Aunque todos en el fondo son producto de otros problemas más estructurales que se fraguan durante años. Para comprender qué podemos esperar en Oriente Medio y en el mundo tras la caída de la dictadura de Asad en Siria, debemos echar un vistazo a los problemas estructurales o a los pequeños conflictos existentes. De esta manera podremos evaluar el impacto de la caída tan convulsiva como inesperada del régimen del partido Baaz que llevaba en el poder más de sesenta años, representando esa mezcla de nacionalismo socialista que prendió en todo el mundo árabe durante el proceso de descolonización impulsado por la URSS.
Oriente Medio presenta muchos frentes abiertos de índole regional. La mayoría de ellos tienen menos de ochenta años de antigüedad y son producto del desmoronamiento del Imperio Otomano. Después, del proceso descolonizador de los años treinta y siguientes. Algunos de estos conflictos generados han adquirido una trascendencia muy general, como el conflicto árabe-israelí, la creación del terrorismo islamista en los años sesenta, la nuclearización de Irán, las amenazas al tráfico marítimo en el Golfo de Adén o los embargos petrolíferos a consecuencia de los conflictos anteriores. Es decir, situaciones que afectan a la seguridad de poblaciones externas al conflicto regional, o al tráfico marítimo y a la seguridad de los suministros, especialmente de materias primas.
Si atendemos a las variables que afectan a Siria, podemos concluir que el conflicto generado quedará en el ámbito regional. Siria es pobre, no tiene petróleo ni un ejército poderoso. La escasa capacidad de armamento químico y militar ha sido destruida en las primeras veinticuatro horas de caos tras la caída de Asad por el Ejército de Israel. La razón es obvia, los que han tomado el poder en Siria son mucho más enemigos de Israel que el propio Asad. Este ataque preventivo es la mayor garantía de que el nuevo régimen podrá ser terrible para el pueblo sirio, y muy probablemente no conducirá a la paz, ya que otros grupos opositores existentes tienen en el HTS que ha tomado el poder a su principal enemigo, pero su poder militar es hoy inexistente y seguramente lo será por mucho tiempo. Así que no van a amenazar a nadie, y antes deberán ajustar algunas cuentas pendientes con Hezbolá, que a estas alturas ya debe haber desaparecido de la zona.
Si analizamos, entonces, el plano regional, hay un ganador claro y un vencido claro: Israel e Irán. Siria ha sido el principal enemigo militar de Israel durante décadas tanto desde su territorio como desde el Líbano, y ha permitido el sostén militar de Hamás y Hezbolá. No es de extrañar que Netanyahu estuviera feliz de asistir a la caída de Asad. Solo deberá asegurar bien sus fronteras e impedir que desde Siria se pueda atacar a Israel, pero esto daría lugar a una respuesta militar de mayor envergadura que la vista en Líbano, así que hoy Israel está mucho más segura que hace una semana.
El gran derrotado es Irán. Que el propio Jamenei haya tenido que salir diciendo que su lucha continúa y que vencerán es una declaración evidente de su derrota. Mantenía a Asad gracias a las milicias chiitas entrenadas y dirigidas por la Guardia Revolucionaria, así como la presencia en Líbano de Hezbolá que había anulado al gobierno libanés y a su ejército. Desde Siria amenazaba a otros países árabes moderados y hacía pinza sobre Irak. Sin Asad, su participación directa militar en la región queda totalmente anulada.
Después de la intervención militar de Israel sobre Irán, han comprendido que son perfectamente vulnerables a las capacidades muy superiores de Israel. El riesgo es que, perdida la capacidad militar convencional, recurra al desarrollo de armas nucleares, lo que está cada vez más cerca de conseguir, incumpliendo todos los acuerdos internacionales, algo que de ninguna manera puede suceder. Si el régimen de los ayatolás desarrolla un arma nuclear es para usarla, no tiene a nadie a quien disuadir. Esto es algo que, antes de que ocurra, será evitado.
Dos beneficiados directos o indirectos son Turquía y Ucrania. Turquía ha sido el elemento catalizador de esta ofensiva, la ha apoyado con inteligencia y militarmente, y la toma del poder por el HTS es lo que más conviene a sus intereses. Antes de que ganasen los kurdos prefería la continuidad de Asad. Si el proceso de pacificación se asienta, que tengo mis dudas, podrá devolver a los tres millones de refugiados sirios que son el mayor problema interno que tiene Turquía y de paso habrá reafirmado su regreso al escenario del Oriente Medio frente a sus tradicionales enemigos, Irán e Israel. Si la caída de Asad no sirve para resolver sus problemas internos, intervendrá en Siria para asegurar su frontera, lo que no empeoraría la situación salvo para los propios turcos.
Lo de Ucrania es más colateral pero no por eso menos importante. Rusia no ha podido sostener como en el pasado a Asad y esta es una muestra de su enorme debilidad; la pérdida de influencia de Irán, principal proveedor de Rusia en la Guerra, también contribuye a deteriorar el eje Moscú-Teherán y da alas a Ucrania para sentarse en una mesa de negociación con mejores cartas. En esta partida de mus que es la guerra de Ucrania, parece que nadie lleva buena mano.
China, que hace unos años quiso sumarse el reparto de poder en la zona, se percató enseguida que allí no había mucho que rascar y se marchó para el cuerno de África donde ya está sembrando el caos para asentar sus bases y su influencia y está esperando a la huida de Wagner para posarse definitivamente en Libia y en el Sahel.
Putin ha entendido que Asad no volverá y en cierta forma intentará retornar a Siria apoyando al nuevo Gobierno, pero no parece que sean los mejores socios Al Qaeda o el ISIS para Putin, así que definitivamente es muy posible que Rusia haya perdido su influencia en Oriente Medio para siempre.
Estados Unidos, que tiene tropas especiales apoyando en la guerra contra el terrorismo, deberá decidir si abandona a los kurdos que podrían ser masacrados por el nuevo Gobierno y los turcos o si continúa vigilando la zona para impedir que Siria pudiera convertirse en un nuevo Afganistán. Seguramente Trump esté pensando en salirse de ese avispero, pero esto no tendría grandes consecuencias estratégicas.
Las dos cuestiones que quedan pendientes de analizar son la del conflicto de Israel con Hamás y el posible resurgimiento del terrorismo islamista en Occidente.
El grupo terrorista palestino, cada vez más aislado, se empeña en mantener a los secuestrados para que no muera la llama del conflicto, aunque cada vez más se desvanece este efecto. Tiene en su mano una resolución rápida que evite más sufrimiento y no debería perderla salvo que siga empeñado en morir matando. Sin Hamás y sin los iraníes emponzoñando la situación, Israel puede plantear un escenario de resolución del conflicto con los palestinos en unas condiciones más ventajosas para su seguridad. Los palestinos necesitan acabar con Hamás, convertirse en una democracia real y en vivir en paz con sus vecinos. La historia nadie la puede cambiar y los mapas ya no van a cambiar salvo a peor, así que corresponde ser pragmáticos y comenzar a construir un futuro sobre bases sólidas.
En cuanto al resurgimiento del terrorismo, no estamos en septiembre de 2001. Hoy en día la tecnología ha avanzado de tal manera que resulta imposible que, salvo atentados muy aislados de lobos solitarios, pueda reconstruirse un santuario de terroristas en Siria. Las capacidades de detección, de ataques selectivos, y de control de las redes así como la experiencia acumulada en estos veinte años nos evitará llegar a situaciones como las vividas en los últimos años.
España ha adoptado una posición final de apoyo a los palestinos con el reconocimiento diplomático, pero cuando llegue la hora de la reconstrucción será cuando realmente España deba mostrar con hechos su compromiso real con el pueblo palestino y con la seguridad de Israel. Entonces se verá que se adoptó una decisión para promover las conciencias internas más que para ayudar a la resolución del conflicto. La pena es que hemos perdido la capacidad que tuvimos en 1993 de coliderar el proceso de paz y la reconstrucción de los Territorios Palestinos por nuestro empeño en tomar postura contra una de las partes, así que una vez más perdemos la oportunidad en el escenario internacional a cambio de mantener una llama interna que se apaga a golpe de autos judiciales y declaraciones.