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Hayek, 50 años de Nobel

Su Nobel anunciaba un giro de guion que se concretó con el advenimiento de Thatcher y Reagan.

Su Nobel anunciaba un giro de guion que se concretó con el advenimiento de Thatcher y Reagan.
Friedrich Von Hayek | Libertad Digital

En la larga vida de Hayek, varios acontecimientos marcaron su vida. Sin duda, el magisterio de Ludwig von Mises en Viena y la tensión intelectual con John Maynard Keynes en Londres, de quien, por otra parte, fue buen amigo. También, la estancia en la Universidad de Chicago con Milton Friedman (en realidad, uno de sus adversarios liberales) y en la Universidad de Friburgo con Walter Eucken (en el fondo, su afinidad liberal más estrecha). Por supuesto, la experiencia de los totalitarismos, de izquierda y de derecha, marcó a toda su generación, desde Hannah Arendt hasta John Rawls, entre los críticos, y desde Heidegger hasta Sartre, entre los apologetas. Una vida plena que, sin embargo, cayó en ocasiones en profundas depresiones tanto por cuestiones personales como por vaivenes intelectuales que la hacían pasar de la gloria al olvido e incluso al desprecio con relativa facilidad. Afortunadamente, a partir de 1974, cuando le concedieron el Nobel de Economía (compartido con el economista sueco Gunnar Myrdal), la vida le resultó más bien exitosa y esperanzadora. En ocasiones, basta sentarse para ver al enemigo pasar, pero también para que le lleven a uno en volandas y con el olor de multitudes. Por cierto, hablando en rigor, el Premio Nobel de Economía no existe, sino el Premio Sveriges Riksbank en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel. Este reconocimiento fue otorgado "por su trabajo pionero en la teoría del dinero y las fluctuaciones económicas y por su penetrante análisis de la interdependencia de los fenómenos económicos, sociales e institucionales".

En su discurso del 11 de diciembre de 1974, comentó que no vería correcto conceder un Premio Nobel de Economía por temor a que fomente la moda científica y confiera una autoridad indebida a economistas individuales. Pero ya que estaba, se lanzó a enumerar los diversos problemas, económicos y filosóficos, que contemplaba como un peligro para la ciencia y la civilización.

En primer lugar, claro, los problemas de la Economía Moderna. En concreto, la inflación y la política económica. Hayek señala que las políticas económicas recomendadas por economistas han llevado a una aceleración de la inflación, criticando la gestión económica contemporánea. También fue asunto de debate económico en su discurso la teoría dominante del empleo, tratando de refutar la teoría popular de que el desempleo se puede resolver simplemente aumentando la demanda agregada (Keynes sonreiría viendo que su amigo no había cambiado de opinión contra su propuesta). Proponía, por el contrario, que el desempleo se debe a desajustes entre la demanda de bienes y la distribución de recursos laborales. Respecto a las políticas macroeconómicas que trataban de acabar con el desempleo redistribuyendo el empleo existente, en lugar de crearlo a la manera liberal, conduciría a una creación de empleos temporales con propensión a mal asignar recursos, lo que eventualmente provocaría más desempleo.

No se equivocaba. Y la estanflación acabó destruyendo el paradigma keynesiano al modo socialista, por mucho que ahora lo quieran recuperar los peronistas, Maduro y Pedro Sánchez.

También fue importante el debate científico en su discurso. Por un lado, la crítica al cientificismo. En particular, la mala costumbre de los economistas de querer imitar los métodos de las ciencias físicas en economía, cuando, debido a la complejidad esencial de los fenómenos económicos, el modelo de la física no puede funcionar en la economía. Por ejemplo, criticaba la ilusión de que podemos obtener predicciones precisas en economía como en física, destacando que muchos factores importantes no son cuantificables. Pero, sobre todo, su aportación más inmortal estaba en el linde entre la economía y la filosofía: las limitaciones del conocimiento. Un clásico de la filosofía desde que Sócrates dijese aquello de "solo sé que no sé nada". La economía de la información, de la que fue innovador Hayek, destacaba dos ejes fundamentales:

  • Información Dispersa: destaca que el mercado utiliza un conocimiento fragmentado y disperso entre muchos individuos, que no puede ser completamente conocido ni medido por científicos.
  • Predicciones de Patrones: sugiere que en economía, en lugar de predicciones específicas, debemos conformarnos con predicciones de patrones generales.

De todo ello se infiere un programa liberal de "jardinería" en lugar de "ingeniería" respecto a la autoridad, porque en el caso de no aceptar 1 y 2, la sociedad iría probablemente hacia el totalitarismo, en la senda pura y dura del comunismo totalitario al estilo de 1984, o en el camino edulcorado y empático, pero igualmente terrible, del socialismo autoritario de Un mundo feliz.

Hayek era conocido por ser un destacado miembro de la Escuela Austríaca de Economía pero también, y esto era menos apreciado antes y ahora, de la Escuela Ordoliberal de Friburgo (en otro momento explicaremos dicha tensión paradójica en su obra). Había desarrollado teorías significativas sobre los ciclos económicos, la teoría monetaria y la importancia de los precios como mecanismo de comunicación de información en la economía. Su obra fue vista como un contrapunto a las teorías keynesianas, proponiendo una visión más liberal de la economía y criticando la planificación centralizada.

1974 fue, como estamos viendo, el mejor año de su vida desde el punto de vista profesional, pero no fue el Nobel su mejor logro sino la publicación de su obra maestra Derecho, legislación y libertad, que, junto a Teoría de la Justicia de Rawls y Anarquía, Estado y Utopía de Nozick, dinamitaron el paradigma marxista que había dominado en la filosofía política hasta entonces.

El Nobel fue una sorpresa porque eran los socialistas de todos los partidos los que dominaban el panorama académico y mediático. Sin embargo, su Nobel anunciaba un giro de guion que se concretó con el advenimiento de Thatcher y Reagan. Poco después, incluso socialdemócratas como Helmut Schmidt, Tony Blair y Felipe González se habían vuelto hayekianos. El primero, explícitamente, cuando felicitó a Hayek por su cumpleaños. El último, sacando a Marx a patadas por la puerta del PSOE mientras introducía a Hayek por la ventana de mano de Boyer y Solchaga.

Lo más sintomático es que cuando en una reunión del Partido Conservador el habitual conservador acomplejado y cobarde sermoneaba sobre la necesidad de ser moderaditos, Thatcher le interrumpió para sacar del bolso un ejemplar de La constitución de la libertad y explicarles a los sorprendidos conservadores que ese libro contenía todo en lo que ellos creían. En realidad, sólo lo creía la propia Thatcher, uno de los pocos políticos capaces de leer un libro, no digamos de Hayek, pero con su coraje y firmeza fue capaz de introducir en esas cabezas de chorlito las ideas liberales que, desgraciadamente, están en retirada.

La depresión de Hayek es un recordatorio de que incluso las mentes más brillantes enfrentan desafíos personales que pueden influir en sus carreras y en su legado. Sin embargo, su capacidad para sobreponerse y continuar contribuyendo significativamente al pensamiento económico y filosófico del siglo XX es un testimonio de su resistencia, coraje y fuerza de voluntad, características psicológicas fundamentales para sobrevivir en una época de cancelamientos y sectarismos. El reconocimiento a Hayek no solo revitalizó la carrera de Hayek sino que también trajo a la luz pública sus ideas, que influenciaron significativamente el pensamiento económico y político de las décadas posteriores, especialmente bajo las administraciones de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Pero esa es otra historia.

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