No todos han sido igual de culpables, pero la culpabilidad está bastante repartida. El mismo país que hizo de la "Superliga de fútbol" materia gubernamental, cuya población tomó las calles azuzada por clubes de ética discutible para combatir la propuesta de otros clubes de ética igualmente discutible, que ostenta el dudoso honor de exportar el término hooliganismo para referirse a la protesta violenta y frívola, el mismo país —digo— que patalea por cualquier bobada ha obviado los abusos de mil cuatrocientas menores —y subiendo— para no perturbar la paz social. La omertá se justifica sola cuando dice evitar pogromos contra los abusadores.
De todas las cosas que uno pudiera imaginar, ninguna tan impensable como que Gran Bretaña aceptara convertirse en un estado parcialmente fallido. Callaron las autoridades de Rotherham, callaron laboristas y conservadores, calló la policía, callaron los fiscales —con el actual primer ministro, Keir Starmer, a la cabeza—, callaron los vecinos y calló la mayoría de medios. Por callar, incluso callaron los tabloides, tan dados siempre a traficar con escándalos y presentar cualquier ligero rasguño como una puñalada.