
El Estado moderno es un ente panjuridificador. En España sobran juristas porque sobra vida jurídica/judicial. Aquí, antes de pedirle amablemente al vecino que baje la música, le hemos metido un pleito de aúpa, para que sepa con quién se juega los garbanzos. Abrir un negocio requiere deshacerse en trámites y hasta los empresarios taurinos tienen que perder el tiempo echando instancias en la Delegación o Subdelegación del Gobierno para que les aprueben el cartel de la feria. Siempre se dijo que Derecho era la carrera de los hijos listos de los padres pobres y de los hijos tontos de los padres ricos. Por algo sería. De todos los estudios de letras, es el único que conserva un mínimo poso de prestigio.
Luego están los que achacan los problemas a la insuficiencia de normas, cuando normas tenemos por todas partes. Lo hemos visto con los decretos de la pandemia y con la DANA, en la que tantas decisiones erróneas parecieron serlo menos porque se adoptaron conforme al protocolo equis. Nuestro país ha tenido que convertirse en algo extraordinario si miles de muertes innecesarias y evitables se justifican de pronto por la existencia de un papelito previo.
Se le atribuye a Romanones aquello de "hagan ustedes las leyes y déjenme a mí los reglamentos". Los catedráticos de la cosa llaman a nuestro régimen democracia procedimental, pero en la práctica se asemeja bastante a una "dictadura de los procedimientos". Llegará el día en que el poder público prevea en un protocolo la dirección que ha de tomar el vuelo de una mosca, cuando las reglas tienen que ser pocas, claras y con voluntad de cumplirse.
Problema concomitante es la mala redacción de las leyes. Me lo comentaba hace unas semanas un amigo juez:
—Dani, debería haber un cuerpo especial de funcionarios sin más cometido que el de escribir las normas. Que el Parlamento o el poder público se limite a decir lo que quiere y personas que hayan leído a Azorín lo plasmen en unas pocas líneas.
El legislador contemporáneo redacta como raptado por el espíritu de Juan Benet. Ni siquiera Rafael Sánchez-Ferlosio, las noches que abusaba de la centramina, incurría tanto en la subordinación. Ignoran que la hipotaxis es un absceso de pus en la gramática de la claridad de ideas. El parlamentario cree que con meter el bolígrafo en los artículos de una ley para dejar en ella una oración subordinada ha justificado su sueldo: ya barroquizó la ley, ya sació su soberbia. Habría que explicarles que la exorbitancia de leyes incomprensibles empeora la democracia. Cualquier ciudadano que sepa leer y escribir debería poder entender las leyes que se le aplican sin necesidad de dejarse el sueldo en consultas y asesores. Pero el Derecho es el lenguaje imperativo del poder y, como herramienta a su servicio, busca marcar la distancia entre los gobernantes y los gobernados.
Mérito de Occidente es haber inventado la figura del funcionario-jurista. Se lo leí a Javier Gomá, que, además de pensador premiadísimo, es Letrado del Consejo de Estado e hijo de notario ilustre. Yo creo que en la China de los Ming también hubo funcionarios juristas, aunque no hubiese Estado de derecho al modo occidental. Y, aun admitiendo su tesis, no es menos cierto que Hitler se rodeó de juristas excepcionales —y mezquinos— como Carl Schmitt y que la represión en el bando franquista estuvo fuertemente funcionarizada en manos de jurisprudentes (Acedo Colunga, González Oliveros, Serrano Suñer y otros).
Aquella gente respetaba mucho el Derecho, aunque se tratase de un respeto sui generis. No en vano, en 1939 promulgaron la Ley de Responsabilidades Políticas, con retroacción de efectos a 1934, para poder meter en la cárcel o privar de todos sus bienes a masones y militantes de sindicatos y partidos de izquierda, tuvieran o no delitos de sangre. En ello se notaba bien que eran gente civilizada y no como los del otro bando, que represaliaban sin norma habilitante alguna (aunque según la Ley de Memoria Democrática parezca que no represaliaron). Los funcionarios del crimen pueden despreciar la vida o mostrarse intransigentes ante la orfandad de unos niños, pero respetan el Derecho, es decir, el protocolo.
Nos lo advirtió/recordó Ortega, cierta vez que se propuso escribir para que le entendiésemos, parafraseando a Jesucristo: no es el hombre quien debe servir al Derecho, sino el Derecho al hombre.