
Tres problemas llevaron a la guerra civil: la cuestión social, la religiosa y la mal llamada cuestión territorial. Las dos primeras están resueltas. La tercera sigue abierta. Varias maneras existen de abordar el asunto. En primer lugar, debemos cuestionar a quienes rebajan a casi a nada la hondura del asunto. Sí, el problema clave es, fue y ha sido plantear el asunto con frivolidad. En eso los intelectuales españoles durante al Franquismo, la Transición y la actual etapa democrática se llevan la palma junto a ciento de periodistas y profesorcitos de universidad empeñados en llamar cuestión territorial a lo que no es sino el mayor problema que puede tener un Estado, a saber, la desaparición del "sujeto político" que le da su razón de ser: la Nación.
El Estado, sí, es Nacional o es un Estado totalitario. A esto último se parece cada vez más España. O el Estado sabe lo que debe hacer dentro de una Nación o uno y otra están condenados a desaparecer. La desaparición del Estado-Nación, malamente sustituido por el Estado-Partido, ya sabemos a lo que dio lugar: millones y millones de muertos. La Unión Soviética y su sucedáneo actual, la Rusia de Putin, son ejemplos dramáticos de la imposibilidad de reconstruir un mínimo Estado liberal sin contar con la Nación. Los mercachifles de la historia reciente de España y la casta política llama impropiamente cuestión territorial a lo que no es sino la esencia de una sociedad política, jurídica y moralmente desarrollada, la unidad nacional. Ese debería ser el principal asunto de preocupación de la Inteligencia española. Un Estado sin nación, sin individuos nacionales, es la mayor amenaza para quienes defendemos los límites de todo Estado frente a la radical libertad de los individuos. En fin, un Estado sin nación es una de las mayores amenazas para las sociedades libres, abiertas y plurales.
En España estamos muy lejos de haber resuelto el problema. Mientras no se termine con ETA, que sigue viva, coleando y amenazante en todas partes, y se discipline a los separatistas (no les califiquemos, por favor, de catalanes y vascos), dándole la representación electoral proporcional a los electores que tienen en todo el territorio nacional, la cuestión de la unidad de España, o sea de la Nación, seguirá abierta en canal. El Título VIII de la Constitución, lejos de ayudar resolver el problema, lo embarulló de tal modo que o se reforma por completo o nos condena vivir bajo la incertidumbre de no cerrar nunca las competencias, absolutamente indelegables, del Gobierno central hacia los mesogobiernos regionales. La cuestión de la unidad de España, de la Nación, amenaza, pues, no sólo a la propia Nación sino al Estado que está cuarteándose, desapareciendo, como se demostró en la riada de Valencia.
En este contexto, sin duda alguna, dramático hemos de plantear cualquier cuestión histórica, cultural y filosófica referida a España. Necesitamos un nuevo itinerario filosófico que tenga carácter integrador. Aquí nadie puede quedarse fuera. Pero, antes de nada, ¿cuál es la concepción que tienen los partidos de este asunto, si es que la tienen? No es asunto baladí. Los gobiernos sanchistas, siguiendo las premisas de los antiguos gobiernos de Rodríguez Zapatero, han tenido algunas ideas generales, un cierto método y, sin duda alguna, un estilo para imponer a la población una determinada forma de interpretar la historia política y cultural de España. Es obvio que los gobiernos de Felipe González sentaron las bases ideológicas, las triquiñuelas argumentativas, de lo que, finalmente, ha venido a resumirse en el lema comunista de los primeros tiempos de la Unión Soviética: "Violencia para el cuerpo y mentira para el alma".
Acusar al maltratado de maltratador y llamarle mentiroso al engañado es el leitmotiv del gobierno de Sánchez ayer y hoy y seguramente mañana. Es el destilado final de ese mejunje que son las famosas leyes de la memoria democrática y el año Franco 2025, que sigue a rajatabla el presidente de la coalición gubernamental. En honor a la verdad, el invento de este programa viene de lejos. Creo que está ya en los primeros gobiernos de González… Sí, a lo largo de los últimos cuarenta años, la represión del pensamiento libre y la falsificación de la historia han ido variando en función de las circunstancias y, sin duda alguna, por mor de la retórica derivada de una Constitución, llena de agujeros negros, incluso, más o menos sin querer, todos hemos colaborado; ¿quien no ha caído en la tentación de cerrar los ojos y no incidir en los pasados obscuros de los grandes prebostes del socialismo español?
Sin embargo, todas esas contradicciones se han acentuado de tal modo que es menester pasarle el cepillo a contrapelo a esta ideología bastarda que convierte a la llamada derecha cultural en criminal y a la izquierda en su víctima. Basta ya de propaganda barata. Criminal. No nos hagan perder el tiempo. Mas no seré yo quien defienda a la derecha actual de sus necedades, la primera de todas, apunten, no tener ideas generales, ni método, ni estilo. O sea carece, como dicen los cursis, de relato, especialmente es incapaz de vertebrar cuatro frases sensatas sobre la II República revolucionaria, la Guerra Civil, el Exilio y la Transición. Esta gente cojea por todas partes. Mientras que la derecha no combata con seriedad la faramalla ideológica del Gobierno, o sea, la memoria democrática y el año Franco-2025, este país seguirá viviendo en la ruina moral. Es menester un programa nacional de rescate de todos, resalto todos, nuestros pensadores y hombres de cultura de España, de derecha e izquierda, de arriba y de abajo para que esto sea creíble y, sobre todo, para que no regresemos al 31 y al 36.
En esa perspectiva les escribía la semana pasada sobre la gran figura de Eugenio d´Ors y hoy me gustaría recordarles brevemente la figura de un exiliado del 39, editor, poeta y cineasta. Murió en Burgos en el año 1959 y respondía al nombre de Manuel Altolaguirre, un ángel, según el poeta Alfonso Canales: "Decían que era un ángel y que no sabía andar (porque los ángeles no saben andar por estos suelos, todo lo más hacen como que andan, para que no se rían demasiado los que no tienen alas, pero el curioso observador se da cuenta de que queda un poco de aire entre la tierra y las suelas de sus zapatos). Desde luego, puedo dar fe de que algo raro se le notaba a Manolo Altolaguirre en las piernas, y de que los pantalones se le caían, porque solía regalar los cinturones al primero que se lo piropeara. Lo regalaba todo, como si nada fuera a servirle al día siguiente, y hubiera deseado andar desnudo por la calle (porque sí y también para no perder el tiempo cuando el amor se ponía a punto), si no fuera porque la gente es tonta y no comprende nada de nada". También para Vicente Aleixandre fue un ángel "Manolito, Manolo, Manuel Altolaguirre":
Escribía unas cartas largas, en papeles como sábanas, con letra grandota, con alguna falta de ortografía que tuviera gracia; no: que tuviera ángel.
Pues sí: ángel. Porque el que no haya conocido a Manolito Altolaguirre en sus veinte años, poeta y codirector de Litoral, no ha conocido lo que todos los que entonces le conocieron decían que era: un ángel, que de un traspiés hubiera caído en la Tierra y que se levantara aturdido, sonriente… y pidiendo perdón.
Traigo, hoy, aquí al gran Altolaguirre, porque recientemente oí un comentario perverso a uno de esos tipos de la "memoria democrática". Creo que se dedica al cine y dijo: "Nadie se acordó durante el franquismo de Manuel Altolaguirre. Vivió olvidado en México". Falso. En México hizo mil cosas y todas reconocidas. Y en España jamás fue olvidado. Más aún, regresó en 1950. Visitó Madrid y Málaga. El Alcalde de Málaga, José Luis Estrada, lo recibió y agasajó. Aquí le dejó a este indocumentado y mentiroso el inicio de la carta de un alcalde del franquismo a Manuel Altolaguirre. Esta fechada en Málaga el 14 de julio de 1950 y comienza así: "Querido Manolo: Tu paso por Málaga ha tenido entre otras virtudes la de avivar la llama de nuestras aficiones y nuestras inclinaciones poéticas, hasta el punto de que he decidido intentar, y creo que lo conseguiré, poner en marcha una revista mensual, exclusivamente poética, en la que —como es natural— quisiera que figurase tu nombre a la cabeza de los colaboradores". Tengo mil informaciones y recuerdos sobre Manuel Altolaguirre y sus vínculos con España, sí, durante el Franquismo, que van desde su colaboración en la revista Caracola, de Málaga, hasta la de Camilo José Cela: Papeles de Son Armadans.
Aparte de su portentosa capacidad para editar grandes obras literarias de sus coetáneos, la obra poética, teatral y ensayística de Altolaguirre es para releerla y discutirla públicamente en la República de las Letras. También sus memorias inacabadas, publicadas después de su muerte, recogidas con el título El caballo griego deberían ser un capítulo de lectura imprescindible para saber algunas miserias y grandezas humanas durante la Guerra Civil. Sus guiones cinematográficos son extraordinariamente cultos y refinados. Literarios. También sus películas son para visitarlas de nuevo. Su El cantar de los cantares es una joya del cine español, o mejor dicho, de Nueva España, de México: estamos ante un grandioso fresco, un texto bíblico en traducción de fray Luis de León, con el fondo de un paisaje selvático mexicano… Su reflexión, su filosofía, sobre el cine es inolvidable por su brillantez crítica: "La necesidad me ha hecho llegar a ser un escritor de cine, algo así como el redactor literario de esos difundidos periódicos infantiles, en donde todo se expresa con estampas, donde las historias son visualizadas, es decir, en donde se ahorra a la imaginación el esfuerzo de hacer viva la palabra, por donde resulta que el reino del espíritu tiende a desaparecer, y que el escritor llega a tener como oficio el producir materia, materia prima para una industria (…). La necesidad me ha llevado a ser escritor de cine, ese cómodo sustitutivo de la vida, para quienes no se quieren tomar las molestias de vivirla, ni de pensarla".
Inolvidable es, en fin, la nota necrológica que le dedicó Canales, en un periódico de la época de Franco, que terminaba de esta guisa: "Altolaguirre contaba y contaba. Decía que estaba poniendo sus memorias por escrito, en un libro que se iba a llamar El caballo griego, en recuerdo del que le regalaron en París (que yo sepa, sólo llegó a publicar un capítulo). También nos habló de su película El cantar de los cantares, que luego vimos en el cine Goya. Y se fue como había venido, como desaparecen los espíritus puros, dejando una blanca ceniza de paz después de su brillante aparición. En julio de 1959 cundió otra vez la expectación entre nosotros: iba a venir de nuevo. Yo le decía a los más jóvenes: ya veréis, ya veréis. No consiguieron ver nada. En Cubo de Bureba, pora Biurgos adeliñado, le esperaba la muerte a la vuelta de un camino. Lo llevaron a un hospital de Burgos, pero iba ya roto y sin reparación posible. ¿Por dónde, cómo, por qué secretas fisuras pueden romperse los ángeles?".
Cállese, pues, el mentiroso. Nunca fue olvidado Altolaguirre en la España de Franco. Estuvo presente de mil maneras diferentes. Ya habrá ocasión de referirlas.