
Escribamos de las corridas de toros. O sea de España. Aprovechemos cualquier ocasión para escribir de un arte tan culto como refinado. No nos importe quienes viven inmersos en el tiempo ideológico. De la contradicción y el engaño. Démosle puerta a ese personal. Dejémoslo de lado. No malgastemos nuestras vidas discutiendo con bárbaros incapaces de trascender el tiempo histórico. Despreciemos a quienes maldicen de los toros y los toreros, de los ganaderos y de los aficionados, sin sentir, sin saber y, sobre todo, sin reconocer sus propios límites críticos. Imposible hablar con alguien que maldice y, además, no tiene propósito alguno de revisar su maledicencia. El viejo Sócrates nos enseñó algo imperecedero: el saber no basta, el entender no es suficiente, hay que ser mejores. O sea, quien no quiere conocer y, además, renuncia a criticar su vida, no merece nada más que desdén. Filosófico. Otra cosa es ser piadoso con el salvaje. Si no lo fuéramos, no habría autocrítica. Esencial para vivir con dignidad.