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Goebbels en Granada

La ceremonia de los Goya nos debería hacer reflexionar en profundidad sobre el papel del Estado en la difusión interesada de un grupo artístico de interés.

La ceremonia de los Goya nos debería hacer reflexionar en profundidad sobre el papel del Estado en la difusión interesada de un grupo artístico de interés.
David Alonso Rincón

La ceremonia de los Goya en Granada nos debería hacer reflexionar en profundidad sobre el papel del Estado en la difusión interesada de un grupo artístico de interés. Para el caso de España, la colusión entre el PSOE y la Academia de Cine. El jurista nazi Carl Schmitt, comentando a Maquiavelo, nos advertía de que cualquiera sabe con qué simplicidad y seguridad un gran aparato "psicotécnico" es capaz de manipular a las masas por medio de la propaganda, y cuán fácil es aprovechar un pathos moralista en beneficio de sus objetivos políticos.

Una enseñanza de los Goya como propaganda cultural es que hay unos factores ideológicos y políticos que desempeñan una función muy importante en el éxito de un tendencia artística, ya se trate en forma del poder propagandístico de la RTVE o los Goya o de la persuasión crítica de un "intelectual orgánico" como El País. Lo que el análisis de este suceso deja claro es que una historia del arte desde una perspectiva exclusivamente formal es una historia del arte incompleta, porque el arte de hoy incorpora múltiples estrategias publicitarias y propagandísticas. De ahí que La virgen roja, una película que denuncia implícitamente el feminismo radical, y Tardes de soledad, una apología sin complejos de la tauromaquia, hayan sido ninguneadas en la ceremonia presidida por el ministro de Propaganda de Sánchez, Urtasun. Esta no es una cuestión menor, ya que la propaganda de los gobiernos han condicionado profundamente nuestra visión del arte, de una manera brutal como en los fascistas y los comunistas, pero también con los gobiernos presuntamente liberales de las democracias occidentales.

Hitler lo tenía claro respecto a la cultura:

El gobierno del Reich va a emprender una purga moral completa del cuerpo del pueblo. Todo el sistema de educación, el teatro, el cine, la literatura, la prensa y la radio se utilizarán como un medio para este fin y se evaluarán en consecuencia.

De la extrema derecha a la extrema izquierda. Tania Sánchez, la dirigente de extrema izquierda, ha dicho algo semejante a raíz de que se decretase una fatwa izquierdista contra Karla Sofía Gascón, la actriz trans a la que adoraban antes de descubrir que unos tuits "fachas" por la que ha sido quemada en la hoguera de las vanidades progres:

El objetivo es que la gente que piensa cosas no respetables deje de pensarlas.

Por si faltaba en España algún titiritero con ganas de lucir palmito de doctorado en Filosofía Política, importamos al inmigrante glamuroso Richard Gere, flamante Goya honorífico, que lo primero que hizo al pisar Granada es mostrar que él piensa cosas respetables, no vaya a ser que también lo cancelase la tropa de Tania, Irene y Pablo, dispuestos por una vez a montarse un trío con perspectiva al gulag:

Los payasos millonarios alrededor de Trump son inmaduros y narcisistas, y eso es mortal.

Los payasos millonarios como el propio Gere alrededor de Obama, Biden y Harris, por el contrario, deben de ser el colmo de la madurez y la filantropía.

Pero dejemos a los progres y volvamos a los nazis. El plan para convertir la cultura, en especial el cine, en un arma de adoctrinamiento masiva pasó por convencer al gran Fritz Lang, el director de Metrópolis y la saga del doctor Mabuse, de que se convirtiese en el Führer del cine ario. Para ello, Goebbels lo mandó llamar y le ofreció el oro y el moro para que accediera. Otros, como el filósofo Martin Heidegger, ya habían pasado por el aro ocupando el rectorado en Friburgo. Lang, tan listo como buen director, le dio largas al ministro de propaganda nazi, pero en cuanto salió de la entrevista cogió un tren destino París con la ilusión de hacerse un hueco en el Hollywood de Ford, Hawks y Hitchcock. Como otros inmigrantes germanos, al estilo de Billy Wilder, lo consiguió.

Lo que nos muestra todas estas llamadas a la censura y el adoctrinamiento con perspectiva artística, de Tania Goebbels a Joseph Sánchez, es que la televisión, la educación y el cine siguen siendo herramientas de lavado de cerebro por parte de políticos autoritarios, aunque las redes sociales les han disputado la hegemonía. Precisamente por ello, epígonos del adoctrinamiento goebbelsiano como Pedro Sánchez tratan también de controlarlas. Pero con Elon Musk han topado estos totalitarios provincianos en el campo digital. Sin embargo, les quedan como reductos ceremonias como los premios Goya de la Academia española del cine, esta vez celebrada en Granada, donde Pedro Sánchez se ha paseado como si fuera Jefferson pasando revista a sus esclavos en su plantación de algodón.

Los discursos han sido los habituales llenos de clichés, pero la consigna de este año estaba clara: criticar a Trump e Israel, para lo que había que usar a los palestinos como rehenes ideológicos. De Miguel Ríos a Eduard Fernández pasando por Icíar Bollaín, fueron varias las referencias a Gaza, incluyendo la máxima miseria moral de hablar de genocidio, equiparando así a Netanyahu con Hitler. Nunca dejarán de ser unos antisemitas redomados nuestros artistas de la subvención. Pero es que en una época en la que todo y cualquier cosa puede considerarse arte y en la que cada vez se anima más social y profesionalmente a los artistas a incorporar sus creencias políticas en sus obras, ¿dónde trazamos la línea que separa el arte de la propaganda? Como se nos muestra en la película The brutalist la respuesta es tan sencilla de responder como compleja de averiguar: cuando el artista responde al llamado de sus principios en lugar del aplauso fácil, la subvención interesada y la protección mafiosa del sinvergüenza de turno que monta al Leviatán estatal. Cuando el arte solo se sirve a sí mismo, se crea a sí mismo, y se motiva por él mismo, en cuanto que creación original y profunda, en el sentido de que conecta con la naturaleza humana, revela verdades ocultas. Dicho desvelamiento de verdades ocultas a través del arte lo llamaban los griegos aletheia, algo sustancialmente diferente de la verdad mostrada a través del método científico, que se queda en la superficie del ser. Sin embargo, cuando el arte se subordina a la política gubernamental, siendo esclava del dictador de turno, se reduce a ser un medio respecto a un fin espurio, quedando irremediablemente comprometido en su esencia como desvelador original del ser auténtico.

La actriz protagonista de La infiltrada hizo otro discurso político, cursi, vulgar y malhablado, marca de la casa de los intérpretes españoles. Curiosamente, cuando reivindicó el derecho a una vivienda digna no se atrevió a sacar los colores a Sánchez, al que tenía enfrente en el patio de butacas. Pero no se muerde al amo que te da de comer, piensa el artista concienciado, es decir, domesticado. Muy bien, sin embargo, estuvo Pol Rodríguez, que ganó el premio Goya a mejor dirección por Segundo premio junto a Isaki Lacuesta. Elegante por lo estrictamente artístico de su intervención. Reveladoramente, un artista que agradece con un discurso que reivindica la autonomía del arte es una rara avis en el panorama artístico español. No ganó el Goya a la mejor película, lo que es manifiestamente injusto porque junto a La virgen roja lo era, pero así es el cine español, un mediocre cliché.

La ceremonia cineasta a fuer de goyesca, en el peor sentido del término, demostró que en España, la casta cultural parece haber aceptado el papel de servidumbre hacia el poder político, intercambiando aplausos por subvenciones y una ideologización evidente. La resistencia de Fritz Lang a Goebbels contrasta con la aceptación aparente de esta relación simbiótica en la actualidad. La comparación con Goebbels no es casual; refleja una preocupación por cómo la cultura puede ser manipulada para fines políticos, algo que Lang entendió y rechazó. En este contexto, personajes como Albert Serra, el director de Tardes de soledad, que conocen la historia cultural, quedan relegados, mientras que la "cancelación" y la ideología dominante en el ambiente artístico parecen más peligrosas que las amenazas externas.

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