
Obscuro es el futuro de la Unión Europea. Estamos ante el hundimiento del Titanic y los periodistas al servicio del monstruo bruselense se esfuerzan por culpar a Trump de su final. ¡Pobres! Y encima no se han enterado de que Europa ha sido reducida a poco más que un parque temático para turistas. Europa no tiene gobierno y, además, carece de una idea. Von der Leyen, la presidenta de la UE, no se representa ni a sí misma, y una de sus vicepresidentas, española y de apellido Ribera, pudiera estar implicada en la corrupción que persigue al gobierno de Sánchez. He ahí un alevoso retrato instantáneo de la Comisión. Sin cabeza y sin perspectiva de que aparezca alguien que se ponga al frente de la debacle sólo nos queda esperar. Mantengamos la "esperanza" de que en unos pocos, quizá un par de años o a lo más tardar cuatro, la ciudadanía, a la que hoy se ningunea, arrasará a una "élite" política tan presuntuosa como proclive a amparar el delito político.
Ya menos gente decente y sin prejuicios políticos dice: la solución está en la Unión Europea. Millones de ciudadanos se sienten engañados por la casta política dirigente de la UE. Son los mismos que miran entusiasmados el liderazgo y el programa de Donald Trump en EE.UU. Son los mismos que consideran el discurso de JD Vance, en Munich, una joya crítica, en realidad, el mejor diagnóstico que se ha hecho de los males de la UE. Vance ha recogido de modo excelente el descontento de millones de europeos contra las instituciones de la Unión. Vance ha sintetizado con sentido político, o sea con sentido común, la desconfianza de los europeos en sus instituciones, especialmente en el Parlamento y la Comisión Europea. Esa falta de confianza se puede expresar de múltiples maneras, tantas como perspectivas adoptemos para estudiar los fracasos de la Unión, pero hay una evidente y a la vista de todos los ciudadanos: el inmenso fraude de la casta política no es otro que hacer lo contrario de lo que votan los europeos.
Sucedió hace medio año en las últimas elecciones europeas, pero lleva sucediendo en muchas naciones: se vota una cosa y las castas retuercen los resultados para seguir en el poder. Los casos de Francia y Alemania claman al cielo: los ciudadanos votan a unos políticos determinados y unas ideas para ser ejecutoriadas en sus respectivos países, pero los partidos cambian el sentido y el significado de sus electores. No creamos que el caso español es más relevante que el alemán o el francés, etcétera, pero tiene su peculiaridad. Sí, aquí, se vota al PP, u otros al PSOE, para que hagan políticas diferentes, pero, luego, van a Europa, a Bruselas o Estrasburgo, y dicen y ejecutan las mismas cosas, casi siempre barbaridades, respecto a las querencias de sus votantes. La señora Ribera y el señor González Pons simulan una cosa en España y hacen lo mismo en Bruselas. ¡Para que extenderse en este tipo de fraude! Estos engaños son tan comunes en todos los países integrantes de la UE. que el descontento de la ciudadanía con unas instituciones sedicentemente democráticas es generalizado.
El ciudadano cree votar por una persona, pero en realidad está "legitimando" a unos partidos políticos, unas empresas, que le roban la representación y hacen de su capa un sayo. El Estado de Partidos arruinó hace tiempo los Estados Nacionales y, ahora, amenaza ruina de un supuesto Estado Supranacional que funciona, otra vez, como si se tratara de algo real, cuando no es nada más que una construcción idealista para reprimir a la ciudadanía de su principal fuente de identidad: la Nación. Nadie es ciudadano del mundo. Eso es solo una frase. Nada serio. La identidad Europea es imposible sin la nacional, y viceversa, pero la casta política dirigente confunde las dos sin ningún pudor para demonizar a sus adversarios políticos como extremistas. Y, sin embargo, todavía quedan cientos de miles ciudadanos que, a pesar de esas perversas "élites" políticas, persisten en seguir valorando bien muchas cosas de la UE. Aprecian con moderado optimismo lo de la moneda común, viajar con facilidad de un país a otro, etcétera, incluso ve con buenos ojos que la Comisión se haya enfrentado en el pasado a los gigantes mundiales de los sectores farmacéutico, energético, financiero, alimentario o de la comunicación, pero parece que todas esas luchas contra los grandes monopolios que acababan doblegando a los Estados nacionales ya pasó… La percepción de la ciudadanía de las instituciones europeas, especialmente de la Comisión, es otra. Millones de europeos creen, más o menos como Trump, que la Comisión funciona como si fuera un gobierno, pero, en realidad, es un conjunto de politicastros presuntuosos y prepotentes dispuestos en todo momento a engañar, en primer lugar, a sus votantes y, sobre todo, a estigmatizar a los partidos políticos de la propia UE que quieren una Europa más democrática.
El último ejemplo para analizar el fracaso de Europa es de libro: Alemania. Persiste en el vicio de los Macron en Francia y de la Ursula von der Leyen en Bruselas. Lo pagarán en pocos años. Las traiciones a los electorados acaban dramáticamente… En efecto, los resultados de las elecciones en Alemania del domingo 23 de febrero pueden interpretarse de múltiples maneras, pero nadie con entendederas normales podrá negar que AfD es la segunda fuerza política del país más importante por población, economía y territorio de Europa. Tampoco nadie será capaz de cuestionar que el programa político de la CDU-CSU, durante esta campaña electoral, haya estado inspirado por los tres centros clave del partido liderado por la señora Alice Weidel, a saber, terminar con las demenciales políticas migratorias de la famosa canciller Merkel, poner fin a la locura del radicalismo ecologista de los Verdes y, sobre todo, recuperar la idea de la nación alemana en la Unión Europea. Tampoco creo que nadie decente cuestione que la Socialdemocracia (el SPD) haya obtenido la mayor derrota de su historia.
Y, sin embargo, el líder de la Democracia Cristiana, Friedrich Merz, se obstina, como he mantenido en este periódico, en demonizar a AfD. No le importa traicionar sus promesas. Está en el ADN de este personal. Se ríe de sí mismo y de su electorado y, por supuesto, traiciona a un electorado que rechaza de modo ostensible al SPD, la socialdemocracia alemana. Merz ha perdido casi toda su legitimidad la misma noche que ganó por escaso margen las elecciones al rechazar pactar con AfD. Si se levantará de su tumba Max Weber, el filósofo político más grande de Alemania, y contemplase el espectáculo de la Gran Coalición se arrepentiría de haber "resucitado". Sentiría vergüenza ajena de gentuza política. Se repiten los mismos esquemas antipolíticos y, por supuesto, antidemocráticos que llevaron a Alemania a la Primera y, después a la Segunda Guerra Mundial… Si Olaf Scholz (SPD) y Friedrich Merz (CDU-CSU) tuvieran una mínima capacidad de autocrítica, o sea de autolimitación, a la hora de ejercer el poder, no conformarían un gobierno que está en contra de la opinión dominante de los alemanes. ¡La Gran Coalición no es sólo una gran traición a Alemania sino que su exportación a Europa, como se lleva haciendo años, es la gran ruina de la Unión Europea! En eso estamos.
¿Cómo salir de este callejón? Ensayando imaginativamente políticas que cuestionen, en primer lugar, la Gran Coalición. Ésta noción no entra en "tiempo de descuento", como dicen los listillos del PP, sino que es menester denunciarla como el gran fraude a Alemania y, por extensión, a toda Europa. Lejos de dar estabilidad a los países, genera malestar y descontento en la ciudadanía. Oculta los problemas reales: inmigración descontrolada, carencia de políticas energéticas e industriales, deslegitimación de los reservas democráticas de los Estados nacionales, negación de principios y tradiciones occidentales, incapacidad para conformar una defensa común, etcétera, etcétera. En segundo lugar, es menester tomarse muy en serio que no hay posibilidad de transformar la UE sin los Estados-Nacionales, sin la idea de Nación, cuya soberanía no puede ser cuestionada por dirigentes tan necios, prepotentes y corruptos como los actuales. En tercer lugar, es menester la autocrítica de los partidos políticos y, sobre todo, de sus "inteligencias" dependientes, en la mayoría de los casos, del Partido Demócrata de los EE.UU. (¿siguen todavía los del PP español empeñados en alabar a Kamala Harris?…). En cuarto lugar, los partidos políticos en el poder tendrán que crear un lenguaje nuevo, otras categorías, para hacerse cargo de los cambios reales en Europa o, de lo contrario, nos conducirán al matadero de siempre… ¿hasta cuándo tendremos que soportar el rollo de que crecen las opciones de extrema derecha y de extrema izquierda en Europa? Ese lenguaje es ridículo. Por favor, tengan un poco de vergüenza intelectual, los centros de análisis políticos del PP; no debería mimetizar los cuentos socialistas: la izquierda alemana ha sacado, sí, 64 escaños, casi todos procedentes de los verdes y de los nuevos nacionalizados alemanes que se han creído en campaña las patrañas de la SPD y la CDU, pero comparar eso con los 152 escaños de AfD es patético; quien compara la subida de Die Linke, en Alemania, con la fuerza política realmente ganadora en Alemania, AfD, está cayendo en la estulticia, o peor, en la maldad moral.
Y, en quinto lugar y con un punto y aparte dedicado al PP español, nadie diga que Alemania está sola en su laberinto, como insisten los cabeza de huevos de FAES; por Dios bendito, quien está en su laberinto, como un pobre minotauro ciego y sordo, es el propio PP que sigue todavía buscando, con todo lo que ha pasado desde que largaron a Rajoy, pactar aquí, en España (sic), lo que ya han pactado con su principal socio europeo: el PSOE. ¡Qué locura! Nadie con un poco de sentido político, o sea común, aplaudirá ese desatino.
En verdad, el cambio real se ha producido ya en Europa y lo están obstaculizando unas élites políticas impresentables. ¿Se resistirá Alemania como Francia? Es posible. Pero la caída será más dura. Países Bajos, Italia, Austria, Dinamarca son sólo un anuncio… Sí, Alternativa para Alemania es no sólo el partido vencedor en términos simbólicos de las últimas elecciones alemanas, sino que el que provocará, definitivamente, el cambio político en toda Europa. Por eso, precisamente, la reaccionaria Ursula von der Leyen le faltó tiempo para avisar al atribulado Merz de que sólo pactará con el tipo más deslegitimado de Alemania: Scholz. En cualquier caso, el cambio es real e imparable. El discurso de AfD no sólo ha penetrado en el resto de partidos políticos, sino que también ha tocado las entraña del mismo Estado alemán, en realidad, de toda Europa. Así las cosas, quien juega con fuego, como Merz y Scholz, pueden fácilmente quemarse. Dejar fuera del cambio de poder a quien lo ha propiciado, suele siempre traer consecuencias nefastas. Al tiempo.