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Del fin de la historia al desarme del pensamiento

Del fin de la historia, declarado por Fukujama en 1989, habríamos pasado a la muerte del pensamiento. De la crítica.

Del fin de la historia, declarado por Fukujama en 1989, habríamos pasado a la muerte del pensamiento. De la crítica.
Donald Trump. | LD/Agencias

No escribamos demasiado sobre el abrazo de Sánchez a Zelinski. Puede volverse contra nosotros. No demos esplendor a la miseria. Ese abrazo, sin embargo, resume la decadencia política de Europa desde 1989 hasta hoy. "Te abrazo y le compro a Putin su gas para que te aniquile". Malvado. Pero no es el cinismo moral el peor vicio de la política europea. Hay algo mucho más deleznable. Es el horror al conocimiento. El odio a la sabiduría nunca ha dejado de sorprenderme. Nunca lograré acostumbrarme al odio a la inteligencia, aunque sé que es una actitud muy extendida en sociedades cerradas con "élites" dirigentes nunca dispuestas a discutir en público de acuerdo con criterios de racionalidad y verosimilitud. El desprecio generalizado o, como se dice ahora, transversal en Europa hacia la figura política de Trump es uno de los retratos más nítidos de las "élites" de una sociedad obscura y obtusa como la europea, la española no es otra cosa que una muestra asilvestrada, cuasi salvaje, de la actual Unión Europea. El abrazo de Sánchez, protegido principal de la señora Von der Leyen, a Zelenski se casa bien con su odio a la inteligencia política de Trump.

Nadie, pues, espere nada de los dirigentes políticos de una sociedad sin cuajo moral y sin espina dorsal. Bastaría mirar el rostro sin "rostro", sin apenas signos de pesadumbre por los muertos en Ucrania, de nuestros dirigentes y sabrán que poco puede esperarse de esta gente. Los políticos españoles son tan depravados como la mayoría de los europeos. Nada. Ahora, cuando el alto el fuego está próximo en Ucrania, se revisten con los sayos belicistas y acusan a Trump de pacifista. ¡De risa! Estos obtusos dirigentes europeos, sí, desprecian todos al líder político más grande que ha dado EE.UU. en las últimas décadas: Donald Trump, quien alcanza niveles de popularidad y aceptación de casi el 70 % de la población de su país. ¡Y Sánchez sin poder salir a la calle sin diez cordones de policía! Eso es, exactamente, lo que odian los políticos europeos y las poblaciones que ellos pastorean.

La mayoría de las "élites" de los sectores sociales e intelectuales de nuestra desvencijada nación, España, muestra de modo grosero un odio salvaje hacia la figura política de Donald Trump. Odio que esa gente hace extensible a todo el gabinete de Gobierno de EE.UU. No salvan a nadie. Más aún, proyectan ese resentimiento hacia las personas y los discursos que relatan las novedades que trae la política de Trump; sí, sí, basta que alguien pondere, analice y sintetice una de sus acciones para que se le echen encima tildándole de fascista o comunista, o cualquier otra lindeza léxica de su ajado y anacrónico ideario político; basta el surgimiento de una voz discordante, clamante en el desierto intelectual de España y Europa a favor de Trump, para que cualquier junta letras lo descalifique como neofacha trumpista y putinista…

Ahí estamos, improbable lector de esta nota; vivimos instalados en una España que sólo se reconoce por su antiamericanismo. Cualquier motivo es bueno para poner a parir a Trump y a EE.UU. Creíamos que nuestro antiamericanismo se había suavizado con los viajes, el cine y esas cositas turísticas. Ingenuos. Nos equivocamos. Ha vuelto a España con nuevos bríos el odio a EE.UU. y ha hecho compañeros de viaje a gente de diferentes tradiciones. Derechas e izquierdas, centrados y descentrados, tradicionalistas y revolucionarios se dan la mano para escupir sobre la propuesta pacificadora de Trump en la guerra entre Ucrania y Rusia. ¡Para qué hablar de la política arancelaria! Sencillamente, se la insulta por anticapitalista y se pasa a otro insulto. Los matices y diferencias entre los antiamericanos han desaparecidos. Todo es brochazo gordo. ¡Transversal! La idiocia los igual a todos. Los sectores dirigentes de la sociedad española jamás reconocerán nada a la política de Trump. Nuestras pobrísimas élites jamás confesarán sus errores a la hora de enjuiciar fenómenos políticos e intelectuales como es la llegada a la presidencia de la Casa Blanca de Donald Trump. La ira de la izquierda totalitaria se ha unido al resentimiento de los tradicionalistas europeos para descalificar cualquier política que tenga su origen en el Partido Republicano de EE.UU.

La negación de la inteligencia es particularmente odiosa en aquellos profesionales cuya principal preocupación es pensar. Periodistas, profesores, juristas, comunicadores, escritores, en fin, "intelectuales" que tratan de traer un poco de verdad en el reino de la confusión parecen haber renunciado a su oficio. La mayoría tiene clara su sentencia: Trump es un malvado. El presidente de EE.UU. exige un acuerdo de paz y muchos le ven como un traidor o como un espía captado hace años por el KGB, como un hombre de Putin. He ahí el resultado final de décadas de decadencia del pensamiento europeo. ¡No seré yo quien disienta del diagnóstico de JD. Vance: el principal enemigo de Europa es la propia Europa! Del fin de la historia, declarado por Fukujama en 1989, habríamos pasado a la muerte del pensamiento. De la crítica.

Menos mal que nos quedan los libros que habían previsto ese estrechamiento de una Europa, dopada de libros idealistas, sin otro objetivo que percibirnos felices, mientras nuestra civilización moría plácidamente. La relectura es una manera de cultivar la nostalgia sin caer en la depresión. Releo a un poeta, a un cronista de su tiempo, de la década de los ochenta y no puedo dejar de reconocer que esta película se repite. Es un "dejà vu" bergsoniano. Un poeta alemán y extraordinario periodista nos anunció allá por 1987 muchas de las miserias actuales. Nos preparó para conocer lo que se escondía detrás de tanta fachada europeísta. ¡Ach Europa!, exclamó Hans Magnus Enzensberger: "Europa es un gallinero, un ovillo de Estados cada vez más pequeños…, pero cuando se trata de darle a los EE.UU. con la puerta en las narices, todos se ponen de acuerdo. Y cuando damos un puñetazo en la mesa de negociaciones, vuelven a esconderse tras sus múltiples divergencias. Hacen todo lo posible por no mostrar una línea clara, una perspectiva amplia. ¡Nada de enfrentamientos! Siempre te dicen que debemos respetar su supuesta complejidad, sus privilegios, sus minorías".

Suscribo, sí, el diagnóstico de Vance y lo veo en la perspectiva de Enzensberger: hasta la libertad de expresión se ha estrechado. Grabemos en nuestra mente las sinceras palabras de JD Vance: "Nos reunimos en esta conferencia, por supuesto, para hablar de seguridad. Y normalmente nos referimos a amenazas a nuestra seguridad externa. Veo a muchos, muchos grandes líderes militares reunidos aquí hoy. Pero si bien la administración Trump está muy preocupada por la seguridad europea y cree que podemos llegar a un acuerdo razonable entre Rusia y Ucrania, y también creemos que es importante que en los próximos años Europa dé un paso adelante en gran medida para garantizar su propia defensa, la amenaza que más me preocupa con respecto a Europa no es Rusia, ni China, ni ningún otro actor externo. Lo que me preocupa es la amenaza que viene de dentro. El retroceso de Europa respecto de algunos de sus valores más fundamentales: valores compartidos con los Estados Unidos de América". Vance pronunció estas palabras el día 14 de febrero y, desde entonces, no ha dejado de recibir las más furibundas "críticas". Quizá la más grave de todas sea de carácter bárbaro, propia del hombre-masa y resentido, que habita en las redacciones de los periódicos y en las agencias de socialización intelectual. La "crítica" resentida no es propiamente crítica sino ideología, generalmente al servicio de los peores intereses particulares o de partido. Acaso por eso nadie hallara fácilmente una observación al argumento central de Vance, tampoco nadie exhibirá una prueba que desmienta lo narrado por Vance, sino que todo se reduce a despreciar al hombre Vance de EE.UU. Nadie da lecciones a Europa, ha llegado a decirse, y menos si proceden de un chulo yanqui. Quien escupe barbaridades sobre un hombre por su origen nacional no merece comentario alguno, pero, como meterse con Trump y Vance parece que se ha convertido en el principal divertimento, de los imbéciles, diré que eso refleja una debilidad intelectual propia de sociedades cerradas como la española en particular, y la europea en general.

En verdad, los insultos que está recibiendo el discurso de Vance, en Múnich, dan la razón a su acertado diagnóstico sobre los males de la sociedad europea. Sí, la ideología antiamericana, en realidad, la resurrección del prejuicio antiamericano mostrado contra Vance demuestra que Europa es, cada vez más, una sociedad jibarizada con unas élites políticas que basan su poder en la represión de las libertades individuales y, por supuesto, en la principal de todas las libertades: la libertad de conciencia. Los ejemplos puestos por Vance son inapelables. Se persigue incluso al que reza en silencio. La represión hacia lo medios de comunicación y, sobre todo, contra las personas por parte de la Comisión Europea claman al cielo. Pero si quieren un ejemplo cercano de represión de nuestras libertades estudien, despacito y con buena letra, el anteproyecto de ley para la Mejora de la Gobernanza Democrática en Servicios Digitales y Medios de Comunicación, aprobado por el Consejo de Ministros el pasado 25 de febrero. Fácilmente con esta ley en la mano se cerrarán muchos medios. ¿Es singular la represión que ejerce Sánchez con esta ley? Me temo que no, pues que el amigo más querido de la señora Von de Leyen, el señor Sánchez, no hace otra cosa que actualizar las directivas de la Comisión Europea…

Y, sin embargo, aquí los intelectuales, los periodistas y la gente del "pensamiento" sin pensamiento nos escandalizamos por que Vance nos diga que "Europa está desnuda". Cerrada sobre sí misma y mirándose el ombligo, Europa es hoy una de las sociedades más cerradas y apretujadas del planeta. Sí, el arte del análisis político está en las últimas. Sólo hay ideología. Las visiones escolásticas del mundo dominan en todos los terrenos de la vida. Pocos son los artistas, los escritores y los poetas que anhelen el "otoño de la Edad Media", mencionado por Huizinga. Pocos quieren ver la verdad, la realidad multicolor del universo. Ocultamos el Renacimiento. Pareciera que el arte está tan muerto como el periodismo español. Hemos vuelto a la escolástica comunista. Antiamericanismo a tope. Pocos se privan de entonar la ridícula palinodia: el mundo se lo reparten Trump y Putin. Esa ridícula afirmación es el mejor precipitado de la propagada soviética. Infecta todas las redacciones de la prensa española. La Rusia de Putin, hoy como ayer, es una nación en declive (en población, territorio, esperanza de vida, alimentación, dependencia de China, cientos de miles de muertos en Ucrania, etcétera), pero la propaganda lo "desmiente". Si las guerras se valoran por los objetivos que se propusieron al inicio del ataque, entonces Rusia ha fracasado; invadió Ucrania para desnacificar, desmilitarizar y, en fin, cambiar al gobierno de Zelenski por otro más obediente a Putin, pero nada de eso ha conseguido. El fracaso de Rusia es total, porque no ha nacionalizado al ser humano de Ucrania ni ha estatalizado su espíritu, pero los poetas y los periodistas dicen todo lo contrario. Han renunciado, seguramente por un poco de dinero que cubran sus jubilaciones, a las inquietudes que dan sentido a su vida y obra, a la urgente necesidad de darle a la verdad una forma artística.

Eso es todo. O casi todo, porque algunos seguimos considerando que EE.UU. , a pesar de los pesares, es la quinta-esencia de una sociedad abierta, la única esperanza para que Europa sea liberada de unas élites políticas tan ridículas como venales.

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