
Alejo Schapire comienza su libro El secuestro de Occidente con la letra de una canción de Leonard Cohen:
Hay una guerra entre ricos y pobres
una guerra entre el hombre y la mujer
Hay una guerra entre los que dicen que hay una guerra
y los que dicen que no lo hay.
Schapire está entre los que dicen que hay una guerra. Pero no entre ricos y pobres, hombres y mujeres, sino entre los que tienen una idea de civilización ilustrada frente a la teratológica y paradójica amalgama de multiculturalistas, posmodernos, islamistas, feministas de género y extremistas de izquierda. El núcleo irradiante de semejante tropa de enemigos de la libertad, el Estado de derecho y la Ilustración es, según Schapire, la primera religión nacida en las universidades, el movimiento "woke", una derivada del antiguo maniqueísmo travestido en odio de clase, resentimiento de sexo y venganza de raza, todos ellos conjurados para instaurar una sociedad cerrada islamo-izquierdista en contraposición a la sociedad abierta liberal. Con la agravante –éramos pocos y parió la abuela– de que se ha sumado al Frankenstein antiliberal el batallón de los neofachas trumpistas-putinistas, con Elon Musk como su profeta plutócrata.
Hace unos años, Luis Herrero Goldáraz entrevistaba a Schapire sobre su anterior libro La traición progresista. ¿Cómo, Schapire es un progresista? Sin duda, pero, y esta es una de las distinciones claves que hay que realizar en esta batalla cultural, no es un progre, la degeneración reaccionaria del auténtico progresismo y que ha llevado, en palabras de Schapire, a una exacerbación del tribalismo identitario y el antisemitismo, esto último para lo que Schapire tiene un sexto sentido desde su condición de argentino judío residente en París, donde presencia desde primera fila de la trinchera de la batalla de las ideas la emergencia de un nuevo odio hacia los judíos, sobre todo en esta ocasión por parte de la extrema izquierda disfrazado de antisionismo y odio a Netanyahu.
La cuestión terminológica es fundamental. Si escucha usted "colonialismo", "género", "racializado", "todes", "diversidad", "inclusivo", "igualdad efectiva", "constructo social", "movimientos sociales" prepárese para un escenario de censura, cancelación, listas negras, purgas y apología del terrorismo en sus vertientes islamista y marxista. Hay que reconocerles a los sectarios posmodernos la desvergüenza de defender el racismo por parte de negros como Ibram X. Kendi hacia los blancos en nombre de la "justicia social".
El judaísmo de Schapire le lleva a comenzar su análisis con el ataque islamista contra judíos en octubre de 2023 que fue luego relativizado por la izquierda al estilo de la feminista radical Judit Butler. Butler también es la propulsora del negacionismo biológico y el asalto de los transexuales a los espacios íntimos de mujeres. Schapire analiza, por ejemplo, el libro Genderqueer de Maia Kobabe, que es lo más parecido a lo que escribiría y dibujaría un pederasta disfrazado de pedagogo, un síntoma del lavado de cerebro que están sufriendo muchos niños y adolescentes para que rechacen su sexo biológico y se declaren "no binarios" para posteriormente ser sometidos a tratamientos quirúrgicos y hormonales que determinan su vida para siempre.
Sobre esto último profundiza Schapire en su estudio del informe Cass. En 2020, Hilary Cass lideró una revisión exhaustiva en Reino Unido de tratamientos hormonales nocivos y cirugías irreversibles en menores, lo que llevó a prohibir estos tratamientos en menores desde 2025, medida alineada con restricciones en otras naciones basadas en evidencia similar, lo que Javier Milei ha replicado recientemente para proteger la salud física y mental de los menores. En España, se ignoran estos estudios internacionales que han alertado sobre los riesgos para la salud de los tratamientos de bloqueo de la pubertad y hormonas cruzadas en menores, coincidiendo con un aumento notable en la demanda, especialmente entre niñas y adolescentes. En el Reino Unido, por ejemplo, se pasó de 300 tratamientos anuales en 2012 a más de 5.000 en 2022, sin consenso sobre las causas, pero con claridad en las consecuencias negativas.
El libro de Schapire es de especial relevante en España, donde, como decía, los tratamientos de cambio de género en menores, como el bloqueo de la pubertad y las hormonas cruzadas, no están prohibidos a nivel nacional. Su regulación y aplicación dependen principalmente de las comunidades autónomas, ya que la salud es una competencia transferida. La Ley 4/2023, conocida como "Ley Trans", aprobada el 16 de febrero de 2023 y publicada en el BOE el 2 de marzo de 2023, se centra en la autodeterminación de género para el cambio registral del sexo en el Registro Civil, pero no regula directamente los tratamientos médicos como hormonación o cirugías, dejando estos aspectos fuera de su ámbito.
En la práctica, varias comunidades autónomas han establecido protocolos sanitarios que permiten estos tratamientos. Por ejemplo, regiones como Cataluña, Madrid, Aragón, Baleares, Cantabria y Valencia cuentan con leyes o guías que facilitan el acceso a bloqueadores de la pubertad y hormonas cruzadas para menores, generalmente a partir de la etapa Tanner II (alrededor de los 8-14 años) y con hormonación cruzada a partir de los 16 años, al menos bajo supervisión médica y, en muchos casos pero no en todos, con el consentimiento de los padres o tutores legales. Estos tratamientos no son obligatorios para el cambio registral del sexo según la Ley Trans, que eliminó requisitos como la hormonación previa o diagnósticos de disforia de género.
Pero, y esto es gravísimo, no hay una prohibición explícita a nivel nacional español de estos procedimientos en menores, a diferencia de, como hemos visto, Reino Unido, donde el informe Cass llevó a restringirlos desde e 2025. En España, la ausencia de una regulación estatal unificada genera variaciones entre regiones, y el debate sobre sus riesgos —como efectos irreversibles o falta de evidencia a largo plazo— está fuera del ámbito político hegemónico donde el PP ni está ni se le espera, como es habitual, en esta batalla de ideas.
En 1983, Milan Kundera publicó Un Occidente secuestrado: la tragedia de Europa central. Empezaba con estas palabras:
En 1956, el director de la agencia de prensa de Hungría, minutos antes de que su despacho fuese volado por la artillería rusa, envió por télex un mensaje sobre la ofensiva contra Budapest. El comunicado decía: "Moriremos por Hungría y por Europa".
Kundera precisaba que esto que se decía en Budapest, se podría decir también en Varsovia, pero no Moscú ni en Leningrado. Y precisaba que donde decía el húngaro "Europa", también se podría decir "Occidente". Lamentablemente, desde Trump, ya no está tan claro que Washington y Nueva York estén más cerca de Londres y Madrid que de San Petersburgo y Pekín. Pero lo que sí es seguro es que si en el siglo XX contábamos con Kundera exiliado en París, en el siglo XXI contamos con Schapire "refugiado" en la capital de Francia. ¿Siempre nos quedará París?