
¿Cómo puede apreciarse si tal o cual sumo pontífice de la Historia ha sido un mal, o un buen, papa? ¿Cómo calificar a cualquiera de los 266 que ha tenido hasta ahora la Iglesia desde Simón Pedro, el hijo de Jonás y primer apóstol? No parece fácil. Ni siquiera parece una tarea a la que dedicar demasiado afán ante la evidente disparidad y confusión de los criterios posibles. Sin embargo, los malos papas deben haber existido.
Al menos, a ellos se ha referido precisamente uno de los considerados buenos, "el papa de la sonrisa", dijeron, el Papa breve, Juan Pablo I, el que fuera Cardenal Albino Luciani antes de ser elegido. Su prematura muerte inquietó a millones de fieles y sobre ella se ha investigado dentro y fuera del Vaticano como consecuencia de las sospechas que suscitó.
Jubilado en la provincia de Sevilla se encuentra el padre estadounidense Charles Theodore Murr, autor de Asesinato en el grado 33, sobre la presencia de la masonería en el interior de la Iglesia, que trata de aquella muerte súbita. Si bien desecha la idea de una conspiración y la hipótesis de un asesinato directo, deja entrever la posibilidad de negligencias y omisiones graves que pudieron haber acelerado una muerte inesperada. Su libro se nutre de las pesquisas sobre la masonería en la curia que hizo para el propio Papa Pablo VI el arzobispo Édouard Gagnon.