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Una 'Rerum Novarum' para el siglo XXI

La actualización de la Rerum Novarum por parte de León XIV implica una despedida definitiva de cualquier opción revolucionaria, o sea antipolítica, en el seno de la Iglesia Católica.

La actualización de la Rerum Novarum por parte de León XIV implica una despedida definitiva de cualquier opción revolucionaria, o sea antipolítica, en el seno de la Iglesia Católica.
El papa León XIV. | Cordon Press

Robert Prevots Martínez, nombre de pila del nuevo Papa, ha dado ya suficientes muestras para saber por dónde irá su pontificado. El nombre elegido para ejercer su magisterio, junto a la explicación de su decisión, es algo más que una leve señal para orientar a la comunidad cristiana en particular, y al mundo secular en general, sobre sus orígenes y sus destinos. Es toda una declaración de principios sobre cómo aplicará las enseñanzas de las Sagradas Escrituras y la Tradición Católica a los problemas generados a la humanidad por la Revolución de la Inteligencia Artificial. León XIV es el nombre elegido para continuar, renovar y actualizar el principal mensaje evangélico de León XIII, a saber, es en el orden natural, sí, en el ámbito terrenal donde se juega el cristiano su creencia, o sea, enfrentándose a los problemas de su tiempo. ¿Hay otros más graves e inmediatos que todos los planteados por la Revolución de la Inteligencia Artificial? Dudar sobre el asunto es perder el tiempo.

La voluntad del Papa de enfrentarse a los problemas de nuestro tiempo es una prueba de que la religión cristiana sigue siendo la única religión que concede al mundo histórico-profano un valor inmanente. Por este camino es obvio que el cristianismo es una religión laica, porque no sólo deja un lugar privilegiado a la vida inmanente, sino que la exige e implica de una manera indirecta en la salvación. El cristiano, sí, tiene que intervenir y participar en ese ámbito no sólo dando testimonio de su fe, sino también, y quizá sobre todo, participando como uno más en la ciudad de los hombres: el cristiano es, antes que nada, un ciudadano, alguien que pertenece a la urbe, la ciudad, y debe respetar sus leyes. León XIV quiere, en efecto, revivir a León XIII y, sobre todo, actualizar para aquí y ahora uno de sus documentos más grandiosos, escrito en 1891, conocido como la carta papal Rerum Novarum. Esta encíclica es la fuente de inspiración del nuevo pontífice. En este texto, en su primera página, se dice que la cuestión social es el problema que con más vehemencia preocupa a los hombres. La solución de este asunto no fue otra que encauzar la más vehemente de las pasiones del hombre, la política, a través de la democracia.

Esa fue la apuesta de León XIII y tiendo a pensar que es el principal estro de León XIV para su pontificado. Vuelta a esa tradición para darle continuidad a la doctrina política paulina de la Iglesia católica, a saber, no hay mejor opción para el cristiano que tomarse muy en serio su posición adjetiva en el mundo secularizado, o sea, en el ámbito de la inmanencia. El hombre, como "animal político", tiene que ser juzgado antes como ciudadano que como cristiano. Pablo, San Pablo, quería ser llevado a Roma para que se le juzgara por los tribunales como ciudadano romano; quería dejar claro a cristianos y gentiles que él era ciudadano de Roma. Crear ciudadanos cristianos es, sin duda alguna, el primer objetivo del nuevo Papa. El significado de este principio paulino, en mi opinión, adoptado ya por el nuevo Papa en la elección de su nombre, tiene un significado inmediato para el cuerpo social de la Iglesia y, por supuesto, para el directo ejercicio de su posición en el mundo. Se trata, ciertamente, de una despedida sincera de la pesadilla de cristianos por el socialismo, o sea de cristianos por la revolución.

La opción por la política, o sea, por la democracia, por la creación de vínculos sociales a través de la palabra, la argumentación y la búsqueda de consensos, implica un adiós, de verdad y sin subterfugios, a la teología revolucionaria de quienes han intentado devorar el patrimonio político paulino de la Iglesia católica. Me parece que la actualización de la Rerum Novarum por parte de León XIV implica una despedida definitiva de cualquier opción revolucionaria, o sea antipolítica, en el seno de la Iglesia Católica. Esto es algo más que una señal de esperanza. Es toda una declaración de principios a favor de una de las corrientes filosóficas más grandes de todos los tiempos. El hombre es, por encima de todo, un "animal político", sencillamente, porque tiene capacidad de emitir sonidos. Palabras. Bravo por la apuesta de un agustino, Prevost Martínez, por Aristóteles y su seguidor Tomás de Aquino.

Permítame, pues, antes de seguir con mis razonamientos que "justifique" mi propia apuesta, un leve pálpito afirmativo, en tres sencillos síes: 1. Sí, Robert Prevost Martínez ha elegido el nombre de León XIV para proseguir la obra diseñada por León XIII, en su histórica encíclica Rerum Novarum, traducida literalmente del latín al castellano como De las Cosas Nuevas, aunque también se ha vertido muchas veces en español como De los cambios políticos. Creo que esta segunda traducción recoge, según mi parecer, mucho mejor que la primera su contenido esencial. 2. Sí, la política es el centro clave de reflexión de la Rerum Novarum, el primer documento contemporáneo de la Iglesia Católica de nuestro tiempo que se enfrenta directamente a los problemas políticos de la modernidad. La cuestión social jamás se resolverá en la cuestión económica y menos en la dictadura económica impuesta por el socialismo y el comunismo. 3. Y, sí, la cuestión social, los problemas generados tanto por la Revolución industrial de finales del XIX, como los que ahora genera la IA, no serán resueltos por vías tecnocráticas sino políticas, o sea, democráticas.

León XIV trae, según mi parecer, aire fresco al mundo turbio y contaminado de quienes nos venden revolución y totalitarismo, o tecnocracia del bárbaro especialista, envueltos en un papel que lleva el nombre de "democracia". Este papel empieza a ser reciclado por el sucesor de Pedro, que no de Francisco. Las dificultades del "programa político" de León XIV, si me permite hablar de esta guisa, están a la vista de cualquier lector atento de la Historia de la Iglesia Católica de los siglos XX y XXI. En el seno de la propia Iglesia esta doctrina ha encontrado muchas resistencias, por ejemplo, entre los creyentes que pretenden reducir la creencia cristiana a un ámbito íntimo y privado. ¡Para qué hablar de los cristianos que pretenden imponer su creencia sin importarle el mundo de la inmanencia! Algunas sociedades, pongamos por ejemplo la española, han sido siempre tan reticentes a la doctrina paulina que nunca ha llegado a penetrar en los intersticios más profundos de la conciencia moral de los españoles, quienes aún siguen definiéndose en términos políticos por ir en la procesión detrás del cura para darle "de palos" o para seguirle sin rechistar "cabeza con cabeza", pero les cuesta ir a su lado. Es obvio que el problema es de uno y de otros, de los que van detrás y del que va delante. O el pastor y sus ovejas se entienden o la cosa irá de mal en peor.

Integrismo religioso y anticlericalismo son dos signos de una sociedad antipaulina, o sea antidemocrática. Esos dos defectos de la sociedad española siguen persiguiendo a todos los españoles de bien. Es cierto que mientras el primer problema, el integrismo religioso, está casi superado, el segundo es tan brutal en términos políticos que, a veces, se diría que la Conferencia Episcopal española se ha pasado al bando de sus perseguidores. ¡Para qué hablar del bochornoso proceso de desacralización del Valle de los Caídos! Quizá León XIV llegue a tiempo para detener este desatino anticlerical que ha contado, siento decirlo, con la colaboración de una parte de la jerarquía eclesiástica. Las dificultades a las que se enfrenta el cristianismo paulino en España, eje central de la Rerum Novarum, son múltiples y diversas. Unas son de carácter histórico, siempre ha costado a las elites intelectuales españolas entender el significado de la democracia cristiana, y otras sistémicas, la Constitución española del 78 define con claridad nuestro Estado como aconfesional, pero es incapaz de detener la interpretación laicista de ese mismo Estado, o sea, la sustitución del cristianismo por una "Religión de Estado". Tiempo habrá de analizar esas dificultades que tienden a expulsar, sin duda alguna, de la vida pública-política al cristiano sólo por ser cristiano.

Pero, antes de nada, deben mostrarse los límites exhibidos por algunos sectores del clero hispánico a la hora de hacerse cargo de la doctrina paulina contenida en la Rerum Novarum. La doctrina de la aceptación del orden constituido y su complementaria, la necesidad de enfrentarse a sus injusticias, sintetiza la filosofía política contenida en la encíclica de referencia de León XIV. El principio de autoridad, o mejor, el sometimiento al orden establecido propuesto por León XIII, no era en su época, ni tampoco lo es en la nuestra, fácil de hacerlo compatible con la resistencia a las leyes injustas. También fue el gran escollo al que se enfrentó Pablo, San Pablo, el único de los Apóstoles que no conoció en vida a Jesucristo. La obediencia al poder constituido y la resistencia a las leyes injustas representan la cara y la cruz de esa moneda de cambio que utilizan en Europa y, por extensión en el mundo, todas las corrientes cristianas asociadas de uno u otro modo a la expresión democracia cristiana. La preocupación social era imposible de entenderse sin la política. La creación de ciudadanos ejemplares guiados por la divisa pro bono comuni, que figuró en el frontispicio editorial de la Escuela de Ciudadanía Cristiana, fundada en España por Ángel Herreria Oria, resumiría buena parte del legado intelectual de la Rerum Novarum en España. Un legado intelectual, en mi opinión, malbaratado y maltratado por las grandes agencias de socialización de la vida política española en el pasado y en el presente.

Nunca sonó bien, repito, a las "elites" intelectuales de nuestro país, y menos aún al clero, la aceptación del poder constituido y su combate desde dentro, naturalmente, si era injusto. El "constantinismo" exagerado de nuestro cristianismo que devino integrismo, una de cuyas formas fue el nacional-catolicismo, por un lado, y por otro el privativismo religioso, derivado muchas veces de nuestras mejores tradiciones místicas, no eran proclives a entender la teología y pastoral de León XIII. Diríamos que era una doctrina demasiado sutil para ser comprendida, en las primeras décadas del siglo XX, en España dependiente, por un lado, de un tosco socialismo importado allende de nuestras fronteras, y de un catolicismo monárquico integrista por otro. Difícil, compleja y grande doctrina era la de Rerum Novarum que no daba importancia a las formas políticas, o sea, resaltaba el principio de indiferencia de los regímenes políticos a la par que se exaltaba la participación en la vida política. No importaba tanto que el régimen fuera monárquico o republicano cuanto la participación en ellos qua ciudadano cristiano.

En este punto, León XIII fue siempre claro, incluso mucho antes de publicar la Rerum Novarum, escribió lo siguiente en una carta papal dirigida a los cristianos franceses:

Una gran variedad de regímenes políticos se han ido sucediendo en Francia durante este siglo XIX. Cada uno de estos regímenes posee su forma propia que lo diferencia de los demás: el imperio, la monarquía y la república o la democracia. Situándonos en el terrenos de los principios abstracto, podemos llegar tal vez a determinar cuál de estas formas de gobierno, en sí mismas consideradas, es la mejor. Se puede afirmar igualmente con verdad que todas y cada una son buenas, siempre que tiendan rectamente a su fin, es decir, al bien común, razón de ser de la autoridad social. Conviene añadir, por último, que, si se comparan unas con otras, tal o cual forma de gobierno puede ser preferible bajo cierto aspecto, por adaptarse mejor que las otras al carácter y costumbres de un pueblo determinado. En este orden de ideas, los católicos, como cualquier otro ciudadano, disfrutan de plena libertad para preferir una u otra forma de gobierno, precisamente porque ninguna de ellas se opone por sí misma a las exigencias de la sana razón o a los dogmas de la doctrina (Au Milieu des Solicitudes, 15).

En fin, a los españoles siempre les ha costado admitir tanto el principio de indiferencia de las formas políticas como la obediencia al poder, incluso aunque no esté legitimado; más aún, el deber de obediencia al poder en la doctrina de León XIII llega hacer imperceptible la diferencia entre formas legítimas e ilegítimas del poder, o sea, todo poder constituido tiene que ser respetado "por causa del bien común, hay que obedecer al poder que de hecho existe y que sustituye al que de hecho ya no existe". Esto no admite excepción alguna ni siquiera las que proceden de una conciencia religiosa: "Sea lo que sea de estas transformaciones extraordinarias en la vida de los pueblos, cuyas leyes sólo Dios puede calcular y cuyas consecuencias toca al hombre utilizar, el honor y la conciencia exigen, en todo estado de cosas, una subordinación sincera a los gobiernos constituidos; es necesaria esta subordinación en nombre de este derecho soberano, indiscutible e inalienable que se llama razón del bien social" (Notre Consolation, 10 y 11).

Dura es, sin duda, la doctrina de la inquebrantable obediencia al poder y combatir sus injusticias sin esgrimir un derecho de rebelión o sedición. La fórmula moderna de lealtad al poder, el respeto escrupuloso al poder constituido, nunca se casó bien por estos lares con la obligación de combatir sus leyes injustas, incluso las constitucionales. He ahí la gran cruz que han de soportar los demócratas cristianos en España y sospecho que en el mundo entero. Esa será también la cruz de León XIV. La actualización de la Rerum Novarum, o sea la creación de ciudadanos cristianos, o mejor dicho, la necesaria participación de los cristianos, sin ningún tipo de complejos de inferioridad o de superioridad, en el proceso de creación de bienes públicos no será sencillo. Sólo cuando el cristiano intervenga en la vida pública como ciudadano conseguirá superar y enfrentar con éxito el proceso de estigmatización al que está sometido por las políticas estatalistas de nuestro tiempo. Es imprescindible que el cristiano sepa leer su tradición laica: actuar, como he mantenido en otros lugares, en la ciudad de los hombres, en el ámbito público, de acuerdo con la cada vez más necesaria distinción cristiana entre el orden natural y el sobrenatural. La invocación, en fin, de León XIV a la tradición de León XIII no tiene otro objetivo fundamental que reivindicar al ciudadano cristiano, alguien que se toma tan en serio el adjetivo como el sustantivo. Importante para León XIV, como lo fue para León XIII, hacer política, desarrollar la democracia, para conllevar con dignidad la aparente paradoja contenida en la Rerum Novarum: "Obediencia al poder constituido y resistencia a las leyes injustas".

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