
Dudo sobre qué escribir. Me encantaría relatar la magistral faena de Morante en Las Ventas, pero me conformo con recordar lo esencial. El torero de La Puebla nos emocionó. Las verónicas de recibo fueron impecables. Hizo un recorte a cuerpo limpio quitando al toro de su banderillero. Con la pañosa estuvo magistral, se acopló con Seminarista (1º1/20), lo llevó por doblones, remató con una trinchera y dibujó unas tandas henchidas de estilo. ¡Estilo! Todo es estilo en su tauromaquia. No se puede torear mejor. Mató de una estocada entera, tres descabellos, y el presidente, un don nadie, le negó lo que había ganado a ley y el público pedía con clamor. Morante respondió a la fechoría como un grandioso estoico: guardó silencio y hablo consigo mismo. Sabía que había hecho una de las grandes faenas de su vida. Ni siquiera dio la vuelta al ruedo. Se comportó, sí, como un neoestoico. Sospecho que, como un Quevedo de nuestro tiempo, tomaría a broma hasta lo más sacro que hizo con el toro de Garcigrande.