
Soy uno de los que sufren de melancolía aguda ante la incapacidad manifiesta de la derecha española para liderar un proyecto nacional digno de ser votado. Hay destellos que muestran la contribución con que podría iluminar el futuro, pero no pasan de ahí. Sí, hay fulgores ocasionales e intermitentes que no permiten albergar la esperanza fundada en su voluntad de articular un proyecto de cambio profundo de la democracia española para devolverla al espíritu de la Transición, esta vez con realismo y determinación.
La cosa es bien sencilla. O lo consigue, para lo cual primero ha de proponerse, o no sólo estará en peligro el modelo convivencial aportado por el impulso constitucional, el único consensuado de nuestra Historia, sino que se impondrá la parodia guerracivilista que nos está consumiendo como nación en los últimos veinticinco años. Si a ello le unimos el inconfundible hedor a cloaca y a mafia que se extiende por el país, comprenderemos que lo que está en juego es la nación misma, esa experiencia vital anterior al Estado y a sus instituciones.