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La Ilustración Liberal

El pacto y la guerra

Estafa histórica

Cuando se sabe que en 1937 Hitler y Stalin acordaron la victoria de Franco en nuestra guerra civil, y que la Internacional Comunista puso en práctica dichos acuerdos secretos en 1938, la farándula "histórica" del Gobierno del señor Rodríguez cobra un carácter obsceno. ¿Cómo van a condenar el franquismo sin condenar el comunismo, cuando Stalin, la Internacional Comunista y, por lo tanto, el PCE obraron a favor de la victoria de Franco?

Desde luego, aún no se han publicado documentos firmados, por ejemplo, por Von Ribbentrop y Molotov, ni se han descubierto, que yo sepa, las pruebas de la infamia en los famosos, primero abiertos a medias y luego cerrados, archivos de Moscú, pero sí se conocen los hechos, los resultados concretos de esos contubernios. Por ninguna parte aparece firmada, registrada, una declaración de Stalin en estos términos: "De acuerdo, camarada Hitler, nos retiramos de España". Lo único que tengo –que tenemos– es el hecho indiscutible de que, efectivamente, los soviéticos y los otros agentes de la Internacional Comunista se retiraron de España en 1938. Precisaré que no pienso que la ayuda soviética fuera tan importante como algunos dicen. Su retirada no fue la única y exclusiva causa de la derrota del campo, digamos, republicano. Que el ejército franquista estuviera mejor o peor pertrechado, fuera más o menos numeroso, tuviera más tanques, artillería y aviación que el republicano, como se dice en informaciones contradictorias... el caso es que aquél fue, a todas luces, más eficaz en términos militares. La retirada de las Brigadas Internacionales y de los asesinos a sueldo del NKVD no cambió fundamentalmente el curso militar de la guerra. Se trata, por lo tanto y sobre todo, de una cuestión de ética, de memoria nacional no censurada y de democracia.

Ya he aludido en varias ocasiones a la pruebas evidentes del cese de la "ayuda soviética" a la "causa" del "pueblo español" en 1938, pero, como nadie parece tenerlas en cuenta en este maremoto de la memoria histórica, las repetiré aquí, brevemente: se retiran las Brigadas Internacionales con la coartada de que eso forzaría la retirada de las tropas alemanas e italianas, que evidentemente no se retiran, porque sólo se trataba de un bulo, una mentira más. Se retiran los consejeros soviéticos, políticos, militares, asesinos del NKVD, etcétera, aunque se quedan algunos dirigentes no rusos de la IC, como Ercoli-Toglialli, André Marty y otros, y sobre todo se interrumpe fulminantemente el envío de armas y material bélico soviéticos a la zona republicana, así como el de aquellas armas que los agentes de la Internacional y del NKVD estaban encargados de comprar en diferentes países. Tengo la impresión de que, en una guerra, el suministro de armas es importante, y su interrupción aún más.

Notemos, de paso, una de las muchas incoherencias del terror comunista: todos los consejeros soviéticos que regresaron a la URSS fueron fusilados, como si Stalin no quisiera dejar vivos a los testigos de su acuerdo secreto con Hitler para facilitar la victoria de Franco. En cambio, los responsables no soviéticos de la IC, los ya citados y muchos otros, como el húngaro Gerö, el argentino Codovilla, el italiano Vidali, etcétera, no padecieron el mismo destino. Muchos residieron en Moscú durante la II Guerra Mundial y luego volvieron a sus respectivos países. ¿Les despreciaba tanto Stalin que no le importaba lo que podían pensar y decir sobre su pacto con Hitler?

"Todos los consejeros soviéticos"... menos uno, el más importante, aquél cuyo seudónimo era Alejandro Orlov. Era uno de los altos jefes del NKVD, y el responsable de todas las operaciones políticas y represivas en España. Como se las sabía todas, sabía lo que le esperaba si volvía a la URSS, de ahí que preparara su regreso... pero se largara clandestinamente a EEUU (algunas fuentes precisan que primero pasó por Canadá). Como se las sabía todas, escribió una carta personal a Stalin donde explicaba que iba a criticar su política en la prensa yanqui pero que no desvelaría todos los secretos (¿por qué no imaginar que entre esos secretos estuvieran los detalles de los acuerdos entre los nazis y los soviéticos, o más bien entre Hitler y Stalin, concretamente los que concernían a España, único país de Europa en el que Alemania y la URSS se habían enfrentado en una guerra?). A cambio de dicha discreción, Orlov exigía que no le pasara nada. En caso de que fuera asesinado, como tantos otros "disidentes" o "tránsfugas", Orlov, que era un especialista en asesinatos políticos, avisaba al "padrecito de los pueblos" que había redactado un informe en el que contaba todo, y precisaba que una copia del mismo estaba en el bufete de un abogado norteamericano y otra en el cofre de un banco suizo; si le mataban, decía, el informe vería la luz. No le pasó nada. Los historiadores serios deberían lamentar que dicho informe se desconozca por completo.

Las ilusiones perdidas

Hasta ahora, todos los que han criticado la política de Stalin en España durante nuestra guerra civil han basado sus argumentos, esencialmente, en dos puntos. Por un lado, el cinismo de Stalin y de sus lacayos de la IC, el NKVD (antecedente del KGB), etcétera, que no ayudaron a la República española ni a las organizaciones antifranquistas, sino que las controlaron para utilizarlas en sus tejemanejes y sus proyectos de alianzas, ya fuera con las democracias occidentales contra la Alemania nazi, ya fuera con la Alemania nazi contra las democracias occidentales. Bien sabido es que fue esta segunda hipótesis la que triunfó, y en España más que en ningún otro país. Por otro lado, estaba la acusación, formulada por la extrema izquierda, de que Stalin y la IC traicionaron a la revolución española, la revolución socialista y proletaria, ya fuera de signo marxista o de tipo anarcosindicalista.

Si el cinismo de Stalin es evidente, lo de la "traición a la revolución" es mero delirio. Jamás fueron Stalin y la IC partidarios de una revolución en España, sobre todo por la impronta que dejaron los anarquistas en los primeros meses de la misma. Si algunos socialistas y comunistas españoles soñaron con la victoria militar y la conquista del poder para dar paso a una democracia "de nuevo tipo", a un régimen que en sus sueños se parecía a lo que luego fueron las democracias populares de Europa del Este, esto jamás formó parte del proyecto estalinista. Lo que me interesa subrayar es que la "traición" de Stalin fue infinitamente más grave de lo que dicen sus críticos, ya que se plasmó en un acuerdo con Hitler para poner fin a la ayuda (en tantos aspectos criminal) soviética a los "republicanos" españoles y favorecer, en la medida de lo posible, la victoria de Franco. Stalin, que no quería "exportar la revolución" a lugares remotos y sí, en cambio, ensanchar sus fronteras y su poder a costa de los países vecinos de Rusia, se repartió Polonia con Hitler, se comió los países bálticos y la Besarabia... y todo lo que ya se sabe, y que permite afirmar, sobre la base de documentos indiscutibles, que la Internacional Comunista se puso al servicio de los nazis.

Algunos datos

En el libro España traicionada (Planeta, 2002), Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov reproducen y comentan los informes y cartas confidenciales que los enviados muy especiales de la URSS y de su IC enviaban desde España a sus jefes en Moscú. Evidentemente, estas cartas e informes son de una corrección política ejemplar: el enemigo son los fascistas españoles, los habituales, los terratenientes, el Ejército, la Iglesia, el Gran Capital, pero el odio se reserva a los "hitlero-trotskistas" del POUM (que no lo era: el propio Trotsky lo repudió y lo acusó de "centrista") y a los anarquistas. El criterio para juzgar a los "buenos" y a los "malos" no era republicanos contra fascistas, sino pro o anti soviéticos. Porque había antisoviéticos en las filas antifranquistas. El POUM había denunciado la represión en la URSS y los procesos de Moscú contra la "vieja guardia leninista", y la consigna de la CNT-FAI era: "¡Ni Franco ni Stalin!", la peor de las monstruosidades para la IC. Aunque, en la práctica, se dejaron maniobrar y dominar como camaradas por los comunistas españoles; camaradas, sí, pero de segunda, a los que se podía criticar y hasta despreciar. Cualquier socialista o republicano que manifestase simpatías por la URSS y, sobre todo, admiración por Stalin se convertía en alguien más importante que un comunista de a pie.

Pero lo que más me interesa, en la óptica de este artículo, es el desconcierto y malestar que a lo largo de 1938 manifestaron estos consejeros rusos o internacionales ante el cese absoluto de los envíos de armas. "Nos las piden, se indignan porque no llegan, las exigen, argumentan que ya están pagadas y prometidas. ¿Qué podemos responderles?". Son preguntas que aparecen y se repiten a lo largo de todo el año, y cada vez más frecuentemente. Claro, nadie podía decir, ni entonces ni ahora, que Stalin había prometido a Hitler la interrupción de toda ayuda militar al bando republicano.

Existen muchos más datos, sobre todo relacionados con Francia y el PCF, datos conocidos pero que no se relacionan suficientemente con la cuestión del pacto y nuestra guerra civil. Por ejemplo, estos: "El PC francés (...) adquirió una flotilla de 12 barcos mercantes que surcaban los mares por cuenta de la compañía marítima France-Navigation, compró la Casa del Partido, automóviles para sus dirigentes, creó periódicos como Ce Soir, todo esto con los fondos para la 'compra de armas' que Negrín había depositado en manos de los dirigentes comunistas franceses, fondos que, según Prieto, alcanzaron la suma de dos millones y medio de francos" (Jesús Hernández, La Grande Trahison, Faquelle, París, 1953. Previamente, Hernández había publicado este libro en México, bajo el título Yo fui ministro de Stalin).

Claro, todos los extraterrestres comunistas, súcubos de la socialburocracia (véase El País), podrán afirmar que Jesús Hernández, ex militante comunista que fue ministro de Stalin y de Instrucción Pública durante nuestra guerra, siendo un "traidor", miente; pero resulta que esto está confirmado por mucha gente. Walter Krivistky, el dirigente de la NKVD encargado de coordinar desde Francia el contrabando de armas de la IC hacia España y el PCE, no dice otra cosa en su libro In Staline’s Secret Service (Harper Brothers, Nueva York, 1939). Krivitsky también fue asesinado. Los historiadores críticos del PCF, como Anni Kriegel, Stéphane Courtois, Jean-Louis Panné, etcétera, dicen lo mismo sobre ese robo solidario del dinero republicano por parte de los comunistas franceses.

En realidad, las cosas fueron muchísimo más importantes y muchísimo más graves, porque si el PCF había recibido por los años 1937-38 unos 2,5 millones de francos, lo cual en aquella época constituía una fortuna, para comprar y enviar a España armas "en defensa de la República", y robó ese dinero y lo destinó a sus propios intereses, eso, en aquellas circunstancias, hubiera sido imposible sin el beneplácito de Moscú y la orden tajante de interrumpir toda ayuda militar, incluso la reservada al PCE. Pero lo afirmado antes, que la IC se puso en muchas ocasiones al servicio de los nazis, no se limita, en el caso del PCF, a ese robo de dinero a la República, porque a partir del momento en que el pacto nazi-soviético se hizo público y oficial (agosto de 1939), el PCF, como los otros partidos de la IC –¡hasta el norteamericano!–, pasó de la política de frentes populares antifascistas a la política "ultraizquierdista" de ofensiva contra las democracias burguesas, y cuando, en septiembre de 1939, el Reino Unido y Francia declaran la guerra a Alemania por haber invadido (con la URSS) Polonia, los comunistas franceses, que seguían defendiendo a ciegas a la URSS y, por lo tanto, el pacto y la mancomunada invasión de Polonia, fueron perseguidos en Francia por colaboración con el enemigo. Asimismo, su prensa fue cerrada, y sus dirigentes detenidos.

En 1939 el PCF, semiclandestino, se lanzó a una campaña derrotista contra la guerra "imperialista" contra la Alemania nazi; campaña que comprendía sabotajes terroristas contra la industria militar. Entre tanto, Maurice Thorez, el movilizado secretario general del PCF, desertaba y era conducido con toda su familia a Moscú... por los nazis. Lo mismo le ocurrió a Lenin en 1917, pero no era la misma Alemania.

Cuando los alemanes llegan a París, en junio de 1940, liberan de las cárceles a los comunistas franceses, y tienen tan corteses relaciones con ellos que se plantean publicar legalmente su diario, L’Humanité, cerrado por el Gobierno francés. Pero no lo lograron, porque en Francia, como en todos los países ocupados por los nazis, todos los partidos, sindicatos y asociaciones existentes fueron prohibidos. Y la prensa lo mismo. Una cosa era colaborar con los comunistas y otra legalizar su partido y su prensa. Es así como llegaron a un compromiso: publicaron juntos el diario La France au Travail, muy obrerista, detractor de las democracias occidentales y de un antisemitismo furibundo (véase Juin 40. La négociation secrète, de J. P. Besse y C. Pannetier. L'Atélier, París, 2006).

Volviendo a España, si la leyenda comunista de su "resistencia hasta la muerte" contra el franquismo fuera verídica, ¿por qué ningún dirigente comunista fue muerto, herido o detenido durante los últimos días de la guerra o los primeros de la posguerra? La respuesta es sencilla: porque estaban en Moscú bastante antes de la derrota. Claro que, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la IC, al mismo tiempo que negociaban secretamente con Hitler la victoria de Franco, y todo estaba atado y bien atado, para salvar con antelación a la cúpula del PCE (Secretariado y Buró Político) se dispuso que siguieran combatiendo los dirigentes de segunda fila y los militantes de a pie.

Hábil y cínica maniobra la de este juego a dos bandas: Moscú ayuda a Franco y los comunistas españoles siguen luchando contra Franco, de manera que si la Alemania nazi ganaba la guerra, la grande, se podría rentabilizar la ayuda de Moscú a Berlín, y si la perdía y ganaban las democracias occidentales se rentabilizaría la heroica resistencia de los comunistas al fascismo, el enemigo común. En este sentido, la rebelión de Casado y los enfrentamientos militares registrados en Madrid, todos los antifranquistas contra los comunistas, que apenas pudieron o quisieron resistir dos días, constituye uno de los más turbios episodios de nuestra guerra civil.

Están, pues, todos los capomafiosos en Moscú: Díaz, Ibárruri, su gigoló, Antón, Uribe, Mije, etcétera (Carrillo no; no estaba aún en la cumbre). No fueron los únicos refugiados españoles en la URSS, pero, aparte de los 5.000 "niños vascos", que fueron pésimamente tratados y murieron como moscas, eran un puñado, muchos menos que en Francia, Argelia o América Latina. La crema y nata estalinista española en Moscú también tuvo sus dramas (por cierto, sería un libro interesante para editores decentes). Lograron escapar del paraíso socialista Jesús Hernández (aprovechando un viaje oficial a México), Agustín González (el Campesino), cuya evasión fue una verdadera epopeya pedestre. En cuanto a José Díaz, le fue peor: lo asesinaron. Fue el secretario general del PCE antes y durante la Guerra Civil, y totalmente indiscutible, aunque después la leyenda comunista quiso imponer la figura de la Pasionaria. Pues en Tiflis, el 19 de marzo de 1942, se tira o lo tiran por la ventana y muere. La versión oficial pecera es que, estando gravemente enfermo, prefirió suicidarse. Yo, francamente, no me creo que un hombre con el temple de José Díaz, desde luego un desastre político, se suicidara por miedo al cáncer. Lo suicidaron porque la realidad soviética le desilusionó y porque algo debía de saber de los intríngulis del pacto, había salido respondón y estaba escribiendo un libro muy crítico sobre su experiencia. La eterna, miserable y trágica historia del comunismo. (v. Le Livre Noir du Comunisme, pág. 384).

Siniestra contabilidad

La campaña gubernamental sobre la "memoria histórica" cobra aspectos francamente nauseabundos, tan nauseabundos que cuesta hablar de ello. Ante esa propaganda sobre quién mató más, mi opinión personal es sencilla: todos mataron demasiado. Pero es imposible no constatar que la propaganda actual pretende denunciar exclusivamente los crímenes franquistas. Los hubo, ¿qué duda cabe? Pero Paracuellos no fue una matanza requeté, los paseos y las checas no los inventó Dionisio Ridruejo, los asesinatos de curas y monjas no se las sacó de la manga la COPE. Y si hablamos de las "jornadas sangrientas" de mayo de 1937 en Barcelona, esa "guerra civil en el seno de la guerra civil", cabe precisar que el ataque contra la Telefónica, bajo "control obrero" de la CNT, incluso si ese control podía ser un aquelarre, fue lo de menos, porque sólo sirvió de pretexto a los comunistas y a sus aliados de la Generalidad para poner freno a la influencia de la CNT-FAI y liquidar el POUM. Sólo canallas como Antonio Elorza –no es el único– pueden considerar que se respetó la "legalidad republicana" porque no se fusiló a 200 ó 300 poumistas, "sólo" se les encarceló, y su partido y todas sus actividades quedaron prohibidos... El único dirigente que cayó asesinado fue Andrés Nin (¡lo despellejaron vivo!).

Las cosas que se han dicho y ocultado sobre ese asesinato han convertido a Nin en una figura emblemática. En la mecánica de la represión estalinista de los procesos a bombo y platillo, la confesión es imprescindible. En todos los procesos comunistas, en la URSS y en las democracias populares, casi todos los acusados confesaron crímenes inventados y su traición: según las épocas, fueron acusados de ser pronazis, hitlero-trotskistas, agentes del Intelligence Service, luego de la CIA, etcétera. Y cuando se trataba de judíos, de "cosmopolitismo" primero de "sionismo" después. Pero Nin no confesó nada, y murió bajo la tortura. Aparte de su temple personal, su firme negativa a confesar traiciones inventadas por sus verdugos se debe, creo, a que no existía entre él y sus torturadores ese lazo morboso que existía entre los bolcheviques de la vieja guardia y sus verdugos. Los unos y los otros compartían la misma fe en el Terror y en la Revolución, y cualquier sacrificio personal se justificaba ante la majestad de la Causa. Para Nin, en cambio, la URSS y Stalin habían traicionado la Revolución.

En los combates fraternales o fraticidas entre antifranquistas de mayo de 1937 en Barcelona –hubo otros, en lugares menos comentados, como Aragón y Valencia– se dice que hubo 500 muertos. Pero incluso si fueron, como es probable, bastantes más, no fueron sólo víctimas de tiroteos callejeros entre camaradas, hubo un número impresionante de asesinatos políticos. Fueron asesinados los anarquistas italianos Camilo Berneri y su amigo Barbieri, Alfredo Martínez, dirigente de las Juventudes Libertarias, Juan Rúa, anarquista uruguayo, y docenas más, cuyos cadáveres se encontraron en las calles o en las proximidades de hospitales y cementerios con el clásico tiro en la nuca.

¿Mejor Franco que Stalin?

A mi me parece totalmente absurdo rescribir la Historia. ¿Qué hubiera pasado si los japoneses no hubieran bombardeado Pearl Harbour, si Hitler no hubiera invadido la URSS, si Franco hubiera perdido la guerra y se hubiera instalado en España una dictadura comunista? Franco y sus tropas ganaron la guerra, y, para permanecer unos instantes en la historia virtual, que tanto complace a muchos, puede decirse que jamás ha existido peligro de dictadura comunista en España. Imaginemos, pero sólo un instante, a José Días, Mije, Uribe y demás vencer e imponer su dictadura contra Burgos, Berlín, Roma... ¡y Moscú! Lo siento, pero es de locos. Lo que, en cambio, me parece mucho más serio es considerar que la situación en España por los años 30 era tan conflictiva que la guerra civil fue, por así decir, inevitable. En este sentido, puede afirmarse que la insurrección de Asturias, en 1934, no fue un movimiento obrero espontáneo contra un Gobierno "fascista" (surgido de las urnas); es mera pamplina: fue un intento golpista para conquistar el poder por las armas. Pero también sería pura pamplina negar que sectores de la derecha de entonces, como sectores del Ejército y de la Iglesia (horrorizada por la quema de iglesias y conventos ya en 1931), no consideraran seriamente que la única solución para terminar con los desórdenes, tiroteos, huelgas y manifestaciones violentas fueran las armas y la instauración de una dictadura de signo diferente.

En la España de los años 30 las ideologías venidas del extranjero desempeñaron un papel importante; desgraciadamente, no las ideologías democráticas, no la defensa e ilustración de la democracia parlamentaria, despreciada por casi todos, sino las ideologías totalitarias, el nazismo y el comunismo. Claro que la "revolución nacionalsindicalista", ideario izquierdista de la Falange, no era realmente nazi: se inspiraba más bien en el fascismo mussoliniano, y que el anarcosindicalismo era, en teoría, enemigo de toda dictadura, fuera ésta del proletariado o del "gran capital", pero en la práctica todos empuñaron los fusiles para aplastar al adversario. Falangistas y monárquicos no estaban de acuerdo en casi nada, y sin embargo combatieron juntos. Anarquistas y comunistas se odiaban, y sin embargo combatieron juntos, incluso después de enfrentarse a tiro limpio, como en la Barcelona de mayo de 1937.

También es cierto que toda la propaganda sobre la heroica resistencia hasta la muerte fue una mentira más de los comunistas. A finales de 1938 los comunistas, como los demás, huyeron despavoridos hacia la frontera francesa, hacia los barcos fondeados en Valencia y Alicante, hacia donde pudieron. Los últimos meses de nuestra guerra civil se caracterizaron por la desbandada general, no por una resistencia heroica al franquismo.

Últimas palabras

Cuando se observa la historia de España entre, pongamos, 1898 y 1936, no se perciben sólo tiros, manifestaciones violentas, asesinatos de obispos o ministros, golpes de estado y dictaduras, porque al mismo tiempo fue un periodo culturalmente interesante: abundan los nombres, merecidamente ilustres, de pintores, poetas (¡plétora de poetas!), novelistas, autores de teatro, etcétera, que yo personalmente considero más valiosos que la actual mediocridad subvencionada, y eso, a mi modo de ver, nada tiene que ver con la República o la Monarquía, la UGT o la CNT, la Falange o el PSOE, ni con los diferentes Gobiernos de la época. Fue un periodo bastante feliz para la creación artística por azar y necesidad, pero puede que también porque los Gobiernos no escribían poesía ni dictaminaban cómo había que escribirla.

En resumidas cuentas: todo ese periodo de nuestra historia fue conflictivo, sangriento, apasionante, con heroísmo y cobardía, con demasiados crímenes y supina intolerancia, pero no constituye un modelo para hoy ni para mañana. Recuperar la falsa leyenda antifranquista para mantenerse en el poder es de bellacos.