Menú

La Ilustración Liberal

El oro y el moro de Moscú

El caso del camarada de León

El viaje estuvo mal preparado desde el principio. No era una de mis misiones habituales: lo que yo solía hacer era ir a Madrid para hacerme cargo durante algunas semanas o meses del comité de estudiantes y de los intelectuales del PCE (de estos últimos, sobre todo cuando no estaba en la capital Federico Sánchez). Sin embargo, a veces me enviaban a otras ciudades con una carta "del Comité Central" –en realidad del aparato– y maletas con doble fondo repletas de propaganda peceraen papel biblia. Con ese objetivo y esa bazofia (reto a cualquiera a que se atreva a leer los Mundo Obrero de mediados de los 50), fui a León.

La cita era en un café. Había que preguntar por Fulano en la barra. A la hora prevista, fui al café, me acerqué a la barra y pregunté por Fulano. El camarero le llamó. Fulano estaba jugando a los naipes o a las damas, no recuerdo. Se levantó de la mesa y vino hacia mí. Con la frase consabida, le dije que quería ver a Zutano, o sea, al camarada del PC a quien iban destinadas la carta del aparato y la propaganda. Fulano me dijo que Zutano aún no había llegado, pero que no tardaría. Le invité a un chato y, como buen apparatchik, le pregunté qué opinaba de la situación política con frases ambiguas del tipo: "¿Cómo ves las cosas?". Me cortó en seco: él nada tenía que ver con los asuntos en que estuviera metido Zutano, y tampoco quería saber nada. Le conocía, sí, y no tenía demasiados inconvenientes en presentármelo, pero a eso se limitaba todo, y si le dábamos la lata no haría ni eso. Aún hoy, 52 años después, no sabría decir si su reacción tan fría obedeció a un prudente "No me metáis en líos" o, más bien, a un rechazo del PC.

Llega el camarada Zutano y nos vamos a dar una vuelta. Yo no conocía León, era la primera vez que estaba allí. (Y la última). Le expresé mi extrañeza ante ese tipo de "contactos", tan alejados de las normas de la clandestinidad: un café, un individuo que ni siquiera era del partido..., demasiadas imprudencias; una locura, en realidad. Con tono probablemente desagradable, le dije que tenía que cambiar todo eso y atenerse a las normas. Entonces puso una sonrisa rara y me respondió que no sería fácil.

Enseguida me di cuenta de que estaba totalmente solo: era el responsable clandestino del PC en Asturias, o en una de sus zonas, y se había replegado a León porque allá era demasiado conocido (de hecho, había sido detenido). Estaba totalmente aislado, no contaba con más ayuda que la de ese amigo personal y reticente. Vivía en una pensión, y todos los días salía y volvía como si fuera al trabajo; pero como no tenía ninguno, daba largos paseos, para matar el tiempo y fingir una ocupación honesta. Sin embargo, aquellas caminatas se convirtieron en un peligro, ya que en un par de ocasiones le paró una pareja de la Guardia Civil para pedirle la documentación y preguntarle qué coño hacía paseándose por los alrededores de la ciudad en horario laboral. Se inventó una enfermedad, una convalecencia... y el médico que le había recetado los paseos para que recuperara fuerzas antes de volver al trabajo. Si mal no recuerdo, le preguntaron dónde trabajaba, y volvió a mentir. Lo cual siempre es peligroso cuando anda la Guardia Civil de por medio.

Finalmente, los encuentros con la Benemérita y las mentiras que tenía que soltar en tales ocasiones acabaron por asustarle, por lo que dejó de pasear por el campo. ¿Qué haría de sus días? Ni sabía ni podía explicarlo. Podría ser el tema de una novela: ¿cómo pasa sus días un militante clandestino totalmente aislado en una pequeña capital de provincias? Creo que su única ocupación era reunirse con otros militantes de la región. No me dijo cuántas veces al mes, o al año, ni dónde. Lógico.

Pude percatarme de su pánico cuando, el día previsto, a la hora prevista, le llevé dos maletas de doble fondo. Estábamos en un lugar tranquilo y hasta muy solitario de León. Al verlas –eran grandes, de cartón, de color verduzco–, se puso a temblar: "¡Maletas así aquí no se usan! Llaman demasiado la atención. ¿Por qué no compráis maletas en España? Hasta saldrían más baratas, y no llamarían la atención como éstas. ¿Qué voy a hacer yo con estos trastos?". (Como no podía cruzar la frontera con dos maletas vacías, tuve que llenarlas de ropa. ¿Dónde tiré esa ropa? No lo recuerdo).

Por mucho que Zutano tuviera teóricamente razón en cuanto al aspecto vistoso de las maletas, no tenía más remedio que entregárselas, para que se hiciera cargo de la propaganda imbécil oculta en los dobles fondos. Así que, muy serio, le dije: "Mi consigna es dejarte estas maletas. Aquí están. Deberías haber previsto algo para guardarlas. Supongo que no será la primera vez que recibes maletas de doble fondo...". "Tan grandes y tan vistosas, nunca. ¿Qué voy a hacer yo con estos trastos?". "No sé. Yo he apechugado con ellas hasta aquí. Ahora te toca a ti. Éstas son las consignas del partido".

No sé cómo se las arregló con las dichosas maletas. El caso es que un año después volví a verle, en París, en una reunión de responsables del "trabajo clandestino en España". No me habló de las maletas, ni yo le pregunté. ¿Dónde las tiraría?

Si cuento esta anécdota no es porque sea particularmente significativa, pero me sirve para ilustrar dos cosas. La primera, que, en realidad, lo del "terror franquista" es muy relativo: ya por los años cincuenta y pico, los comunistas clandestinos podían citarse en cafés y dedicarse al juego de las maletas "vistosas" sin despertar sospechas. Pienso que eso hubiera sido mucho más difícil en la URSS, o incluso en la Cuba de hoy: los famosos Comités de Defensa de la Revolución denunciarían esas extrañas citas con contraseñas en cafés y ese manoseo de maletas en descampados. Lo más importante, en el contexto de este artículo, es señalar –y ésta es la segunda cosa– que el PC era el más rico de todos los partidos y grupos que desarrollaban actividades clandestinas en España. Con la evidente excepción del PNV; pero éste sólo las desarrolló a partir de 1968, con el nombre de ETA...

El PC era el único partido que podía mantener económicamente por tiempo indefinido a militantes como éste de León, totalmente solitarios y aparentemente inútiles pero a la espera de la menor ocasión para crear una célula o algo semejante. En este caso concreto, es posible que mis entrevistas posteriores con Eugenio de Nora –ese horrendo poeta Carlos del Pueblo– en Madrid le vinieran bien al tal Zutano. Oriundo de León, Nora, al enterarse de la soledad de ese "corredor de fondo", me dijo que conocía allí a gente "muy maja" que podría ayudarle, y hasta colaborar con la "Causa". No sé qué pasó finalmente, ni me importa.

Son legión los que dicen y repiten que el PC fue el único partido antifranquista que actuó en la clandestinidad. Yo digo que se debe matizar. Y es que no fue el único, pero sí el más rico, y por eso pudo mantener materialmente una red de centenares o miles de militantes por toda la Piel de Toro; gentes dispuestas a actuar a la menor ocasión. Ningún otro partido, repito, tuvo los medios, el dinero, para hacer algo semejante. Y fue con el oro de Moscú con lo que, a través de los "partidos hermanos", se cubrieron los gastos.

Un día, Fernando Sánchez Dragó entrevistó en la tele a Alfonso Guerra con motivo de la aparición del segundo tomo de las memorias del sevillano. Fernando mostró su extrañeza por que Guerra no hubiera "pasado" por el PCE, y añadió: "Para nosotros fue el único". Si bien la aventura socialista sevillana de González y Guerra se sitúa años después de nuestra repugnante, porque mentirosa, aventura pecera madrileña, en los años cincuenta y pico no todos los de la Agrupación Socialista Universitaria se pasaron al PC: no lo hicieron, por ejemplo, los socialistas irreductibles agrupados en torno a Sánchez Mazas (hijo). Además, fue también por aquellos años cuando Julio Cerón comenzó a organizar el FLP.

Resumiendo: el PC no fue el único, aunque sí, en ciertos sectores, el más potente y organizado. Porque era el más rico. Hay que recordar igualmente que entonces la URSS gozaba de mucho prestigio en la España franquista, lo cual favorecía el trabajo de los peceros; pero para muchos –y para mí– ese prestigio se derrumbó con los acontecimientos de 1956: el XX Congreso del PCUS –en el que se denuncia oficialmente los crímenes de Stalin y el "culto a la personalidad"–, la bestial represión soviética de la patriótica insurrección húngara... Desde entonces, yo, que con tanto ardor había obrado para "reforzar las filas del PC", con el mismo ardor me dediqué a destruir (en lo posible) ese mismo partido, a través, por ejemplo, de núcleos de militantes disidentes en Madrid y en París; núcleos que denominábamos "clubes Petofi" en homenaje simbólico a la insurrección húngara, a los "desmelenamientos magiares", como los definió tan lindamente Jorge Semprún en un informe o carta del CC.

Fernando Claudín en Moscú

Después de ese viaje a León –y de otro a Valencia– rendí cuentas en París a Fernando Claudín, responsable del aparato clandestino en ausencia de Santiago Carrillo, que estaría de cacería con Ceaucescu en Rumanía. Le conté lo ocurrido en León, así como mi viaje a Valencia para llevar propaganda y dinero (moscovita) a un joven camarada, profesor y maestro.

Lo de Valencia. Cuando llamé a la puerta, me abrió la esposa del camarada de marras; y cuando dije la contraseña: "De parte de Rafael", la mujer soltó una carcajada y exclamó: "¡Ahí va! ¡Otro!". Por lo visto, éramos más de doce los que nos habíamos presentado "de parte de Rafael", y la buena mujer había amenazado a su marido con que, si volvía otro Rafael, se separaba y volvía a casa de sus padres. El joven camarada parecía preocupado ante esa perspectiva. Después de escucharme, Claudín, por primera vez en su vida, se permitió una broma: "O sea, que las cosas no están tan bien organizadas como decimos".

Yo había conocido a Claudín en Moscú en agosto de 1954, adonde acudí con Julián Marcos para asistir a un congreso de la Unión Internacional de Estudiantes (UIE), una de las numerosas organizaciones de masas controladas por el KGB. Enrique Múgica tenía que venir, pero en el último momento se rajó: temía que su mamá se preocupara. Éramos, Julián y yo, algo así como invitados de honor, ya que disponíamos en ciertas ocasiones de un coche con chofer, un chófer que sólo hablaba ruso. En cambio, cada uno de nosotros tenía una intérprete que hablaba perfectamente español. La mía, Irina, era bastante guapa, y tenía una curiosa obsesión para una agente del KGB –todos los intérpretes lo eran en el Moscú de 1954–: recibir la revista Elle, que, claro, no se vendía entonces en la URSS.

El piso de Claudín en Moscú me resultó muy parecido al que luego tuvo en La Courneve, suburbio comunista de París. Era un piso de apparatchik, o sea horrendo, pero no colectivo: vivían solos su mujer, Carmen, y él. Creo que sus dos hijas nacieron después. Como nos preguntó, a Julián y a mí, lo que nos había parecido Moscú, yo le dije que me había llamado la atención la cantidad de niños que iban descalzos por las calles. En realidad, iban descalzos y en harapos, pero me temo que sólo me atreví a hablar de lo de los pies desnudos. Se puso furioso: "¡Si te crees que es un síntoma de pobreza, te equivocas rotundamente! ¡Tienen todos los zapatos que necesitan! ¡Lo que ocurre es que el socialismo ha creado una juventud robusta y sana, a la que le gusta corretear descalza para mejor sentir la tierra!".

Sería más bien el asfalto. Y cabe preguntarse si Claudín, por aquel entonces, se creía sus propias mentiras, o si creía que era su deber mentir. De todas formas, la ideología implícita en sus furibundas parrafadas se parecía más al culto a la Naturaleza y al nudismo de los nazis y sus Hitlerjugend que a la realidad soviética.

Claudín o Carrillo

En estos momentos de estafa histórica disfrazada de memoria, aún se sigue –aunque, lógicamente, cada vez menos– comparando los méritos y defectos de Fernando Claudín y Santiago Carrillo, como si uno fuera el bueno y el otro el malo, cuando en realidad los dos se merecen el mismo paredón simbólico e histórico. Por lo demás, los dos, después de haber obrado durante decenios a las órdenes del totalitarismo comunista, a las órdenes del moro de Moscú, y cometido los crímenes sabidos y otros sin saber para su victoria, terminaron sus carreras políticas traicionando ese "ideal comunista" y entregando el partido a la socialburocracia. Como tantas veces ocurre, esa traición de sus ideales comunistas, ideales que en realidad se limitaban al horror del totalitarismo y sus gulags, pero por los cuales los dos eran capaces de matar, no fue producto de la indignación ética –¿qué es eso?–: hicieron lo que hicieron porque consideraron –ellos y todos los demás– que había cambiado la ruta para llegar al poder.

Todo el mundo sabe hoy que Claudín, harto de ser el eterno segundón de Carrillo, intentó con algunos mequetrefes, como Vincens, Pradera, Semprún (Jorge) y otros, desalojar a Carrillo, dar un golpe de estado y apoderarse de la dirección del PCE. Pero Carrillo, mucho más astuto, maniobrero y hábil, les barrió sin grandes dificultades. Ahora bien, les barrió para hacer lo mismo, más o menos, de lo que querían hacer ellos. ¿Y qué querían hacer? No voy a entrar en detalles, porque incluso si Antonio Elorza proclama que tienen mucho interés, no interesan a nadie. Se trataba, a fin de cuentas, de rendirse a la socialburocracia. Fernando Claudín terminó su vida como director de la Fundación Pablo Iglesias, del PSOE, y Santiago Carrillo termina la suya como eterno invitado de los entierros de postín y los platós de televisión, pero como compañero de viaje de ese mismo partido.

Claudín, por los años 70, creo, había teorizado su traición como la necesidad histórica de "reunificar el movimiento obrero" (PC/PS), pero sobre la base del "marxismo revolucionario". Luego se puso al servicio de Felipe González, que eliminó el marxismo de los estatutos del PSOE. Por lo que hace a Carrillo, ¿para qué molestarse en teorizar, cuando puede uno vivir subvencionado? Carrillo fue siempre un cínico absoluto, pragmático y mafioso. Claudín se creyó durante unos instantes un teórico, pero en realidad fue sólo un fanático, incluso cuando se entregó a la socialburocracia. (Yo fui quien, en 1970, tradujo –más cornás da el hambre– su "obra maestra": La crisis del movimiento comunista. Después de esa penosa experiencia, que nadie me hable de Claudín como teórico).

La Embajada

La historia de los PC europeos se resume en realidad en la historia de la URSS. El oro de Moscú sufragaba los gastos del PC clandestino en España (y los del exilio), y yo, como asalariado del PC entre 1954 y 1957, fui asalariado de Moscú. En París cobraba el mismo sueldo que un metalúrgico francés (en la mitología comunista los metalúrgicos constituían el modelo y la aristocracia del proletariado revolucionario), pero en España cobraba cuatro o cinco veces más, para que pudiera desempeñar el papel de señorito e invitar a estudiantes y artistas a guateques revolucionarios.

El oro no era el único lazo entre el PCE y Moscú, evidentemente. También, o sobre todo, existía el moro, o sea, la sumisión absoluta, total, totalitaria, de todos los partidos comunistas a las órdenes de Moscú; desde luego a las de Stalin, mientras vivió, pero lo mismo ocurría antes y ocurrió después. ¿En qué año firmó Julio Anguita el recibo de su mordida moscovita?

Me viene ahora otra anécdota a la mente. Carrillo y sus colaboradores del aparato clandestino descubrimos que Tuñón de Lara sólo rendía cuentas ante Moscú. Tuñón dirigía una red de agentes, informadores y chivatos de la embajada soviética en París, red o célula compuesta por él mismo, Haro Tecglen, Zamorano, Novais y no recuerdo quién más. Nadie se planteó problemas políticos o éticos, porque trabajar directamente para Moscú era formar parte de la élite del movimiento comunista internacional; lo único que molestó a Carrillo fue que la orden de dejar tranquilo a Tuñón, que había superado la militancia comunista española y estaba en una esfera superior y privilegiada, viniera de los camaradas franceses y no directamente de Moscú. ¿Por qué han pasado por el PCF para comunicarnos esa información, cuando tenemos lazos directos con el KGB?, recuerdo que se preguntaba, extrañado y cabreado, Carrillo. Esos "lazos directos" pasaban por Claudín, que sólo abandonaría Moscú para instalarse en París unos meses después.

Yo me pregunté entonces si esa labor, seguramente muy modesta (¿qué secretos podía conocer Manolo?), de chivatos de la embajada la realizaban desinteresadamente o si, por el contrario, recibían un sueldo. Sólo muchos años después, en Madrid, me dijeron que Novais, en sus labores de recluta de soplones, ofrecía cuantiosas mordidas a los que aceptaban. Apenas conocí a Novais, ese modelo de periodismo para Miguel Ángel Aguilar (chivato del Opus Dei), pero recuerdo que, cuando Fernando Fernán-Gómez montó mi adaptación de El pensamiento de Andreiev, ese modelo de periodismo se extrañó, en una Tercera del ABC, de que hubiera asistido "tan tranquilo" al estreno. Una forma soviética, o noruega, o angoleña, de denunciarme.

Salle des pas perdus

Concluyendo, que es gerundio: gracias al oro de Moscú, mucha gente "pasó" por el PCE; y hasta apostaría, sin riesgo, que también algunas de las firmas de esta Redacción ­–aparte de la mía, claro–. Pero rápidamente, y cada vez más a partir de los años 60 y 70, en el Partido se produjeron numerosas secesiones, deserciones, disidencias. Estaban los maoístas, los trotskistas, los guevaristas, los anarquistas... Yo conocí a gente que pasó directamente del PCE a la CNT. Aún no he citado a la CNT entre las organizaciones antifranquistas que actuaron en la clandestinidad, pero si esas actividades no me parecen modelo de nada, modelo para nada, siempre existieron: siempre hubo presencia anarquista durante la dictadura.

Bien sabido es que los ex peceros constituimos una masa mucho más numerosa que ese poso comunista y fantasmal de los Llamazares, Frutos y compañía. Lo malo, políticamente, es que los residuos más importantes del difunto imperio de la razón criminal se integraron en la socialburocracia, y dotaron de un carácter excesivamente autoritario, burocrático, antiliberal a los partidos socialistas de muchos países.

Pero lo que nadie, que yo sepa al menos, ha analizado y tenido en cuenta es que los partidos comunistas europeos, y sobre todo los de Italia, Francia y España, fueron potentes e influyentes (en Francia e Italia llegaron a cosechar más del 30% de los votos) mientras fueron partidos soviéticos, miembros de una Internacional que tenía Moscú como Meca; luego, a partir del momento en que, por motivos obvios, Moscú dejó de ser la Meca, dejaron de existir. Me parece un interesante tema de tesina para los alumnos de Antonio Elorza.