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La Ilustración Liberal

Álvarez Junco, el Deconstructor

José Álvarez Junco es un funcionario del Estado español. Profesor en una universidad pública, es conocido por una biografía parcial de Alejandro Lerroux y un ensayo titulado Mater Dolorosa. Heredó y ha contribuido a propagar algunos de los grandes errores intelectuales que han sustentado la militancia antinacional de la izquierda española. En Mater Dolorosa los amplió hasta límites insospechados, próximos, por la prolijidad del volumen y la fantasía derrochada en sus páginas, al realismo mágico latinoamericano.

Sustancialmente, aquel volumen venía a afirmar que España es una invención del nacionalismo español, equivalente en su entidad al nacionalismo vasco o al catalán. En otras palabras, que los españoles son unos imbéciles que se han creído unos mitos fundamentalmente inventados por curas, obispos y reyezuelos, con el apéndice final, en el siglo XIX, de unos liberales burgueses impotentes. Ni que decir tiene que el autor no participa de la imbecilidad compartida por el común de los españoles. El hombre está en otro nivel, que se diría hoy, en el de la deconstrucción de los mitos, los engaños y las mentiras.

El volumen respira una ironía amarga, un poco mefítica. En el fondo, Álvarez Junco se está postulando como salvador de la auténtica patria, asediada por tantas patrañas durante tantos siglos. Se coloca así en una situación falsa. Nos va a descubrir una verdad que no puede dejar de negar. Y es que, puestos a negar la realidad histórica de la nación española, ¿en virtud de qué se pretenderá construir otra historia? De ahí probablemente la razón última del título religioso: estos progresistas llevan clavada muy hondo, y sin remedio, la herencia clerical.

Uno de sus últimos trabajos ha pasado casi inadvertido, siendo como es un texto corto, el prólogo a un libro de Mario Carretero, también catedrático universitario, titulado Documentos de identidad.

En su estudio, Carretero investiga los manuales escolares de historia y, más en general, la enseñanza de la historia en varios países. El objetivo: demostrar las falacias de esta enseñanza y poner en evidencia las múltiples mistificaciones en que se basa. Es una pena que no haya echado una ojeada a la enseñanza de la historia en las protonaciones o, en vocabulario oficial español, las nacionalidades, antiguas regiones en trance de culminar la tarea de nacionalización: le habrían dado bastante más juego que el apunte que dedica a la historia nacional… Claro que es mucho más peligroso, incluso académicamente, criticar a los nacionalismos catalán y vasco que al español, si es que éste existe. Pero volveremos sobre esta elección, nada casual.

En el prólogo, Álvarez Junco se centra en la oposición entre la historia escolar, es decir la historia nacional tal como (supuestamente) se enseña en las escuelas, y otra historia, la científica. Para el autor, son incompatibles. ¿Por qué? Porque la escolar tiene por objetivo la creación de mitos y leyendas encaminados a reforzar la pertenencia a una colectividad de los estudiantes, niños y adolescentes, mientras que la científica aspira a descubrir la verdad de los hechos, siempre mudable y por tanto enemiga obligada de las mentiras que sobre la nación se vierten en la escuela.

Álvarez Junco parte de una afirmación dogmática, largamente expuesta en Mater Dolorosa, como es la intrínseca falsedad de cualquier identidad (en este caso nacional), y deduce de ahí que cualquier relato, en este caso histórico, destinado a perpetuarla es una mentira. El historiador, por un imperativo ético intrínseco a su oficio, se convierte así en una suerte de deconstructor de falacias.

¿Qué cabe hacer para reconciliar la historia escolar –o nacional– con la científica? Nada, según nuestro desmitificador. O bien se deja de enseñar historia, o bien se le sustituye el nombre por el bien expresivo de "Mitos y leyendas patrias" [sic], o bien se imparte una historia universal, en lugar de la de la nación, que explicaría los progresos de la humanidad en la superación de "la miseria, la opresión, la violencia y la injusticia".

Curiosamente, el propio autor realiza dos reflexiones de apariencia contradictoria con su razonamiento y la conclusión a que da lugar.

La primera es que esa historia universal tiene tanto de "cuento de hadas" como la nacional. Así pues, si no va encaminada a ofrecer a los estudiantes los instrumentos que permitan descubrir la realidad, ¿cuál será el motivo de esta propuesta? Pues bien, no es otro que la inquina de Álvarez Junco por la historia escolar o nacional. Ésta, además de falsa, es peligrosa. Puestos a elegir entre la escolar y la científica, comenta el autor, "no necesito decir a cuál borraría yo de un plumazo". (Hay quien en estos últimos treinta años se ha tomado lo del "plumazo" en un sentido algo más que literal).

La otra reflexión versa sobre la utilidad de la historia escolar, que desempeña, según el autor, un papel insustituible en la formación y socialización de los jóvenes, al alimentar, algo así como el fútbol, el sentimiento de pertenencia a la nación.

Si hubiera partido de ahí, tal vez las conclusiones habrían sido distintas. El marco nacional no tiene por qué llevar a la manipulación sistemática de los hechos. Tocqueville habló del caso de Estados Unidos, en el que se puede contar toda la historia sin necesidad de remontarse a unas leyendas fundadoras, aunque en eso se basa, justamente, el postulado de la excepción o el excepcionalismo norteamericano: como la nación es de por sí una ideología o un credo, nada habría que apartara al patriotismo norteamericano de ese amor a la humanidad por el que Álvarez Junco se muestra tan preocupado.

Pero incluso cuando no es así, las naciones no deben ser reducidas a un conjunto de mitos y falsificaciones. Renan mismo, al que Álvarez Junco recurre para justificar su escaso aprecio por la historia nacional o escolar, estaría de acuerdo en que las naciones (las de verdad) son construcciones cuya comprensión debería ser un acicate para el historiador. Labor suya podría ser, más que destrozarlas, hacerlas inteligibles, como habría dicho Julián Marías.

Sobre todo porque hasta hoy, que se sepa, no ha habido otro marco institucional que mejor se avenga a la libertad, la democracia y la prosperidad que la nación. ¿Existirá otro? Es posible, pero recae en quienes detestan la idea de la nación la tarea de demostrarlo, en vez de dedicarse a arrasar lo que ha costado tanto esfuerzo poner en pie.

La tarea es más urgente aún cuando las posibles sustituciones de la identidad nacional están dando pie a una ofensiva sistemática contra la libertad. Los experimentos llevados a cabo en España, o en lo que queda de ella, no dejan lugar a dudas. La destrucción del marco nacional lleva a la instauración de regímenes liberticidas, como ocurre en Cataluña, en el País Vasco y pronto en Galicia. El odio hacia el particularismo nacional, hecho en nombre de la Humanidad, conduce a la promoción del hecho diferencial, que no es, en el fondo, más que la anulación de la posibilidad de la diferencia. La discrepancia que propiciaba el marco nacional queda arrasada en las nacionalidades nacionalistas, y las políticas de la identidad florecen allí donde antes se cultivaba, gracias a la nación política, lo que es común a todos y, por eso mismo, lo que una vez hizo posible la pluralidad. Como en otros ámbitos sociales, el fin de la identidad lleva al fin de la diferencia.

Como no hay referencias a los nacionalismos antiespañoles (a los que Carretero alude en su trabajo como un simple proceso de descentralización), se deduce que la propuesta de censurar la historia nacional o escolar no les atañe. El texto, por tanto, viene a justificar toda una política, la de la alianza de los autoproclamados "herederos de la Ilustración", con Álvarez Junco como máximo representante, con quienes fueron los adversarios más conspicuos de aquélla, los nacionalistas.

En el origen de este desvarío hay una profunda aversión hacia la identidad nacional, en particular hacia España. Ahora bien, ¿por qué alguien como Álvarez Junco siente tanto odio por su país, si le ha dado todo aquello a lo que podía esperar? Sería muy largo de explicar, pero conocemos el objetivo: librarse de España, y uno de los métodos: no enseñar historia española. Su volumen Mater Dolorosa recibió el Premio Nacional de Ensayo en 2002 (otro botón de muestra de la perspicacia cultural de la derecha en España), y él fue nombrado por el Gobierno socialista director del Centro de Estudios Constitucionales en el momento exacto en que ese mismo Gobierno emprendió el desmantelamiento del régimen constitucional establecido en 1978. Tales son los ideólogos y el programa del nuevo régimen.

Mario Carretero, Documentos de identidad, Paidós, Buenos Aires, 2007. Prólogo de José Álvarez Junco.